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jueves, 18 de febrero de 2010

ARPAS ETERNAS (2)

Os copio parte del  2º correo electronico que nos envia nuestro amigo el Editor D. José Navajas ( http://www.ituci.com/paginas/inicio.php)


Sobre el magnifico libro "ARPAS ETERNAS"


19-02-2010. EN EL MONTE QUARANTANA (1). EL ENCUENTRO DE JHASUA CON JUAN EL BAUTISTA



Si ayer copiaba un trocito del volumen V de Arpas Eternas, fechado en el Año 30 y referido al encuentro del Maestro Jesús con Juan el Bautista, hoy retrocedo al volumen III, al Año 13, y a otro encuentro de los mismos personajes.



Jesús y Juan hablan de una de sus vidas anteriores, Moisés y Elías respectivamente, con lo que a los 13 años, nos están señalando la REENCARNACIÓN.



Las converasaciones y vivencias (sobrenaturales algunas) nos enseñan el motivo de las vidas unidas de ambos. EL AMOR.



Mejor les dejo que lo lean y lo sientan.



Aclaración: Me he permitido hacer dos llamadas en rojo, (1) y (2). Para evitar confusiones las considero necesarias, y son consecuencia de haber leído la obra completa. Esa llamadas tiénen una explicación al final.

...La entrada de Jhasua en el Monte Quarantana fue más emotiva, si se quiere, de lo que fue en los otros Santuarios Esenios. Un esenio con un niño de 13 años salió a recibirles.


Este niño era Jhoanan, el que más tarde sería llamado El Bautista, Profeta del Jordán.


A Jhasua le acompañaban los Terapeutas, José de Arimathea y Nicodemus.


Los niños se quedaron mirándose por un breve instante...


Luego se oyó esta doble exclamación, al final de la cual, la hermosa cabeza rubia de Jhasua con la negra retinta de Jhoanan, se confundían en el estrecho abrazo de los dos escogidos del Señor:


-¡Jhasua!...



-¡Jhoanan!...


-Los ancianos os esperan en el estrado – dijo el esenio que les había recibido.


Pero los niños no se movieron.


Cuando aquellas dos hermosas cabezas se separaron, todos vieron que había gotas de llanto que pugnaban por desbordarse y correr...


Jhoanan fue el primero en hablar.


-Yo te había visto en sueños esta noche llegando a mí, tal como lo has hecho.


-Mi madre me había dicho al salir para aquí: En las montañas de Judea tienes un primo, niño como tú, cuya madre antes de morir tuvo revelación de que sería un gran siervo de Dios.


Y no bien te vi, ya supe que tú eres ese niño.


Los Terapeutas y el Esenio portero sabían que Jhoanan era la reencarnación de Elías y como es natural lo pensaron en aquel instante.






Ambos niños corrieron hacia los establos que ofrecían en verdad un pintoresco aspecto.


Cabras y cabritillas, trepados a los peñascos salientes y perdidos entre grandes colgaduras de musgos, cenicientos, amarillos y verdosos formaban todo un conjunto tan agradable y único, que Jhasua se encontraba como en un paraíso.


El correr de las cabritillas y sus descomunales saltos, desde los erizados peñascos, le divertía grandemente.


-Dichoso tú Jhoanan, que tienes para ti toda esta alegría de vivir -le decía a su amiguito- mientras que yo debo estar aquí tan sólo ocho días.


-Y en tu casa de Nazareth ¿no hay también alegría de vivir?- le preguntaba Jhoanan compadecido de Jhasua.


-Es que aquello no es esto – contestaba el niño – Mi padre y mis hermanos mayores (2) están absorbidos por el taller y

respectivas familias. Ana y Jhosuelin que están solteros, son ambos melancólicos y están siempre pensando en cosas que yo no entiendo. Mi madre es la única que trata de hacerme alegre la vida, pero como tiene muchas ocupaciones, vive absorbida por ellas.


-Además, allí no puedo tener sino dos o tres corderitos y algunas palomas, porque estropearían las hortalizas y plantaciones, y claro está, eso no es justo.

-Mira Jhasua: tengo una idea.

-Dila.

-Que todas las veces que vengáis para las fiestas de Pascua, te traigan hasta aquí, y que pases aquí algo así como vacaciones después de la escuela.

-¡Oh que idea mas linda! Llevemos al rebaño a pastorear y al abrevadero y luego trataremos el asunto con mis dos amigos y con los Ancianos.

-¿Sabes Jhoanan una cosa?

-Si me lo dices...

-Que por palabras sueltas oídas por casualidad, he sacado yo deducciones...

-¿De qué y por qué? Habla Jhasua.

-Que tú y yo traemos misiones importantes a cumplir en este mundo por mandato de Jehová. Yo sé que tú y yo hemos vivido muchos siglos antes de ahora y que hemos vivido muchas veces antes de ahora.

-¿Cómo lo sabes? Preguntó Jhoanan.

Por las instrucciones que los Ancianos del Monte Carmelo me han dado.

-Oh, que viejos somos...-exclamó Jhoanan- Y eso que parecemos niños.

-Y niños somos en la materia que revestimos, tantas veces fuimos niños arrullados en nuestro sueño por una madre que meció nuestra cuna...Oh las madres... las maravillosas madres que aman siempre...que sufren siempre y esperan siempre...

-Que extraño estás Jhasua...parece que te hubieras transformado en un Anciano como los Esenios.

-Es que ahora te habla mi Yo interno que ha vivido largas edades...

-Pero tú sabes muchas cosas, Jhasua...-exclamó Jhoanan- ¿Por qué yo no las sé?

-Ahora las sabrás en los días que yo estoy aquí. ¿Tienes miedo de Elías, Profeta del cual corren tan espeluznantes tradiciones?

-No tengo miedo ninguno, pues por las escrituras sé que fue un Profeta de Jehová, que en su nombre hacía justicia sobre los poderosos y malvados.

-¡Elías eras tú mismo!

-¿Yo?...¿has dicho que yo?

-Sí, tú, y esto lo he oído en el monte Tabor, mientras los Ancianos hacían evocación a Jehová para que les enviase luz divina con sus mensajeros celestiales.

-¿Y que pasó?

-Ellos creían que yo dormía porque me vieron quieto...muy quieto. Y era que yo no podía moverme como si hubiera perdido el movimiento de mi cuerpo. Más mi mente estaba lúcida y atenta. A la oración ferviente de los Ancianos, les respondió Jehová con una visión que parecía una llama de fuego. Poco a poco se fue dibujando una silueta humana y era Elías Profeta que habló de que se acercaba la hora del gran apostolado de Jhasua y de Jhoanan, hoy niños ambos.

-Oh Jhasua...no sé como comprender lo que me has dicho…

-Antes de dudar, Jhoanan pensemos un poco. Los Ancianos me enseñaron como se piensa de acuerdo con la razón. Cuando tú duermes ¿qué hace la parte activa y principal de ti mismo, o sea el alma, inmaterial y vibrante como un rayo de luz?

-¿Que sé yo lo que hará?... ¡Dormirá también!...

-No, Jhoanan, no duerme, porque sólo duermen los cuerpos orgánicos que necesitan descanso para el sistema nervioso. El alma queda libre durante el sueño y puede ir a donde la Ley Divina le permite. La noche aquella de que te hablé, seguramente dormías aquí, y tu alma desprendida de la materia fue al Tabor donde los Ancianos llamaban a lo Infinito.

-Cuando han explicado las Escrituras a los Esenios del grado primero, me han mandado escuchar y yo he oído que Elías Profeta vendrá antes que el Mesías Salvador de Israel- dijo Jhoanan pensativo.

-Tú me dices ahora que estás convencido que soy Elías que ha vuelto a la vida, entonces tú ¿quién eres que siendo más pequeño que yo, sabes tantas cosas?...Jhasua...¿quién eres tú?

Y Jhoanan devoraba con sus brillantes ojos negros a Jhasua cuya mirada seguía perdida en las lejanías...

-Yo soy Moisés, que ha vuelto con una ley nueva para los hombres: “La Ley del Amor Universal”.

¡Sin saber por qué los dos niños se abrazaron con una emoción indescriptible!.

¡Moisés y Elías!...las dos grandes figuras de la epopeya final del Cristo Redentor, transformadas para esa hora, en Jesús de Nazareth y Juan el Bautista.

-¿Qué pasa aquí que os abrazáis tan desesperadamente?- dijo de pronto junto a ellos la voz de Nicodemus que seguido de José y el Esenio portero, buscaba a los niños cuya tardanza les causaba extrañeza.

-No pasa nada -contestó Jhasua- sino que estamos recordando nuestra amistad antigua y la ternura nos ha rebosado del pecho, ¿para qué nos queréis?

-La leche y las castañas asadas están humeantes sobre la mesa. ¿No queréis desayunar con nosotros?

-Vamos allá -dijeron ambos niños- siguiendo a Nicodemus.

El día pasó sin incidentes notables, pero esa noche a primera hora, Jhoanan se acercó al Servidor del Quarantana y muy sigilosamente le dijo:

-Jhasua quiere que yo vaya con él a orar a Jehová en el Santuario, ¿nos dejáis?

-¿Y por qué no? Vuestro deseo me hace pensar que el Señor os está llamando con determinados fines. No podemos poner trabas al Dueño de todas las cosas. Id pues, hijos míos.

Y el Anciano al hablar así, obedeció a los anuncios de uno de los Esenios de Moab que recibió esa mañana, a fin de que, durante todo el día dejasen a ambos niños en completa libertad de acción, pues las Inteligencias Superiores realizaban trabajos para que se manifestara al exterior su verdadero Yo, no por medio de la hipnosis, sino en plena conciencia.

Cuando Jhasua se encontraba en el Santuario vieron que fue a postrarse al centro, delante de las Tablas de la ley, copia igual al viejo original que conservaban en el gran Santuario de Moab. Jhoanan le había seguido, y junto a él se postró también. Ambos se pusieron luego de pie, y acercándose al atril de encina, donde estaban las Tablas de la Ley, quedáronse unos instantes quietos como estatuas de piedra. La luz dorada del gran candelabro que pendía de la techumbre daba de lleno sobre los rostros de ambos niños, clavados con insistente fijeza sobre aquellas piedras grabadas hacías más de diez siglos. Vieron que colocó el índice de su diestra sobre aquel versículo final que dice:

“Estos diez mandamientos se encierran en dos: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.

Y con una vibrante y sonora voz que no parecía salir de aquel cuerpecito oyéronle decir:

-¡Jhoanan!...Acabo de descubrir que a esto, solo a esto, hemos venido tú y yo a la Tierra, en esta hora de la humanidad. Mira Jhoanan, mira. Y continuaba marcando con su dedito rosado, firme como un punzón de hierro aquellas inflexible palabras:

“Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.

Una extraña y fosforescente claridad iluminó aquellas frases que Jhasua tocaba con su dedo, hasta el punto de hacerlas visibles a la distancia en que se hallaban los espectadores silenciosos. La gruta se llenó bien pronto, pues fueron llamados todos los Ancianos a presenciar el espectáculo. La fosforescencia de las frases se fue tornando en un hilo de fuego que las agrandaba más y más, hasta que aquellas frases llenaron por completo esa parte del Santuario donde estaban los libros de los profetas, por encima de los cuales se extendía la radiante claridad como una llama viva.

-¡Esto es todo Jhoanan!...¿lo ves? ¡esto es todo! –continuaba diciendo la voz sonora de Jhasua-. Cuando cada hombre en esta Tierra ame a su Dios sobre todas las cosas, y a sus semejantes como a sí mismo, todas las otras leyes sobran porque ésta lo encierra todo.

-Echas fuego de tu mano, Jhasua- exclamó casi espantado Jhoanan. Retira tu dedo porque consumirás así las Tablas de la Ley...

-No, no. El fuego que ardió en la zarba de Horeb ante Moisés un día, arde ahora nuevamente para consumirlo todo...los templos, los altares, los dioses, los símbolos, porque una sola cosa debe quedar en pie después de haber brillado esta llamarada ardiente: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.

-Todo lo demás es hojarasca seca que se lleva el viento, es flor de heno que se torna en polvo al correr del tiempo y de la vida...

-¿Lloras Jhoanan?...¿Por qué lloras?

-Porque tu fuego ha quemado los velos que me escondían las cosas que pasaron, y vuelvo a vivir tu sacrificio, como si de nuevo bebiera tu sangre y la mía derramadas juntas en aras de la humanidad. ¿Hasta cuando, Jhasua hasta cuando?...

-Hasta la hora presente que es para mí la final, la que marcará la apoteosis, y será la más ignominiosa de todas mis muertes.

-¡Eres Elías!...¿el terrible Elías que esgrimía rayos de fuego en sus manos y hacía temblar de espanto a los tiranos y a los malvados, y lloras ahora Jhoanan, lloras ahora?...

-Aquí no están los tiranos ni los malvados, Jhasua...querubín del séptimo cielo. Aquí estas tú, cordero de Dios, y tu ternura me invade como una ola gigante que sacude mi ser, estremeciéndolo de horror y de espanto...

Jhoanan abrió sus ojos como presa de un deslumbramiento súbito, y sin poder pronunciar ni una sola palabra, exhaló un profundo gemido y cayó exánime sobre el pavimento. Este clamor y el ruido de la caída, cortaron la corriente de luz, de amor, de sabiduría infinita, y Jhasua, se vio de nuevo con su debilidad de niño que teme de todo y por todo, y arrojándose también al suelo junto a su amiguito sollozaba amargamente:

¡Jhoanan!...no te mueras Jhoanan...¿quién me acompañará a llevar las cabritillas al abrevadero y a pastorear? Y cubría de tiernos besos la helada frente del niño desmayado.

Entonces los Esenios salieron de su escondite y corrieron hacia ambos niños. José y Nicodemus levantaron a Jhoanan y le condujeron a su lecho, mientras los Ancianos consolaban a Jhasua que seguía repitiendo:

-¡Jhoanan, no te mueras!...yo quiero que no te mueras...

-Calma hijito, calma- le decía el Gran Servidor que le había levantado en abrazos y le estrechaba sobre su corazón. Jhoanan sólo está desvanecido, y pronto le verás perfectamente bien.

Y pasando de brazo en brazo como cuando era muy pequeñito, llegaron al gran comedor donde el fuego del hogar semi consumido, sólo dejaba ver un montoncito de ascuas que brillaban en la penumbra.

La ola de amor había consumido la ola de espanto, y Jhasua iba olvidando todo cuanto había ocurrido. El Gran Servidor hizo sobre sus labios, la señal de silencio porque tuvo la intuición que el niño iba a quedarse dormido.



(1). El Monasterio Esenio del Monte Quarantana fue uno de los 9 en los que Jesús se formó antes de su Vida Pública. Un Monasterio Esenio por cada una de sus Encarnaciones Mesiánicas (9) de esta Civilización. La 1ª fue como Abel, justo después del Diluvio.

Pero eso saldrá con todos los detalles en su momento

(2). Los hermanos de los que habla son hermanos de padre, del primer matrimonio de José antes de enviudar. A Jhosuelin estuvo muy unido. Eso también saldrá más adelante.

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