La leyenda hablaba de unas campanas que se oían en los alrededores del lago del castillo, cuando las ánimas estaban inquietas.
No pasaron inadvertidas en las tardes de aquel otoño.
Para nadie de la zona era desconocido el hecho de que el fondo marino estaba temblando. Tampoco eran habituales esas sacudidas.
La Tierra se desperezaba, saliendo de su largo letargo.
Aquella
tarde, Matthew, sentado en un banco del parque vio llegar una bandada
de urracas que, ruidosas, se posaron sobre la encina más altiva y...
poderosa. Su corazón dio un vuelco. Era muy sensitivo.
Un viento frío se removió, nervioso, dejando caer numerosas hojas…rojas, verdes, amarillas. Un hermoso lecho cubría la tierra.
Un
otoño más…tal vez, pero no un otoño cualquiera, no como los demás.
Todavía no habían empezado las lluvias. Las tardes acortaban la luz y se
mostraban apacibles y, aparentemente, serenas. Sin embargo, ese
retumbar de tambores lejanos, unos chasquidos secos bajo el suelo,
innumerables lombrices que salían a la superficie, bandadas de aves que
volaban hacia el interior o en mitad de la noche, ese inconfundible olor
a azufre, los borboteos extraños en el mar, el calentamiento de las
aguas, el intenso croar de las ranas del lago…sin duda, querían avisar
de algo inminente.
Si
el ser humano no se hubiese desligado de la vida natural, entendería su
lenguaje, comprendería sus mensajes, descifraría sus señales…