EL PODER DE LA ENERGÍA DEL AMOR: CUENTO

Os envío este cuento que escribí en febrero, cuando la sacudida sísmica de Haití y que me ha sido evocado con la lectura de vuestro artículo del futuro de las ONGs. Saludos.

Por Mª Antonia Fernandez:

El poder de la energía del Amor

Una fuerte sacudida sísmica había azotado al país más pobre de América del Sur. Su intensidad no fue máxima, pero fue más que suficiente para unas estructuras y unas viviendas pobremente construidas. El caos, la destrucción, la muerte, el dolor, el pillaje,…la miseria más miserable del ser humano asomó con una virulencia más desoladora que la del terremoto.

Miriam, desde el otro lado del planeta, sentía los gritos de desesperación y escuchaba las noticias. Unas noticias que tenían como objetivo enaltecer el sufrimiento para conmover los cimientos de la sensibilidad y que todos se volcasen en enviar bienes materiales y económicos que engordaran las arcas, el estatus y el poder de los vividores y aprovechados de estas catástrofes humanas. Unas noticias que alimentan el lado oscuro del ser llamado hombre, que provocan un alarde colectivo de generosidad que tranquiliza las conciencias y engordan el ego de la mayoría de los donantes.

Miriam sentía, entonces, la fuerza de los que estaban dejando allí la piel y el resuello en un intento desesperado de combatir el desastre, sentía el dolor lacerante de los amputados, de los huérfanos, de los desequilibrados, de los hambrientos, de los perdidos, de todas las víctimas de la violencia en cualquiera de sus terribles facetas,…y buscaba en su interior el poder del Altísimo. No podía personarse en el lugar de los hechos, tampoco, sentía que debiera contribuir enviando dinero porque, además, sabía que no llegaría a donde tenía que llegar. Pero sabía que sí podía hacer algo, a lo cual el mundo no le da el valor y el poder que tiene.

En la mañana temprano de cada amanecer, Miriam se conectaba con la Presencia Divina y sentía cómo un volcán de Amor se proyectaba a través de su cuerpo hacia aquellas víctimas que estaban experimentando tan duras experiencias.

Sentía cómo brotaba la llama intensa de la esperanza y la serenidad más profunda hacia sus hermanos, lejanos en la geografía, pero cercanos en su corazón. Y veía cómo, a pesar del horror, la sonrisa de Dios asomaba a los ojos de los niños heridos y la ternura y la comprensión se reflejaban en las miradas de los supervivientes y sacaban fuerzas de flaqueza y les daban sentido al dolor y al sufrimiento despertando la capacidad de conectar con lo más grande que hay en el ser humano, en su interior más profundo.

 Y Miriam sabía que el poder de la energía divina es infinito y llega a todos los rincones, sin miedo a ser desviado por mezquinos intereses. Y Miriam sabía que su ofrenda de calor humano y de amor verdadero se sentiría en los momentos más insoportables de sus hermanos que se verían revestidos de una fortaleza y una entereza sobrenatural y la esperanza se establecería como un faro de luz en medio de las tinieblas más oscuras.