“Está
la fuente casi al Poniente de este reino, en la cabeza de un
vallecito que se forma en un campo grande, y el 21 de abril
de 1618 que llegue a verlo, no parecía más que
dos ojos redondos de cuatro palmos de largo (...) Y confieso
que me alegré de ver lo que tanto desearon ver antiguamente
el rey Ciro y su hijo Cambises, el Gran Alejandro y el famoso
Julio César”.
Historia
de Etiopía, I, cap, XXVI
Los que conocen a Páez son auténticos fanáticos del personaje. Le ocurre
a Richard Pankurst, un historiados inglés, la máxima autoridad en la
historia de Etíopía, en donde vive y en donde ha impartido clases en la
Universidad de Addis Abeba durante treinta años. Punkerst dice que Páez,
además de un gran diplomático e historiador -como demuestra en su
"Historia de Etiopía"fué el auténtico descubridor de Las Fuentes del
Nilo Azul. Y se despacha con su paisano James Bruce, diciendo que le
considera un tramposo que trató de ocultar las pruebas del auténtico
descubridor de Las Fuentes del Nilo Azul , que no fue otro que el genial
Pedro Páez.
Por Álvaro Van Den Brule en el confidencial
Retrato del explorador y descubridor Pedro Páez.
–Audentes fortuna iuvat (La fortuna ayuda a los audaces).
Virgilio en La Eneida
Hace
ya más de tres millones de años, una pequeña mujer se irguió para ver
lo que ocurría tras la tupida maleza en un lugar de la tierra, Etiopía–,
en el que todavía hoy se puede percibir con bastante nitidez lo que
pudo ser la edad de piedra. En las orillas del olvido, yace en una tumba ignorada junto a las ruinas de una monumental construcción hace tiempo abandonada uno de los personajes más fascinantes que ha alumbrado España.
Los
restos de la iglesia de Pedro Páez en Górgora
Sobre un suave promontorio que domina las fuentes del Nilo Azul, la tierra que acoge al que probablemente sea uno de los exploradores más preparados e ignorados de nuestra historia,
se muestra amable con los restos del yacente. Estilizadas flores de un
intenso aroma parecidas a la yúyuba son compartidas al alimón por unas
pequeñas mariposas amarillas a la par que afanadas abejas hacen su
trabajo en perfecta armonía y sin estorbarse en sus trayectorias.
Es
relativamente frecuente ver cómo algunos cooperantes y turistas
peninsulares depositan flores silvestres recogidas "in situ" sobre lo
que se intuye el lugar donde está más intensamente representada la
memoria de tan ilustre prohombre. Asimismo brilla por su ausencia una atención especial por parte de las autoridades diplomáticas españolas
ya sea esta a través de una placa conmemorativa o de un embellecimiento
mínimamente razonable de la zona aledaña al túmulo. Saturno devora a
sus hijos.
Desde estas líneas hacemos una solicitud formal al Cónsul Javier Cuchi y a la Canciller Vicenta Villalta de
la embajada española en Addis Abeba que tan buena atención han prestado
siempre a todos los españoles que hemos tenido la oportunidad de
conocerlos, para que contemplen una solución a este desatino.
Este artículo pretende hacer honor al recuerdo de Pedro Páez y reivindicar sus logros al tiempo que resituar su nombre entre los más grandes de la historia de las exploraciones humanas. Todavía hoy la Enciclopedia Británica no ha sido capaz de rectificar la autoría del descubrimiento de las fuentes del Nilo Azul y sigue adjudicándoselas al masón escocés Bruce de Kinnaird que
en su búsqueda del Arca de la Alianza, ciento cincuenta años después
hollaría los mismos pasos que a Páez le llevaron a descubrir una de las
dos fuentes precursoras de este colosal y mítico río. Hay que recalcar
el hecho de que algunos historiadores lusos sostienen la hipótesis de
que fue el capitán portugués João Gabriel – gran amigo de Paez–, el que pudiera haber llegado a las fuentes del Nilo Azul antes que el español o con él.
Ingestas de “bun”, insolaciones y erudición
En
abril del año 1588, Pedro Páez se embarcaría con otros hermanos
jesuitas desde Lisboa hacia la colonia portuguesa de Goa en India. Hay
que recordar que en aquel tiempo existía una Iberia bajo cetro común,
esto es, dos reinos bajo la misma corona. Con el mandato de sus
superiores de cristianizar Etiopía cruzaría con su enorme e inseparable
amigo Antoni de Montserrat el Océano Indico y el Mar Rojo en una singladura que les dejaría una huella vital indeleble.
Capturados por los árabes y vendidos como esclavos a los turcos, ambos fueron a dar con su osamenta a galeras.
Curioso destino para dos hombres de una erudición fuera de toda duda.
Entre ambos sumaban cuatro carreras y doce idiomas. Años después un
piadoso comerciante de Moka, propietario de aquella singular pareja de
iluminados cautivos, les facilitaría una relación más laxa a cambio de
que simularan cierto grado de devoción hacia Allah de cara a la galería,
mientras él, su amo, fingía no enterarse de la impostura.
Es altamente probable que fueran los primeros europeos en probar el café y documentar la experiencia.
Como bien describe el jesuita en el libro de su periplo, entre las
ingestas del "bun" y las tremendas insolaciones contraídas durante la
travesía del Rub´al Khali, "la gran habitación vacía" (el
desierto que ocupa más de la tercera parte de lo que es hoy Arabia
Saudita), estuvieron muy cerca de entrar en un proceso alucinatorio
irreversible...
Después de vicisitudes sin cuento, Felipe II, que a la sazón contaba con la que fue posiblemente la mejor red de espionaje de aquellos tiempos, daría órdenes precisas a su gobernador en India, Matías de Albuquerque,
para que a cambio de mil coronas se liberara a aquellos dos desdichados
de la lacra de la esclavitud, cosa que finalmente sucedería.
El padre Antoni de Montserrat
fallecería al poco de arribar a Goa a causa de los estragos causados
por las enfermedades sobrevenidas en el cautiverio. Páez, volvería a la
carga.
Lucha de doctrinas
De vuelta al proyecto inicial –viajar a Etiopía–, se encontró con que cuatro de los cinco hermanos de la congregación habían muerto en
los años precedentes por lo que se puso a convertir relajadamente a la
"fe verdadera" a los despistados abisinios, practicantes de un culto, el
ortodoxo, con exóticos toques de judaísmo. Los Beta Israel (judíos
etíopes) habían hecho algunas sugerencias para alterar el canon ortodoxo
local y estos a su vez habían introducido también algunas
modificaciones bien aceptadas por los anteriores. Todo quedaba en casa.
Este culto jesuita no se dedico a adoctrinar con énfasis especial a nadie que no estuviera predispuesto a ello; de hecho no se recuerda en su periplo africano que pusiera el acento en reciclar espíritus descarriados.
Al contrario, actuó más como un antropólogo de campo mimetizándose con los autóctonos y aprendiendo de sus costumbres.
Por entonces, Za Dengel,
que era el emperador de aquellos predios en aquel momento del tiempo,
contemplaba cómo aquella subversiva doctrina que tan sabiamente exponía
Páez sin forzar las mentes se estaba imponiendo sin alharacas. Venciendo
las reticencias de un pueblo que dormía en la antigüedad de la noche inmemorial,
fosilizado en la aceptación de facto de aquella híbrida miscelánea de
animismo, panteísmo y creencias mixtas que convivían en un agradable
matrimonio de conveniencia; pensó esta testa coronada que el pueblo
comulgaría sin más con aquel nuevo mensaje. Entonces, en un arrebato mal
medido, le dio por imponer a sus parroquianos las creencias nuevas sin
mediar palabra. Craso error. El iluminado dirigente se salió en la
primera curva.
Ocurrió, que se montó a tenor de la súbita y desatinada decisión un colosal follón. Una breve guerra civil acabó con los huesos del interfecto en un abrir y cerrar de ojos.
Los jesuitas siempre mantuvieron una sabia, prudente y profiláctica distancia con RomaSu sucesor, el nuevo gobernante Susinios III,
era algo más cabal y menos impulsivo. Impresionado por la brillantez
intelectual de Pedro Páez, le otorgaría unas tierras al norte del lago
Tana en la península de Górgora. Y no solo esto, sino que además lo
convirtió en consejero privado. Fueron años de prosperidad y desarrollo en una comunión tranquila de intereses complementarios.
Páez fundó allá en las nuevas tierras concedidas una misión cuya labor integradora fue modélica.
Faro de un modelo de intercambio cultural y no de imposición, su
pequeño monasterio albergaba a cualquier lugareño, transeúnte o
menesteroso que lo necesitara. Las puertas del mismo estaban siempre
abiertas. No existía la propiedad, pues nada había, todo se compartía.
El desapego más absoluto era la tónica por la que se regía aquella
comunidad de renunciantes. Era una interpretación ajustada del mensaje
de aquel Gran Buda esenio que fue Jesucristo. Hay que destacar que los
jesuitas siempre mantuvieron una sabia, prudente y profiláctica
distancia con Roma, por lo que la polución y el deterioro vaticano
raramente llegaría a afectarles.
Para entonces,
lamentablemente el celoso clero copto, viendo la progresión de la
doctrina importada y su secular influencia amenazada, desataría sus iras
contra los católicos. De nuevo la guerra se antojó inevitable.
Las matanzas se sucedieron en medio de una atmosfera irracional
presidida por las dos caras de un mismo Dios. El mismo Dios que
vehementemente era invocado por las partes, al parecer estaba absorto en
otros quehaceres más prosaicos o quizás se había quedado algo
traspuesto en algún remoto lugar del universo.
Páez no llegaría a ver esta nueva actuación de la estulticia humana. En el año de Dios de 1622 una devoradora malaria le robaría el aliento vital.
La
enrevesada trayectoria del Nilo discurre impasible ante el reto del
tiempo y su suave discurrir ante la anónima tumba de Páez nos recuerda
lo efímero que es todo.
Nota: El fragmento citado
de la obra de Páez está extraído del libro de Javier
Reverte, "Dios, el diablo y la aventura".
---O---
Paez
nació en 1564 en un pueblo castellano que entonces se llamó
Olmedo de las Cebollas. Con tan sólo
18 años entró en la orden de los jesuitas en 1582 y empezó
a estudiar en la famosa Universidad de Coimbra. Luego pidió a
sus superiores que le mandaran a la misión entre los infieles
a la lejana Asia. Desde aquél momento, su vida cambió
radicalmente e iba convirtiéndose en una novela cautivadora -
y jamás volvió a su tierra castellana.
Primeramente, llegó a Goa en el año 1588. Ésa
ciudad portuaria de la India fue una colonia de la Corona de Portugal
desde 1510 y punto de partida para todas las expediciones portuguesas
a regiones en Asia y al este de África y además fue la
base para empezar todas las actividades de la misión. Los jesuitas
también fundaron un monasterio en Goa para coordinar la misión,
no sólo en la India, sino también para mandar desde allí
misioneros a China, Japón y al este de África.
Después de un año, Pedro Paez partió para Etiopía.
Pero durante su viaje fue capturado por árabes que lo vendieron
como esclavo. Así que en medio de una caravana de esclavos, a
pie y en cadenas, tuvo que atravesar como primer europeo el desierto
yemenito de Hadramaut y pasó mucho tiempo en calabozos subterráneos,
como describió más tarde en su libro. Siete
años duró su penoso cautiverio, pero supo aprovecharlos
para aprender perfectamente el idioma árabe. Finalmente, lo rescataron,
y pasó algún tiempo en Goa, antes de que partiera de nuevo
rumbo a África y en 1603 llegó a Etiopía.
Primeramete, aprendió el idioma
amhárico y más tarde también el idioma litúrgico
de la Iglesia ortodoxa de Etiopía llamado Geez - el "latín
etíope", así que llegó bien preparado a la
corte imperial que se encontraba en aquella época en la ciudad
de Górgora en la orilla del Lago de Tana. Allí consigue
contraer rápidamente amistad con el Negus Negusti ("Rey
de los Reyes"), como se llamaban los emperadores de Etiopía
desde siglos. El Emperador Za-Dengel
se queda fascinado por aquél extraño forastero, quien
habla perfectamente su lengua y había venido desde tan lejos
- sólo para conversar horas y horas sobre temas teológicas:
Dios, la Sagrada Escritura y el Papa.
¿Por qué Pedro Paez había venido a ese imperio
apartado del mundo, a ese país donde iba a quedarse hasta su
muerte? ¿Y qué significaba
su encuentro con el emperador, qué efectos tenía para
la historia política y eclesiástica de Etiopía?
Para los europeos en los albores de la Edad Moderna, quienes sabían
poco de aquella parte del mundo, Etiopía era el imperio legendario
del "Preste Joao/Juan" - así lo llamaron en muchas
crónicas de misioneros y descubridores portugueses y españoles.
Creían que era una teocracia, un país gobernado por un
soberano que a la vez era rey y sacerdote. Ni siquiera fue tan falsa
aquella vaga idea: aunque la Iglesia ortodoxa de Etiopía oficialmente
dependía durante muchos siglos del Patriarca de Alejandría,
quien solía nombrar al "Abuna Salama" ("Padre
de la Paz") - así se llaman los patriarcas etíopes,
de facto se desarrollaba independientemente, al menos desde el Siglo
XII, desde el reino de la dinastía Zagwe. Y en muchos casos,
cuando coincidieron con un patriarca "débil", los emperadores
etíopes se convirtieron en los verdaderos príncipes de
la Iglesia - y muchos de ellos llevaban el nombre de Juan.
Pedro Paez nos cuenta en su "Historia geral" la leyenda de
la fundación y de los orígenes del Imperio Etíope,
como aparece en las crónicas imperiales ("Kebra Naghast").
Todo comenzó unos mil años
antes de Cristo con la supuesta aventura amorosa del famoso Rey israelita
Salomón con la Reina de Sabá la que vino de Etiopía.
Todos los emperadores etíopes mantuvieron pertenecer a la dinastía
de esa "Casa Salomónica", creyéndose descendientes
de Salomón y la Reina de Sabá (aunque ni siquiera se sabe
con certeza si el encuentro entre los dos era para tanto...). E incluso
el último Emperador de Etiopía, RasTafari, quien al ser
coronado se llamó Haile Selassie, llevó el epíteto
"León de Judá". Debían existir relaciones
estrechas entre Etiopía e Israel antes del Cristianismo, porque
es sorprendente que en las montañas etíopes se hayan conservado
hasta nuestra época muchas tradiciones judías.
Desde su conversión al Cristianismo por el entonces bautizado
Emperador Ezana en el Siglo IV, Etiopía
es considerado - junto a Armenia - como el estado cristiano más
antiguo del mundo. Sin embargo, la Iglesia Etíope ha conservado
muchos elementos de origen judío, como p. ej. la circuncisión,
la celebración del sábado judío, y muchos mandamientos
relacionados con el ayuno o la prohibición de ciertos alimentos
(prohibición de la carne de cerdo).
Y a finales del Siglo XII, durante el gobierno del Emperador
Lalibela, en el lugar sagrado y apartado a 2800 metros de altura
en las montañas que luego iba a llevar su nombre, se construyó
la " Jerusalén Negra":
las doce iglesias excavadas en la roca de Lalibela. Declaradas Patrimonio
Universal de la Humanidad por la UNESCO en 1978, fueron inspiradas en
el templo de Jerusalén - como se lo imaginaba en Etiopía
- y excavadas de las rocas por un esfuerzo sobrehumano. El
misionario portugués Francisco Alvarez, en el Siglo XVI, se quedó
tan impresionado por esa maravilla arquitectónica que la comparó
con la catedral de Santiago de Compostela: "está a maneira
que a de Santiago de Galiza".
Desde el Siglo XV hubo contactos más frecuentes entre Etiopía
y Europa, iniciados por la petición del Emperador Zara Yacob
(1434 - 1468), quien motivado por la creciente amenaza islámica
y la expansión del Imperio Otomano, enemigo común, había
rogado a la Corona de Portugal que le mandara ayuda militar contra los
invasores. Pasaron un par de décadas hasta que llegó una
delegación de Portugal y el emperador mismo murió antes
de su llegada. En 1520, una nave portuguesa con soldados y misionarios
echó el ancla en el puerto de Massawa y en 1541, Cristovao
da Gama, hijo del admiral y descubridor Vasco da Gama, llegó
para apoyar la resistencia de los etíopes contra los invasores
musulmanes. Al principio, no parecía tener éxito aquella
iniciativa militar, porque Cristovao da Gama murió en la batalla
y la invasión avanzó. Pero dos años más
tarde, los invasores fueron vencidos y se retiraron de las montañas
de Etiopía.
Paralelamente a una ayuda militar más bien esporádica,
los portugueses organizaron - mano en mano con los españoles
(1580 - 1640 España y Portugal fueron gobernados en unión
personal por la dinastía de los habsburgos españoles)
- otro tipo de actividades mucho más interesantes en el Imperio
Etíope. Durante algo más de un siglo, desde 1520 hasta
1630, misionarios procedentes de la península y de diversas órdenes
visitaron las residencias imperiales alrededor del lago de Tana - con
la intención aventurera de convertir la Casa Imperial ortodoxa
de Etiopía a la religión católica. Especialmente
los jesuitas se dedicaron activamente a la realización de aquel
proyecto político-religioso. Los primeros jesuitas, precursores
de Pedro Paez, llegaron en el año 1557.
¿Quién mandó iniciar aquella extraña misión?
¿El Rey Felipe II. (1556 - 1598), soberano de España y
Portugal y bien conocido por su afán de evangelización
católica? ¿ O fue todo planificado directamente del Papa
en Roma?
Obviamente, los dos, tanto el Pontifex Maximus como Su Majestad Católica,
estaban muy interesados en convertir Etiopía en un imperio católico.
De todas maneras, la intención de querer "evangelizar"
precisamente el país cristiano más antiguo del mundo para
aumentar la influencia del Papa y de las potencias católicas,
se caracterizó por la arrogancia a veces ignorante de Europa.
Probablemente, a Cristo le habría
gustado más si unos misioneros etíopes hubieran iniciado
la evangelización de una Europa decadente donde Papas como Clemente
VIII. o Pablo V. se dedicaron con más fervor al tráfico
de indulgencias y al nepotismo que al gobierno de las almas.
En la lejana Etiopía, Pedro Paez entró en largas discusiones
teológicas con el Emperador Za-Dengel, con el que contrae fácilmente
amistad, y sin duda, una de sus intenciónes fue la misión
católica. Tuvo éxito: en el
año 1604 el Emperador declara públicamente su conversión
al catolicismo. Pero en el mismo año lo mataron durante
una rebelión. Esa resistencia que desembocó en una guerra
civil fue alentada por el Abuna Salama, el Patriarca etíope Petrus
quien condenó a su emperador como hereje. Para el Patriarca,
la conversión del emperador a la religión del odiado forastero
resultó un escándalo y un emperador católico constituyó
un peligro para todo el país.
No obstante, hay que diferenciar entre la intención general
de evangelizar Etiopía y la actuación concreta de Pedro
Paez como personaje histórico que bien merece respeto debido
a dos razones principales. Paez no muestra directamente las características
"negativas" de la orden de los jesuitas (lealtad total al
Papa sin discernimiento y pretensión universal del catolocismo),
sino representa más bien las calidades "positivas"
de esa orden: afán de cultura, tolerancia hacia otras culturas
y cierto sincretismo que trata lograr una unión entre tradiciones
católicas europeas e indígenas.
Además, se interesaba verdaderamente por ese país que
se convirtió en su segunda patria y dedicó no poco tiempo
y unas mil páginas de su "Historia
geral de Etiopia". El destino de una obra tan fundamental de la
historiografía parece casi trágico, ya que sigue prácticamente
inédita: la única edición de 1945 contó
con muy pocos ejemplares, hoy casi todos perdidos menos media docena
que se encuentran un oscuros rincones de bibliotecas universitarias
o archivos portugueses. No existe ni una traducción española
ni una amhárica. Y eso con lo interesante que sería para
jóvenes etíopes del Siglo XXI leer las impresiones de
un monje español escritas hace ya más de 400 años
- una de las pocas fuentes extranjeras sobre la Etiopía de aquella
época.
También para los europeos del Siglo XVII, sus descripciones
debían evocar gran interés. Pues, el jesuita Pedro Paez
presenta escenas de un país exótico que en muchos casos
eran un estreno total para un público europeo. Ese
aventurero de Dios descubre durante una excursión a la que fue
invitado por el Emperador en el año 1618 las fuentes del Nilo
Azul. Expresa sus emociones con las palabras modestas: "Confieso
que me alegré de ver lo que tanto desearon ver (en vano) el Rey
Ciro, el gran Alejandro y Julio César."
Sin embargo, en su obra historiográfica, Pedro Paez comenta
otro descubrimiento quizás incluso más importante para
el resto del mundo. Posiblemente es el primer
europeo quien describe los efectos estimulantes de la oscura bebida
que le sirven calentada después de una ceremonia solemne: ¡Café!
A pesar del sinfín de experiencias, el descubridor, arquitecto
(construyó varias iglesias en Górgora) e historiador Paez
no olvidó su misión principal. Con el Emperador Susinios
(Susneyos) III., quien ocupa el trono desde 1607 hasta 1632, también
tiene largas conversaciones teológicas acerca de las diferencias
entre el catolicismo y la iglesia etíope. Durante esas discusiones,
parece que su afán de lograr la conversión del Emperador
va disminuyendo a favor de un auténtico diálogo religioso.
En vez de una "conversión" total de Etiopía
empieza a favorecer la idea moderna de una unión entre las dos
iglesias. Y cuando el soberano le comenta que pronto anunciará
oficialmente su conversión, Paez le recomienda esperar y actuar
más cautelosamente para no provocar de nuevo una guerra civil.
El día 20 de Mayo de 1622 Pedro
Paez murió a causa de una fiebre - un año después
de que Susinios hubiera anunciado su conversión al catolicismo.
Los sucesores portugueses de Paez que vinieron a ejercer influencia
en la capital de Etiopía, mostraron menos tolerancia y cautela.
El jesuita Alphonsus Mendez intentó prohibir muchas tradiciones
etíopes, declaró que iba a re-bautizar todo el país
y se autoproclamó como nuevo Patriarca de Etiopía. Así
que desde 1622 hasta 1632 un jesuita llegó a ser oficialmente
el Príncipe de la Iglesia Etíope, y junto al habsburgo
Fernando II., el etíope Susinios III. se convirtió durante
poco tiempo en el segundo emperador católico. El resultado fue
un caos considerable y otra guerra civil.
Finalmente, en el año 1632, Susinios resignó, abdicando
a favor de su hijo Fasildas. El nuevo emperador no paró en menudencias,
poniendo bruscamente fin al "Intermezzo" jesuita: todos
los jesuitas fueron expulsados de Etiopía, cinco de ellos
fueron ejecutados. A principios de su largo gobierno (1632 - 1668) mandó
construir la nueva capital Gondar a partir de 1636. Aquí se muestra
que la larga presencia de los jesuitas también ha traído
un par de ventajas, porque los arquitectos que construyeron los palacios
imperiales de Gondar habían recibido sus conocimientos por los
jesuitas. En nuestra época, los palacios de Gondar se han convertido
en una atracción turística y de hecho no parecen muy africanos,
sino por su estilo tienen cierta semejanza con castillos en Braga o
Évora.
Sin embargo, ese enriquecimiento arquitectónico no ha impedido
la profunda desconfianza de Etiopía a toda influencia europea,
sembrada por la "invasión jesuita". Posiblemente, aquella
desconfianza ha contribuído al hecho de que el Imperio Etíope
como único país de África nunca fue colonizado
por una potencia europea.
A finales del Siglo XIX, precisamente en el momento del máximo
peligro de colonización, el Emperador
Menelik II. venció gloriosamente a los italianos en la Batalla
de Adua (1896) - esa primera y última victoria de un ejército
africano contra tropas europeas en el Siglo XIX garantizó la
independencia de Etiopía.
Es un detalle muy interesante que desde mediados del Siglo XX, el movimiento
de los Rastafari en Jamaica y otros lugares empiece a venerar al
Emperador Haile Selassie como Mesías. La dinastía
"salomónica" del Imperio Etíope encontró
su súbito punto final sin gloria con el asesinato de aquél
último Emperador por los dictadores de la Junta militar socialista
en el año 1975.
Pero la historia de ese singular país africano y de su Iglesia
independiente siguen siendo fascinantes. Y esperamos que la obra fundamental
de Pedro Paez, la que tanto podría contribuir para entender uno
de los países más misteriosos del mundo, finalmente se
traduzca y que la publiquen de nuevo.
- Texto de: Berthold
Volberg
- Recogido de la publicación de: (Portugal:
La "Invasión" de los Jesuitas en Etiopía:
Pedro Paez y la "Conversión" del Emperador Susinios
III)
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