Los tartesios ¿eran fenicios?
In Arqueologia, Fenicios, Historia on 11/10/2012 at 11:11Según cuenta el Antiguo Testamento, en el siglo X a. C. las naves de Salomón, el rey de Israel, volvían cada tres años cargadas de oro de un lejano y misterioso lugar llamado Tarsis: «El rey Salomón tenía en el mar naves de Tarsis con las de Hiram [rey de Tiro], y cada tres años llegaban las naves de Tarsis, trayendo oro, plata, marfil, monos y pavones». La cita procede del Libro de los Reyes, escrito allá por el siglo VII a.C., pero nos remite tres siglos atrás, cuando la opulencia mineral del sur de la península Ibérica atraía hasta el otro extremo del Mediterráneo a los primeros navegantes semitas. La mayoría de historiadores lo tiene claro: el primer autor que mencionó a Tarsis se estaba refiriendo a las relaciones comerciales que los israelitas mantenían con Tartessos, el reino situado más allá de las columnas de Hércules (el estrecho de Gibraltar), en el Bajo Guadalquivir, que rigió el mítico rey Argantonio. Desde esta primera mención, el aura enigmática en torno a Tartessos no se ha desvanecido. Viajeros, filólogos y arqueólogos se han lanzado durante decenios a la búsqueda de los restos de aquella civilización que floreció entre los años 1000 y 500 a.C., para desaparecer luego y caer en un olvido silencioso que ha durado hasta hace poco, inmersa en una nebulosa de incertidumbres y conjeturas.
Tartessos y la Atlántida
El interés por la misteriosa Tartessos se remonta a la Antigüedad. Diversos historiadores y viajeros griegos de los siglos VI al IV a.C. dejaron constancia de lo que se sabía, o creía saberse, sobre aquella civilización. Tal fue el caso de Hecateo de Mileto, de Heródoto y, sobre todo, de Avieno, que en su Ora marítima hablaba de un río llamado Tartessos que ceñía la isla en la que se encontraba la ciudad, también denominada Tartessos. Otro autor del siglo IV a.C., Eforo, se refería igualmente a «un mercado muy próspero, la llamada Tartessos, ciudad ilustre, regada por un río que lleva gran cantidad de estaño, oro y cobre de Céltica». A todos ellos se sumó una referencia aún más intrigante, la de la Atlántida cantada por Platón en sus Diálogos, particularmente en el Timeo, y que muchos no dudaron en identificar con Tartessos. ¿A qué, si no, podría aludir Platón cuando describe la Atlántida como «una gran isla, más allá de las columnas de Heracles, rica en recursos mineros y fauna animal»? Incluso arqueólogos contemporáneos han creído hallar los restos de la Atlántida en la región tartesia. Pero, de momento, se trata de una conexión imposible, basada más en las fabulaciones que en las certezas. Tal es caso de la tesis del francés Jacques Collina-Girard, que ubicó en 2001 la Atlántida en la isla Espartel, a medio camino entre Cádiz y Tánger; y de los avistamientos de Rainer Kuehne, quien en 2004 dijo haber localizado con imágenes aéreas los vestigios del templo de «plata» consagrado a Poseidón y el templo «dorado» levantado en honor a Cleito en la Marisma de Hinojos, cerca de Cádiz.
Al margen de la cuestión de la Atlántida, el primer autor que intentó localizar con exactitud Tartessos fue un filólogo, Antonio de Nebrija, responsable de la primera gramática castellana. En 1492, Nebrija identificó Tartessos con el río Betis (Guadalquivir) y con el paisaje de brazos marinos que formaba el río en su desembocadura. Pero las conjeturas de Nebrija, emitidas desde la intuición, no contaban con ningún tipo de respaldo arqueológico.
Tras las riquezas de Argantonio
La investigación arqueológica se hizo esperar hasta el siglo XIX. El primero que removió las entrañas andaluzas en busca de Tartessos fue George Bonsor, un pintor anglofrancés que quedó fascinado por los paisajes de Andalucía y que, desde la década de 1880, cambió lienzo y acuarela por pico y pala en cuanto comprobó el potencial arqueológico que se extendía bajo sus pies. Nadie le había enseñado a excavar, pero su ilusión pudo más que su bisoñez. Bonsor recuperó un alijo de piezas tartésicas en diversas necrópolis sevillanas como las de Cruz del Negro, Carmona, Setefilla y Cerro del Trigo.
A Bonsor lo siguió el alemán Adolf Schulten, gran impulsor de la investigación en el yacimiento de Numancia, de donde salió enemistado con las autoridades culturales españolas. Schulten quería seguir el ejemplo de su compatriota Schliemann, que había desenterrado Troya gracias a su fe en las fuentes clásicas. La Ora marítima de Avieno sería para Schulten lo que la Ilíada había sido para Schliemann; y el Coto de Doñana haría las veces de colina de Hissarlik, en Turquía, donde Schliemann encontró, en 1873, la Troya cantada por Homero.
Schulten pretendía demostrar que Tartessos yacía en las Marismas de Doñana y pasó a la acción con la ayuda de Bonsor. Se hizo con las herramientas necesarias y dirigió la ambiciosa aventura de localizar allí Tartessos. Pero al final lo único que encontró fueron unas ruinas de época romana en el llamado Cerro del Trigo. Schulten fracasó, pero su contribución no dejó por ello de ser importante. Su obra Tartessos, publicada en 1924, sirvió para ordenar todos los conocimientos que se tenían sobre la antigua civilización del Guadalquivir y constituyó el punto de partida de investigaciones posteriores.
Todos los testimonios legados por las fuentes se refieren a Tarsis o Tartessos como una civilización de alma metalúrgica: «El más elegante de los mercados, la ciudad del oro y la plata…». Tanto es así que Argantonio, el rey tartesio por antonomasia, lleva la plata (Arg-) incorporada a su nombre. Pero...