Hay más de 170 cráteres en la superficie terrestre ocasionados por los impactos de este material rocoso
IVÁN JIMÉNEZ 03/11/2009
Publicado por el Diario EL PAIS
3/11/2009
El universo no se diferencia mucho de otras realidades cotidianas. El precio de vivir cómodamente en un planeta soleado y con buenas vistas se traduce en un contrato inmobiliario donde los efectos secundarios vienen en letra pequeña. Y es que a nuestro jardín le ha salido un obstáculo en forma de pedrusco: los asteroides. Su particular existencia deriva de los fragmentos de material rocoso que nunca llegaron a convertirse en planetas hace 4.500 millones de años, la época en la que empezó a constituirse todo el Sistema Solar. Desde entonces, esta región es un gran campo de tiro en el que ningún planeta, incluida la Tierra, está a salvo.
La mayor amenaza conocida hasta ahora tiene el nombre de 1950 DA y un tamaño de más de un kilómetro de diámetro.
La mayor parte de los asteroides se encuentran confinados en un anillo alrededor del Sol, entre las órbitas de Marte y Júpiter, el llamado cinturón de asteroides.
Sin embargo, algunos consiguen fugarse tras chocar entre sí y se colocan en órbitas inestables que, por el efecto gravitatorio de los planetas, llegan a cruzarse con la Tierra. Los fragmentos de asteroides que sobreviven a la abrasadora caída a través de la atmósfera terrestre son los meteoritos.
Su análisis permite elaborar un retrato robot del origen del Sistema Solar y reconstruir los diferentes escenarios de la evolución de nuestro planeta y de nuestra especie.
Tan importante es el objeto del delito como las huellas que deja. Un rasgo distintivo de los meteoritos son los cráteres que forman tras el impacto. Aunque hace apenas 25 años se pensaba que su origen era volcánico, hoy se han identificado más de 170 cráteres en la superficie terrestre, la mayoría de ellos con menos de 200 millones de años de edad. La actividad volcánica, los movimientos tectónicos, la erosión producida por agentes atmosféricos y las transformaciones causadas por los seres vivos han borrado de la superficie muchos de los cráteres más antiguos, mientras que otros permanecen escondidos en el fondo de los océanos.
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