visitantes por allí. Pero, además, tiene un carisma especial. Sus palabras, sus conocimientos, su sabiduría, su humildad…emana afecto, calor y sus mensajes parecen brotar, directamente, del corazón y encajar en cada receptor como si conociese sus historias más recónditas.
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miércoles, 3 de agosto de 2011
PEDRO ESPERANZA: CUENTO
La tormenta se ha alejado y en el aire flota el eco de los últimos truenos. La tierra huele a húmeda y los pájaros han suspendido sus trinos. El horizonte limpio y despejado y, al oeste, un camino serpentea entre abedules y castaños.
Una figura solitaria avanza hacia un pequeño pueblo de montaña. Es de aspecto jovial y de ligero equipaje, apenas un pequeño macuto. Se aloja en la pensión y se dispone a pasar unos días por aquellos parajes.
Enseguida entabla amistad con los lugareños. No es muy frecuente el paso de...
visitantes por allí. Pero, además, tiene un carisma especial. Sus palabras, sus conocimientos, su sabiduría, su humildad…emana afecto, calor y sus mensajes parecen brotar, directamente, del corazón y encajar en cada receptor como si conociese sus historias más recónditas.
visitantes por allí. Pero, además, tiene un carisma especial. Sus palabras, sus conocimientos, su sabiduría, su humildad…emana afecto, calor y sus mensajes parecen brotar, directamente, del corazón y encajar en cada receptor como si conociese sus historias más recónditas.
No tiene lugar de origen ni destino fijado. Es un espíritu libre, errante y aventurero. No le pesa el pasado ni le preocupa el futuro, vive el presente como un instante único e irrepetible y desborda alegría y entusiasmo.
Tanto mayores como pequeños gustan de su compañía y de sus conversaciones.
No tiene dobleces de ningún tipo ni conoce la mentira, dice lo que piensa con tal habilidad que, hasta la verdad más incómoda, es acogida con buena aceptación.
Un vecino le cede una casa para que se quede una temporada y él acepta.
Desde su llegada las cosechas parecen haber mejorado, han florecido los setos y los árboles y se respira un ambiente más fraterno entre los habitantes del pueblo. En su presencia, las personas se sienten aliviadas, física y emocionalmente, como si fuese un hombre medicina. Cada vez se hace más popular y más querido entre los habitantes del pueblo…pero en todos los jardines se abre camino la maleza.
Llega a oídos del alcalde. Persona autoritaria y mezquina que se crece en el poder y la tiranía y empieza a avivarse en su corazón la envidia y el miedo a ser desplazado. Hace las gestiones oportunas para perseguirlo, sin descartar la mentira y la calumnia, y consigue encerrar a Pedro Esperanza, así conocido por la gente.
Al principio lo apoyan y defienden, pero, luego se repliegan por la presión ejercida contra los cómplices de un “fuera de la ley” como ha decidido etiquetarlo el alcalde.
Pero ocurre algo fantástico; por cada día que Pedro pasa preso, brotan jazmines blancos de las paredes de la prisión y emanan un olor tan intenso que no dejan conciliar el sueño al alcalde que vive en una calle más arriba, en una suntuosa mansión. Manda, pues, que rocíen con herbicidas y destruye todo atisbo de vida vegetal en el edificio.
Entonces, empiezan a reproducirse y a multiplicarse unas luciérnagas que encienden la noche más oscura con una brillante luz que no deja dormir al alcalde. A la mañana siguiente, ordena que la prisión sea fumigada con insecticida.
Lo más curioso y contra lo que no puede hacer nada, es que sueña con Pedro, ve su imagen en sueños y le llegan sus pensamientos de vida que contrastan, de forma dolorosa, con su oscuro y siniestro interior.
Y, cuando decide deshacerse de él, una bandada de garzas blancas sale del interior de la celda, al abrir la puerta, tumbando a los guardias y al alcalde mismo en una mezcla de desconcierto y asombro. Y en el camastro donde descansaba Pedro Esperanza, una rosa blanca y ningún rastro de su presencia física.
Las garzas vuelan a lo más alto de un cielo azul intenso, elevando con su vuelo el corazón de todos los vecinos que reciben alas para no permitir más opresión y que despiertan sus conciencias dormidas desde hacía eones de tiempo. Y ningún alcalde tirano pudo gobernar, nunca más, en esa comunidad humana.
Mª Antonia Fernández
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