¿Puede acabar el mundo como Rapa Nui?
El arqueólogo Paul Bahn presenta las claves de la civilización que cavó su propia tumba al agotar sus recursos naturales
En el trozo de tierra habitado más remoto del planeta, hubo un día en que sólo quedó un árbol. Y hubo alguien que, pese a ser consciente de eso, no dudó en talarlo. Aquel árbol representaba, sin embargo, toda una civilización que cayó con él. Es la historia de la todavía misteriosa isla de Pascua o Rapa Nui.
Perdida en medio del Pacífico, a 3.000 kilómetros de tierra firme, es conocida en todo el mundo por sus famosas estatuas o moais. Aunque el arqueólogo Paul G. Bahn, uno de los mayores expertos en el tema, pone el acento en el parecido de esta antigua civilización con la sociedad actual, que de alguna manera va camino también de cargarse el último árbol.
«Para los isleños, Rapa Nui era su mundo y, a pesar de ello, continuaron destruyendo sus recursos», explica Bahn en declaraciones a EL MUNDO, tras impartir una conferencia en Valencia. «Nosotros estamos haciendo justamente eso, y por eso digo que nos puede pasar lo mismo», alerta el investigador.
De hecho, se sabe que esta isla volcánica llegó a tener bosques, hoy desaparecidos. En palabras de Bahn, «nosotros también estamos solos en este planeta y continuamos destruyendo los recursos naturales». Y «si la población sigue creciendo sin parar, vamos irremediablemente al desastre».
Algo así ocurrió en la isla de Pascua, sobre cuyos enigmas siguen construyéndose las teorías más irracionales. Estamos hablando de una gente que llegó a la isla -¿en canoa tras navegar miles de kilómetros?- aproximadamente entre los años 800 y 1200 d.C. ¿Cómo se tallaron unas estatuas que pesan toneladas? ¿Cómo se desplazaron a lo largo de toda la isla? ¿Cómo lograron los isleños en su aislamiento construir un sistema de...
escritura único y el arte rupestre más rico del Pacífico?
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Bahn nos da algunas claves. De entrada, se cree que los primeros habitantes llegaron a la isla procedentes de la Polinesia, seguramente desde las islas Marquesas. «Y ya fue un milagro que alguien encontrase esta isla con una canoa», según el arqueólogo. ¿Cuánta gente moriría en el intento?
El arqueólogo Paul Bahn, en Valencia. JOSÉ CUÉLLAR
Fue el 5 de abril de 1722 cuando Jakob Roggeveen descubrió esta isla habitada y con sus más de mil estatuas. «Si durante 1.500 años hubiesen estado apartados del mundo, habrían mostrado su sorpresa con la llegada de los holandeses». Pero no lo hicieron, de lo cual se concluye que ya habían recibido visitas. En 1770 llegaron los españoles, e incluso se ha descubierto un gen vasco en el ADN de la población. «Es cierto que algún vasco estuvo en la isla antes incluso de la llegada oficial de los europeos», sostiene el científico.
Precisamente el desembarco de los españoles, con los que se firmaron contratos, llevó a los habitantes de la isla a interesarse por la escritura, hasta el punto de elaborar un sistema propio. Bahn destaca que «en ningún lugar del Pacífico se ha visto algo así». Ahora bien, no se trata de una escritura propiamente dicha, sino más bien de una cosmogonía, de un relato sobre la creación del mundo.
Cómo movían y desplazaban las estatuas por toda la isla sigue siendo otra de las preguntas sin respuesta. El moai más grande mide 20 metros de altura y pesa 200 toneladas... Las estatuas están hechas de roca volcánica «blanda». Así que en estos desplazamientos «había peligro de dañarlas, lo que obligaba a llevarlas erectas». De ahí que el hecho de encontrarse estatuas tumbadas por tierra viene a evidenciar la violencia que hubo en la isla de Pascua.
Pese a que hay quien niega los conflictos en la isla, Bahn insiste en que «hubo guerras terribles», sobre todo a raíz de la deforestación. La prueba está en los arpones y las lanzas que se han encontrado. En todo caso, el arqueólogo elogia la capacidad de reinvención de esta sociedad, que llegó a cambiar desde su religión a su sistema de gobernanza. La isla de Pascua deja, pues, una lección: «la capacidad de adaptación del ser humano».
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