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sábado, 1 de diciembre de 2012
EL ESTALLIDO QUE VIENE: ¡LA CLASE POLITICA ES EL GRAN PROBLEMA DE EUROPA!
Lo habrá, tarde o temprano lo habrá. Habrá un estallido social. El
mundo que prometía un bienestar sostenido está roto. Los políticos no lo
ven, o no lo saben o quizá sea que han llegado a ese estado de ceguera,
necedad y estupidez que les impide salir de su discurso hueco, repetido
y refractario. Es el bloqueo del poder partitocrático tal como lo
conocemos. E intuyo que lo que se prepara es el control del estallido.
Como ciudadano pensante podría hacer un análisis negativo, incluso
muy negativo, y no dejaría de ser realista. Pero se impone partir de una
esperanza: la sociedad europea, sobre todo la del sur o medio-sur,
sigue viva, avanza, crece, palpita, mira hacia el horizonte y no se
resiste. Lucha. Esto también es real.
Ahora lo que recorre Europa es una luz. No una de esas luces de final
del túnel, sino una luz pequeña, una ligera claridad, Ilustración: ENRIQUE FLORES
una luz de
linterna que alumbra, por fin, el interior de lo que pasa. Lo primero
que ilumina esa luz es que Europa tiene un problema político que no ha
sabido resolver todavía. Y a esto se añade otro aspecto, trágico: los
serios problemas de ciertos estratos de su población, tales como los
mayores, los jóvenes, los inmigrantes, los parados, etcétera, pendientes
cada uno de su inhóspito y tambaleante futuro. Y esto conduce a nuestro
mayor problema: somos más viejos, somos más pobres, pero los ricos son
más ricos. Hay, pues, un brote agresivo de injusticia y desigualdad.
Aunque surgen recelos por todas partes, y más con el maquillaje del
Premio Nobel de la Paz a la UE (seguro que en Bosnia aún se ríen de esta
broma de mal gusto), hay que reconocer que existe un camino que la
sociedad europea en su conjunto ha recorrido modélicamente, un camino
común hacia una identidad común, un bienestar común y una cultura
diversificadamente común; un camino que no han recorrido por igual los
políticos. Porque ahora hay un abismo entre la sociedad europea y sus
políticos.
Es más, asumamos de una vez, con decisión, que la clase política es
el gran problema que impide modificar la realidad en Europa. ¿Por qué?
Porque los políticos no han contribuido a eliminar los prejuicios de
unos sobre otros, sino que los han aumentado; y tampoco han articulado
los mecanismos reales contra la injusticia, para lo cual, básicamente,
estaban elegidos. Han entregado a los ciudadanos a los bancos, a las
instituciones financieras, a los...
principios inmorales de un capitalismo
sin control. Y esto todos: los políticos de derecha y los políticos de
izquierda. Porque, en este sentido, en la Europa en crisis, derecha e
izquierda han terminado por ser parodias recíprocas. O, lo que es peor,
cómplices de una vieja dramaturgia, la de su propia supervivencia.
Y al no haber una política económica verdaderamente común (salvo la
malhadada monetaria), se han evidenciado, en cada país, las miserias de
esos mismos políticos: la corrupción, la ineptitud, la mala gestión, la
incapacidad práctica e intelectual y el error sistemático. Esto ha
llevado a cuestionar, y más que nunca y con más razones que nunca, su
papel delegado de representatividad.
¿Cuáles son los verdaderos males que aquejan a Europa? A mi modo de
ver, son los siguientes: 1. La fractura del equilibrio económico
sostenible, que requiere actualmente redimensionarse. 2. Las diferencias
entre Estados, aumentadas por la quiebra entre el Norte y el Sur. 3. La
corrupción (tanto en el Norte como en el Sur) tan capilarmente
extendida. 4. La política estandarizada y necia. 5. La codicia
financiera, estimulada por una banca abusiva en extremo. 6. La falta de
futuro nítido. 7. El vertiginoso incremento del paro y el desempleo, que
ha de verse en términos no ya económicos sino de población. Y 8. El
desvío o traspaso de responsabilidades y cargas a las capas más débiles o
clases medias de la sociedad (ciudadanos, profesionales, trabajadores,
parados) y no a la banca, ni a los grandes empresarios ni a la clase
política, con el consiguiente aumento de la injusticia social
generalizada.
Es decir, es imperativo asumir sin eufemismos si existe o no una
respuesta a la cuestión capital de la redistribución de la riqueza y del
sistema productivo y de consumo. Si la respuesta es inequitativa, toda
revolución debería ser inminente. Si es equitativa, ha de formularse una
eficaz respuesta política de carácter legislativo. Estamos lejos de
esto. Porque esto lleva a pensar (y a propugnar) que es necesaria otra
forma de vida, que partiría de esta sencilla pregunta que nadie se hace:
¿por qué las cosas valen lo que algunos dicen que valen y por qué no
valen menos? Es decir, ¿por qué prima la ganancia y el beneficio por
encima de la vida misma?
Se ve venir una crisis de la democracia, tal como la hemos concebido
hasta ahora, y es una crisis sistémica. La representatividad y el modo
de acceso a ella, sobre todo en algunos países, está cuestionada, y con
razón. Es, por tanto, una crisis política. Una crisis en la que otra vez
sobrevuela por Europa el fantasma de la intolerancia, del radicalismo
nacionalista (de izquierda y de derecha), y otra vez se silencian las
voces que, mayoritariamente, se declaran no sectarias, aplicándoles la
categoría de “alternativas”, como estigma de lo que no es una opción
viable. ¡Y ya lo creo que lo es!
Es urgente preguntarse si hay un futuro real para Europa. Y la
respuesta siempre sería positiva, obviamente: hay, sin duda alguna, un
futuro porque la gente existe, la gente vive. Sin embargo, no es tan
fácil. Hay tres escenarios de futuro: uno deseable, otro indeseable y
otro lamentable.
El futuro deseable pasa por una total unión política, la creación de
unos Estados Unidos de Europa reales. Eso permitiría conseguir una
globalidad y una corresponsabilidad económica y social, con la creación
de un plan de crecimiento y racionalización de recursos, producción y
consumo; y no una política de austeridad que suponga la exclusión y la
tortura social. En este sentido, faltan nuevas ideas y nuevos nombres
que las procuren.
El futuro indeseable es aquel que conlleve ruptura de tratados que
garantizan grandes márgenes de libertad, el avance de posturas muy
radicales (ya las hay en Grecia, Finlandia, Hungría, Holanda, Francia…),
la negatividad de la multiculturalidad, es decir, su fracaso, y, sobre
todo, la desvinculación de la sociedad de los millones de parados,
jóvenes en especial, dando por sentada una sobrecogedora falta de
solidaridad.
Pero hay un futuro lamentable que me temo más cercano; un futuro
probable y resultadista. Será el de una Europa sin influencia
estratégica mundial, con grandes carencias en las conquistas sociales,
con un adelgazamiento brutal de la garantía igualitaria que ofrece “lo
público”. Será una Europa en la que cualquier mejoría se anunciará para
plazos cada vez más lejanos, bajo la amenaza de que “lo peor aún está
por llegar”, causando desaliento. Será una Europa dividida en dos, la
que funciona y la que no. Y habrá países de esa Europa fractal en los
que invertir será un chollo: ya se podrá comprar a centavo el dólar, ya
se podrá comprar un país (y lo que contiene) muy barato, aceptando
gustosos una inversión en industrias que exigirán unas condiciones
laborales muy desprotegidas, con sueldos muy bajos. Que la sociedad
vuelva a escalar clases sociales, desde posiciones muy bajas también.
Nos están preparando para esto, para aceptar sin violencia estas
duras condiciones, y para que nos parezcan una necesidad inevitable. No
de otro modo se entiende la gran presión que sufren las clases medias,
una auténtica incertidumbre social, y la brutal represión de todas las
manifestaciones de protesta con el fin de atemorizar. Es decir, se está
controlando el estallido, se está modulando su impacto y su alcance.
Ante todo esto, desolador sin duda, creo que la única esperanza, la
única vía de salida, radica en ir en dirección contraria a la que vamos.
Eso lo saben los políticos. Y si no lo saben, que dejen de ser
políticos, porque solo serán imbéciles.
Adolfo García Ortega es escritor.
Fuente: ELPAIS
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