El historiador Juan G. Atienza dejó escrito en su libro La gran manipulación cósmica lo siguiente:
Hay una visión del devenir del hombre en su proceso
histórico que limita el juicio de los investigadores a las pruebas
materiales que se encuentran en los archivos y en los yacimientos
arqueológicos. Otra, hoy totalmente desprestigiada por el academicismo,
que cifra el relato de los acontecimientos del pasado en lo que el
hombre transforma a partir de mitos que, en algún momento, aceptó como
certezas textuales.
[...]
Sólo reuniendo como punto de partida de la investigación ambas
tendencias —o, al menos, no rechazando previamente como obsoleta e
inoperante ninguna de ellas— podríamos alcanzar una interpretación más
humana del devenir histórico y, posiblemente, desecar lagunas turbias y
descubrir en toda su pujanza las riquezas de su fondo; y hasta en alguna
ocasión desvelar la causa y la razón (sí, dije la razón: razón
manipulada, pero razón a postre) de determinados acontecimientos que se
aceptan como generados espontáneamente, por capricho de un grupo humano y
hasta de un concreto individuo, pero que, en realidad, arrastran sus
motivaciones encubiertas desde instantes inconcebibles del pasado.
Y es que hay historias que, de tanto repetirse, por mucho que sean despreciadas, no merecen ser ignoradas. En el Timeo,
Platón cuenta la historia de Solón, quien, en uno de sus viajes a
Egipto, entabló contacto con los sacerdotes del lugar y mantuvo la
siguiente conversación:
¡Ay!, Solón, Solón, ¡los griegos seréis siempre niños!, ¡no existe
el griego viejo!’ Al escuchar esto, Solón le preguntó: ‘¿Por qué lo
dices? ‘Todos’, replicó aquél, ‘tenéis almas de jóvenes, sin creencias
antiguas transmitidas por una larga tradición y carecéis de
conocimientos encanecidos por el tiempo.
Esto se debe a que tuvieron y tendrán lugar muchas destrucciones de
hombres, las más grandes por fuego y agua, pero también otras menores
provocadas por otras innumerables causas.
Desde antiguo registramos y conservamos en nuestros templos todo
aquello que llega a nuestros oídos acerca de lo que pasa entre vosotros,
aquí o en cualquier otro lugar, si sucedió algo bello, importante o con
otra peculiaridad. Contrariamente, siempre que vosotros, o los demás,
os acabáis de proveer de escritura y de todo lo que necesita una ciudad,
después del período habitual de años, os vuelve a caer, como una
enfermedad, un torrente celestial que deja sólo a los iletrados e
incultos, de modo que nacéis de nuevo, como niños, desde el principio,
sin saber nada ni de nuestra ciudad ni de lo que ha sucedido entre
vosotros durante las épocas antiguas.
Por ejemplo, Solón, las genealogías de los vuestros que acabas de
exponer poco se diferencian de los cuentos de niños, porque, primero,
recordáis un diluvio sobre la tierra, mientras que antes de él habían
sucedido muchos y, en segundo lugar, no sabéis ya que la raza mejor y
más bella de entre los hombres nació en vuestra región, de la que tú y
toda la ciudad vuestra descendéis ahora, al quedar una vez un poco de
simiente.
Es
así como comienza la narración sobre la Atlántida, con una mención a
las “muchas destrucciones de hombres” anteriores a la civilización
vigente y a cómo aquellas se perdieron en la oscuridad de los tiempos,
siendo la última destrucción debida a un gran diluvio.
Algo con lo que coinciden tradiciones de otros continentes y épocas.
Por ejemplo, los diferentes soles de que hablan los pueblos americanos,
como mayas y aztecas. Existe una vertiente en la que, según se
desarrolla la evolución del ser humano, éste pierde contacto con su
fuente divina.
Es el mito de una primera edad de oro en la que el hombre aún vivía en el paraíso de los dioses. Por ejemplo, en Asia, de acuerdo a una leyenda recogida en el Avesta persa,
una colección de textos anteriores al zoroastrismo, antes de la nuestra
hubo tres épocas. En la primera, el hombre era puro en su divinidad y
vivía feliz en el paraíso creado por Ahura Mazda; en la segunda, el mal
no logró triunfar; en la tercera, las fuerzas del mal y del bien se
mostraron en equilibrio. Al principio de la cuarta, la nuestra, el mal
venció y ha logrado mantener su supremacía hasta nuestros días.
Por su parte, Hesiodo habla de cuatro mundos anteriores, cada cual
más...
desarrollado que el que le sucede, tras haber desaparecido a causa
de un gran cataclismo. Y el último gran cataclismo es, sin que exista
discrepancia entre las civilizaciones que en el planeta han sido, una
gran inundación.
En el libro Tras las huellas de los dioses, publicado en
1995 por el periodista y escritor Graham Hancock, se recogen los
innumerables mitos de la creación que aluden al gran diluvio. Existirían
más de 500 leyendas acerca de este cataclismo repartidas por el mundo, y
62 de ellas serían completamente independientes de las fuentes hebreas y
mesopotámicas a que estamos acostumbrados en Occidente.
Citaremos
al vuelo, más allá de Noé, algunos breves ejemplos. En Sumeria, la
historia de los dioses Ea, Ishtar y Enlil es contada a Gilgamesh por el
rey Utnapishtim, el Noé sumerio que se salvó en un barco. Según éste,
al comenzar el diluvio, incluso los dioses se asustaron.
En la mitología griega, el diluvio es un castigo de los dioses
después de que Prometeo robara el fuego. Quien se salva en esta ocasión
es Deucalión. En Egipto, lo encontramos en el capítulo CLXXV del libro
de los muertos.
En la antigua Persia, es el dios benevolente Ahura Mazda quien avisa
al humano Yima para que se salve. En América, ésta es la historia del
Coxcoxtli azteca. En la tradición maya, según el Popol Vuh, los dioses
no estaban contentos con el hombre de madera que habían creado y lo
destruyeron anegando la Tierra.
Para los inuit de Alaska, tras la gran inundación aconteció un
terrible terremoto que barrió a toda la humanidad, salvo unos pocos que
consiguieron salvarse en las altas montañas. Lo mismo ocurrió entre los
dakotas, los chickasaws y los sioux.
Junto al diluvio, son varias las tradiciones que coinciden en que los
cielos se oscurecen, el Sol desaparece y el frío es una condición
permanente. Al tiempo, hay anomalías celestes por las que el Sol ataca
la Tierra. También son comunes los volcanes y los terremotos.
Lejos de contemplar los mitos como fantasías, criterio que le debemos
al everismo primero y a los padres de la Iglesia después, la
coincidencia entre tradiciones pareciera obligar a pensar en una
historia de la Tierra codificada en la mitología, el registro de una
catástrofe global que prácticamente aniquiló al ser humano.
Según el historiador griego del siglo I a.C., Diodoro Sículo,
los sacerdotes egipcios de Heliópolis le contaron que, mientras el
resto del mundo era destruido en los tiempos de la gran inundación,
Egipto fue bendecido por los dioses y estuvo menos expuesto a tal
catástrofe, y que posteriormente el calor y la humedad permitieron que
la vida floreciera con mayor esplendor en esa región.
Esta situación de crueldad climática en todo el mundo salvo en las
latitudes correspondientes al valle del Nilo se corresponde,
precisamente, con lo que sabemos sobre el clima al final de la Edad del
Hielo, hace 10.000 años. Los 7.000 años finales de aquella época, entre
el 15.000 y el 8.000 a. C., debieron de ser, a tenor de los contínuos
cambios climáticos y geofísicos, terribles.
Al final de este periodo se produjo la gran extinción del Holoceno. Junto
a las inundaciones debidas a los rápidos deshielos, se sucedieron
fuertes movimientos tectónicos, erupciones volcánicas e inundaciones
periódicas de zonas muy alejadas de la costa, a consecuencia, entre
otros fenómenos, de tremendos tsunamis.
Pero la gran extinción tuvo lugar cuando se comenzaron a registrar
violentos cambios de temperatura. El Ártico, por ejemplo, era una zona
habitable hasta que, en el 11.000 a.C., una glaciación repentina tuvo
lugar.
El Dryas Reciente significó un rápido regreso a las
condiciones glaciares en las latitudes más altas del Hemisferio
Norte entre hace 12.900 y 11.500 años. Esto contrasta con el
calentamiento del deshielo que tuvo lugar en el interestadio anterior.
Estas transiciones duraron aproximadamente una década. Las informaciones
obtenidas de isótopos térmicamente fraccionados de nitrógeno y argón
provenientes de núcleos de hielo de Groenlandia, indican que esta isla
era unos 15 °C más fría que en la actualidad. En las islas Británicas,
los fósiles de escarabajos indican un descenso de las temperaturas
medias anuales de 5 °C y las condiciones periglaciares prevalecían en
las tierras bajas y los glaciares en las tierras altas. Desde entonces,
no ha habido ningún periodo de cambio climático abrupto tan grande,
extendido o rápido.
Continua:
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