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martes, 8 de enero de 2013
¿Qué es el sufismo? Kabir E. Helminski
El
Sufismo es menos una doctrina o un sistema de creencias que una
experiencia y una forma de vida. Es una tradición de iluminación que
lleva adelante la verdad esencial a través del tiempo. Tradición que,
sin embargo, debe ser concebida en un sentido vital y dinámico. Su
expresión no debe permanecer limitada a las formas religiosas y
culturales del pasado.
La verdad del Sufismo requiere reformulación y
expresión nueva en cada época.
Esto no
significa que el Sufismo vaya a transigir en su desafío con una sociedad
obstinadamente materialista. Es y seguirá siendo una crítica al
espíritu mundano- gracias al cual nace todo lo que nos hace olvidadizos
de la Divina Realidad. Es y debe ser una vía de escape del laberinto de
una cultura materialista en bancarrota. Más importante, sin embargo, es
una invitación a lo significativo y al bienestar.
El
Sufismo, tal como lo conocemos, se desarrolló dentro de la matriz
cultural del Islam. La revelación Islámica se presentó a sí misma como
la última expresión del mensaje esencial traído a la humanidad por los
profetas de todas las épocas.
El Corán reconoce la validez de 120.000
profetas, o mensajeros, que han venido a despertarnos de nuestro
mezquino egoísmo y recordarnos nuestra naturaleza espiritual. Confirmó
la validez de revelaciones pasadas, al mismo tiempo que aseveraba que el
mensaje original fue a menudo distorsionado en el transcurso de los
siglos.
El
llamado del Sufismo a la universalidad se basa en el amplio
reconocimiento de la existencia de un sólo Dios, el Dios de todas las
personas y de todas las verdaderas religiones.
El Sufismo entiende ser
la sabiduría hecha realidad por los grandes profetas- incluyendo
explícitamente a Jesús, Moisés, David, Salomón, y Abraham, entre otros, e
incluyendo implícitamente a otros seres iluminados innominados de cada
cultura.
En el
mundo Occidental de hoy existen diversos grupos bajo el nombre de
Sufismo. Por un lado, están los que sostienen que no puede existir un
verdadero Sufismo sin la valoración y práctica de los principios del
Islam.
Por otro lado, algunos grupos ignoran más o menos las raices
Islámicas del Sufismo y...
toman sus enseñanzas de más atrás, de Sufis que
pueden o no haber tenido contacto con enseñanzas específicamente
Islámicas. Mas aún, hay quienes aceptan el Sufismo tanto en su esencia
como en su forma, mientras hay otros que son Sufis en la esencia pero no
en la forma. En mi opinión, una valoración y comprensión del Corán, de
los dichos de Muhammad, y del Sufismo histórico es de incalculable valor
para el caminante de la vía Sufí.
Históricamente,
el Sufismo no fue concebido como separado de la esencia del Islam.
Todos sus maestros trazaron su iluminación a través de una cadena de
transmisión que partía en Muhammad. Aunque pudieron disentir con ciertas
interpretaciones del Islam, nunca cuestionaron la validez esencial de
la revelación Coránica, ni fueron fundamentalistas en el sentido de
interpretar rígidamente esa revelación o de desacreditar otras
creencias. Muy frecuentemente ellos representaron los más altos logros
dentro de la cultura Islámica y fueron una fuerza de tolerancia y
moderación.
Durante
catorce siglos la vasta tradición Sufí ha contribuido con un cuerpo de
literatura sin par en la tierra. De algún modo los principios
directrices del Corán, y la heróica virtud de Muhammad y sus
acompañantes generaron un ímpetu que permitió que floreciera una
espiritualidad de amor y consciencia. Aquellos que siguen la vía Sufí
hoy son los herederos de un inmenso tesoro de sabiduría y literatura.
Comenzando
con sus raices en el tiempo de Muhammad, el Sufismo ha crecido
orgánicamente como un árbol de muchas ramas. La causa de la ramificación
ha sido con frecuencia la aparición de un maestro iluminado cuyos
métodos y contribuciones a la enseñanza han sido suficiente para
comenzar una nueva línea de crecimiento. Estas ramas generalmente no ven
a las demás como rivales. Un Sufí, en algunos casos, puede ser iniciado
en más de una rama para recibir la gracia (baraka) y conocimientos de
determinadas órdenes.
Hay poco
cultismo en el trabajo de los Sufis. Los Sufis de una orden pueden, por
ejemplo, visitar las asambleas de otras. Incluso el carisma de un
maestro en particular es siempre considerado desde el punto de vista de
que es íntegramente un don de Dios. El carisma tiene valor en cuanto
puede atar corazones de estudiantes a un ser humano que representa la
verdad de la enseñanza, pero existen muchas salvaguardias para
recordarle a todos que el culto a la personalidad y el orgullo excesivo
por la propia afiliación son formas de idolatría, es decir, un gran
pecado.
Si hay
una verdad central que el Sufismo distingue, es la unidad de ser, el
hecho de que estamos integrados con lo Divino. Esta es una verdad que
nuestra era está en inmejorable posición de apreciar- emocionalmente,
debido a la contracción del mundo gracias a las comunicaciones y el
transporte, e intelectualmente, debido a los desarrollos de la física
moderna. Somos Uno: una comunidad, una ecología, un universo, un ser. Si
es que hay una verdad digna de ese nombre, es que formamos un todo con
la Verdad, que no estamos separados de ella.
La comprensión de esta
verdad tiene efectos en nuestro sentido de quienes somos, en nuestra
relación con los demás y con todos los aspectos de la vida. El Sufismo
tiene que ver con la comprensión de la corriente de amor que corre a
través de toda forma de vida, con la unidad detrás de las formas.
Si es
que el Sufismo tiene un método central, éste es el del desarrollo de la
presencia y del amor. Sólo la presencia puede despertarnos de nuestra
esclavitud respecto del mundo y de nuestros propios procesos
sicológicos, y sólo el amor cósmico puede abarcar lo Divino. El amor es
la más alta activación de la inteligencia, pues sin él nada grande se
lograría, ya sea espiritualmente, artísticamente, socialmente, o
científicamente.
El
Sufismo es el atributo de aquellos que aman. Los amantes son personas
que son purificadas por el amor, libres de sí mismas y de sus propias
cualidades y completamente atentas al Amado. En otras palabras los Sufis
no están inmersos en el servicio por alguna cualidad propia, pues ellos
ven todo lo que son y tienen como perteneciente a la Fuente. Un antiguo
Sufí, Shebli, decía: " El Sufí no ve nada más que a Dios en los dos
mundos."
Este
libro es acerca de un aspecto del Sufismo: la presencia, y cómo se puede
desarrollar esta presencia y usarla para activar nuestras cualidades
humanas esenciales. Abu Muhammad Mutaish dice: “El Sufi es aquel
cuyo pensamiento va al mismo paso que su pie, es decir, está enteramente
presente: su alma está donde su cuerpo está, y su cuerpo donde su alma
está, y su alma donde su pie está, y su pie donde su alma está. Este es
el signo de la presencia sin ausencia. Otros dicen lo contrario: ‘El
está ausente de sí mismo pero presente ante Dios’. No es así: el está
presente consigo mismo y con Dios.”
Vivimos
en una cultura que ha sido descrita como materialista, alienante,
neuróticamente individualista, narcisista, y más aún, vivida con
ansiedad, vergüenza, y culpa. Desde el punto de vista Sufi, la humanidad
hoy en día está sufriendo la peor de las tiranías, la tiranía del ego.
Adoramos innumerables ídolos falsos, pero todos ellos son formas del
ego.
Hay
muchas maneras en que el ego humano puede usurpar incluso los más puros
valores espirituales. El verdadero Sufí es aquel que no reclama para sí
ninguna virtud ni verdad, sino que vive una vida de presencia y amor
abnegado.
Más importante que lo que creemos es la forma en que vivimos.
Si ciertas creencias conducen al exclusivismo, a la hipocresía, y al
fanatismo, el problema está en la vanidad del creyente y no en la
creencia. Si el remedio aumenta la enfermedad, es necesario un remedio
aún más básico.
La idea
de presencia con amor puede ser el remedio más básico para el
materialismo prevaleciente, para el egoísmo, y la inconsciencia de
nuestra era. En nuestra obsesión con nuestros falsos yoes, en nuestro
darle la espalda a Dios, hemos perdido nuestro Yo esencial, nuestra
chispa divina. Olvidando a Dios nos hemos olvidado de nosotros mismos.
Recordando a Dios empezamos a recordarnos nosotros mismos.
Kabir Edmund Helminski
Traducción de Gaston Fontaine
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