Lucifer no es Satán. Sí, eso ya lo hemos dicho, pero es necesario que aquellos que lean estas líneas eliminen de su memoria cualquier referencia que los relacione. Son simple y llanamente, DOS PERSONAJES DISTINTOS. Ahora bien, ¿cómo llegaron a ser unidos en uno solo? Por “culpa” de los Padres de la Iglesia, aquellos que a finales del siglo IV y principios del V, establecieron las bases de lo que sería la ¿Santa? Iglesia Católica Apostólica Romana.
El Creador no podía pasar por alto que Lucifer, aun movido por un gesto noble, se hubiese rebelado contra su palabra. Por ello, le castigó duramente, pero no con la muerte ya que el golpista se había revelado por el amor que sentía por los humanos. Le desterró hasta el fin de los tiempos al planeta tierra, donde sería El Príncipe de Este Mundo y velaría por los intereses de aquellos a quienes había defendido. Ahora es posible que el lector/a se dé cuenta del porqué de su nombre: Portador de Luz (lux; luz-ferre; portar, llevar en el idioma de Julio César). Lucifer quiso traer la luz del conocimiento al mundo, para que así fuésemos racionales y alcanzásemos las cuatro dimensiones que el humano puede alcanzar: la física, la mental, la causal y la austral. Como decimos, diferentes sin ninguna duda a todos los seres de la Creación.
De un modo práctico, todos aquellos primeros cristianos que creyeron en la figura de Jesús de Nazaret como el Mesías y que conocían a su vez el mito de Lucifer, identificaban a Cristo como Lucifer, sin más. Es totalmente lógico, que no se extrañe el lector de esto que decimos. Un autor cristiano del siglo IV, Prudencio, es un ejemplo de ello. Reproducimos el texto de Psychomachia: “Buscad a Lucifer [Cristo], el alimento del dogma celeste, para que multiplicando vuestra esperanza la alimente de vida incorruptible”. Ahí es nada: el Mesías cristiano identificado al igual que la deidad maligna contraria a Dios.
“¿Cómo caíste del cielo, lucero brillante, hijo de la aurora, echado por tierra el dominador de las naciones? 13 Y tú decías en tu corazón: subiré a los cielos; en lo alto, sobre las estrellas, elevaré mi trono y me asentaré en el monte de la asamblea, en las profundidades del aquilón. 14 Subiré sobre las cumbres de las nubes, y seré igual al Altísimo. 15 Pues bien, al seol [nombre de la morada de los muertos] has bajado, a las profundidades del abismo.”
También, en el Apocalipsis 12,7, Juan relata una batalla en el cielo acaecida entre el ángel Miguel y el dragón, la cual reproducimos:
“Hubo una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles peleaban con el dragón, 8 y peleó el dragón con sus ángeles y no pudieron triunfar ni fue hallado su lugar en el cielo. 9 Fue arrojado el dragón grande, la antigua serpiente, llamada Diablo y Satanás, que extravía a toda la redondez de la tierra, y fue precipitado a la tierra”
El autor del Apocalipsis conocía sin duda alguna el texto de Isaías, que adoptándolo a su nueva creencia, lo plasmó en el nuevo escrito y adjudicó los nombres de ‘Satanás’ y ‘Diablo’ a ese lucero que cayó de los cielos, cuando en el Antiguo Testamento habla del rey de Babilonia, como ya dijimos. El ‘dragón’ y ‘la antigua serpiente’ hacen referencia a las creencias milenarias anteriores al cristianismo. Es un hecho que en lugares tan distantes como Perú y Egipto han aparecido jeroglíficos que adoran al reptil y que lo sitúan en los cielos. La comparación es fácil: una serpiente era lo más parecido a un relámpago que, como todos conocen, en su contacto con la tierra puede llegar a producir fuego (de ahí el mito del dragón escupiendo llamaradas por la boca).
Hablando sobre mitos, costumbres y creencias anteriores o coetáneas al cristianismo es necesario hablar del luciferismo como una más de todas esas religiones que por aquel entonces bullían por millares en Oriente y por extensión, en el resto del mundo. El luciferismo era una más, pero con una peculiaridad que la distinguía de la mayoría: su leyenda se parecía demasiado a la de Jesús el Cristo, religión que a partir de finales del siglo I y principios del II se expandía rápidamente. Los creyentes en Lucifer (los humanistas, por llamarlos de alguna manera) comenzaron también a respetar a Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, al verlo como un enviado de aquél quien dotó a la humanidad de la tan necesaria sabiduría –eso sí, después de que Lucifer le venciera– y por ende, a ver también a Jesús de Nazaret como el “regalo” de conciliación del Creador con el antiguo golpista al mandar a su hijo a la tierra, posesión de Lucifer tras haber sido desterrado a ella hasta el final de los tiempos.
Por lógica extensión, el luciferismo yacía sobre la tierra mucho antes que el cristianismo, por lo que supuestamente el cristianismo le debía rendir pleitesía al luciferismo por una sencilla razón: Jesús luchó por la humanidad, pero mucho después de Lucifer que lo hizo al principio de los tiempos (mitológicamente hablando, recordemos). Por lo tanto, ahora teológicamente hablando, Lucifer es el “jefe” de Cristo en la tierra, donde nació como un humano, vivió como un humano y sufrió y murió como un humano en las posesiones del Príncipe de Este Mundo. De ahí la identificación de Lucifer con Cristo en los textos antiguos cristianos; misma misión pero diferente nombre. En primer lugar, los Padres de la Iglesia quisieron absorber el mito de la humanidad de Lucifer en Jesús, por la cual la salvación era universal –el conocimiento es también universal– y así adquirir, como siempre lo han hecho, características de otros dioses para el suyo propio.
Jesucristo era ‘portador de luz’, su supuesto mensaje lo era. Por eso también la adopción de Lucifer para designar a Cristo. Así aparece reflejado en Juan 8,12 “Otra vez les habló Jesús, diciendo: Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no tendrá tinieblas, sino que tendrá luz de vida.” Y esto, sin duda alguna, incurriría en prácticas no deseadas por la jerarquía eclesiástica de la época. Confundir a Cristo con Lucifer llamándole así mismo podría acabar con el cristianismo que ellos querían desarrollar en la Europa post-romana; y como no pudieron absorber el mito de Lucifer en Cristo, demonizaron a la figura mitológica anteponiéndola a Dios y siendo el gobernador del infierno.
Como conclusión, hemos de añadir que la demonología cristiana se basa en el estudio del Antiguo Testamento y en las ocasiones que en dichos textos aparece el Diablo (por ejemplo en la historia del santo Job, cuando Dios habla con Satanás ¿? para poner a prueba a su seguidor más ilustre). Por eso tomaron de Isaías 14,12-15 el relato del intento de ascensión por parte de Lucifer y su posterior caída al inframundo utilizándolo para unir en un solo ente al lucero brillante y a Satanás. Lo vendieron desde los púlpitos como el intento de “golpe de Estado” que Lucifer tramó para ser más que Dios, y no dijeron nunca que tal escrito de Isaías se refería al por aquel entonces rey de Babilonia, como refleja el principio del mismo. Una vez más, la Iglesia católica contó lo que quiso y como quiso para dar forma a la antítesis de Dios y, de paso, eliminar a un competidor directo por las masas como era la religión que existió en honor a La Estrella de la Mañana.
Y es que en la Historia del ser humano ocurre siempre lo mismo: una versión sobre un hecho determinado deriva en muchas versiones diferentes que, desarrolladas por otras personas, viene a ser un “teléfono escacharrado” sobre mitos, leyendas y creencias adoptadas por gente posterior por cientos de años a quienes empezaron a tramar el cuento. Cosas de humanos.
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