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sábado, 24 de mayo de 2014
Las Razas Si Existen
Publicado
Aristóteles afirmaba que: “en cualquier estado, la armonía y la democracia no son posibles más que si existe una homogeneidad y una connivencia étnicas, un parentesco cultural y racial”. Hoy en día la negación de la raza en la comunidad científica es tan normal como la negación de la homosexualidad como patología mental en la comunidad psicológica.
Inclusive se utiliza como argumento que “puede existir más diferencia genética entre dos blancos que entre un blanco y un no-blanco”. Se nos plantea así un raro escenario donde, mientras la raza es negada al público, la ciencia avanza en la investigación del ADN humano para producir avances médicos basados en las cadenas genéticas individuales de cada raza.
Es notable cómo en todo el mundo, y más aún en los EEUU, la policía utiliza el análisis de ADN para detectar no sólo la raza de un criminal, sino también la sub-raza y posibles mestizajes, para obtener el perfil físico. A pesar de que se usa regularmente y ayuda a resolver muchísimos crímenes de forma exitosa, este método, por supuesto, está intentando ser prohibido constantemente por organizaciones anti-racistas, algunas veces alegando racismo otras veces alegando que las razas no existen.
Si fuera verdad que la raza no existe, ¿cómo puede entonces utilizarse el ADN para identificar racialmente y de forma tan precisa a una persona? ¿Cómo puede utilizarse el ADN para diseñar tratamientos médicos individuales para diferentes personas de diferentes razas? Si la raza no estuviera científicamente probada, entones se podría acusar a la policía y a la...
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A nadie puede pasársele por la cabeza que las razas de perros no existan. Nadie en su sano juicio puede negar que los caniches y los ovejeros belga son dos grupos bien definidos, como tantos otros. Ni que sus características no son sólo morfológicas, también el temperamento, la inteligencia y otras cualidades van asociadas a la raza del animal. Tampoco a ningún ser humano se le escapa que la existencia de las razas está sustentada por la naturaleza, o sea que es un fenómeno palmariamente biológico, no social.
Pero el movimiento igualitarista es pesado. Y a quienes osan manifestar oposición a estas ideas tan “democráticas” suele tildárselos de racistas, sexistas, cuando no de fascistas. La no existencia de razas humanas ha tenido tanta propaganda que muchos biólogos sensibles, y sobre todo aquellos que odian el racismo, se tentaron de comprarla y lo hicieron con cierta ligereza uniéndose automáticamente al club de los progresistas.
La negación de las razas, vestida de progresismo, suele estar acompañada por varias posturas que tienen que ver con cuestiones no menores como por ejemplo el sexo (se plantea la igualdad entre hombres y mujeres, y quien se oponga será sexista), también con la personalidad y la inteligencia (afirman que no son heredables, que sólo dependen del entorno social), y con la genética en general (denuncian un presunto determinismo biológico y cierto reduccionismo). Todas estas cuestiones están juntas en un movimiento de igualitarismo que afirma que “todos los seres humanos son iguales, las diferencias las produce la cultura”.
En una edición de 1997 del American Anthropologist, que publica la Asociación Antropológica Americana, el judío Gelya Frank escribe que la antropología igualitarista americana es tan completamente judía que debería ser calificada como “una parte de la Historia Judía”. Frank llega a admitir que la antropología está al servicio de un programa social y que su objetivo se enfoca en los antropólogos judíos que están “motivados en convertir las teorías multiculturales en programas para el activismo”.
El antropólogo judío sionista Jared Diamond durante años pregonó que las razas “en realidad no existen”, que “son una construcción social” y que “no hay base genética para la raza”. Sin embargo, en un artículo del Smithsonian, Diamond expresa su entusiasmo al saber que, por medio de los estudios del ADN, Israel puede identificar quién es realmente un judío. Es decir que, según Diamond, el ADN no puede identificar a los europeos, a los asiáticos, a los amerindios, a los africanos, a los palestinos, pero, “gracias a Dios” el ADN sí puede identificar a los judíos.
Desde 1932 empezaron a aparecer libros de texto universitarios de introducción a la Antropología Física que negaban y rechazaban la validez del concepto de raza. Antropólogos judíos como Ashley Montagu, Franz Boas y Claude Levi-Strauss, así como biólogos judíos como Richard Lewontin, y posteriormente, Stephen Jay Gould, fueron los primeros en cuestionar el concepto de raza.
Tras la caída del Tercer Reich y debido a la posterior campaña política de desprestigio contra el Nacionalsocialismo, el concepto de raza comenzó a ser marginado y dejó de ser utilizado. Algunos sociólogos marxistas comenzaron a enarbolar la falsa idea de que las múltiples teorías sobre la raza fueron hechas como forma de “justificar el colonialismo y expansionismo europeo”, sin considerar que el expansionismo nunca necesitó justificaciones ante nadie, pues era un hecho aceptado por todos, menos aún cuando se venía practicando desde hace siglos.
A mediados de la década 1950, con el auge del marxismo cultural y la corrección política, la UNESCO recomendó sustituir la noción de raza humana, considerada “no científica” y “confusa”, por el término de “etnia”, que se refiere en realidad a las comunidades humanas definidas por afinidades raciales, y culturales (lingüísticas, religiosas, etc.), a la vez que se negaba que la especie humana se subdividiera en subespecies, convirtiéndose así en una extraña excepción en la naturaleza.
Hacia 1972 Richard Lewontin realizó un estudio genético en humanos y proclamó que si uno miraba genes en vez de caras, las diferencias entre un africano y un europeo serían apenas mayores que las encontradas entre cualquier par de europeos. La conclusión de esto es que las razas humanas, biológicamente, no significan nada y no hay ninguna justificación para que el concepto de raza humana persista. Años más tarde, agregó que la noción de raza es una construcción social basada en el poder socioeconómico. Estas afirmaciones “políticamente correctas” fueron fácilmente aceptadas y todos escucharon lo que querían escuchar.
Las declaraciones oficiales de la ciencia se proclamaron en sintonía. La revista Nature Genetics dijo en un editorial que “la raza no tiene base biológica”. La revista Science sostuvo en un artículo que “el mito de que las ‘razas’ tienen diferencias genéticas importantes no tiene valor alguno luego de lo demostrado por la evidencia genética”. La propia UNESCO proclamó: “las razas son más un mito social que un fenómeno biológico”.
Pero el error de Lewontin es bastante elemental, por no decir grosero. El chimpancé es el animal evolutivamente hablando más parecido al hombre y nos parecemos en un 98,4%, luego la diferencia es de 1,6%. El pequeño porcentaje de variación genética que existe entre el chimpancé y el ser humano es suficiente para generar las abismales diferencias físicas entre estas dos especies. El problema radica en que las variantes genéticas van correlacionadas en haplotipos (combinación de genes en un orden y lugar específico), y esa correlación es la información genética que a Lewontin se le escapó.
La correlación es más importante que la propia cantidad de diferencia genética, podrían ser los mismos genes, pero al estar en un orden y lugar diferente producen efectos diferentes. Hay una muy significativa diferencia en la expresión de los patrones genéticos del hombre y del chimpancé, no en los genes en sí. Las mínimas alteraciones en un único gen son probablemente la razón principal por la que los humanos pueden hablar y los simios no. Cambios pequeños tienen enormes consecuencias.
Se suele decir que la diferencia genética entre el ADN de las razas humanas es de 0,01%, con lo que se impone la falsa idea de que “las diferencias físicas y genéticas en las poblaciones humanas son lo suficientemente insignificantes como para clasificarlas como diferencias raciales”. Pero si menos del 2% de diferencia entre el genoma humano y el del chimpancé pueden producir extraordinarias diferencias físicas y mentales, del mismo modo pequeñas variaciones entre las razas tienen importantes resultados.
En 2002, un estudio llevado a cabo en las universidades de Southern California y de Stanford, mostró que de una muestra de gente tomada de todo el globo y ordenado por similitud genética de unos centenares de genes por medio de una computadora, o sea, a ciegas, se obtienen básicamente cinco grupos humanos coincidentes con las principales razas tradicionales: europea, africana, asiática, polinésica y amerindia.
El biólogo evolutivo de la Universidad de Reading, Mark Pagel era uno de los científicos que pensaban que las razas humanas no existían, Pagel ha cambiado totalmente de opinión diciendo: “Hay una censura muy intensa en la manera que se nos permite pensar y hablar de la diversidad de gente en la Tierra. Oficialmente, somos todos iguales, no hay razas. Erróneo. Como las viejas ideas sobre la raza, los estudios modernos sobre el genoma revelan un panorama sorprendente, apasionante y diferente de la diversidad genética humana”.
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