En "La aventura de los sueños"
Tomó el pesado candil del asa, se colgó la aparatosa polaroid al hombro y emprendió, decidido, su hazaña.
Llevaba años escuchando rumores sobre aquella compaña, todavía recordaba
el momento en el que su abuela, gallega, le había revelado la leyenda
que se había apoderado de tantas vidas humanas.
Salió de su morada y la puerta crujió antes de sellarse con un portazo.
Él, obviando la espesa niebla que cubría sus ojos, anduvo con paso
firme, dejando que sus pisadas fuesen guiadas por la tenue luz del
farol.
Conocía mejor esa senda que los pocos metros que configuraban su hogar.
Sus pies, intentando no tropezar con algún guijarro, habían memorizado
las zancadas que habían de tomar para llegar a su destino sin perderse.
Alzó el brazo e iluminó a un vigoroso árbol que se erguía a una considerable distancia de su posición.
Tomó una gran bocanada de aire e intentó retener los nervios, así pues, continuó con su intrépida aventura.
"Eso te hará rico, chico" había comentado un curioso cuando había
expuesto su viaje. Él, había chasqueado la lengua algo molesto y se
había limitado a argumentar que el dinero no era la causa de todos los
objetivos.
Arrastró los pies por un sitio algo resbaladizo y como consecuencia, la
arenilla se transformó en un polvo molesto, que dificultó su respiración
por el lapso de unos segundos. Enarboló el brazo que no sostenía la
única luz que poseía, y frotó el tallo del robusto árbol hasta hallar
una hendidura, la cual él mismo había tallado días antes, que le indicó
cuál era el camino correcto.
Una ráfaga de aire, provocó un escalofrío que nació en sus pies y murió
en sus sienes, y también hizo que la llama del candil bailara intentando
mantenerse viva. Tras rodear unas zarzas con sumo cuidado, vislumbró
una explanada, y ese hallazgo pintó en su rostro una mueca de
satisfacción. "Aquí estoy", pensó complacido. Y era cierto, pero
si hubiera alcanzado a saber que ese solo era el principio de un
imprevisto final, no habría cantado victoria tan rápidamente.
De pronto, se vio envuelto por un gélido torbellino de aire que esta
vez, la llama, aunque estaba protegida por cuatro cristales, no alcanzó a
soportar. Se quedó petrificado al percatarse de que en ese momento la
oscuridad provocaba en el un infinito pavor. Tomó la antigua cámara de
fotos y con un clic, plasmó lo que le rodeaba en un papel que tardó
escasos segundos en brotar del artilugio.
Tomó la fotografía y se sintió ridículo al reparar en que sin luz no podría ver qué secretos guardaba aquel papel.
Se mordió la lengua hasta sangrar, presa del pánico, y fue en ese
momento en el que la procesión que tantas veces había imaginado apareció
ante sus ojos. Un cúmulo de seres se abigarraba tras la persona que
encabezaba el grupo. Éste era un hombre de unos cuarenta años, su rostro
era pálido y sus ojos estaban sin luz, perdidos y sumidos en un sueño
equivocado. En sus ojos sólo había pupilas, y sin embargo, bramaban
piedad con una voz sepultada por un silencio impoluto.
Tras él, un séquito de almas vagaba errante sosteniendo candiles y
esparciendo incienso, cuyo aroma se impregnaba en el aire que los
presentes respiraban.
El dirigente del grupo frenó en seco frente al aventurero y tras inhalar
la vida que poseía su cuerpo, se apartó, dejando que el protagonismo
recayera sobre un flotante ataúd. La tapa de éste se abrió y el enigma
se resolvió cuando en el interior de la pesada caja, no se encontraba
otra cosa sino el cuerpo, inerte y muerto del viajero.
---O---
La leyenda de la Santa Compaña en Galicia
Hoy me encuentro con ganas de contar una leyenda
así que os voy a contar la leyenda sobre la Santa Compaña, una tradición
que permaneció en la cultura tradicional gallega por el paso de los
siglos y de la que aún quedan rastros, como los cruceiros en los cruces
de caminos.
La Santa Compaña es en la mitología popular gallega, una
procesión de muertos o ánimas en pena que por la noche (a partir de las
doce) recorren...