Los alimentos procesados no están fabricados con el objetivo de calmar nuestro apetito. Más bien todo lo contrario, arranca el galardonado periodista: “Su procesamiento está pensado para lograr el vínculo perfecto entre el consumo de estos alimentos y la sensación de bienestar, al activar mecanismos cerebrales que nos hacen dependientes” y aumentar así los beneficios de las multinacionales de la alimentación. Sal, azúcar y grasas son la tríade de sustancias indispensables en todos estos alimentos, cuya composición se ve alterada químicamente y su cantidad se adapta según el país y la edad de los consumidores objetivos.
Los aditivos de la discordia
“El punto de la felicidad”, como denomina Moss a estas fórmulas, no solo aumenta el riesgo de sufrir sobrepeso u obesidad, sino que incrementa las posibilidades de contraer diabetes, asma y...
hasta esclerosis múltiple, según los estudios de referencia que maneja el periodista. Durante los tres años que empleó para elaborar la investigación, Moss consiguió acceder a buen número de CEOs de las grandes compañías de alimentación. Varios de ellos accedieron a su petición de probar los productos antes de ser modificados o con variaciones en las cantidades de grasa, sal o fructosa. De las galletas con menos cantidad de sal decía que sabían a paja, se masticaban como si fuesen cartón y no tenían ningún gusto. Definitivamente, “la sal que utilizan tiene poderes milagrosos en el procesado”, ironiza.
La sal, al igual que el azúcar, también es refinada para potenciar su sabor y acelerar su metabolización. “Una práctica que lleva más de dos décadas utilizándose para elaborar las patatas fritas, y el principal ‘truco’ que las hace irresistibles”.
No se trata solo de las grandes cantidades de sal. La utilización de jarabe de maíz alto en fructosa, como sustituto del azúcar, está incluido en la mayoría de estos productos. Una sustancia que desactiva la zona del cerebro encargada de regular el apetito. Así se reducen los niveles de las hormonas de la saciedad, provocando más hambre de la habitual.
La defensa de la industria alimentaria
Las sensaciones que provocan los alimentos y los sentidos que despiertan también estarían controladas por algunos de los fabricantes, a los que Moss cita en su libro. Por ejemplo, para mejorar la sensación gustativa al masticar “se modifica la distribución y la forma de los glóbulos de grasa en los alimentos”. Todo ello para que la grasa actúe sobre el nervio trigémino y envíe esta información directamente al cerebro, de forma que lo “engaña” potenciando la sensación gustativa.
Los responsables de las multinacionales de la alimentación a las que se alude en el polémico libro de Moss no se han quedado callados ante sus acusaciones. Con los resultados de varios estudios científicos en la mano, han contraatacado manifestando que no existe evidencia alguna de que sus alimentos produzcan adicción, ya sea a un producto procesado o a un aditivo en concreto. Asimismo, negaron que se existiesen pruebas convincentes de que demuestren que las personas con sobrepeso u obesidad sufran algún tipo de adicción a la comida.
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