…Aquel pueblo, que habitaba la península ibérica desde tiempos inmemoriales, lo denominaré, para simplificar, “ibero” en adelante, sin que ello signifique adherir a ninguna teoría antropológica o racial moderna: la verdad es que poco se sabe actualmente de los iberos pues todo cuanto a ellos se refería, especialmente a sus costumbres y creencias, fue sistemáticamente destruido u ocultado por nuestros enemigos. Ahora bien, en la Época en que conviene comenzar a narrar esta historia, los iberos se hallaban divididos en dos bandos irreconciliables, que se combatían a muerte mediante un estado de guerra permanente.
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sábado, 29 de noviembre de 2014
LOS IBEROS Y SU PACTO CON LOS ATLANTES BLANCOS
…Aquel pueblo, que habitaba la península ibérica desde tiempos inmemoriales, lo denominaré, para simplificar, “ibero” en adelante, sin que ello signifique adherir a ninguna teoría antropológica o racial moderna: la verdad es que poco se sabe actualmente de los iberos pues todo cuanto a ellos se refería, especialmente a sus costumbres y creencias, fue sistemáticamente destruido u ocultado por nuestros enemigos. Ahora bien, en la Época en que conviene comenzar a narrar esta historia, los iberos se hallaban divididos en dos bandos irreconciliables, que se combatían a muerte mediante un estado de guerra permanente.
Los motivos de esa enemistad no eran
menores: se basaban en la práctica de Cultos esencialmente contrapuestos, en la adoración
de Dioses Enemigos. Por lo menos esto era lo que
veían los miembros corrientes de los pueblos combatientes. Sin embargo, las causas eran más
profundas y los
miembros de la Nobleza gobernante, Reyes y
jefes, las conocían con bastante claridad.
Según se susurraba en las cámaras
más reservadas de las cortes, puesto que se trataba de un secreto
celosamente guardado, había sido en los días posteriores al Hundimiento de la
Atlántida cuando, procedentes del Mar Occidental, arribaron a los continentes
europeo y africano grupos de
sobrevivientes pertenecientes a dos Razas
diferentes: unos eran blancos, semejantes a los miembros de mi pueblo, y
los otros eran de tez más morena, aunque sin ser completamente negros como
los africanos.
Estos grupos, no muy numerosos, poseían conocimientos
asombrosos, incomprensibles para los pueblos continentales, y poderes
terribles, poderes que hasta entonces sólo se concebían como atributos de los Dioses.
Así pues, poco les costó ir dominando a los pueblos que hallaban a su paso. Y
digo “que hallaban a su paso” porque los Atlantes no se detenían jamás
definitivamente en ningún lugar sino que constantemente avanzaban hacia el Este. Más
tal marcha era muy lenta pues ambos grupos se hallaban abocados a muy
difíciles tareas, las que insumían mucho tiempo y esfuerzo, y para concretar
las cuales necesitaban el apoyo de los pueblos nativos.
En realidad, sólo uno
efectuaba la tarea más “pesada” puesto que, luego de estudiar prolijamente
el terreno, se dedicaba a modificarlo en ciertos lugares especiales mediante
enormes construcciones megalíticas: menhires, dólmenes, crómlechs, pozos,
montes artificiales, cuevas, etc.
Aquel grupo de “constructores” era el de Raza
blanca y había precedido en su avance al grupo moreno. Este último, en cambio,
parecía estar persiguiendo al grupo blanco pues su desplazamiento era aún más
lento y su tarea consistía en destruir o alterar mediante el tallado de ciertos
signos las construcciones de aquellos.
Como decía, estos grupos jamás se detenían
definitivamente en un sitio sino que, luego de concluir su tarea,
continuaban moviéndose hacia el Este.
Empero, los pueblos nativos que
permanecían en los primitivos solares ya no podían retornar jamás a sus antiguas
costumbres: el contacto con los Atlantes los había trasmutado culturalmente; el
recuerdo de los hombres semidivinos procedentes del Mar Occidental no podría
ser olvidado por...
milenios. Y digo esto para plantear el caso improbable de que
algún pueblo continental hubiese podido permanecer indiferente tras su partida:
realmente esto no podía ocurrir porque la partida de los Atlantes no fue nunca
brusca sino cuidadosamente planificada, sólo concretada cuando se tenía la
seguridad de que, justamente, los pueblos nativos se encargarían de cumplir con
una “misión” que sería del agrado de los Dioses.
Para ello habían trabajado pacientemente sobre
las mentes dúctiles de ciertos miembros de las castas
gobernantes, convenciéndolos sobre la conveniencia de convertirse en sus
representantes frente al pueblo.
Una oferta sería difícilmente rechazada por
quien detente una mínima vocación de Poder pues significa que, para el pueblo, el
Poder de los Dioses ha sido transferido a algunos hombres privilegiados, a algunos
de sus miembros especiales: cuando el pueblo ha visto una vez el Poder, y
guarda memoria de él, su ausencia posterior pasa inadvertida si allí se
encuentran los representantes del Poder. Y sabido es que los regentes del Poder
acaban siendo los sucesores del Poder.
A la partida de los Atlantes, pues,
siempre quedaban sus representantes, encargados de cumplir y hacer cumplir la
misión que “agradaba a los Dioses”.
¿Y en qué consistía aquella misión?
Naturalmente, tratándose del compromiso contraído con dos grupos tan
diferentes como el de los blancos o los morenos Atlantes no podía referirse
sino a dos misiones esencialmente opuestas.
No describiré aquí los objetivos
específicos de tales “misiones” pues serían absurdas e incomprensibles para Ud.
Diré, en cambio, algo sobre las formas generales con que las misiones
fueron impuestas a los pueblos nativos.
No es difícil distinguir esas formas e,
inclusive, intuir sus significados, si se
observan los hechos con la ayuda del
siguiente par de principios. En primer lugar, hay que advertir que los grupos
de Atlantes desembarcados en los continentes luego del “Hundimiento de la
Atlántida” no eran meros sobrevivientes de una catástrofe natural, algo así
como simples náufragos, sino hombres procedentes de una guerra espantosa y
total: el Hundimiento de la Atlántida es, en rigor de la verdad, sólo una
consecuencia, el final de una etapa en el desarrollo de un conflicto, de una
Guerra Esencial que comenzó mucho antes, en el Origen extraterrestre del Espíritu
humano, y que aún no ha concluido. Aquellos hombres, entonces, actuaban regidos
por las leyes de la guerra: no efectuaban ningún movimiento que contradijese
los principios de la táctica, que pusiese en peligro la Estrategia de la Guerra
Esencial.
La Guerra Esencial es un enfrentamiento de
Dioses, un conflicto que
comenzó en el Cielo y luego se extendió a
la Tierra, involucrando a los hombres en su curso: en el teatro de operaciones
de la Atlántida sólo se libró una Batalla de la Guerra Esencial; y en el marco
de las fuerzas enfrentadas, los grupos de Atlantes que he mencionado, el blanco
y el moreno, habían intervenido como planificadores o estrategas de su bando
respectivo. Es decir, que ellos no habían sido ni los jefes ni los combatientes
directos en la Batalla de la Atlántida: en la guerra moderna sus funciones
serían las propias de los “analistas de Estado Mayor”...; salvo que aquellos
“analistas” no disponían de las elementales computadoras electrónicas
programadas con “juegos de guerra”, como los modernos, sino de un instrumento
incomparablemente más perfecto y temible: el cerebro humano especializado hasta
el extremo de sus posibilidades.
En resumen, cuando se produce el
desembarco continental, una fase de la Guerra Esencial ha terminado: los jefes
se han retirado a sus puestos de comando y los combatientes directos, que han
sobrevivido al aniquilamiento mutuo, padecen diversa suerte: algunos intentan
reagruparse y avanzar hacia una vanguardia que ya no existe, otros creen haber sido
abandonados en el frente de batalla, otros huyen en desorden, otros acaban por
extraviarse o terminan olvidando la Guerra Esencial.
En resumen, y empleando ahora el
lenguaje con que los Atlantes blancos hablaban a los pueblos continentales,
“los Dioses habían dejado de
manifestarse a los hombres porque los
hombres habían fallado una vez más: no resolvieron aquí el conflicto, planteado a
escala humana, dejando que el
problema regresase al Cielo y enfrentase
nuevamente a los Dioses. Pero los
Dioses se habían enfrentado por razón del
hombre, porque unos Dioses querían que el Espíritu del hombre regresase a su
Origen, más allá de las estrellas, mientras que otros pretendían mantenerlo
prisionero en el mundo de la materia”.
Los Atlantes blancos estaban con los
Dioses que querían liberar al hombre
del Gran Engaño de la Materia y afirmaban
que se había luchado reciamente por alcanzar ese objetivo. Pero el hombre fue
débil y defraudó a sus Dioses
Liberadores: permitió que la Estrategia
enemiga ablandase su voluntad y le
mantuviese sujeto a la Materia, impidiendo
así que la Estrategia de los Dioses
Liberadores consiguiese arrancarlo de la
Tierra.
Entonces la Batalla de la Atlántida
concluyó y los Dioses se retiraron a sus
moradas, dejando al hombre prisionero de
la Tierra pues no fue capaz de
comprender su miserable situación ni
dispuso de fuerzas para vencer en la lucha por la libertad espiritual. Pero Ellos no
abandonaron al hombre; simplemente, la Guerra ya no se libraba en la Tierra: un
día, si el hombre voluntariamente reclamaba su lugar en el Cielo, los Dioses
Liberadores retornarían con todo su Poder y una nueva oportunidad de plantear
la Batalla sería aprovechada; sería esta vez la Batalla Final, la última
oportunidad antes de que los Dioses regresasen definitivamente al Origen, más
allá de las estrellas; entretanto, los “combatientes directos” por la libertad
del Espíritu que se reorientasen en el teatro de la Guerra, los que recordasen la
Batalla de la Atlántida, los que despertasen del Gran Engaño, o los
buscadores del Origen, deberían librar en la Tierra un durísimo combate personal contra
las Fuerzas Demoníacas de la Materia, es decir, contra fuerzas enemigas
abrumadoramente superiores... y vencerlas con voluntad heroica: sólo así serían admitidos en el “Cuartel General de los Dioses”.
En síntesis, según los Atlantes blancos,
“una fase de la Guerra Esencial
había finalizado, los Dioses se retiraron
a sus moradas y los combatientes
estaban dispersos; pero los Dioses
volverían: lo probaban las presencias atlantes allí, construyendo y preparando la Tierra
para la Batalla Final. En la Atlántida, los Atlantes morenos fueron Sacerdotes que
propiciaban un culto a los Dioses Traidores al Espíritu del hombre; los
Atlantes blancos, por el contrario, pertenecían a una casta de Constructores
Guerreros, o Guerreros Sabios, que combatían en el bando de los Dioses
Liberadores del Espíritu del hombre, junto a las castas Noble y Guerrera de los hombres
rojos y amarillos, quienes nutrieron las filas de los ‘combatientes directos’.
Por eso los Atlantes morenos intentaban destruir sus obras: porque adoraban a las
Potencias de la Materia y obedecían el designio con que los Dioses Traidores encadenaron
el Espíritu a la naturaleza animal del hombre”.
Los Atlantes blancos provenían de la Raza
que la moderna Antropología
denomina “de cromagnón”. Unos treinta mil años antes, los Dioses Liberadores, que por entonces gobernaban la Atlántida,
habían encomendado a esta Raza una misión de principio, un encargo cuyo
cumplimiento demostraría su valor y les abriría las puertas de la Sabiduría:
debían expandirse por todo el mundo y exterminar al animal hombre, al homínido
primitivo de la Tierra que sólo poseía cuerpo y Alma, pero carecía de Espíritu
eterno, es decir, a la Raza que la Antropología ha bautizado como de “neanderthal”, hoy extinguida.
Los hombres de Cromagnón cumplieron con tal eficiencia
esa tarea, que fueron recompensados por los Dioses Liberadores
con la autorización para reagruparse y habitar en la Atlántida. Allí
adquirieron posteriormente el Magisterio de la Piedra y fueron conocidos como Guardianes de la
Sabiduría Lítica y Hombres
de Piedra.
Así, cuando digo que “pertenecían a una casta de
Constructores Guerreros”, ha de entenderse
“Constructores en Piedra”, “Guerreros Sabios en la Sabiduría Lítica”. Y esta aclaración es
importante porque en su Ciencia sólo
se trabajaba con piedra, vale decir, tanto las herramientas, como los materiales de su Ciencia, consistían en piedra pura, con exclusión explícita de los metales.
“Los metales, explicarían luego a los
iberos, representaban a las Potencias de la Materia y debían ser cuidadosamente
evitados o manipulados con mucha cautela”. Al transmitir la idea de que la
esencia del metal era demoníaca, los Atlantes blancos buscaban evidentemente
infundir un tabú en los pueblos aliados; tabú que, por lo menos en caso
del hierro, se mantuvo durante varios miles de años. Inversamente los Atlantes
morenos, sin dudas por su particular relación con las Potencias de la Materia,
estimulaban a los pueblos que les eran adictos a practicar la metalurgia y la
orfebrería, sin restricciones hacia ningún metal.
Y éste es el segundo principio que hay que
tener presente: los Atlantes blancos
encomendaron a los iberos que los habían apoyado en las construcciones megalíticas
una misión que puede resumirse en la siguiente forma: proteger las construcciones
megalíticas y luchar a muerte contra los aliados de los Atlantes
morenos.
Estos últimos, por su parte, propusieron a los iberos que los
secundaban una misión que podría formularse así: “destruir las construcciones
megalíticas; si ello no fuese posible, modificar las formas de las piedras
hasta neutralizar las funciones de los conjuntos; si ello no fuese posible,
grabar en las piedras los signos arquetípicos de la materia
correspondientes con la función a neutralizar; si ello no fuese posible, distorsionar al
menos el significado bélico de la construcción convirtiéndola en
monumento funerario; etc.”;
y: “combatir a muerte a los aliados de los Atlantes
blancos”.
Como dije antes, luego de imponer estas
“misiones” los Atlantes continuaban su lento avance hacia el Este;
los blancos siempre seguidos a prudente distancia por los morenos. Es por
eso que los morenos tardaron miles de años en alcanzar Egipto, donde se
asentaron e impulsaron una civilización que duró otros tantos miles de años y en
la cual oficiaron nuevamente como Sacerdotes de las Potencias de la Materia.
Los Atlantes blancos, en tanto, siguieron siempre hacia el Este,
atravesando Europa y Asia por una ancha franja que limitaba en el Norte con las regiones
árticas, y desapareciendo misteriosamente al fin de la pre-Historia:
sin embargo, tras de su paso, belicosos pueblos blancos se levantaron sin cesar,
aportando lo mejor de sus tradiciones guerreras y espirituales a la Historia de
Occidente.
Mas ¿a dónde se dirigían los Atlantes
blancos? A la ciudad de K'Taagar
o Agartha, un sitio que, conforme a las revelaciones hechas a mi pueblo,
era el refugio de algunos de los Dioses
Liberadores, los que aún permanecían en la Tierra aguardando la llegada de los
últimos combatientes. Aquella ignota ciudad había sido construida en la Tierra hacía
millones de años, en los días en que los Dioses Liberadores vinieron de Venus y se
asentaron sobre un continente al que nombraron “Hiperbórea” en recuerdo de la
Patria del Espíritu.
En verdad, los Dioses Liberadores afirmaban provenir de
“Hiperbórea”, un Mundo Increado, es decir, no creado por el Dios Creador,
existente “más allá del Origen”: al Origen lo denominaban Thule y, según Ellos, Hiperbórea significaba “Patria del Espíritu”.
Había, así, una Hiperbórea original y una
Hiperbórea terrestre; y un centro isotrópico Thule, asiento del Gral, que
reflejaba al Origen y que era tan inubicable como éste. Toda la Sabiduría espiritual de
la Atlántida era una herencia de Hiperbórea y por eso los Atlantes blancos
se llamaban a sí mismos “Iniciados Hiperbóreos”. La mítica ciudad de Catigara o Katigara, que figura en todos los mapas anteriores al descubrimiento de
América situada “cerca de China”, no es otra que K'Taagar, la morada de los Dioses Liberadores, en la que sólo se permite entrar a los Iniciados Hiperbóreos
o Guerreros Sabios, vale decir, a los Iniciados en el Misterio de la Sangre
Pura.
Finalmente, los Atlantes partieron de la
península ibérica. ¿Cómo se aseguraron que las “misiones” impuestas a
los pueblos nativos serían cumplidas en su ausencia? Mediante la celebración de
un pacto con aquellos miembros del pueblo que iban a representar el Poder de
los Dioses, un pacto que de no ser cumplido arriesgaba algo más que la muerte
de la vida: los colaboradores de los Atlantes morenos ponían en juego la
inmortalidad del Alma, en tanto que los seguidores de los Atlantes blancos
respondían con la eternidad del Espíritu. Pero ambas misiones, tal como dije, eran
esencialmente diferentes, y los acuerdos en que se fundaban, naturalmente, también lo
eran: el de los Atlantes blancos fue un Pacto de Sangre, mientras que el de los Atlantes morenos consistió en un Pacto Cultural...
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Magnífica historia. Poco a poco se va uno adentrando en una historia tan desconocida como extraña y a la vez hermosa si cambiamos nuestro chip y nos insertamos en ese proceso del universo tan inabarcable pero más que protegidos.
ResponderEliminarUn saludo cordial. Muchísimas gracias.
Yo conozco a un estudioso hiperboreo que me dijo que los atlantes morenos eran los que llevaban el conocimineto hiperboreo.Lo que no entiendo es como hiperborea lleva al sistema actual o en su defecto a un totalitarismo.Y que relacion tiene con los anunakis por ejemplo.
ResponderEliminarnose mucha info,buen post.
Gracias Jantgr, como ves hay opiniones diferentes a las del estudioso hiperboreo que tu conoces, pero lo importante es lo que tú creas.
EliminarSaludos.
Leé a Luis Felipe Moyano. Solo el y Herrou Aragón podrán aclarar tus dudas. No es lo que tú creas, sino la verdad expuesta en Fundamentos de la Sabiduría Hiperborea.
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