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jueves, 21 de noviembre de 2013
AGARTHA ¿es la sede de un gobierno sinárquico que ejerce el poder real en la Tierra?
Articulo original de Manuel Sancho Pomés
La
orden de los Iluminados fue una sociedad secreta fundada en 1776 por
Adam Weishaupt, en Baviera. Nueve años después detuvo su actividad al
prohibírsele actuar en esta región. Afirmaba que su meta era hacer
superfluo el dominio de unos humanos sobre otros mediante la Ilustración
y el perfeccionamiento moral. Pero numerosos mitos y teorías
conspirativas se centran en sus supuestas actividades, entre las que se
cuentan la Revolución francesa, la lucha contra la Iglesia católica y
sus intenciones de dominio mundial. Los iniciados de
la redes de sociedades secretas siempre han utilizado un lenguaje
secreto o clave de comunicación, mediante la utilización de
determinadas frases,
palabras,
gestos o símbolos. Tienen una verdadera obsesión por sus rituales y
símbolos, que a su vez son un medio por el que pueden ser identificados.
Uno de sus símbolos más empleados son las antorchas encendidas, que
son un símbolo del conocimiento y del Sol. Cuando un iniciado llega a
cierto nivel en la pirámide se dice que es un “iluminado“. Sellos parecidos al Gran Sello
de los Estados Unidos pueden encontrarse, incluso retrocediendo en el
tiempo hasta los 4.000 a.C., en Egipto, Babilonia, Asiria e India. El
primer sello real inglés fue el de Eduardo el Confesor, que
reinó entre los años 1042 y 1066. Se convirtió en un modelo para todos
los futuros sellos británicos y estadounidenses. Las frases latinas,
situadas encima y debajo de la pirámide truncada en el Gran Sello y en los billetes de un dólar, anuncian la llegada de un Nuevo Orden Mundial. La fecha escrita en números romanos en la parte inferior de la pirámide, 1776, se cree que se relaciona con la Declaración de la Independencia
estadounidense que se produjo este año. Pero ocurrieron otros
acontecimientos importantes este mismo año que podrían sugerir otras
razones para escribir esta fecha: el primero de mayo de este mismo año
de 1776 se fundó la orden de los Iluminati bávaros, por Adam Weishaupt. También se fundó la Casa Rothschild y el economista Adam Smith, que parece estaba relacionado con sociedades secretas, publicó su famosa obra “La Riqueza de las Naciones”. Tal vez solo fuesen casualidades.
El Nuevo Orden Mundial implica la existencia de un plan
diseñado con el fin de imponer un gobierno único – colectivista,
burocrático y controlado por sectores elitistas y plutocráticos, etc, – a
nivel mundial. Esta teoría alega que tanto los sucesos que son
percibidos como significantes, como los grupos que los causan, estarían
bajo el control de un grupo central todopoderoso, formando un
contubernio, grupo pequeño, secreto y de gran poder, con objetivos
malevolentes para la gran mayoría de la población. En la actualidad,
esta teoría de conspiración del Nuevo Orden Mundial tiene mayor
expresión en...
los EEUU. Los illuminati, fundados en 1776 como sociedad
secreta con el fin de promover ideas de la Ilustración, estuvieron
aparentemente envueltos en una conspiración que buscaba reemplazar las
monarquías absolutas y la preponderancia de la iglesia por un ”gobierno de la razón“,
que era el objetivo general de la ideología liberal, revolucionaria e
igualitaria dominante entre la intelectualidad de la época. Después de
que el complot fuera descubierto, el grupo fue prohibido por el gobierno
bávaro (1784) y aparentemente se disolvió en 1785. Sin
embargo, los documentos relacionados con la conspiración fueron
publicados, alertando así a la nobleza y al clero de Europa, y dando a
la conspiración una gran publicidad, lo que llevó a algunos pensadores a
sugerir que todavía existía, con el fin de derrocar a los gobiernos
europeos. Por ejemplo Edmund Burke (1790) le da alguna credibilidad,
aunque sin mencionar específicamente cual sería el grupo responsable, y
Seth Payson alega -en 1802- que los illuminati todavía existen.
Consecuentemente algunos autores -tales como Augustin Barruel y John
Robison, llegaron incluso a sugerir que los Illuminati estaban detrás de
la Revolución Francesa, sugerencia que Jean-Joseph Mounier rechaza en
su libro de 1801 “On the Influence Attributed to Philosophers, Free-Masons, and to the Illuminati on the Revolution of France”. Posteriormente (1903) el servicio secreto ruso de la época publicó el famoso panfleto “Los protocolos de los sabios de Sion”
como una obra de propaganda antirrevolucionaria, obra que incorporó
casi textualmente argumentos encontrados en el Dialogo en el infierno
entre Maquiavelo y & Montesquieu, un ataque -en 1864- del
legitimista militante Maurice Joly contra Napoleón III.
La tesis central de “Los Protocolos” es que si se remueven
las capas sucesivas que cubren u ocultan las causas de los diversos
problemas que afectan el mundo se encuentra un grupo central que los
promueve y organiza con el fin, primero, de destruir los gobiernos y
ordenes sociales establecidos, y con el fin último de lograr el dominio.
Según esta interpretación, ese contubernio central está formado por un
grupo de judíos, que -se alega- controla tanto los sectores financieros
como diferentes fuerzas sociales que, a su vez, son los que -desde este
punto de vista- provocan desorden y conflicto social: los masones, los
comunistas, los anarquistas, etc. Nora Levin indica que los Protocolos
gozaron de gran popularidad y grandes ventas en los años veinte y
treinta. Se tradujeron a todos los idiomas de Europa y se vendían
ampliamente en los países árabes, Estados Unidos e Inglaterra. Pero fue
en Alemania, después de la Primera Guerra Mundial, donde tuvieron su
mayor éxito. Allí, los nazis los utilizaron para explicar todos los
desastres que ocurrieron en el país: el armisticio en la guerra, el
hambre, la inflación, etc. A partir de agosto de 1921, Hitler comenzó a
incorporarlos en sus discursos, y se convirtieron en lectura
obligatoria en las aulas alemanas después de que los nacionalsocialistas
llegaran al poder. En el apogeo de la Segunda Guerra Mundial, Joseph
Goebbels (ministro de propaganda nazi) proclamó: «Los protocolos de los sionistas son tan actuales hoy como lo fueron el día en que fueron publicados por primera vez».En palabras de Norman Cohn, esto sirvió a los nazis como «autorización del genocidio».
Posteriormente, y en EEUU, durante el periodo del Peligro Rojo,
teóricos estadounidenses de la conspiración -tanto fundamentalistas
cristianos como seculares anti-gobierno central – crecientemente
abrazaron y promovieron una percepción de la masonería, el liberalismo y
la “conspiración judeo-marxista” (frase muy utilizada por el dictador Franco en España) como la fuerza directriz de la ideología del “ateísmo estatal“, “colectivismo burocrático” y “comunismo internacional“.
En EEUU esos términos generalmente se emplean por esos sectores para
referirse a, respectivamente, la Separación Iglesia-Estado; acción
gubernamental en asuntos de seguridad social y organismos
internacionales, tales como las Naciones Unidas. Así, por ejemplo,
empezando en los 1960, grupos como la John Birch Society y el Liberty
Lobby dedicaron muchos de sus ataques a las Naciones Unidas como
vehículo para crear “Un Gobierno Mundial“, promoviendo una posición de desconfianza y aislacionismo en relación a ese organismo. Adicionalmente, Mary M. Davison, en su The Profound Revolution
(1966) trazó el origen de la alegada conspiración del Nuevo Orden
Mundial a la creación del Sistema de Reserva Federal en EEUU por un “grupo de banqueros internacionales” que posteriormente habrían creado el Consejo de Relaciones Exteriores (CFR) en ese país como “gobierno en la sombra“. Cabe considerar que en aquellas fechas la frase “grupo de banqueros internacionales” se entendía como referencia a personas tales como David Rockefeller o a la familia Rothschild.
Posteriormente, y a partir de los 1970, Gary Allen alega que el término “Nuevo Orden Mundial”
es utilizado por una élite internacional secreta dedicada a la
destrucción de todos los gobiernos independientes. Para este autor el
mayor peligro deja de ser la conspiración cripto-comunista y se
transforma en la élite globalista que algunos identifican con el
atlantismo del Grupo Bilderberg. Muchos de los mismos personajes -como
Rockefeller- todavía ocupan un papel central pero no ya como
cripto-comunista sino como parte de un grupo plutocrático y elitista,
grupo que controlaría tanto los gobiernos y sus instituciones
-especialmente las policías secretas- como organismos internacionales.
Un papel importante en la generalización de esa percepción fue
desempeñado por la trilogía satírica “The Illuminatus“, de
Robert Anton Wilson que, a pesar de ser una parodia de la paranoia de
sectores norteamericanos acerca de las conspiraciones secretas y de que
el propio autor ha dicho en más de una ocasión que no pretende que sea
tomada en serio, llegó a tener influencia, probablemente debido a que
Wilson busca crear en el lector una fuerte duda acerca de lo que es real
y lo que no lo es, elaborando curiosas teorías a partir de una mezcla
de hechos históricos con hechos fantásticos, citando autores
imaginarios, pero creíbles, con autores reales ya tanto obscuros como
conocidos, pero a veces sutilmente fuera de contexto. Por ejemplo, citas
de Isaac Newton acerca de la alquimia y la orden de la Rosacruz que
necesitan cuidadoso análisis para determinar si son correctas y
relevantes.
Esta popularidad de la teoría se acrecentó cuando -en 1990, poco
después de la caída del Telón de Acero – el entonces presidente de los
EEUU, George H. W. Bush (padre), hizo varias referencias al Nuevo Orden
Mundial (NOM). A pesar de que esas referencias fueron percibidas a nivel
internacional como estableciendo, en el contexto político de la fecha,
los objetivos de la diplomacia de EEUU (la llamada propuesta de la Pax
Americana) en lo que muchos entendieron como una validación de la teoría
de la conspiración del NOM. Para muchos, los conspiradores son
simplemente “los otros”, un grupo amorfo que incluye todo y
cualquier individuo u organismo percibido como poderoso. Así, los
participantes en la conspiración incluirían o podrían incluir (aparte de
los ya mencionados comunistas, anarquistas, judíos, illuminati
o plutócratas) a grupos tales como los masones, la iglesia católica (o
grupos dentro de la iglesia), los políticos, los gobiernos (algunos o
todos), etc, extendiendose incluso a los medios de comunicación, los
ecologistas, las Naciones Unidas e incluso los extraterrestres.
Adicionalmente se alega que muchas familias prominentes tales como, por
ejemplo, los Rothschilds, Rockefellers, Morgans, Kissingers, y los
DuPonts, así como también monarcas europeos, podrían ser importantes
miembros, ya que mantienen relaciones tanto como entre si como con
figuras de alto poder. Organizaciones internacionales tales como los
bancos centrales, el Banco Mundial, FMI, Unión Europea y la OTAN son
mencionadas como componentes esenciales del Nuevo Orden Mundial. Posiblemente
a muchos les parecerá absurdo remontarnos a épocas remotas y a
civilizaciones que aparentemente solo han existido en la imaginación de
algunos iluminados, para ver que hay un trasfondo oculto en la idea de
un Nuevo Orden Mundial.
Sinarquía (del griego σύν, syn, «con», y ἀρχεία, arkheía, «gobierno»)
es el sistema político en el que el poder es ejercido por una
corporación. La sinarquía tiene otra definición más histórica y con
sustento filosófico. El arché significa el «orden del Cosmos»,
la armonía. Los filósofos presocráticos veían la armonía en el universo
como un Ideal a recuperar después de la destrucción cíclica del Cosmos.
O las injusticias provocadas por los extremos. A diferencia de otros
términos similares, como monarquía u oligarquía, que
provienen de la antigüedad, la noción de sinarquía es conocida desde
hace pocos siglos. El primer uso registrado aparece en la obra del
clérigo británico Thomas Stackhouse “New History of the Holy Bible from the Beginning of the World to the Establishment of Christianity” (“Nueva Historia de la Sagrada Biblia desde la Creación del Mundo hasta la Creación de la Cristiandad“), en que se emplea para designar el gobierno conjunto
de varios individuos. Sin embargo, no sería hasta su aparición en la
obra del ocultista francés Alexandre Saint-Yves d’Alveydre en que el
término cobraría popularidad. En su tratado L’Archéomètre («El Arqueómetro»), Saint-Yves utilizó la noción de sinarquía para describir el gobierno por parte de los miembros de una sociedad secreta (Agharta). Esto lo dio a conocer en su libro “La misión de la India en Europa”,
donde explica como un grupo conocido como Agharta maneja un sistema de
gobierno sinárquico, que ejerce el poder real tras la apariencia de un
gobierno de otro tipo. Este artículo se ha basado, en gran parte, en
esta obra de Alexandre Saint-Yves d’Alveydre.
Alejandro Saint-Yves d’Alveydre (París, 26 de marzo de 1842 – Pau 5 de febrero de 1909), esoterista francés y autor de “El Arqueómetro“, “La Teogonía de los Patriarcas” y una colección de textos titulados “Las Misiones”
(de los judíos, de los franceses, de la India, etc). En ellas cubre
grandes periodos históricos y trata temas con una profundidad inusitada.
Hay quién lo considera miembro de la Agartha Shanga de la
época. Aunque su lenguaje es claro, el uso de neologismos y la
referencia a conceptos de la Teogonía y Cosmogonía, dificultan la
comprensión de los contenidos. Fue guía de distinguidos discípulos tales
como Gerard Encausse (Papus), fundador de la Orden Martinista y Ch. Gougy, el arquitecto realizador de los planos arqueométricos. Ambos fueron miembros de la Sociedad Civil “Los Amigos de Saint Yves“. La clave del “El Arqueómetro”
es retomado por otros autores tales como el Dr. Serge Raynaud de la
Ferriere, fundador de la GFU, quién la aplica en los libros “Yug, Yoga, Yoghismo” y “Los Grandes Mensajes“. Este antiguo marqués de origen francés cita en un libro llamado Misión de la India en Europa, que en el año 1885 recibió la visita del príncipe afgano Hardij Schripf, acompañado de dos misteriosos personajes, «enviados
—decían— por el Gobierno Universal Oculto de la presente Humanidad, los
cuales le revelaron la existencia del Agartha y su organización
espiritual y política…». Éste mandó imprimir doscientos ejemplares
de su libro para ser publicados. Pero ante amenazas provenientes de la
India, el autor decidió destruir cualquier rastro del manuscrito.
Un único ejemplar sobrevivió y fue conservado por el hijo de
Saint-Yves, que más tarde regaló al místico Papus. Según se pudo saber,
los textos que contenía el libro citaba alguno de los siguientes
párrafos: «…Varios millones de dwijas (dos veces nacidos) y de
yoguns (unidos en Dios) forman el círculo grande o, mejor dicho, el
hemiciclo. Por encima de ellos, caminando hacia el Centro, se encuentran
cinco mil punditis-pandavas, algunos de los cuales se ocupan de la
enseñanza propiamente dicha, y los demás, de la Policía interior o de
las Cien Puertas… Su número de cinco mil corresponde al de las raíces de
la lengua védica. Después de los pundits, vienen distribuidos en grupos
más o menos numerosos, las circunscripciones solares de los trescientos
sesenta bagawandas o cardenales. El círculo más elevado y más cercano
al misterioso Centro se compone de doce miembros que representan la
iniciación suprema. Por encima de ellos no hay más que el triángulo
formado por el Soberano Pontífice, el Brahmatma, soporte de las almas en
el “Espíritu de Dios”, y sus dos asesores: el Mahatma, representando el
Alma Universal, y el Mahanga, símbolo de toda la organización material
del Cosmos…». Saint-Yves dijo además que Agharta, que en idioma sánscrito significa Comunidad Suprema, se encontraba ubicada en el desierto de Gobi, o sea en pleno corazón del Asia. «…En
la superficie de la Tierra y en sus entrañas, la existencia real de
Agartha se sustrae a la vigilancia y al apremio de la violencia de la
profanación. Sin hablar del continente americano, cuyos subsuelos
ignotos le pertenecieron en tiempos de una muy lejana antigüedad, en
Asia, sólo, cerca de mil millones de hombres conocen más o menos de su
existencia y su grandeza».
Se afirma que la sinarquía implica un terreno de conciliación y de
salvación social para cada una y todas las naciones. Ésta es una razón
suficiente para que haya sido objeto de ataques violentos. Sin embargo
hay varias afirmaciones que se han revelado verdaderas, tales como el
origen celta de las Aryas (Arios) y el ciclo de Ram,
la ciencia real que se encuentra en los templos antiguos y el
esoterismo de los textos sagrados de todos los pueblos. En efecto, el
ciclo de Ram y su origen occidental son una realidad histórica, de la
que la India, e incluso Asia Central, son testigos y garantes. Fabre
d’Olivet también habla de ciclo céltico de Ram, que él mismo encontró en
los indianistas de la escuela de Calcuta. Según Alejandro Saint-Yves
d’Alveydre, la ley sinárquica es teocrática y
democrática. En cuanto a la antigüedad, esta ley se encontrará no sólo
en todos los textos sagrados dorios, sino también en la constitución
social y la organización del Gobierno general del ciclo de Ram (o
ramídeo). Los dorios (griego: Δωριεις, Dōrieis,
singular Δωριευς, Dōrieus) fueron una de las principales tribus griegas
antiguas, siendo las otras tres: los aqueos, los jonios, y los eolios.
Los dorios fueron el último pueblo indoeuropeo en emigrar a la Antigua
Grecia (Sobre el 1200 a.C). Según esa idea, éstos se establecieron
primeramente en el norte, más adelante en la Dorida y desde el siglo XII
en adelante se extendieron por el centro de Grecia y Tesalia
(Peloponeso). Se distinguían por su idioma, sociedad y tradición
histórica. Los relatos tradicionales colocan su lugar de origen en las
regiones del norte de Grecia antigua, desde donde algunas circunstancias
desconocidas los condujeron hacia el sur, dentro del Peloponeso, a
ciertas islas de la parte sur del Mar Egeo, y a la costa sur de Asia
Menor. Durante cierto tiempo se consideró su irrupción como una invasión
que desestabilizó los estados micénicos destruyendo sus formas
culturales, sustituyéndolas por la de los invasores. Esta teoría está
hoy día siendo revisada al no encontrarse pruebas de la mencionada
invasión y sí pruebas de una cohabitación más prolongada. Su área de
dominio histórico los sitúa en el Peloponeso y en época clásica con el
desarrollo de la cultura espartana, ejemplo eminente de la sociedad
doria. La mitología atribuyó este nombre al fundador epónimo, Doro, hijo
de Helén, patriarca mitológico de los helenos. Heródoto mismo era de
Halicarnaso, una colonia doria en la costa suroeste de la actual
Turquía, que continuó con la tradición literaria de su tiempo, y
escribió en griego jónico, siendo uno de los últimos autores que lo hizo
así. Describió las Guerras Médicas, dando cuenta de manera breve de la
historia de los protagonistas, griegos y persas. Heródoto menciona que
la «gente ahora llamada dorios» eran vecinos de los pelasgos de Tesalia.
Las mujeres tenían un vestido característico, decía, una túnica (un
vestido plano) que no necesitaba sujetarse con broches. Fueron
inmigrantes en el Peloponeso. Entre ellos estaba la gente, más tarde
conocidos como los lacedemonios, uno de cuyos reyes se llamaba Dorieo.
La Tradición antigua ha sido conservada intacta durante ciclos de
siglos por millones de iniciados. Hay un velo que está formado por
montañas inmensas, fortalezas, selvas vírgenes, desiertos, ciudades,
templos, criptas y ciudades subterráneas de una extensión sobrecogedora.
Y el secreto que cubre está guardado por millones de hombres de
ciencia y de consciencia por medio de los mismos juramentos que en
tiempos de Moisés, de Jethro, de Orfeo, de Zoroastro o de Fo-Hi. Desde
el pico de Ram hasta Pekín, desde el mar de las Indias hasta el
Himalaya, de Afganistán a las mesetas de la Alta Tartaria, de Bukharia a
Tiflis, el alboroto de las almas fluirá de nuevo de Jerusalem al Cairo y
a la Meca, del Gaon a los Imanes, y del Jefe de los Drusos del Líbano
al Rich-Ammo de los Subbas de Bagdad, antiguos discípulos esenios de San Juan Bautista. En sus libros sobre las Misiones, Alejandro
Saint-Yves d’Alveydre tiene como principio el amor divino a la
Humanidad y como fin la Sinarquía universal. Tan solo Dios, a través de
los cielos y las profundidades de la historia de la Humanidad, es el
Viviente del que Saint-Yves d’Alveydre dice que ha recibido la Ley Sinárquica de Moisés, de los Abramidas, así como de esa Sociedad anterior a Ram, que San Pablo llama la Sociedad de los Primitivos, y a la que Saint-Yves d’Alveydre se refiere con su nombre antiguo: Paradesa.
Según Saint-Yves d’Alveydre, la Paradesa ramidea, su templo
universitario, sus tradiciones, la cuádruple jerarquía de sus
enseñanzas, existen aún inalteradas en la actualidad, con su Soberano
Pontífice portador de la tiara de las siete coronas, el Brahman actual
de la antigua Paradesa metropolitana del ciclo del cordero y del
carnero.
La Paradesa fue conocida como Âgarttha, la ‘Isla Blanca’, la
Ciudad, el Centro Planetario Mayor durante el ciclo de Ram, que era la
sede del Santuario Central y que era habitado por el Brâhatmah. En los
Purânas se puede apreciar la antigua tradición que sitúa a Puskara, ‘la
tierra de los Dioses’ al Norte del monte Meru: “Los dos países Norte
y Sur del Meru, tienen la forma de arco… la mitad de la superficie de
la Tierra está al Sur del Meru y la otra mitad al Norte del mismo, más
allá del cual está la mitad de Puskara. [Wilson; Vishnu Purâna] “.
No solamente las tradiciones antiguas hablan de la Paradesha, también
podemos escuchar la siguiente explicación de los teósofos, encabezados
por Madame Blavatsky: “ Los ” Hijos de la Sabiduría “, eran los
primeros Hijos nacidos de la Mente de la Tercera Raza. Sin embargo, no
era la única cuna, ni la cuna primitiva de la humanidad, aunque,
verdaderamente, era la copia de la cuna del primer Hombre pensador
divino. Era el Paradesha, la tierra montañosa de la primera gente que
habló el sánscrito, el Hedone, el país de las delicias de los griegos,
pero no era la “Glorieta de la voluptuosidad” de los caldeos, pues esta
última sólo fue su reminiscencia; ni fue allí donde ocurrió la “Caída
del Hombre” después de la “separación”. El Edén de los judíos fue
copiado de la copia caldea. Que la Caída del Hombre en la generación
ocurrió durante el primer período de lo que la Ciencia llama los tiempos
mesozoicos, o la época de los reptiles, está evidenciado por la
fraseología de la Biblia acerca de la serpiente, la naturaleza de la
cual se halla explicada en el Zohar. [ H. P. Blavatsky, La Doctrina
Secreta] “.
Según dice Saint-Yves d’Alveydre: “… desde el fondo de este
Occidente que fue la cuna de Ram. y os veo en este mismo momento, en
vuestra delgadez ascética, como una verdadera estatua de bronce obscuro,
con los brazos cruzados, sobre la tumba de vuestro predecesor, en la
cripta sagrada impenetrable incluso para los iniciados de grado alto. Tranquilizaos, Anciano
de los días de aquí abajo: os visita un alma religiosa, y que venera en
vos el Espíritu de todos los tiempos antiguos y la formidable Sapiencia
a la que, de escalón en escalón; os ha conducido la espantosa ascensión
de las pruebas y los conocimientos humanos, cosmogónicos y divinos. Fue
en efecto de vuestro Templo viviente de donde vinieron los Reyes Magos a
adorar en su cuna al Cristo doloroso, divina encarnación del Cristo
eternamente glorioso. Y, católico sinarquista,
me pongo bajo la invocación de estos mismos Magos, para llegar hasta
vos a través de la distancia, trayendo, lleno de Fe, de amor y de
esperanza, la Promesa de este Cristo, con lo que yo creo firmemente ser
la ley de su realización social para toda la Humanidad”.
La Autoridad garante de la más antigua Tradición, y del ciclo del Cordero y del Carnero, reside en la más antigua Universidad de la Tierra. En la fecha (1886) en que Saint-Yves d’Alveydre escribió su obra “Misión de la India”,
todos los cuerpos de enseñanza del mundo firman su edad actual del modo
siguiente: Los de Mahoma (Musulmanes): 1264; los de Jesucristo
(Cristianos) : 1886; los de Moisés (Judíos): 5647; Los de Manou: 55647. A
todas estas fechas se hubieran podido añadir las eras de Çackya Mouni,
de Zoroastro, de Fo-Hi, de Cristna, y por fin la del Ciclo ramideo, si
no estuvieran ya incluidas en el período integral de Manou. La
inmensidad de la fecha manávica extiende profundamente en el pasado la
grandeza del Espíritu Humano, inseparable de la majestad de las
tradiciones divinas. Pese a los descubrimientos de los arqueólogos desde
finales del siglo XVIII, pese a la introducción en Europa, desde
entonces, de numerosos fragmentos literarios de los que los Brahamanes
han creído oportuno dar a la luz pública sin traicionar su juramento, el
Ciclo de Ram, que tan sólo se remonta a nueve mil años, es aún en
Europa objeto de incredulidad. Sin embargo, en el mismo París, los
catálogos de los manuscritos sánscritos de la Biblioteca oriental, sin
hablar de los trabajos anteriores de d’Herbelot, indicaban, desde
principios de siglo, numerosas obras sobre Ram y sobre los héroes, que
después le fueron asimilados: VeyasaRamayana, Vasista-Ramayana,
Adhyatma-Ramayana, HanoumadRamayana, Sata-kanta-Ramayana,
Sahasra-Kanta-Ramayana, DjimouneRamayana, Valmike-Ramayana, etc.
Este último, el más notable de todos fue compuesto por Valmiki hacia el final del Trata-youga, bajo el reinado de Ram (o Rama). Este magnífico poema no es en realidad más que un abreviado del Veyasa-Ramaya,
diario de las acciones de Rama, en diez trillones de Versos, desde hace
mucho tiempo reservado, en la India, al estudio esotérico de la
Historia. Los autores que han tenido en cuenta las tradiciones del
Oriente brahmánico, como parte integrante de la Historia Universal,
tenían perfecta razón al restituir al Ciclo de Ram la importancia que
le concede aún hoy una inmensa parte del género humano. Saint-Yves
d’Alveydre, en su obra “la Historia positiva de la Sinarquía y de la Anarquía en el Gobierno General del Mundo”,
se ha remontado a un período de no más de noventa siglos (9000 años).
Y ello no se debe a que falten documentos que permitan remontarnos más
lejos en la profundidad de los tiempos. Los acontecimientos de la
Humanidad, que desde hace quinientos cincuenta y seis siglos (55600
años) han pasado en esta tierra, se guardan religiosamente en lugares
inaccesibles. Según Saint-Yves d’Alveydre, a los europeos hay que
recordarles sus propios anales sinárquicos. Se remontan a la época en
que su raza, empezando a dominar a las demás, se elevó, en la persona
del más grande de sus héroes célticos, hasta la tiara de las siete
coronas de los sanctuarios de Manou y hasta la Mano imperial de la
Justicia del antiguo Reino de Dios.
No fueron, desde luego, los iniciados de la Paradesa los que se
burlaron del Ciclo de Ram, de su fecha, de su Sinarquía, que realizaba
de nuevo este Reino divino durante tres mil años, de su civilización
colosal, de sus cuatro jerarquías de las ciencias que van desde las
profundidades secretas de la Naturaleza física hasta la inefable Esencia
de las Potencias cosmogónicas, de sus artes y de todos los misterios
maravillosos, celebrados en sus metrópolis, que son a la vez centros
religiosos y universitarios. Tampoco son ellos quienes han puesto en
duda la revolución del tercer Orden que, partiendo del emperador
sinárquico Ougra, se produjo por obra de Irshou, ni de los asaltos
consecutivos de que fue objeto la Sinarquía ramidea del Cordero y del
Carnero por parte de la creciente anarquía de los Turanios, los Yonijas,
los Hiksos, y los Fenicios, que llevaban como signo unificador de su
naturalismo el estandarte ensangrentado del Toro (Tauro). Las crónicas
esotéricas hablan del Cisma de Irshou como uno de los hechos más
relevantes, tanto para el mundo intraterreno como para el mundo de
superficie. Irshou fue un harappa (del Valle del Indo) que se había
enfrentado a las pruebas de aceptación como yoghi y había fracasado,
comenzando en el Âgarttha una cruzada por la liberación del pueblo
Harappa, que terminó con la deportación de cientos de miles de hombres
desde el mundo intraterreno al mundo de superficie. Estos cientos de
miles de Arianni, expulsados del Agartha hacia el año 2.500 a.C., se
unieron de forma violenta mediante invasiones a los distintos pueblos de
su entorno, tanto Ramídeos como Turanios y hasta Semitas, aportando su
cultura superior y su lenguaje; el Sánscrito. A este pueblo de “origen desconocido”, según la ciencia arqueológica actual, es al que ésta última denomina Arios o Arianni.
Realmente existe un punto de inflexión importante en la historia de
todas las culturas antiguas centro asiáticas de esa época. Hacia 1.700
a.C., las magníficas y bien guarnecidas ciudades ramídeas de Mohenjo, Daro, Chanju Daro y Harapa, fueron destruidas sin piedad por un pueblo guerrero procedente de las llanuras de Asia Central que es definido como: ‘hombres aguerridos, de piel clara y nariz prominente, e incluso de rasgos blancos y rubios’, y que fue conocido como los Purandara (los destructores de ciudades). La antigua capital meridional del río Indo, conocida hoy como Mohen-jo Daro (ciudad de los muertos),
debe su nombre actual a las terribles matanzas propiciadas durante su
destrucción a manos de los Arios o descendientes de los Arianni. Estos
invasores lejos de ser bárbaros comparados con los magníficos
constructores de las ciudades conquistadas, que promovieron la gran
cultura de la Civilización del Valle del Indo, poseían una cultura y
unas técnicas superiores, aportando además del Sánscrito, padre de todos los lenguajes escritos, un bagaje cultural y religioso que se consolidó en el período Védico (1500-600 a.C.) y el Brahmánico (600-300 a.C.) como el período cultural de mayor importancia en la historia de la humanidad moderna.
Los Vedas, están compuestos por tres grandes colecciones que se
conocen actualmente como el Rig-veda, el Sama-veda y Yajur-veda y más
tardíamente el Atharva-veda. Para darnos una idea aproximada de la
importancia de estos conocimientos vertidos en textos sánscritos
conocidos “oficialmente” ya desde el 800 a.C., podemos imaginar
someramente la extensión y profundidad de esta magna obra conociendo
que solamente el Rig-veda, o Veda de las Alabanzas, reúne 1.017
himnos agrupados en diez ciclos o mandalas y que, de estilo ecléctico y
equilibrado, desarrolla himnos, oraciones, exorcismos y fórmulas
mágicas que preconizan la unión con lo divino a través de los dioses o
devas, siendo el libro que más claramente descubre las claves profundas
del esoterismo Ario. En el gran crisol de razas que fue la baja
Mesopotamia, descubrimos a los sumerios luchando desesperadamente contra
invasores asiáticos para defender sus ciudades de Ur, Uruck y Adab;
luchas recogidas en la ‘Estela de los Buitres’ hacia el 2400 a.C. Posteriormente el rey Sargón o Sharru Kin (rey legítimo) funda una nueva dinastía instaurando a su vez el imperio Acadio (2300 a.C.), al derrotar al rey de Uruck, Lugalzagesi,
que había logrado conquistar anteriormente todo Sumer. Sargón continuó
su campaña de expansión hacia Occidente conquistando las importantes
ciudades de Mari y Ebla, llegando al Amanus y al Tauro, así como al Mar
Mediterráneo. A continuación, y coincidiendo con la invasión en la India
(1700 a.C.), se producen en Mesopotamia las mismas invasiones arias que
alteraron todo el equilibrio Asirio-Babilónico, al crear los invasores
el poderoso estado hurrita de Mitanni, cuya área de influencia llegaba
desde el Mediterráneo a los montes Zagros.
También se tienen referencias por aquella época de la invasión de
Palestina y el poderoso Egipto por los hicsos, también un pueblo
indo-europeo venido de oriente, que ocuparon Egipto hacia el año 1580
a.C. No obstante, la dominación hicsa no fue entendida en Egipto como
una opresión sino como una “ocupación pacífica” por un pueblo de “superior cultura”. Esta sorprendente expresión la extraemos de los escritos de Manetón, sacerdote tolemaico del siglo III a.C.: “Por
motivos que desconocemos, la cólera de Dios descargó sobre nosotros,
pues sorprendentemente unos extranjeros de procedencia oriental,
invadieron nuestro país y lo conquistaron sin tomarse la molestia de
desenvainar la espada”. Vemos entonces como muchas culturas y
civilizaciones avanzadas de la era del bronce se tambalean y caen bajo
la enorme presión de una nueva raza, que avanza impetuosa, desde algún
lugar indefinido en las estepas asiáticas hacia los núcleos culturales
más importantes de la época, como ocurrió también en las grandes
culturas asentadas en Afganistán y las riberas del Oxus. En cuanto a la
figura personal de Irshou, éste desaparece repudiado después del
inmenso desastre de la deportación de todo su pueblo, pero no así su
figura política de ‘caudillo’ o ‘cabeza de horda’. Recordemos la significación sánscrita de la palabra ‘Irshou’ como ‘la cabeza de la serpiente humana’ o ‘el que va a la cabeza de una fila’.
Vemos así al espíritu de Irshou en la tenaz y fratricida búsqueda del
retorno al Âgarttha, aún por la fuerza, que marcó poderosamente las
vidas de hombres terribles que en la superficie del planeta derribaron
imperios y diezmaron generaciones enteras ahogando en sangre a millones
de seres. No son tampoco los iniciados de la Paradesa los que han
tachado de inexactitud toda la Historia del Gobierno General del Mundo,
a partir del momento en que se entronizó, bajo el impulso de una fuerza
multitudinaria, el régimen del arbitrario rey, que con el nombre de
Nemrod, fue condenado por Moisés. Ellos tampoco han negado el papel
constantemente luminoso, infatigablemente liberador de los Santuarios,
que han intentado remediar en cualquier lugar la apoteosis de esta
Fuerza triunfante, y preparar en todas partes el retorno de las
condiciones de la antigua Alianza universal. Y, por fin, no son desde
luego ellos quienes han podido negar el Hermetismo científico de las
lenguas dorias, espejo exacto del Verbo eterno, ni del Esoterismo
espléndido que encierran los auténticos textos sagrados, no sólo los
Vedas, no sólo los libros del primer Zoroastro y de Hermes, sino también
el hebreo hierático de los cincuenta Capítulos de Moisés y del
testamento de Jesucristo.
Desde los tiempos más remotos, mujeres visionarias celtas
profetizaban bajo los árboles. Cada tribu tenía su gran profetisa, como
la Voluspa de los Escandinavos con su colegio de druidesas. Pero estas
mujeres, al principio noblemente inspiradas, habían llegado a ser
ambiciosas y crueles. Las buenas profetisas se convirtieron en malas
magas. Ellas instituyeron los sacrificios humanos, y la sangre de las
victimas corría sin cesar sobre los dólmenes, al son siniestro de los
cánticos de los sacerdotes, ante las aclamaciones de los Escitas
feroces. Entre esos sacerdotes se encontraba un joven en la flor de la
edad, llamado Ram (Rama), que se destinaba al sacerdocio, pero cuya alma
recogida y espíritu profundo se revelaban contra ese culto sanguinario.
El joven druida era dulce y grave. Había mostrado desde edad temprana
una aptitud singular en el conocimiento de las plantas, de sus virtudes
maravillosas, de sus jugos destilados y preparados, no menos que para el
estudio de los astros y de sus influencias. Parecía adivinar, ver las
cosas lejanas. De ahí su autoridad precoz sobre los viejos druidas. Una
grandeza benévola emanaba de sus palabras, de su ser. Su sabiduría
contrastaba con la locura de las druidesas, las inspiradoras de
maldiciones, que proferían sus oráculos nefastos en las convulsiones del
delirio. Los druidas le habían llamado “el que sabe”; el pueblo le nombraba “el inspirador de la paz”.
Ram, que aspiraba a la ciencia divina, había viajado por toda la
Escitia y por los países del Sur. Seducidos por su sabiduría personal y
su modestia, los sacerdotes de los Negros le habían hecho copartícipe de
sus conocimientos secretos. Vuelto al país del Norte, Ram se aterrorizó
al ver los sacrificios humanos cada vez más frecuentes entre los suyos.
Él vio en esto la pérdida de su raza. Pero ¿Cómo combatir esa costumbre
propagada por el orgullo de las druidesas, por la ambición de los
druidas y la superstición del pueblo? Entonces otra plaga cayó sobre los
Blancos, y Ram creyó ver en ella un castigo celeste del culto
sacrílego. De sus incursiones a los países del Sur y de su contacto con
los Negros, los Blancos habían contraído una horrible enfermedad, una
especie de peste, que corrompía al hombre por la sangre, por las fuentes
de la vida. El cuerpo entero se cubría de manchas negras, el aliento se
volvía fétido, los miembros hinchados y corroídos por úlceras se
deformaban, y el enfermo expiraba entre horribles sufrimientos. El
aliento de los vivos y el hedor de los muertos propagaban el azote. Los
Blancos consternados caían y agonizaban por millares en sus selvas,
abandonados hasta por las aves de rapiña. Ram, afligido, buscaba en vano
un medio de salvación. Tenía él la costumbre de meditar bajo una encina
en un claro del bosque. Una noche que había meditado largo tiempo sobre
los males de su raza, se durmió al pie del árbol. En su sueño le
pareció que una voz fuerte pronunciaba su nombre y creyó despertar.
Entonces, vio ante él un hombre de majestuosa estatura, vestido como él
mismo lo estaba, con el ropaje blanco de los druidas. Llevaba una varita
alrededor de la cual se enroscaba una serpiente.
Ram, admirado, iba a preguntar al desconocido lo que aquello quería
decir. Pero éste cogiéndole de la mano le hizo levantar y le mostró
sobre el árbol mismo, al pie del que estaba acostado, una hermosa rama
de muérdago. — “¡Oh Ram!, le dijo, el remedio que tú buscas, aquí lo tienes”.
Y sacando de su seno un podón de oro, cortó con él la rama y se la dio.
Después murmuró algunas palabras acerca del modo de preparar el
muérdago y desapareció. Entonces Ram se despertó por completo y se
sintió muy confortado. Una voz interna le decía que había encontrado la
salvación. No dejó de preparar el muérdago según los consejos de su
divino amigo el de la hoz de oro. Hizo beber el brebaje a un enfermo en
un licor fermentado, y el enfermo curó. Las curas maravillosas que operó
así, hicieron a Ram célebre en toda la Escitia. De todas partes se le
llamaba para curar. Consultado por los druidas de su tribu, les dio
cuenta de su descubrimiento, agregando que éste debía ser un secreto de
la casta sacerdotal para afirmar su autoridad. Los discípulos de Ram,
viajando por toda la Escitia con ramas de muérdago, fueron considerados
como mensajeros divinos y su maestro como un semidiós. Ese
acontecimiento fue el origen de un culto nuevo. Desde entonces el
muérdago se consideró como una planta sagrada. Ram consagró su memoria,
instituyendo la fiesta de Navidad o de la nueva salvación, que colocó al
comienzo del año y que llamó la Noche-Madre (del nuevo Sol), o la
grande renovación. En cuanto al Ser misterioso que Ram había visto en
sueños y que había mostrado el muérdago, se le llamó en la tradición
esotérica de los Blancos europeos, Aesc-hely-hopa, lo que significa: “la esperanza de la salvación está en el bosque”.
Los Griegos hicieron de él su Esculapio, el genio de la medicina, que
tiene la varita mágica bajo forma de caduceo. Pero Rama, el “inspirado de la paz”, tenía más vastas miras.
Quería curar a su pueblo de una plaga moral, más nefasta que la
peste. Elegido jefe de los sacerdotes de su pueblo, dio la orden a todos
los druidas varones y hembras de dar fin a los sacrificios humanos.
Esta noticia corrió hasta el Océano, saludada como un fuego regocijante
por unos, como un sacrilegio atentatorio por otros. Las druidesas,
amenazadas con su poder, lanzaron sus maldiciones contra el audaz,
fulminaron contra él sentencias de muerte. Muchos druidas, que veían en
los sacrificios humanos el solo medio de reinar, se pusieron de su
parte. Ram, exaltado por un gran partido, fue execrado por el otro. Pero
lejos de retroceder ante la lucha, la acentuó enarbolando un nuevo
símbolo. Cada pueblo blanco tenía entonces su signo de reconocimiento y
unión bajo la forma de un animal que simbolizaba sus cualidades
preferidas. Entre los jefes, los unos clavaban grullas, águilas o
buitres, otros cabezas de jabalí o de búfalo, sobre la cima de sus
palacios de madera; origen primero del blasón. Pero el estandarte
preferido por los Escitas era el Toro, que llamaban Thor, el signo de la
fuerza brutal y de la violencia. Al Toro, Ram opuso el Carnero, el jefe
valiente y pacífico del rebaño, e hizo de él signo de unión de todos
sus partidarios. Este estandarte, enarbolado en el centro de la Escitia,
fue como el principio de un tumulto general y de una verdadera
revolución en los espíritus.
Los pueblos blancos se dividieron en dos campos. El alma misma de la
raza blanca se separaba en dos para desagregarse de la animalidad
rugiente y subir el escalón primero del santuario invisible, que conduce
a la humanidad divina. “¡Muera el Carnero!”, gritaban los partidarios de Thor. “¡Guerra al Toro!”,
gritaban los amigos de Ram. Una guerra formidable era inminente. Ante
tal eventualidad, Ram vaciló. Desencadenar esta guerra, ¿No sería
empeorar el mal y obligar a su raza a destruirse por sí misma? Entonces
tuvo un nuevo sueño. El cielo tempestuoso estaba cargado de nubes
sombrías que cabalgaban sobre las montañas y rebasaban en su vuelo las
cimas agitadas de las selvas. En pie, sobre una roca, una mujer con el
pelo en desorden se preparaba a herir a un soberbio guerrero, atado ante
ella. “¡En nombre de los antepasados detén tu brazo!”, gritó
Ram lanzándose sobre la mujer. La druidesa, amenazando al adversario, le
lanzó una mirada aguda como la hoja de un puñal. Pero el trueno retumbó
en los espesos nubarrones, y en un relámpago, una figura radiante
apareció. La selva se iluminó, la druidesa cayó como herida por el rayo,
y habiéndose roto los lazos del cautivo, éste miró al gigante luminoso
con un gesto de desafío. Ram no temblaba, pues en los rasgos de la
aparición reconoció al ser divino, que ya le había hablado bajo la
encina. Esta vez le pareció más hermoso, pues todo su cuerpo
resplandecía de luz. Y Ram vio que se encontraba ante un templo abierto,
de ancha columnata.
En el lugar de la piedra del sacrificio se elevaba un altar. Al lado
estaba el guerrero cuyos ojos continuaban desafiando a la muerte. La
mujer echada sobre el pavimento parecía muerta. El Genio celeste llevaba
en su diestra una antorcha, en su izquierda una copa; sonrió con
benevolencia y dijo: — “Ram, estoy contento de ti. ¿Ves esta
antorcha? Es el fuego sagrado del Espíritu divino. ¿Ves esta copa?. Es
la copa de la Vida y del Amor. Da la antorcha al hombre y la copa a la
mujer”. Ram hizo lo que le ordenaba su Genio. Apenas la antorcha
estuvo en manos del hombre y la copa en las de la mujer, un fuego se
encendió, espontáneamente sobre el altar, y ambos irradiaron
transfigurados a su luz, como Esposo y Esposa divinos. Al mismo tiempo
el templo se ensanchó; sus columnas subieron hasta el cielo; su bóveda
se convirtió en el firmamento. Entonces, Ram, llevado por su sueño, se
vio transportado al vértice de una montaña bajo el cielo estrellado. En
pie, cerca de él, su Genio le explicaba el sentido de las constelaciones
y le hacía leer en los signos llameantes del Zodíaco los destinos de la
humanidad. — “Espíritu maravilloso, ¿quién eres tú?”, dijo Ram a su Genio. Y el Genio respondió: — “Me
llaman Deva Nahousha, la Inteligencia divina. Tú difundirás mi
radiación sobre la tierra y yo acudiré siempre que me llames. Ahora,
sigue tu camino, ¡ve!”. Y, con su mano, el Genio mostró el Oriente.
En este sueño, como bajo una luz fulgurante, Ram vio su misión y el
inmenso destino de su raza. Desde entonces ya no dudó. En lugar de
encender la guerra entre las tribus de Europa, decidió llevarse la flor
de su pueblo al corazón del Asia. Anunció a los suyos que instituiría el
culto del fuego sagrado, que haría la felicidad de los hombres; que los
sacrificios humanos serían para siempre abolidos; que los antepasados
serían invocados, no ya por sacerdotisas sanguinarias sobre rocas
salvajes impregnadas de sangre humana, sino en cada hogar, por el esposo
y la esposa unidos en una misma oración, en un himno de adoración, al
lado del fuego que purifica. Sí; el fuego visible del altar, símbolo y
conducto del fuego celestial invisible, uniría a la familia, al clan, a
la tribu y a todos los pueblos, cual centro del Dios viviente sobre la
tierra. Pero para recoger esa cosecha, era preciso separar el grano
bueno del malo; preciso era que todos los audaces se preparasen a dejar
la tierra de Europa para conquistar una tierra nueva, una tierra virgen.
Allá, él daría su ley; allá, fundaría el culto del fuego renovador.
Esta proposición fue acogida con gran entusiasmo por un pueblo joven y
ávido de aventuras. Hogueras encendidas durante varios meses en las
montañas fueron la señal de la emigración en masa para todos aquellos
que querían seguir a la insignia adoptada: el Carnero. La formidable
emigración, dirigida por ese gran pastor de pueblos, se movió lentamente
hacia el centro de Asia.
A lo largo del Cáucaso, tuvo que tomar varias fortalezas ciclópeas de
los Negros. En recuerdo de esas victorias, las colonias blancas
esculpieron más tarde gigantescas cabezas de carnero en las rocas del
Cáucaso. Ram se mostró digno de su alta misión. El allanaba las
dificultades, penetraba los pensamientos, preveía el porvenir, curaba
las enfermedades, apaciguaba a los rebeldes, inflamaba el valor. Así,
las potencias celestes, que llamamos la Providencia, querían la
dominación de la raza boreal sobre la tierra y lanzaban, por medio del
genio de Ram, rayos luminosos en su camino. Esa raza había ya tenido sus
inspirados de segundo orden para arrancarla del estado salvaje. Pero
Ram, que, él primero, concibió la ley social como una expresión de la
ley divina, fue un inspirado directo y de primer orden. Ram hizo amistad
con los Turianos, viejas tribus escitas cruzadas con sangre amarilla,
que ocupaban la alta Asia, y los arrastró a la conquista del Irán, de
donde rechazó por completo a los Negros, logrando que un pueblo de raza
blanca ocupase el centro del Asia y viniese a ser para todos los otros
el foco luminoso. Fundó allí la ciudad de Ver, ciudad admirable, dice
Zoroastro. Enseñó a trabajar y sembrar la tierra, y fue el padre del
cultivo del trigo y de la vid. Creó las castas, según las ocupaciones, y
dividió al pueblo en sacerdotes, guerreros, trabajadores y artesanos.
En el origen esas castas no fueron rivales; el privilegio hereditario,
manantial de odio y de celos, se introdujo más tarde.
Ram prohibió la esclavitud, así como el homicidio, afirmando que la
dominación del hombre por el hombre era la fuente de todos los males. En
cuanto al clan, esa agrupación primitiva de la raza blanca, lo conservó
tal como era y le permitió elegir sus jefes y sus jueces. La obra
maestra de Ram, el instrumento civilizador por excelencia, creado por
él, fue el nuevo papel que dio a la mujer. Hasta entonces, el hombre no
había conocido a la mujer más que bajo una doble forma: o esclava
miserable de su choza, que él oprimía y maltrataba brutalmente, o
turbadora sacerdotisa de la encina y de la roca cuyos favores buscaba, y
que le dominaba a su pesar; maga fascinadora y terrible cuyos oráculos
temía, y ante quien temblaba su alma supersticiosa. El sacrificio humano
era un desquite de la mujer contra el hombre, cuando ella hundía el
cuchillo en el corazón de un tirano feroz. Proscribiendo ese culto
horrible y elevando a la mujer ante el hombre en sus funciones divinas
de esposa y de madre, Ram la convirtió en sacerdotisa del hogar,
guardiana del fuego sagrado, igual al esposo, invocando con él el alma
de los antepasados. Como todos los grandes legisladores, Ram no hizo más
que desarrollar, organizándolos, los instintos superiores de su raza. A
fin de adornar y embellecer la vida, Ram ordenó cuatro grandes fiestas
en el año. La primera fue de la primavera o de las generaciones. Estaba
consagrada al amor del esposo y la esposa. La fiesta del verano o de las
cosechas pertenecía a los niños y niñas, que ofrendaban las gavillas
del trabajo a los padres. La fiesta del otoño la celebraban los padres y
las madres; éstos daban entonces frutas a los niños en signo de
regocijo. La más santa y más misteriosa de las fiestas era la de Navidad
o de las grandes sementeras. Ram la consagró a la vez a los niños
recién nacidos, a los frutos del amor concebido en la primavera y a las
almas de los muertos, a los antepasados.
Punto de conjunción entre lo visible y lo invisible, esta solemnidad
religiosa era a la vez el adiós a las almas ausentes y el saludo místico
a las que vuelven a encarnar en las madres y renacer en los niños. En
esa noche santa, los antiguos Arios se reunían en los santuarios del Ailyana-Vaeia,
como antes lo habían hecho en sus bosques. Con hogueras y cánticos
celebraban el nuevo principio del año terrestre y solar, la germinación
de la Naturaleza en el corazón del invierno, la palpitación de la vida
en el fondo de la muerte. Cantaban el universal beso del cielo a la
tierra y el acto de engendrarse el nuevo sol en la gran Noche-Madre. Ram
ligaba de este modo la vida humana al ciclo de las estaciones, a las
revoluciones astronómicas. Al mismo tiempo hacía resaltar su sentido
divino. Por haber fundado tan fecundas instituciones, Zoroastro le llama
“el jefe de los pueblos, el muy afortunado monarca”. Por la
misma razón el poeta indio Valmiki, que transporta el antiguo héroe a
una época mucho más reciente y como hijo de una civilización más
avanzada, le conserva sin embargo los rasgos de tan alto ideal”. “Rama, el de los ojos de loto azul — dice Valmiki
—, era el señor del mundo, el dueño de su alma y del amor de los
hombres, el padre y la madre de sus súbditos. Él supo dar a todos los
seres la cadena del amor”.
Establecida en el Irán, a las puertas del Himalaya, la raza blanca no
era aún dueña del mundo. Era preciso que su vanguardia se infiltrase en
la India, centro capital de los Negros, los antiguos vencedores de la
raza roja y de la raza amarilla. El Zend-avestahabla de esta marcha de Rama sobre la India. Es muy digno de notarse que el Zend-avesta,
el libro sagrado de los parsis, aunque considerando a Zoroastro como el
inspirado de Ormuzd, el profeta de la ley de Dios, lo presenta como
continuador de un profeta mucho más antiguo. Bajo el simbolismo de los
antiguos templos, se encuentra aquí el hilo de la gran revelación de la
humanidad, que liga entre sí a los verdaderos iniciados. He aquí este
pasaje importante: ” Zarathustra (Zoroastro) preguntó a Ahura-Mazda
(Ormuzd, el Dios de la luz): Ahura-Mazda, tú, santo y muy sagrado
creador de todos los seres corporales y muy puros. ¿Quién es el primer
hombre con quien primero has hablado, tú que eres Ahura-Mazda?. Entonces
Ahura-Mazda respondió: “Es el hermoso Yima, el que estaba a la cabeza
de una agrupación digna de elogios, ¡Oh, puro Zarathustra!”. Y yo le
dije: “Vela sobre los mundos que son míos vuélvelos fértiles en su
cualidad de protector”. Y yo le traje las armas de la victoria, yo que
soy Ahura-Mazda. Una lanza de oro y una espada de oro. Entonces Yima (el
Noé persa) se elevó hasta las estrellas hacia el Mediodía, sobre el
camino que sigue el Sol. Él marchó sobre esta tierra que había vuelto
fértil. Ella fue de un tercio más considerable que antes. Y el brillante
y bello Yima reunió la asamblea de los hombres más virtuosos en el
célebre Airyana-Vacia”.
La epopeya india la convierte en uno de sus temas favoritos. Rama fue el conquistador de la tierra que cierra el Himavat, la tierra de los elefantes, los tigres y las gacelas. Himavates
el monte sagrado de los ascetas y lugar donde viven todos los seres
mitológicos. Se cree que se encuentra en el Himalaya. Él ordenó el
primer choque y condujo el primer empuje de esta lucha gigantesca en que
dos razas se disputaban inconscientemente el cetro del mundo. La
tradición poética de la India, reforzada por las tradiciones ocultas de
los templos, ha simbolizado en ello la lucha de la magia blanca y la
magia negra. En su guerra contra los pueblos y los reyes del país de los
Djambous, como se le llamaba entonces, Ram o Rama, como le
llamaron los orientales, desplegó medios milagrosos en apariencia,
porque estaban por encima de las facultades ordinarias de la humanidad, y
que los grandes iniciados deben al conocimiento y manejo de las fuerzas
ocultas de la Naturaleza. Aquí la tradición le representa como haciendo
brotar manantiales de un desierto, allá encontrando recursos
inesperados en una especie de maná cuyo uso enseñó; por otra parte,
haciendo cesar una epidemia con la planta llamada hom, el amomosde los Griegos, la perseade
los Egipcios, de la que sacó un jugo salutífero. Esta planta llegó a
ser sagrada entre sus partidarios y reemplazó al muérdago de la encina,
conservado por los celtas de Europa.
Rama usaba contra sus enemigos de toda clase de prodigios. Los
sacerdotes de los Negros no reinaban ya más que por medio de un bajo
culto. Tenían ellos la costumbre de alimentar en sus templos enormes
serpientes y pterodáctilos, raros supervivientes de animales
antediluvianos, que hacían adorar como a dioses y que aterrorizaban a la
multitud. A esas serpientes daban de comer la carne de los cautivos (de
ahí vienen las tradiciones sobre dragones). A veces Rama aparecía de
improviso en esos templos, con antorchas, arrojando, aterrorizando,
domando y sojuzgando a serpientes y sacerdotes. A veces se mostraba en
el campo enemigo, exponiéndose sin defensa a aquellos que buscaban su
muerte, y volvía a partir sin que ninguna persona hubiese osado tocarle.
Cuando se interrogaba a los que le habían dejado huir, respondían que
habiendo encontrado su mirada, se habían sentido petrificados; o bien,
mientras que hablaba, una montaña de bronce se había interpuesto entre
ellos y él, y habían cesado de verle. En fin, como coronamiento de su
obra, la tradición épica de la India, atribuye a Rama la conquista de
Ceilán, último refugio del mago negro Rávana, sobre quien el
mago blanco hace llover una lluvia de fuego, después de haber echado un
puente sobre un brazo de mar con un ejército de monos, el cual se puede
reducir a alguna tribu primitiva de bimanos salvajes, inducida y
entusiasmada por este gran encantador de las naciones.
Por su fuerza, por su genio, por su bondad, dicen los libros sagrados
del Oriente, Rama había llegado a ser el dueño de la India y el rey
espiritual de la Tierra. Los sacerdotes, los reyes y los pueblos se
inclinaban ante él como ante un bienhechor celeste. Bajo el signo del
carnero, sus emisarios divulgaron a lo lejos la luz aria que proclamaba
la igualdad de vencedores y vencidos, la abolición de los sacrificios
humanos y de la esclavitud, el respeto de la mujer en el hogar, el culto
de los antepasados y la institución del fuego sagrado, símbolo visible
del Dios innominado. Rama se había vuelto viejo y su barba ya era
blanca. Pero el vigor no había abandonado su cuerpo, y la majestad de
los pontífices de la verdad reposaba sobre su frente. Los reyes y los
enviados de los pueblos le ofrecieron el poder supremo. Él pidió un año
para reflexionar y de nuevo tuvo un sueño; el Genio que le inspiraba le
habló mientras dormía. Le vio de nuevo en las selvas de su juventud. De
nuevo era joven y llevaba el vestido de lino de los druidas. Era noche
de luna. Era la noche santa, la Noche-Madre en que los pueblos esperan
el renacimiento del sol y del año. Rama marchaba bajo las encinas,
prestando atención como antes a las voces evocadoras del bosque. Una
mujer bella se le acercó; llevaba una magnífica corona, la cabellera
tenía el color del oro, su piel la blancura de la nieve y sus ojos el
brillo profundo del azul del cielo después de la tempestad. Era Sita,
que le dijo: “Yo era la druidesa salvaje; por ti he llegado a ser la
Esposa radiante. Y ahora me llamo Sita. Soy la mujer glorificada por
ti, soy la raza blanca, soy tu esposa: ¡Oh mi dueño y mi rey!: ¿no es
por mí por quien tú has franqueado los ríos, encantado a los pueblos y
dominado a los reyes?. He aquí la recompensa. Toma esta corona de mi
mano, colócala sobre tu cabeza y reina conmigo sobre el mundo”.
Se había arrodillado en una actitud humilde y sumisa, ofreciendo la
corona de la Tierra. Sus piedras preciosas lanzaban mil fuegos; la
embriaguez del amor sonreía en los ojos de la mujer. Y el alma del gran
Rama, del pastor de pueblos, se emocionó. Pero sobre lo alto de las
selvas, Deva Nahousha, su Genio, se le apareció y le dijo: “Si
pones esa corona sobre tu cabeza, la inteligencia divina te dejará y no
me verás ya. Si abrazas a esa mujer, morirá de tu felicidad. Si
renuncias a poseerla, ella vivirá dichosa y libre sobre la Tierra y tu
espíritu invisible reinará sobre ella. Elige: escúchala o sígueme”. En Grecia, el antiguo héroe semidiós era honrado bajo el nombre de Dionysos, que viene del sánscrito Deva Nahousha,
el divino renovador. Sita, aún de rodillas, miraba a su dueño con ojos
llenos de amor, y suplicante esperaba la respuesta. Rama guardó silencio
un instante. Su mirada, sumergida en los ojos de Sita, medía el abismo
que separa la posesión completa del eterno adiós. Pero sintiendo que el
amor supremo es una renuncia, la bendijo y la dijo: “Adiós. Sé libre y no me olvides”.
En seguida la mujer desapareció como un fantasma lunar. La joven Aurora
levantó su varita mágica sobre la vieja selva. El rey de nuevo era
viejo. Un rocío de lágrimas bañaba su barba blanca y desde el fondo de
los bosques una voz triste llamaba: “Ráma! ¡Rama!”. Pero Deva Nahousha, el Genio resplandeciente de luz, exclamó: — “¡A mí!” — y el espíritu divino llevó a Rama sobre una montaña, al norte del Himavat.
Después de este sueño que le indicaba el cumplimiento de su misión,
Rama reunió a los reyes y a los enviados de los pueblos y les dijo: “No
quiero el poder supremo que me ofrecéis. Guardad vuestras coronas y
observad mi Ley. Mi labor ha terminado. Me retiro para siempre con mis
hermanos iniciados a una montaña del Airyana-Vaeia. Desde allí velaré
sobre vosotros. Guardad el fuego divino. Si llegara a apagarse, volvería
a aparecer como juez y como vengador temible”.
Después se retiró con los suyos al monte Albori, entre Balk y Bamyán,
en un sitió conocido solamente por los iniciados. Allí enseñaba a sus
discípulos lo que sabía de los secretos de la Tierra y del gran Ser.
Aquéllos fueron a llevar a lo lejos, al Egipto y hasta Occidente, el
fuego sagrado, símbolo de la unidad divina de las cosas, y los cuernos
de carnero, emblema de la religión aria. Esos cuernos llegaron a ser las
insignias de la iniciación y por consiguiente del poder sacerdotal y
real. Los cuernos de carnero se vuelven a encontrar sobre la cabeza de
una multitud de personajes en los monumentos egipcios. Ese tocado de los
reyes y de los grandes sacerdotes es el signo de la iniciación
sacerdotal y real. Los dos cuernos de la tiara papal tienen ese origen. Desde
lejos Rama continuaba velando sobre sus pueblos y sobre su querida raza
blanca. Los últimos años de su vida los empleó en fijar el calendario
de los arios. A él debemos los signos del Zodíaco. Aquél fue el
testamento del patriarca de los iniciados. Extraño libro, escrito con
estrellas, en jeroglíficos celestes, en el firmamento sin fondo y sin
límites por el Anciano de los días de la raza aria. Al fijar los doce
signos del Zodíaco, Rama les atribuyó un triple sentido. El primero se
relacionaba con las influencias del sol y en los doce meses del año; el
segundo relataba en cierto modo su propia historia; el tercero indicaba
los medios ocultos de que se había valido para alcanzar su objeto. He
aquí por qué estos signos leídos en el orden inverso llegaron a ser más
tarde los emblemas secretos de la iniciación.
Los signos del Zodíaco representan la historia de Rama, según Fabre
d’Olivet, pensador que supo interpretar los símbolos del pasado según la
tradición esotérica: 1. El Carnero que huye con la cabeza vuelta atrás,
indica la situación de Rama abandonando su patria, con los ojos fijos
sobre el país que deja. — 2. El toro furioso se opone a su marcha, pero
la mitad de su cuerpo hundido en el fango le priva de ejecutar su
designio; cae sobre sus rodillas. Son los Celtas designados por su
propio símbolo, que, a pesar de sus esfuerzos, acaban por someterse. 3.
Géminis expresa la alianza de Rama con los Turanios. — 4. Cáncer, sus
meditaciones y reflexiones sobre lo hecho. 5. Leo, los combates contra
sus enemigos. — 6. La Virgen alada, la victoria. — 7. Libra, la igualdad
entre los vencedores y los vencidos. — 8. Escorpio, la revolución y la
traición. 9. Sagitario, la venganza que emplea. —10. Capricornio. — 11.
Acuario. — 12. Piscis, se relacionan con la parte moral de su historia. —
Se puede encontrar esa explicación del Zodíaco tan atrevida como rara.
Sin embargo, jamás astrónomo alguno ni ningún mitólogo ha explicado, ni
de un modo lejano, el origen y el sentido de esos signos misteriosos de
la carta celeste, adoptados y venerados por los pueblos desde el origen
de nuestro ciclo ario. La hipótesis de Fabre d’Olivet tienen por lo
menos el mérito de abrir al espíritu nuevas y vastas perspectivas.
Estos signos leídos en el orden inverso marcaron más tarde, en
Oriente y en Grecia, los diversos grados que era preciso subir para
llegar a la iniciación suprema. Recordemos solamente los más célebres de
esos emblemas: la Virgen alada significa la castidad que da la
victoria; el León, la fuerza moral; los Gemelos, la unión de un hombre y
de un espíritu divino, que forman juntos dos luchadores invencibles; el
Toro domado, el dominio sobre la Naturaleza; Aries, el esoterismo del
Fuego o del Espíritu universal que confiere la iniciación suprema por el
conocimiento de la Verdad. Ordenó a los suyos que ocultaran su muerte y
continuaran su obra perpetuando su fraternidad. Durante siglos, los
pueblos creyeron que Rama llevando la tiara de cuernos de carnero y
vivía siempre en su montaña santa. En los tiempos védicos el Gran
antepasado se convirtió en Yama, el juez de los muertos, el
Hermes de los Indos. Por su genio organizador, el gran iniciador de los
Arios había creado en el centro del Asia, en el Irán, un pueblo, una
sociedad, un torbellino de vida que debía irradiar en todos sentidos.
Las colonias de los Arios primitivos se repartieron por el Asia y por
Europa, llevando consigo sus costumbres, sus cultos y sus dioses. De
todas esas colonias, la rama de los Arios de la India es la que más se
aproxima a los Arios primitivos.
Los libros sagrados de los Hindúes, los Vedas, tienen un triple
valor. En primer término nos conducen al foco de la antigua y pura
religión aria, cuyos himnos védicos son sus rayos brillantes. Ellos nos
dan en seguida la clave de la India. En fin, nos muestran una primera
cristalización de las ideas madres de la doctrina esotérica y de todas
las religiones arias. Aquí nos limitaremos a un breve resumen de la
parte externa y del núcleo de la religión védica. Los brahmanes
consideran a los Vedas como sus libros sagrados por excelencia. Ven en
ellos la ciencia de las ciencias. La palabra Veda significa saber. Los
sabios de Europa han sido justamente atraídos hacia esos textos por una
especie de fascinación. Al principio no han visto en ellos más que una
poesía patriarcal; luego han descubierto allí no solamente el origen de
los grandes mitos indo-europeos y de nuestros dioses clásicos, sino
también un culto sabiamente organizado, un profundo sistema religioso y
metafísico. El porvenir les reserva quizá una última sorpresa, que será
la de encontrar en los Vedas la definición de las fuerzas ocultas de la
Naturaleza, que la ciencia moderna está próxima a descubrir. Nada más
sencillo y más grande que aquella religión, en la que un profundo
naturalismo se mezcla con un espiritualismo trascendente. Antes del
nacimiento del día, un hombre, un jefe de familia se halla en pie ante
un altar de tierra, donde arde el fuego encendido con dos trozos de
madera. En sus funciones, este jefe es a la vez padre, sacerdote y rey
del sacrificio. Mientras la aurora se descubre, dice un poeta védico, “como una mujer que sale del baño y ha tejido la más hermosa de las telas”, el jefe pronuncia una oración, una invocación a Ousha (la Aurora), a Savitri (el Sol), a los Asuras (espíritus de vida). La madre y los hijos vierten licor fermentado de la asclepia, el soma, en Agni, el
fuego. Y la llama que sube, lleva a los dioses invisibles la oración
purificada que sale de los labios del patriarca y del corazón de la
familia.
El estado de alma del poeta védico está igualmente alejado del
sensualismo helénico, según los cultos populares de Grecia, no de la
doctrina de los iniciados griegos, que representa a los dioses cósmicos
con hermosos cuerpos humanos, y del monoteísmo judaico, que adora al
Eterno sin forma, como presente en todas partes. Para el poeta védico,
la Naturaleza semeja a un velo transparente, detrás del cual se mueven
fuerzas imponderables y divinas. A estas fuerzas es a las que invoca, a
las que adora, a las que personifica; pero sin engañarse sobre el
significado de sus metáforas. Para él, Savitri significa menos el Sol que Vivasvat,
la potencia creadora de vida que le anima y que pone en movimiento al
sistema solar. Indra, el guerrero divino que sobre su carro dorado
recorre el cielo, lanza el rayo y disuelve las nubes, personifica la
potencia de ese mismo sol en la vida atmosférica, en “el gran transparente de los aires”. Cuando ellos invocan a Varuna
(el Urano de los griegos), el Dios del cielo inmenso, luminoso, que
abarca todas las cosas, los poetas védicos se remontan más aun. “Si
Indra representa la vida activa y militante del cielo, Varuna representa
su inmutable majestad. Nada iguala a la magnificencia de las
descripciones que de Él hacen los Himnos. El sol es su ojo, el cielo su
vestido, el huracán su soplo. Él es quien ha establecido sobre cimientos
inconmovibles el cielo y la tierra y quien los mantiene separados. Él
ha hecho todo y conserva todo. Nada podría alterar las obras de Varuna.
Nadie le penetra, pero sabe todo y ve todo lo que es y lo que será.
Desde las cumbres del cielo, donde reside en un palacio de mil puertas,
Él distingue la huella de los pájaros en el aire y la de los navíos
sobre las olas. Desde allí, desde lo alto de su trono de oro con
cimientos de bronce, contempla y juzga las obras de los hombres. Él es
quien mantiene el orden en el Universo y en la sociedad; Él castiga al
culpable; Él es misericordioso con el hombre que se arrepiente. Por eso
hacia Él se eleva el grito de angustia del remordimiento; ante su casa
el pecador va a descargarse del peso de su falta. Por otra parte, la
religión védica es ritualista, a veces altamente especulativa. Con
Varuna, desciende a las profundidades de la conciencia y realiza la
noción de la santidad”.
Agreguemos que esta religión se eleva a la pura noción de un Dios
único que penetra y domina al gran Todo. Sin embargo, las imágenes
grandiosas que los himnos arrojan en anchas ondas como ríos generosos,
no nos presentan más que la envoltura externa de los Vedas. Con la
noción de Agni, del fuego divino, tocamos el nudo de la doctrina, a su
fondo esotérico y trascendente. En efecto, Agni es el agente cósmico, el
principio universal por excelencia. Según A. Barth, en su obra “Les religions de l’Inde”: “No
es solamente el fuego terrestre del relámpago y del sol. Su verdadera
patria es el cielo invisible, místico, estancia de su eterna luz y de
los primeros principios de todas las cosas. Sus nacimientos son
infinitos: bien que brote del trozo de madera en el que duerme como el
embrión en la matriz, bien que, “Hijo de las Ondas”, se lance, con el
ruido del trueno, desde los ríos celestiales donde los Acvinos (los
jinetes celestes) le han engendrado. Él es el hermano mayor de los
dioses,pontífice en el cielo como en la tierra, y él ofició en
la morada de Vivasvat (el cielo o el sol) mucho antes que Matharicva (el
relámpago) lo hubiese traído a los mortales y que Atharván y los
Angiras, los antiguos sacrificadores, le hubiesen instituido aquí como
protector, huésped y amigo de los hombres. Amo y generador del
sacrificio, Agni viene a ser el portador de todas las especulaciones
místicas cuyo objeto es el sacrificio. Él engendra a los dioses, organiza al mundo, produce y conserva la vida universal; en una palabra, es la potencia cosmogónica. Soma
es el compañero de Agni. En realidad es el brebaje de una planta
fermentada vertido en libación a los dioses en el sacrificio. Pero, al
igual que Agni, tiene una existencia mística. Su residencia suprema está
en las profundidades del tercer cielo, donde Surya, la hija del sol, le
ha infiltrado, donde la ha encontrado Pushán, el Dios alimentador. De
allí es de donde el Halcón, un símbolo del rayo, o Agni mismo han ido a
arrebatárselo al Arquero celeste, al Gandharva su guardián, y le han
traído a los hombres. Los dioses le han bebido y han llegado a ser
inmortales; los hombres lo serán a su vez cuando lo beban en la mansión
de Yama, en la estancia de los bienaventurados. Mientras eso no llegue,
él les da aquí abajo el vigor y la plenitud de sus días; él es la
ambrosía y el agua de juventud. Él nutre, penetra a las plantas,
vivifica la semilla de los animales, inspira al poeta y da su vuelo a la
oración. Alma del cielo y de la tierra, de Indra y de Vishnú, él forma
con Agni un par inseparable; esa pareja ha encendido el sol y las
estrellas”.
La noción de Agni y de Soma contiene los dos principios esenciales
del universo, según la doctrina esotérica y según toda filosofía viva.
Agni es el Eterno masculino, el Intelecto creador, el Espíritu puro; Soma es el Eterno femenino, el
Alma del mundo o substancia etérea, matriz de todos los mundos visibles
e invisibles a nuestros ojos, la Naturaleza, en fin, o la materia sutil
en sus infinitas transformaciones. Lo que prueba indudablemente que
Soma representaba el principio femenino absoluto, es que los brahmanes
lo identificaron más tarde con la luna. La luna simboliza el principio
femenino en todas las religiones antiguas, así como el sol simboliza el
principio masculino. La unión perfecta de esos
dos seres constituye el Ser supremo, la esencia de Dios. De esas dos
ideas capitales brota una tercera no menos fecunda. Los Vedas hacen del
acto cosmogónico un sacrificio perpetuo. Para
producir todo lo existente, el Ser supremo se inmola a sí mismo; se
divide para salir de su unidad. Ese sacrificio es, pues, considerado
como el punto vital de todas las fusiones de la Naturaleza. Esta idea
sorprende al principio; mas es muy profunda cuando se reflexiona sobre
ella y contiene en germen toda la doctrina teosófica de la evolución de
Dios en el mundo, la síntesis esotérica del politeísmo y del monoteísmo.
Ella dará vida a la doctrina dionisíaca de la caída y de la redención
de las almas, que florecerá en Hermes y en Orfeo. De ahí brotará la
doctrina del Verbo divino proclamada por Krishna y predicada por Jesús
Cristo.
El sacrificio del fuego con sus ceremonias y sus plegarias, centro
inmutable del culto védico, se convierte así en la imagen del gran acto
cosmogónico. Los Vedas dan una importancia capital a la oración, a la
fórmula de invocación que acompaña al sacrificio. Por esta razón,
consideran a la plegaria como una diosa: Brahmanaspati. La fe
en el poder evocador y creador de la palabra humana, acompañada del
movimiento poderoso del alma, o de una intensa proyección de la
voluntad, es la fuente de todos los cultos y la razón de la doctrina
egipcia y caldea de la magia. Para el sacerdote védico y brahmánico, los
Asuras, los señores invisibles, y los Pitris o almas de los
antepasados, se sientan sobre el césped durante el sacrificio, atraídos
por el fuego, los cánticos y la oración. La ciencia que se relaciona con
esta parte del culto es la de la jerarquía de los espíritus de todo
orden. En cuanto a la inmortalidad del alma, los Vedas la afirman tan
alta y claramente cómo es posible hacerlo. “Es una parte inmortal
del hombre; ella es, ¡Oh, Agni!, la que es preciso calientes con tus
rayos, inflames con tus fuegos. ¡Oh Jatavedas!, transpórtala al mundo de
los piadosos, en el cuerpo glorioso formado por ti”. Los poetas
védicos no indican solamente el destino del alma, sino que también se
inquietan sobre su origen. ¿De dónde ha nacido el alma? “Las hay que vienen hacia nosotros y se vuelven a ir, que se van y vuelven a venir”.
He ahí en dos palabras la doctrina de la reencarnación que jugará un
papel capital en el brahmanismo y el buddhismo, entre los Egipcios y los
Órficos, en la filosofía de Pitágoras y de Platón, el misterio de los
misterios, el arcano de los arcanos. ¿Cómo no reconocer, después de
esto, en los Vedas las grandes líneas de un sistema religioso orgánico,
de una concepción filosófica del universo?
No hay allí solamente la intuición profunda de las verdades
intelectuales anteriores y superiores a la observación; hay, además,
unidad y amplitud de miras en la comprensión de la Naturaleza, en la
coordinación de sus fenómenos. Como un hermoso cristal de roca, la
conciencia del poeta védico refleja el sol de la eterna verdad, y en ese
prisma brillante se juntan ya todos los rayos de la teosofía universal.
Los principios de la doctrina permanente son todavía más visibles aquí
que en los otros libros sagrados de la India, y en las otras religiones
semíticas o arias, a causa de la singular franqueza de los poetas
védicos y de la transparencia de esa religión primitiva, tan alta y tan
pura. En aquella época, la distinción entre los misterios y el culto
popular no existía. Pero leyendo atentamente los Vedas, detrás del padre
de familia o el poeta oficiante de los himnos, se ve ya otro personaje
más importante: el Rishi, el sabio, el iniciado, de quien ha recibido la
verdad. Se ve también que esa verdad se ha transmitido por una
tradición ininterrumpida que se remonta a los orígenes de la raza aria.
He ahí, pues, al pueblo ario lanzado en la carrera de conquista y
civilización, a lo largo del Indus y del Ganges. El genio invisible de
Rama, la inteligencia de las cosas divinas, Deva Nahousha,
reina sobre él. Agni, el fuego sagrado, circula por sus venas. Una
aurora rosada envuelve a esta edad de juventud, de fuerza, de virilidad.
La familia está constituida, la mujer respetada. Sacerdotisa en el
hogar, a veces compone y canta ella misma los himnos. “Que el marido de esta esposa viva cien otoños”, dice un poeta.
Se ama a la vida; pero se cree también en su más allá. El rey habita
en un castillo sobre la colina que domina al pueblo. En la guerra va
montado en un carro brillante, vestido con armas relucientes, coronado
con una tiara, y resplandece como el dios Indra. Más tarde, cuando los
brahmanes hayan establecido su autoridad, se verá elevarse cerca del
palacio espléndido del Maharaja, o
gran rey, la pagoda de piedra de donde saldrán las artes, la poesía y el
drama de los dioses, gesticulado y cantado por las bailarinas sagradas.
Por el momento las castas existen, pero sin rigor, sin barrera
absoluta. El guerrero es sacerdote y el sacerdote guerrero, más
frecuentemente servidor oficiante del jefe o del rey. Más he aquí un
personaje de aspecto pobre y de gran porvenir. Cabellos y barba
creciendo sin límite, medio desnudo, cubierto de harapos rojos. Ese muní, ese
solitario habita cerca de los lagos sagrados, en las soledades
salvajes, donde se dedica a la meditación y a la vida ascética. De
cuando en cuando viene para amonestar al jefe o al rey. Frecuentemente
le rechazan, le desobedecen; pero le respetan y le temen. Ejerce ya un
poder temible. Entre aquel rey, sobre su carro dorado, rodeado por sus
guerreros, y este muní casi desnudo, sin otras armas que su
pensamiento, su palabra y su mirada, habrá una lucha, y el vencedor
formidable no será el rey; será el solitario, el mendigo descarnado,
porque tendrá la ciencia y la voluntad. La historia de esa lucha es la
del brahmanismo, como más tarde será la del buddhismo, y en ella se
resume casi toda la historia de la India.
Y en efecto, todas estas cosas y muchas más se enseñan en una tradición ininterrumpida, en lo más profundo de los Santuarios del Cordero;
y de estos últimos no son otra cosa que la cripta cerrada de los
Misterios del movimiento giratorio de los Abramidas de Moisés y,
finalmente, de la Promesa universal hecha a la Humanidad por el divino
Maestro. Y si se pregunta porque los Pontífices de la Paradesa,
sin piedad por los esfuerzos de una gran parte de nuestra raza, han
ocultado a las miradas de la Humanidad su Universidad religiosa,
Saint-Yves d’Alveydre dice: “Tenían sus motivos para ello, porque
sus formidables ciencias, hubieran podido al igual que las nuestras,
armar contra la Humanidad al Mal, al Anti-Dios, al Anti-Cristo, y el
Gobierno general de la Anarquía”. Las condiciones de la Sinarquía
no estaban aún lo suficientemente renovadas en toda la faz de la
Tierra. Los Evangelios, en su texto hebreo, relatan el nombre místico
del templo de la Paradesa y las significativas palabras de Jesucristo: “Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá, buscad y encontraréis”.
Saint-Yves d’Alveydre afirma que los colegios de enseñanza esotérica,
en que han participado los Profetas, Moisés, Jéthro y los distintos
patriarcas, no han hablado en vano. Todos sabían en qué Tabernáculo viviente
la Providencia protegía las antiguas simientes de las civilizaciones
futuras. La Paradesa debía no imponer sino padecer, hasta nuestros
días, la ley de los Misterios dictada por Dios mismo, a partir
del momento en que la Anarquía gubernamental de los Nemrod aplastó la
vida de relación de las Sociedades humanas.
Según los textos antiguos y las leyendas, el fundador de Babilonia
fue Nimrod (o Nemrod), que reinaba con su esposa, la Reina Semíramis.
Nimrod parece que era un tirano muy poderoso y uno de los gigantes que
se relatan en las tradiciones. Se cree que después del Diluvio fue
Nimrod el que reconstruyó la impresionante y gigantesca estructura en
Baalbek, Líbano, con sus enormes bloques de piedra de 800 toneladas.
Parece que su reino llegaba hasta la región que es ahora Líbano y, según
el Génesis, los primeros centros del reino de Nimrod eran Babilonia,
Acadia y otros en la región de Shinar (Sumer). Después se expandió hacia
Asiria construyendo ciudades como Nínive, donde fueron encontradas la
mayoría de las Tablillas Sumerias, en las que encontramos gran parte de
la información de aquella época. Los reyes Nimrod y Semíramis parece que
eran de linaje annunaki y formaban parte de la conocida como
raza de Titanes. Esta raza de gigantes se decía que eran descendientes
de Noé, descrito en el Libro de Enoc como fruto de las relaciones entre un “dios”
y un humano y con piel sumamente blanca. El padre de Nimrod en el
texto del Génesis era Cush, también conocido como Bel o Hermes, que
significa Hijo de Ham, y que era nieto de Noé e hijo de Ham o Khem, que
significa “el quemado” y que podría haber estado relacionado con la adoración del Sol. En Babilonia surgió una gran red de “dioses”, que también tenían conexiones con Egipto. Nimrod y Semíramis han tenido el gran honor de ser reconocidos como los “dioses” más importantes de la Hermandad de Babilonia y han sido venerados hasta la actualidad bajo muchos diferentes nombres y símbolos.
Nimrod fue simbolizado como un pez (ver artículo sobre dioses pez) y la Reina Semíramis como un pez y una paloma. Semíramis es probable que sea el nombre simbólico de la “diosa”
sumeria Ninkharsag, que, según se dice, fue la creadora del Homo
Sapiens, junto con Enki. Nimrod era el dios-pez Dagon, que fue
retratado como mitad hombre y mitad pez. Pero hay cierta evidencias de
que esta imagen en realidad representa a un ser mitad reptil y mitad
humano. La Reina Semíramis también era simbolizada como un pez porque
los babilonios creían que el pez era un afrodisíaco y se volvió el
símbolo para la diosa del amor. Probablemente aquí tiene sus orígenes
el uso del pez en el simbolismo y la arquitectura cristianos. Y según
sigue diciendo Saint-Yves d’Alveydre, la ley de los misterios
sólo será derogada a medida que se vayan cumpliendo las promesas de
Moisés y de Jesucristo, a medida que la anarquía del Gobierno general de
la Humanidad ceda el puesto a la Sinarquía, y el yugo mortal del
Anticristo lo ceda a la Libertad, a la Igualdad y a la Fraternidad de
las naciones en el Reino de Dios. Pero Saint-Yves d’Alveydre
debe callar aquello que pudiese significar un perjuicio real para el
templo de la Paradesa, de los veintidós Arcanos. De ello podrían dar
fe los rajahs independientes, que en Asia forman aún parte del Consejo de los Dioses, los Pundits y los Gurús, los Bagwandas y los Archis que, con el Bnihatmah y sus dos asesores, constituyen el Consejo manávico de Dios.
El nombre místico actual del templo le fue otorgado a partir del cisma
de Irshou, hace casi cincuenta y un siglos (5100 años). Este nombre,
el Agarttha (o Agartha), significa inalcanzable a la violencia, inaccesible a la Anarquía. Podría dar la clave de la respuesta de la Sinarquía trinitaria del Cordero y del Carnero al
triunfo del Gobierno general de la fuerza bruta, ya se llame conquista
militar, tiranía política, intolerancia sectaria o rapacidad colonial.
Agartha (también denominada Agarthi, Agharta o Agarttha)
es, según la tradición oriental, una ciudad o un reino constituido por
numerosas galerías subterráneas extendidas por toda Asia y el resto del
mundo. La capital de este nuevo mundo subterráneo, denominada Shambala,
se encontraría bajo el desierto de Gobi, y allí reinaría aún el Rey del
nuevo mundo. Agartha está relacionada también con la teoría
intraterrestre y es un tema popular en esoterismo. El mito de este mundo
subterráneo y secreto nos conduce hasta a la religión brahamánica. En
su libro El rey del mundo (1927), el esoterista francés René
Guénon enumera una gran cantidad de tradiciones antiguas de una tierra
santa por excelencia. Localizada en el curso de los milenios en muchos
lugares verdaderos o legendarios, tales como Atlántida, el reino del
sacerdote Gianni, el reino del Preste Juan, el castillo de Camelot, la
isla de Ávalon, el Montsalvat de los mitos del rey Arturo; la isla de
Ogigia, la mítica isla de Thule; el Monte Meru, el Monte Olimpo o el
Monte Qaf. La denominación de Agartha y la descripción orgánica de su
estructura ha comenzado a difundirse en Occidente a partir del siglo
XIX, gracias a los trabajos de Louis Jacolliot, que habló por primera
vez en Les fils de Dieu, Alexandre Saint-Yves d’Alveydre, que privilegia la dicción india Agartha a la mongola Agarthi, Ferdinand Ossendowski y René Guénon. Ossendowski cita las palabras de un mongol según el cual el Paradesha
(o Paradesa) fue fundado por el primer gurú, intermediario del deseo
divino, alrededor del año 380.000 a. C., volviéndose totalmente
subterráneo hace unos 6.000 años.
Para la ocultista Helena Blavatsky, Agartha, a la que ella denomina «logia blanca», se levantaba sobre una isla del antiguo mar de Gobi (actualmente un desierto) donde, en tiempos remotos, aterrizaron los «Señores de la Llama»,
semidioses provenientes de Venus. Las doctrinas esotéricas mas
fantasiosas datan su fundación a hace unos quince millones de años. La
idea de mundos subterráneos se pudo haber inspirado en creencias
religiosas antiguas como el Hades, el Sheol y el Infierno. En cambio,
según la teoría de la escritora Earlyne Chaney, hace muchas eras unas
almas muy avanzadas vinieron a la Tierra desde otros planetas. Ella las
llama anunnaki y su descendencia en la Tierra son los annu. Estos seres fueron quienes trajeron el «arca de la alianza»
que fue usado como arma y como un mecanismo para el control de la
gravedad. Los anunnaki y los annu ayudaron a construir las grandes
civilizaciones de la Atlántida y Lemuria. Finalmente los anunnaki se
marcharon dejando a la Tierra en manos de los annu, que se habían
emparejado con seres humanos de la Tierra. Cuando el tiempo pasó, la
Atlántida empezó a ser tomada por los Hijos de Belial, o la Hermandad Oscura.
Los Annu, al darse cuenta que la destrucción de la Atlántida se
acercaba, huyeron a otros países, especialmente a Egipto. Ayudaron a
construir las pirámides con su tecnología, que también usaron para
perforar bajo tierra, construyendo túneles y ciudades subterráneas.
Cuando el diluvio y el cambio de polos estaban a punto de demoler
Atlántida y Lemuria, los annu entraron en sus ciudades del interior de
la Tierra a través de la Gran Pirámide. Después sellaron la
pirámide impidiendo a los demás habitantes de la Tierra descubrir sus
pasajes subterráneos y manteniéndose aislados de la inundación.
Según Ferdinand Ossendowski: “El reino misterioso de Agharti
tiene accesos distribuidos en el mundo entero (incluyendo en esto al
continente americano). En ese reino interior no existen el mal ni el
crimen. Existen una serie de poblaciones o ciudades en el Agharti que
rodean al lugar central. Allí mora el Rey del Mundo o Brahmatma,
asistido por el Mahatma y el Mahanga, que predicen los acontecimientos
mundiales y dirigen la marcha de tales acontecimientos, respectivamente”.
Agartha estaría formada por varios continentes, océanos, montañas y
ríos. Shamballa es su capital. Habría unas cien colonias subterráneas
debajo de la Tierra, todas menos una bastante cerca de la superficie.
Estas ciudades subterráneas han sido conocidas como la «Red de Agartha».
Sus costumbres varían, pero siguen una estructura de vida común
orientada espiritualmente en las enseñanzas de Melquisedec. La media de
la población de estas ciudades sería de quinientos mil, pero Telos, una
de las ciudades de Agartha, bajo el Monte Shasta tendría 1,5 millón de
habitantes. Al parecer existen diversas razas en Agartha, y los seres
que la habitan pueden variar mucho en el aspecto. Según Helena
Blavatsky, los habitantes de Agartha vendrían del continente de
Gondwana, ahora desaparecido. Gracias a las mediciones de las mareas
realizadas por medio del Candelabro de los Andes, éstos
comprendieron que una catástrofe iba a azotar su tierra y se refugiaron
en inmensas galerías subterráneas, iluminadas por una particular luz que
haría brotar las semillas, llevando consigo el bagaje de sus antiguos
conocimientos. En cambio, en los textos citados en “La Tierra hueca, mito o realidad”, escrito por Brad Steiger, se habla de «los Ancianos de los tiempos», una antigua raza que pobló la tierra millones de años atrás y luego migró al interior de la Tierra. Steiger escribe: «Los
Ancianos de los tiempos, una raza inmensamente inteligente y
científicamente avanzada, ha elegido estructurar su propio ambiente bajo
la superficie del planeta y fabricar allí todas sus necesidades». «Estos
Ancianos son homínidos, extremadamente longevos y antecesores del homo
sapiens por más de un millón de años. Permanecen generalmente alejados
del mundo de la superficie, pero de vez en cuando se han ofrecido para
aportar su ayuda».
Por último, en una parte del libro “El dios humeante”,
escrito por Willis George Emerson, coincide con la longevidad de estos
habitantes, ya que relata cómo la gente vivía entre cuatrocientos y
ochocientos años. A diferencia de los homínidos, éstos tendrían una
altura de 12 pies de alto (unos 3,65 metros) o más. Todas las teorías
coinciden en que su tecnología es muy avanzada y que pueden transmitir
sus pensamientos telepáticamente. Las entradas hacia las galerías que
llevan a Agartha estarían ocultas y se encontrarían en lugares
estratégicos y aislados para impedir el acceso a los curiosos o
visitantes externos. Muchas se encontrarían escondidas bajo las aguas de
los océanos, lagos, o en las altas montañas. Habría algunas también en
el Brasil, en la vastísima selva del Amazonas, vigiladas por indios
nada amistosos, en Siberia o en el Desierto de Gobi. De hecho, se
encontraría una entrada a pocos metros de profundidad bajo la Esfinge de
Guiza, en Egipto y una entrada en Ecuador, en la cueva de los Tayos. En
1938–1939 fue enviada una expedición nazi al Tíbet al mando de Ernst
Schäfer, acompañado por cinco sabios alemanes y veinte miembros del la
SS. Hilscher, jefe del departamento de esoterismo de la Ahnenerbe, era
el promotor. La misión consistía en entablar lazos con los misteriosos
habitantes de las cavernas, pertenecientes al pueblo de Agartha. Un
pensamiento que alentó este viaje fue el recuperar la vieja tradición
espiritual emparentada con el paganismo y la práctica del ocultismo
templario, que se decía aún pervivía en aquellas regiones del Asia
septentrional. Quizás esta afirmación explicaría por qué los nazis
recibieron un documento del Consejo de Regencia que en ese entonces gobernaba Tíbet, ya que aún no se había elegido el nuevo Dalái Lama viviente, aceptando a Hitler como jefe de todos los arios. Asimismo, algunas castas altas de la India saludaron al Tercer Reich
e inclinaron sus cabezas ante la presencia de la esvástica. Pero no
como muestra de respeto al nazismo, sino por ser la esvástica un símbolo
sagrado habitual en la India. Lo cierto es que, como resultado de este
viaje, en Berlín se instaló una comuna de monjes tibetanos. Además de
Alexandre Saint-Yves d’Alveydre, hay diversos personajes que afirman
haber estado o haber tenido experiencias en Agartha.
En 1947 Richard Evelyn Byrd, que llegó a ser almirante de la Marina
de los Estados Unidos, voló al Polo Norte y en lugar de volar sobre el
Polo realmente habría entrado en el interior de la Tierra. En su diario
habla de su entrada en el interior de la Tierra y de viajar mil
setecientas millas sobre montañas, lagos, ríos, vegetación verde y vida
animal. Dice haber visto monstruosos animales parecidos a los mamuts de
la antigüedad moviéndose entre la maleza. Finalmente encontró ciudades y
una próspera civilización. Al final su avión fue saludado por máquinas
voladoras de un tipo que nunca había visto antes. Le acompañaron a un
lugar de aterrizaje seguro y fue recibido amablemente por emisarios de
Agartha. Después de descansar, él y su tripulación fueron llevados a
conocer al Rey y la Reina de Agartha. Le dijeron que le habían permitido
entrar en Agartha por su alta moral y carácter ético. Continuaron
diciendo que desde que los Estados Unidos habían arrojado las bombas
atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, habían estado muy preocupados por
su propia seguridad y supervivencia. Habían decidido que era el momento
de hacer un mayor contacto con el mundo exterior para asegurarse que la
humanidad no destruiría ese planeta y su civilización. A Byrd se le
había permitido entrar para poder contactar con alguien en quien
confiaran. Cuando su visita terminó, el almirante Byrd y su tripulación
fueron guiados en su avión de vuelta al mundo exterior, habiendo
cambiado sus vidas para siempre. En enero de 1929, el Almirante Byrd
dirigió una expedición al Polo Sur. Según su relato, en esa expedición
él y su tripulación penetraron dos mil trescientas millas en el centro
de la Tierra. El Almirante Byrd declara que los Polos Norte y Sur son
sólo dos de las muchas aberturas al centro de la Tierra. El Almirante
también declara que la Tierra interna tiene su propio sol. La teoría de
Byrd es que los polos de la Tierra son cóncavos, en vez de convexos, y
los barcos y aviones pueden en efecto navegar o volar hacia dentro.
Olaf Jansen, pescador escandinavo, que navegaba junto a su hijo en su
pequeño bote de pesca, estaban intentando encontrar la tierra más allá
del Viento del Norte, de la que habían oído hablar. Al parecer
una tormenta de viento les llevó a través de una supuesta apertura polar
hasta el interior hueco de la Tierra. Allí pasaron dos años y al
regresar a través de la apertura del Polo Sur, el padre perdió su vida
cuando un iceberg se rompió en dos y destruyó el bote. El hijo fue
rescatado, pero cuando contó su increíble historia, lo metieron en un
manicomio, porque nadie le creyó. Después de ser liberado y de pasar 26
años como pescador, se mudó a los Estados Unidos. A sus noventa años
hizo amistad con el escritor Willis George Emerson y le contó su
historia. En su lecho de muerte dio también a Emerson unos extraños
mapas que había hecho en el interior de la Tierra junto con un
manuscrito relatando sus experiencias. Habló de lo longeva de su
población, de su tecnología avanzada, de que podían trasmitirse sus
pensamientos mediante telepatía, etc. También afirmaba que fabricaban «platillos volantes»
que funcionaban mediante electromagnetismo. El entonces anciano decía
que la Tierra es cóncava y que una humanidad vive en el interior del
globo. Robert Stacy Judd, arqueólogo californiano, habla de haber
estado en el estado de Yucatán y haber entrado en la ‘Cueva de Loltun’
con un grupo de seis investigadores. Descendieron muy adentro en las
profundidades de la Tierra y entonces se dieron cuenta que estaban
perdidos. De pronto, desde lo más profundo, llegó a ellos una luz. La
luz se convirtió en una antorcha llevada por un viejo ermitaño ciego que
les dijo que les había visto mediante su clarividencia y sabía que
estaban perdidos. Incluso, aún ciego, procedió a llevarles de vuelta a
la superficie de la Tierra. Los hombres estuvieron muy agradecidos y
preguntaron al eremita por donde vivía. El eremita les dijo que la cueva
era su hogar y que salía a la superficie esporádicamente. Cuando le
preguntaron cómo lograba sobrevivir y como encontraba comida y agua para
beber, dijo que le cuidaban los amigos que vivían en una hermosa ciudad
interior, en las profundidades de la Tierra. Se detuvo el tiempo
suficiente para hacerle una foto y entonces desapareció de vuelta a la
cueva.
En 1871, se publicó una extraña novela titulada “The Coming Race“.
En ella el narrador es conducido por un ingeniero de minas a un mundo
subterráneo poblado por una raza extraña. Ese pueblo posee un poder
misterioso que le ha permitido vivir sin maquinas y sin todos los
aspectos de la civilización moderna. Ese poder es el llamado Vril.
Edward George Earle Lytton Bulwer-Lytton, Barón de Lytton, nació en
Londres el 25 de mayo de 1803. Su extraña colección de nombres y
apellidos fue adquirida con el tiempo. De darse a conocer como Edward
Bulwer pasó a Lytton Bulwer y, ya nombrado caballero en 1837, en 1844,
después de la muerte de su madre, se convirtió en Lytton Bulwer-Lytton.
Además de tener muchos nombres, Lytton participó activamente en
política y fue un escritor famoso en su tiempo. Sus obras eran un éxito
de venta. Sin embargo, luego de su muerte, en 1873, la mayoría de sus
libros quedaron en el olvido. Al parecer, Lord Lytton fue miembro de la Sociedad Rosacruz Inglesa,
una sociedad secreta fundada en 1867 por Robert Wentworth Little. El
dato tendría solo valor anecdótico si no fuera que varios de sus libros,
por ejemplo “Zanoni” (1842), parecen haberse escrito bajo la
influencia de las ideas que Lytton ya tenía por su anterior
participación en otras sociedades rosacruces. Es de interés hacer notar
que un grupo de miembros de la Sociedad Rosacruz Inglesa creó, en 1887, la Hermetic Order of the Golden Dawn in the Outer (Orden Hermética del Dorado Amanecer en el Exterior),
sociedad de la que fueron miembros Arthur Machen y Bram Stoker, el
autor de Drácula. De todas maneras, los intereses literarios de Lytton
no se agotaron en el ocultismo. Escribió novelas históricas, románticas,
de misterio y fue, probablemente sin proponérselo, uno de los pioneros
de la ciencia ficción.
En 1871, Lytton publicó “The Coming Race“. En español fue editada con distintos títulos, como “La Raza Venidera”, “La Raza Futura”. “La Raza que nos suplantará” o “Vril, el Poder de la Raza Venidera”. En “The Coming Race“,
el narrador, un joven estadounidense es conducido por un ingeniero de
minas a un mundo subterráneo poblado por una raza extraña. Ese pueblo,
llamado Vril-Ya, posee un poder misterioso llamado Vril. ¿De qué cosas
se entera el protagonista acerca de los Vril-ya y el Vril? Veamos
algunas de las cosas que nos dice: “Según las primitivas
tradiciones, los progenitores más remotos de la raza habitaron en un
mundo en la superficie de la tierra, sobre el mismo lugar que sus
descendientes entonces habitaban … la porción de la superficie habitada
por los antepasados de esta raza sufrió inundaciones, no repentinas,
sino graduales e incontrolables, en las que fueron sumergidos y
perecieron todos, salvo un pequeño número … Un grupo de la desdichada
raza, invadida por las aguas del Diluvio, huyendo de ellas se refugió en
cavernas entre las más altas rocas y vagando por hondonadas cada vez
más profundas perdieron de vista para siempre el mundo de la superficie…
La palabra A-Vril era sinónimo de civilización y Vril-ya significaba
“Las Naciones Civilizadas”, nombre común por el cual las comunidades que
utilizaban tal agente se distinguían de las que estaban todavía en
estado de barbarie… El Vril es la enorme energía de la cual sólo
utilizamos una ínfima parte en la vida ordinaria, el nervio de nuestra
divinidad posible. El que llega a ser dueño de un vril se convierte en
dueño de sí mismo, de los demás y del mundo. Aparte de esto, no hay nada
deseable. Todos nuestros esfuerzos deben tender a ello. Todo lo demás
pertenece a la psicología oficial, a la moral, a las religiones, al
viento. El mundo va a cambiar. Los Señores saldrán de debajo de la
Tierra. Si no hemos celebrado una alianza con ellos, si no somos también
señores, nos veremos entre los esclavos, entre el estiércol que servirá
de abono a las nuevas ciudades… Los Vril-ya, al surgir de la
tierra, inducidos por el encanto de un cielo alumbrado por el sol, se
inclinarían a establecerse sobre la tierra, iniciarían de inmediato la
obra de destrucción, se apoderarían de los territorios ya cultivados,
sin escrúpulo de ninguna clase, y aniquilarían a todos los habitantes
que resistieran tal invasión”.
¿Dónde está el Agarttha? ¿En qué lugar preciso se encuentra? ¿Por qué
caminos hay que andar, y qué pueblos hay que atravesar para llegar
hasta allí? A esta pregunta, según Saint-Yves d’Alveydre, no conviene
contestar en tanto no se realice, o por lo menos se firme, el entendimiento sinárquico.
En Asia algunas potencias rozan, sin darse cuenta, este territorio
sagrado. En la superficie y en las entrañas de la tierra la extensión
real del Agarttha desafía la opresión y la coacción de la profanación y
de la violencia. Sin hablar de América, cuyo subsuelo ignorado le ha
pertenecido desde la más alta antigüedad. Tan sólo en Asia, cerca de
quinientos millones de hombres conocían, hasta el siglo XIX, su
existencia y su extensión. Pero no se encontrará a nadie que indique
la situación precisa en que se encuentran su Consejo de los Dioseso
su cabeza pontificial. Si pese a todo fuese invadida, cualquier
ejército invasor, aunque estuviese compuesto por un millón de hombres,
vería renovarse la atronadora respuesta del templo de Delfos a las
incontables hordas de los sátrapas persas. Pidiendo ayuda a las Potencias cósmicas de la Tierra y del Cielo,
incluso vencidos, se dice que los Templarios y los confederados del
Agarttha, podrían, si fuese necesario, hacer estallar parte del Planeta y
triturar con un cataclismo a los profanadores y sus países de origen.
Por estas causas esta tierra santa nunca ha sido profanada,
pese al flujo y reflujo, a los choques y engullimientos mutuos de los
imperios militares, desde Babilonia hasta el reino turanio de la Alta
Tartaria, desde Susa hasta Pella, desde Alejandría hasta Roma.
La Columna de las Serpientes (en turco: Yilanli Sütun), también conocida como la Columna Serpentina, el Trípode de Delfos y el Trípode de Platea, es una antigua columna de bronce situada en el Hipódromo de Constantinopla, conocido como «plaza de los caballos» – Atmeydanı – durante el período otomano. Actualmente el lugar es conocido como la «Plaza Sultán Ahmet»
de Estambul, Turquía. La columna, que forma parte de un trípode de
sacrificios de la Antigua Grecia, originariamente se encontraba en
Delfos y fue trasladada a Constantinopla por Constantino I el Grande en
el año 324. La columna, de ocho metros de alto, contaba con tres cabezas
de serpientes que permanecieron intactas hasta fines del siglo XVII.
Una de ellas se exhibe actualmente en las cercanías, en el Museo
arqueológico de Estambul. La Columna de las Serpientes es uno
de los objetos pertenecientes a la Grecia y Roma antiguas, cuyo origen
se remonta a hace unos 2480 años, que se mencionan más extensamente en
la literatura y que aún perduran en la actualidad. Junto con el trípode y
el cuenco de oro originales, ambos desaparecidos hace tiempo, formaba
parte de un trofeo u ofrenda dedicada al dios Apolo, en Delfos. Dicha
ofrenda se realizó en la primavera del año 478 a. C., varios meses
después de la derrota del ejército persa aqueménida en la
batalla de Platea (agosto de 479 a. C.) a manos de las ciudades estado
griegas, que se habían aliado para repeler la invasión persa a la Grecia
continental. Entre los escritores antiguos que hacen alusión a la
Columna se puede encontrar a Heródoto, Tucídides, el pseudo-Demóstenes,
Diodoro Sículo, Pausanias, Cornelio Nepote y Plutarco. Ya en la
modernidad, Edward Gibbon describió el traslado de la Columna por parte
del Emperador Constantino a su nueva capital, Constantinopla. Para este
relato, Gibbon cita el testimonio de los historiadores bizantinos
Zósimo, Eusebio, Sócrates y Sozomeno.
La invasión persa a Grecia comenzó en el año 480 a. C., bajo el mando
de Jerjes I. La expedición, que combinaba unidades terrestres y
marítimas, era para Jerjes un asunto pendiente tras la derrota del
ejército que había enviado su padre, Darío I, en la batalla de Maratón
(490 a. C.) ante los atenienses. La nueva expedición tenía dos
objetivos: forzar el sometimiento de las ciudades estado de la Grecia
continental que se negasen a entregar un tributo simbólico de «la tierra y el agua» al emperador persa, y castigar a quienes habían apoyado a los griegos jonios en la revuelta contra los persas, liderada por Aristágoras de Mileto.
Esto ponía en el punto de mira principalmente a las ciudades de Atenas y
Eretria.Luego del triunfo sobre los griegos en las Termópilas y la
retirada por parte de los mismos en Artemisio (agosto de 480 a. C.), la
estrategia de los aliados griegos se encontraba en ruinas. Nada podía
evitar que los persas avanzaran, tomaran y saquearan Atenas. Sólo el strategos
(general) ateniense Temístocles, con su brillante planificación para
evacuar a los habitantes de Atenas a la isla de Salamina, además de sus
estratagemas para convencer a las ciudades peloponesias para que se
enfrentaran a sus enemigos en una batalla naval en el estrecho de
Salamina, en vez de retroceder al Istmo, y su astucia para lograr que
Jerjes atacara a la flota griega en el estrecho (septiembre de 480 a.
C.) proporcionaron a los aliados el respiro que necesitaban. Después de
Salamina, Jerjes se retiró a Sardes, pero dejó una fuerza terrestre en
Tracia a cargo del experimentado general Mardonio.
Mardonio volvió a capturar Atenas en la primavera de 479 a. C. y,
ante el fracaso de las negociaciones de Alejandro I de Macedonia, en
nombre de los persas, para lograr la paz con Atenas, la guerra continuó.
Al enterarse de que un ejército espartano se aproximaba desde el
Peloponeso, el general persa incendió Atenas y retiró sus fuerzas a una
posición estratégica en Beocia, al norte del río Asopo. Los griegos,
bajo el mando de Pausanias, regente de Esparta, tomaron los terrenos
elevados al sur del río Asopo y sobre la planicie de Platea, adoptando
una posición defensiva. Después de varios días de escaramuzas y cambios
en la posición de los griegos, Mardonio lanzó un ataque total. El
resultado de la batalla fue una victoria decisiva de las fuerzas
espartanas. Mardonio fue abatido durante el combate y los persas huyeron
liderados por Artabazo I, el segundo al mando de su ejército. Pese a no
poner fin a la guerra, las victorias griegas en Platea y Mícala
lograron que el Imperio Persa no volviera a intentar una invasión a la
Grecia continental. En consecuencia, Persia ejerció su política a través
de la diplomacia, los sobornos y los engaños, haciendo que las ciudades
estado se enfrentaran entre sí. Sin embargo, gracias a dichos triunfos,
y por medio de la Confederación de Delos, Atenas pudo consolidar su poder en una floreciente democracia bajo el liderazgo de Pericles, hijo de Jantipo.
Tras la batalla de Platea, el último combate correspondiente a las Guerras Médicas,
los griegos construyeron una columna de bronce con tres serpientes
entrelazadas, cuyos cuerpos formaban la columna, para conmemorar la
participación de las 31 ciudades estado griegas en la batalla. Según
Heródoto, la columna de bronce se construyó utilizando armas persas
fundidas. Dichas armas también se emplearon para construir un trípode de
oro. El monumento se dedicó en su totalidad a Apolo y se situó junto al
altar del dios en Delfos, sobre una base de piedra, un capitel
bizantino invertido. Tras describir la victoria griega en 479 a. C. en
Platea, Heródoto hace un recuento del botín conseguido, que efectuaron
los hilotas (siervos espartanos), quienes habían
tomado parte en la batalla. Y posteriormente registra la decisión griega
de dedicarle una ofrenda a Apolo, en Delfos: “Una vez reunido el
botín, una décima parte fue apartada para el dios de Delfos y, para
acoger la ofrenda, se fabricó el trípode dorado que se alza sobre la
serpiente de tres cabezas más cercana al altar”. En el mismo
capítulo, Heródoto cuenta que se efectuaron otras ofrendas a Zeus en
Olimpia y a Poseidón en el istmo de Corinto. Resulta significativo que
se diera preferencia a Apolo, en Delfos, a pesar de la ambigüedad de las
respuestas del oráculo sobre el resultado de la guerra.
Antes de la expedición de Ram y el dominio de la Raza blanca en Asia, la Metrópolis manávica tenía por centro Ayodhya,
la antigua ciudad solar de la India. Decidiendo con buena vista el
verdadero límite de Europa con Asia, el gran antepasado céltico situó,
en los lugares más espléndidos de la Tierra, el Sagrado Colegio
a cuya cabeza lo había llevado su iniciación. Las bibliotecas
anteriores permanecieron intactas, pese a todas las reformas
intelectuales y sociales que su luminosa iniciativa llevó a cabo. Más de
tres mil años después de Ram, y a partir del cisma de Irshou, el centro
universitario de la Sinarquía del Cordero y del Camero sufrió
un primer traslado. Finalmente, casi catorce siglos después de Irshou y
poco tiempo después de Çakya Mouni, se decidió otro cambio de lugar. A
este respecto hay que decir que en algunas regiones del Himalaya, entre
veintidós templos que representan los veintidós Arcanos de Hermes y las
veintidós letras de ciertos alfabetos sagrados, el Agarttha forma el Zero místico,
el que no puede ser encontrado. El Zero, es decir Todo o Nada. Todo
mediante la Unidad armónica, nada sin ella; todo mediante la Sinarquía,
nada mediante la Anarquía. El territorio sagrado del Agarttha es
independiente, organizado sinárquicamente y compuesto por una población
que se eleva a una cifra de casi veinte millones de almas. La
constitución de la familia, con la igualdad de sexos en el hogar, la
organización de la Comuna, y de las circunscripciones que van desde la
Provincia al Gobierno central, conservan aún la huella del genio celta
de Ram injertado en la divina sabiduría de las instituciones de Manou
(Manu).
Según explica Saint-Yves d’Alveydre, en el Agarttha no existen
prisiones y la pena de muerte no se aplica. El tratamiento de los
delitos se encomienda a los iniciados, a los pundits de servicio. Su
arbitraje de paz, espontáneamente solicitado por las mismas partes en
litigio, evita en casi la totalidad de los casos recurrir a las
diferentes cortes de Justicia, pues la reparación voluntaria sigue
inmediatamente a todo perjuicio. Las lacras sociales de las
civilizaciones no sinárquicas, como la miseria de las masas o el
individualismo de las clases altas, son desconocidas en esta antigua
Sinarquía. Los rajahs independientes, encargados de las diferentes
circunscripciones del suelo sagrado, son iniciados de alto grado. Estos
reyes presiden la Corte suprema de Justicia, y su arbitraje situado por
encima de las repúblicas cantonales, conserva su carácter magistral.
En torno al territorio sagrado y su población ya tan considerable, se
extiende una confederación sinárquica de pueblos, cuyo total se eleva a
más de cuarenta millones de almas. Los conquistadores europeos que
reclamaran por la fuerza lo que sólo una leal alianza podría otorgarles,
se enfrentarían en un primer lugar con este escudo. Y si consiguieran
romper esta muralla viva, se hallarían frente a frente, con trágicas
sorpresas, mucho más colosales que las del Templo de Delfos, y con
soldados que reviven una y otra vez, ligados entre ellos como los de las
Termópilas, seguros como ellos de volver desde el seno mismo de lo
Invisible, después de morir, a combatir de nuevo a los profanadores.
Las castas, tal y como las critican justamente los europeos, son
desconocidas en el Agarttha. El hijo del último de los parias hindúes
puede ser admitido en la Universidad sagrada, y, según sus méritos salir de ella o permanecer en cualquier grado de la jerarquía.
En el momento del nacimiento, la madre promete por voto a su hijo: es el Nazareno de todos los templos del Ciclo del Cordero.
En diferentes épocas sucesivas, se consulta directamente a la
Providencia en los Templos, y cuando suena la edad de admisión, el chico
o chica, teniendo el rajah iniciado de la providencia como padrino,
entra en la Universidad sagrada. El resto depende de sus
propios méritos. Veamos ahora la organización central del Agarttha,
empezando por abajo y terminando por arriba, o yendo de la
circunferencia al centro. Millones de Dwijas, nacidos dos veces, de
Yoghis, unidos en Dios, forman el gran círculo. Ocupan para vivir
ciudades enteras: son los suburbios del Agarttha, divididos
simétricamente y repartidos en construcciones casi siempre subterráneas.
Encima de ellos y hacia el centro, tenemos a cinco mil pundíts. Uunos
sirven en la enseñanza propiamente dicha, los demás como policía
interna. Su número, cinco mil, corresponde al de las raíces herméticas
de la lengua védica. Cada raíz a su vez es el hierograma mágico, ligado a
una Potencia celeste, con la sanción (aprobación) de una Potencia
infernal. El Agarttha entero es una imagen fiel del Verbo eterno a
través de toda la Creación. Después de los pundits, vienen, repartidos
en hemiciclos cada vez más pequeños, las circunscripciones solares de
las trescientas sesenta y cinco Bagwandas. El círculo más elevado y más
cercano al centro misterioso se compone de doce miembros. Estos últimos
representan la Iniciación suprema, y corresponden, entre otras cosas, a
la Zona Zodiacal.
En la celebración de sus Misterios mágicos, llevan los
jeroglíficos de los signos del Zodíaco, al igual que ciertas letras
hieráticas, que aparecen en toda la ornamentación de los templos y de
los objetos sagrados. Cada uno de estos bagwandas o gurús supremos
llevan siete nombres, hierograma o mentrams de los siete Poderes
celestes, terrestres e infernales. Las bibliotecas que encierran el
verdadero cuerpo de todas las artes y de todas las ciencias antiguas
desde hace quinientos cincuenta y seis siglos, son inaccesibles a toda
mirada profana y se encuentran en las entrañas de la tierra. Las que se
refieren al ciclo de Ram, ocupan parte del subsuelo del antiguo Imperio del Carnero
y sus colonias. Las bibliotecas de los ciclos anteriores se encuentran
bajo los mares que han recubierto el antiguo Continente austral y en las
construcciones subterráneas de la antigua América antediluviana. Todo
esto parece un cuento de las mil y una noches,
pero según Saint-Yves d’Alveydre, es algo real. Los verdaderos archivos
universitarios de la Paradesa ocupan miles de kilómetros. Tan sólo
algunos de los iniciados de alto grado saben el auténtico objetivo de
ciertos trabajos, y están obligados a pasar tres años grabando en
tablillas de piedra, con caracteres desconocidos, todos los hechos que
interesan a las cuatro jerarquías de las ciencias que constituyen el
cuerpo total del Conocimiento. Cada uno de estos sabios realiza su
trabajo en la soledad, lejos de toda luz invisible, bajo las ciudades,
bajo los desiertos, bajo las llanuras y las montañas. Podemos imaginar
un colosal tablero de ajedrez extendiéndose bajo tierra en casi todas
las regiones del Planeta. En cada una de las casillas se encuentran los
acontecimientos importantes de la Humanidad.
Según nos dice Saint-Yves d’Alveydre, el día en que Europa sustituya
la anarquía de su Gobierno general por la Sinarquía trinitaria, todas
estas maravillas y muchas más serán accesibles de modo espontáneo. Pero
hasta ese momento, nos advierte, ¡pobres de los curiosos y de los imprudentes que intenten buscar bajo tierra! Sólo encontrarían una decepción segura y una muerte inevitable. Tan sólo el Soberano Pontífice
del Agarttha, con sus principales asesores, tiene acceso en su total
conocimiento al catálogo sagrado de esta biblioteca planetaria. Tan
sólo él posee en su integridad la llave cíclica indispensable no sólo
para abrir cada una de las secciones, sino también para saber con
exactitud lo que cada una contiene, pasar de una a otra, y salir de
ellas. ¡De qué serviría al profanador haber conseguido forzar una de
las casillas subterráneas de esta memoria integral de la Humanidad! Con
su enorme peso, la puerta de piedra sin cerraduras, que cierra cada una
de las casillas, caería sobre él para no abrirse nunca más. En vano,
antes de conocer su terrible destino, se encontraría ante las páginas
que componen el libro cósmico, pero no podría deletrear una sola
palabra, ni descifrar el más mínimo arcano, antes de darse cuenta de que
estaba encerrado para siempre en una tumba de la que sus gritos no
podrían ser escuchados por ningún ser visible. Cada bagwanda posee el
secreto de siete regiones celestes, terrestres e infernales, y tiene el
poder de entrar y salir a través de las siete circunscripciones de este
extraordinario memorial del Espíritu humano. Y nos dice Saint-Yves
d’Alveydre “¡Ah! ¡Qué colosal renacimiento experimentarían
nuestras Religiones y nuestras Universidades, si la Anarquía no
presidiera las relaciones de los pueblos sobre la tierra! “
La Antigüedad se reconstruiría en Egipto, en Etiopía, en Caldea, en
Siría, en Armenia, en Persia, en la Tracia, en el Cáucaso y hasta en las
mesetas de la Alta Tartaria, allí precisamente, donde Emanuel
Swedenborg (1688 – 1772), científico, teólogo y filósofo sueco, vio,
a través del suelo, los libros perdidos de las guerras de Jehovah y de
las generaciones de Adam. Si, presidiendo de nuevo las relaciones
entre los pueblos, realizara por fin lo que los profetas de todas las
Religiones le han profetizado, veríamos entonces renacer el Egipto
antiguo, con sus Misterios purificados, Grecia en el esplendor
transfigurado de sus tiempos órficos, la nueva Judea, más bella aún que
la de David y Salomón, así como la Caldea de antes de Nemrod. Entonces,
todo, de la cumbre a la base de la organización humana, se renovaría;
todo se iluminaría y se conocería, desde el fondo de los Cielos hasta el
horno inmenso del centro de la Tierra. Y la Humanidad entera realizaría
la palabra del Profeta deslumbrado por los Misterios de la otra Vida: “¡Oh muerte!, ¿dónde está tu aguijón?”.
Según Saint-Yves d’Alveydre, avanzamos hacia esos tiempos sinárquicos a
través de las últimas agonías sangrientas de la Anarquía del Gobierno
general inaugurado en Babilonia. Siguiendo con la antigua Paradesa,
después de los círculos de los trescientos sesenta y cinco Bagwandas,
están los de los veintiún Archis negros y blancos. Su diferencia con
los iniciados de más alta graduación es puramente oficial y ceremonial.
Los Bagwandas pueden, a su antojo, residir o no en el Agarttha, pero los
Archis permanecen allí para siempre, como parte integrante de sus cimas
jerárquicas.
Sus funciones son muy extensas, y reciben los nombres cabalísticos de Chrinarshis, Swadharshis, Dwijarshi, Yogarshi, Maharshi, Rajarshi, Dhamarshi, yPraharshi.
Estos nombres indican todas sus atribuciones, ya sean administrativas o
espirituales, en la Universidad sagrada y en cualquier lugar donde
ejerzan su influencia. En lo referente a las ciencias y las artes,
forman, con los doce Bagwandas zodiacales, el punto culminante de la
gran Alianza en Dios con todas las Potencias cósmicas. Por encima de
ellos sólo encontramos el triángulo formado por el Soberano Pontífice,
el Brahatmah, apoyo de las almas en el Espíritu de Dios, y sus dos
asesores, el Mahatma, representante del Alma universal, y el Mahanga,
símbolo de toda la organización material del Cosmos. En la cripta
subterránea donde se encuentra el cuerpo del último Pontífice, que
espera durante toda la vida de su sucesor su incineración sagrada, se
encuentra el Archis que forma el número cero de los Arcanos
representados por los veintiún colegios. Su nombre, Marshi, significa “El Príncipe de la Muerte”,
y expresa que no pertenece al mundo de los vivos. Todos estos
diferentes círculos de grados corresponden a otras tantas centrales de
la Ciudad santa, y son invisibles para los que están en la superficie de
la Tierra. Millones de estudiantes no han penetrado nunca más allá de
los círculos exteriores. Pocos logran pasar los grados de la formidable escalera de Jacob, que a través de pruebas y exámenes iniciáticos, conducen a la cúpula central.
La escalera de Jacob es una escalera mencionada en la Biblia
(Génesis), por la que los ángeles, sorprendentemente, ascendían y
descendían del cielo. Fue vista por el patriarca Jacob durante un sueño,
tras su huida por su enfrentamiento con su hermano Esaú: “Llegando a
cierto lugar, se dispuso a hacer noche allí, porque ya se había puesto
el sol. Tomó una de las piedras del lugar, se la puso por cabezal, y
acostóse en aquel lugar. Y tuvo un sueño; soñó con una escalera apoyada
en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de
Dios subían y bajaban por ella. Y vio que Yahveh estaba sobre ella, y
que le dijo: «Yo soy Yahveh, el Dios de tu padre Abraham y el Dios de
Isaac. La tierra en que estás acostado te la doy para ti y tu
descendencia. Tu descendencia será como el polvo de la tierra y te
extenderás al poniente y al oriente, al norte y al mediodía; y por ti se
bendencirán todos los linajes de la tierra; y por tu descendencia.
Mira que yo estoy contigo; te guardaré por doquiera que vayas y te
devolveré a este solar. No, no te abandonaré hasta haber cumplido lo que
te he dicho». Despertó Jacob de su sueño y dijo: «¡Así pues, está
Yahveh en este lugar y yo no lo sabía!». Y asustado dijo: «¡Qué temible
es este lugar! ¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta
del cielo!». Levantóse Jacob de madrugada, y tomando la piedra que se
había puesto por cabezal, la erigió como estela y derramó aceite sobre
ella. Y llamó a aquel lugar Betel, aunque el nombre primitivo de la
ciudad era Luz”.
El nombre de Bethel (literalmente, “Casa del Señor“), al igual que expresiones como “puerta del Cielo“,
aluden al Templo que habría de construirse en este lugar años más
tarde. Los comentaristas clásicos del judaísmo ofrecen diferentes
interpretaciones para el episodio de la Escalera de Jacob,
entre las que figuran posibles contactos con seres extraterrestres. Pero
de acuerdo con la tradición del Midrásh, la escalera simboliza los
exilios que el pueblo judío sufriría antes de la llegada del Mesías. Un
primer ángel representa los 70 años de exilio en Babilonia; el siguiente
representa el exilio en Persia, y otro más, el exilio en Grecia. El
último ángel, que representa el exilio final en Roma o Edom
(identificado con el propio Esaú), asciende y asciende hacia el cielo.
Pese al miedo de Jacob a no poder librarse nunca de la dominación de
Esaú, Dios le garantiza que algún día también él caerá. Otra
interpretación de la escalera acentúa el hecho de que los ángeles
primero ascienden y luego descienden. Así el Midrásh explica que Jacob,
como hombre santo, estaba siempre acompañado de ángeles. Al alcanzar la
frontera de Canaán (la futura tierra de Israel), los ángeles asignados a
defenderla volvieron al Cielo, mientras que los de otras tierras
descendieron de él para conocerlo. Cuando Jacob volvió a Canaán, fue
saludado por los ángeles asignados a Tierra Santa. El lugar en el que
Jacob se detuvo a descansar se cree que coincide con el Monte Moria,
donde se construyó el Templo de Jerusalén. Así pues, la Escalera
simbolizaría el “puente” entre el Cielo y la Tierra,
establecido a través del pacto entre Dios y el pueblo judío, y
fortificado por las oraciones y sacrificios realizados en el Templo.
Además, la escalera representaría a la Torá, como un nuevo vínculo entre cielo y tierra. El término hebreo para “escalera“, sulam – סלם – y el de la montaña en que se dictó la Torá (el Monte Sinaí) – סיני
– tiene la misma gematría (valor numérico de las letras que las
componen). La interpretación cristiana de la Escalera de Jacob se basa
en el evangelio de Juan: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre»”.
La magnífica arquitectura de Agarttha recibe la luz gracias a unos
registros catóptricos (que muestra los objetos por medio de la luz
refleja), que sólo permiten el paso de la luz a través de toda la gama
de los colores, de los que el espectro solar de nuestros tratados de
física, constituye sólo la escala diatónica. Es aquí donde la jerarquía
central de los Bagwandas (Cardenales) y de los Archis, colocada en
hemiciclo ante el Soberano Pontífice, aparece irisada, como una
imagen de otro Mundo, conjugando las formas y las apariencias corpóreas
de los dos Mundos, y ahogando bajo sus rayos celestes cualquier
distinción, en un solo cromatismo de luz ,y sonido, que se distancia
singularmente de las nociones usuales de perspectiva y acústica. Y en
las horas solemnes de la oración, durante la celebración de los
Misterios cósmicos, pese a que los hierogramas sagrados son murmurados
con voz tenue bajo la inmensa cúpula subterránea, acontece en la
superficie de la Tierra y en los cielos un extraño fenómeno acústico.
Los viajeros y las caravanas que vagan a lo lejos, bajo la luz del solo
la claridad de las estrellas, se detienen, y hombres y animales escuchan
con ansiedad. Tienen la sensación de que la propia Tierra abre los
labios para cantar, y una inmensa armonía, sin causa visible, flota
efectivamente en el Espacio. Se expande en espirales crecientes,
conmueve suavemente con sus ondas la atmósfera, y sube para desaparecer
en los Cielos, como si fuera en pos de lo Inefable. En la noche sólo se
distingue, a lo lejos, el titilar de la Luna y las Estrellas que velan
el sueño de valles y montañas. Y durante el día el resplandor del Sol
sobre los más bellos parajes de la Tierra. Árabes o Parsis, Budistas o
Brahmanistas, Judíos Karai’tas o Subbas, Afganos, Tártaros o Chinos,
todos los viajeros se ensimisman con respeto, escuchan en silencio, y
murmuran sus oraciones unidos en el Alma universal.
Ésta es, desde su base a su cima, la forma jerárquica de la Paradesa,
verdadera pirámide de luz, recubierta por el lazo de un impenetrable
secreto y con los símbolos de la Sinarquía en el triángulo sagrado
formado por el Brahatmah y sus dos asesores, el Mahatma y el Mahanga. Es
la confirmación de que la Ley trinitaria de la Historia se encuentra en
la cabeza misma del organismo ramideo y manávico. La instrucción que
recibe el adepto es, aún hoy, la misma que la impartida en los tiempos
de Ram y de Menés. Ya sea Moisés u Orfeo, Solon o Pitágoras, Fo-hi o
Zoroastro, Chrishna o Daniel, todo estudiante ha tenido que empezar por
el último escalón, para elevarse finalmente hasta el primero. Toda la
Ciencia reside en efecto en el Verbo sagrado, desde la más ínfima del
Orden físico a la más sublime del Orden divino. Todo lleva su propio
nombre escrito visiblemente en su forma, símbolo de su naturaleza, desde
un insecto hasta el Sol, desde el fuego subterráneo que sustrae la
materia, hasta el Fuego celeste que reabsorbe en él toda esencia. Existe
una Lengua universal que es el Verbo de los ciclos primitivos de que
habla San Juan: “En el Principio era la Palabra (La Potencia de la
Manifestación creadora); y la Palabra era en Él los Dioses; y Él los
Dioses era la Palabra”. Pero actualmente estamos lejos de esta
sabia lengua, tan sencilla en sus principios y tan segura en sus
infinitas aplicaciones. En las lenguas antiguas los objetos eran
descritos conforme a su naturaleza, mediante símbolos verbales absolutos
que evocaban el carácter real de los seres, de las cosas, de su
formación y de su descomposición.
En sus células subterráneas, el pueblo de los Dwijas se dedica al
estudio de todas las lenguas sagradas, y corona los trabajos de la
filosofía más sorprendente con los maravillosos descubrimientos de la
Lengua universal, llamada Vattan. Los misteriosos caracteres han sido
grabados en la piedra en grutas subterráneas desde la más remota
antigüedad. Para ello han sido alumbrados mediante gas oxídrico, que
purifica el aire. Millones de Sabios han salido de estas tumbas de
granito. Desde los hijos de los Pontífices o de los reyes, hasta los
hijos de los humildes parias. En esta soledad el alumno se siente
invadido por lo invisible. Poco a poco, visiones santas iluminan su
sueño y sus ojos abiertos, recompensan sus esfuerzos en pos de la
Ciencia y de la Virtud, o flagelan la indolencia de su espíritu y de su
corazón. Un catre parecido al de los marinos sirve de lecho a los
Dwija. Una mesa y una silla constituyen todo el mobiliario y en las
paredes tan sólo hay unas misteriosas sentencias. Todo está calculado
para que ninguna distracción exterior venga a distraer la concentración
interior del alma. Cuando el estudio de las lenguas sagradas les ha
revelado la constitución íntima del Espíritu divino en el Alma
universal, empieza su verificación a través de las cuatro jerarquías de
las ciencias. Una vez superados con éxito los exámenes, el Dwija entra
paulatinamente en los círculos que los transformarán en un Yoghi.
Primero se abren ante él todos los grados de las ciencias naturales, tal
y como eran enseñadas en las ciudades subterráneas de Egipto antes de
la invasión de los Hiksos. La Constitución fisiológica del Planeta y del
cosmos se conoce hasta en sus más mínimos detalles, ya sean materiales o
esenciales, visibles o invisibles.
Todo ha sido estudiado a fondo sobre las entrañas ígneas del Globo,
los cursos subterráneos de gas y de agua dulce, las salinas, e incluso
los seres que pueblan esas llamas, esos gases o esas aguas. Todo ha sido
estudiado a fondo en la superficie y las profundidades del mar, incluso
el papel de las corrientes magnéticas que se interferencian de un polo
al otro, en longitud, y de un trópico al otro, en latitud. Todo ha sido
estudiado a fondo en el aire, todo, las esencias invisibles que lo
habitan, e incluso la electricidad que en él se desarrolla, en forma de
eco, después de haberse formado en las entrañas de la tierra para luego
volver a ella. Flotillas aéreas han llevado las observaciones hasta un
grado aún inalcanzable para nuestros métodos actuales. Todo ha sido
revelado, las armonías universales que producen las estaciones
terrestres, las migraciones ascendentes de las almas a través del Polo
norte, este oculto Monte Méru y ese indescifrable Alborj de los persas,
como puede verses en los libros védicos. Caminos eléctricos de cristal
templado y maleable han surcado el antiguo Imperio del Carnero, sin
cometer la imprudencia de empobrecer las reservas del Planeta. Estas
ciencias, estas artes, y muchas más, siguen siendo enseñadas y
practicadas en los talleres, en los laboratorios y en los observatorios
del Agarttha. Pero, además de todo esto, las Potencias del Cielo han
sido observadas. No hay un solo insecto, planta, mineral, o incluso gota
de rocío, cuyas propiedades dinámicas no hayan sido catalogadas, u
objeto de un sinfín increíble de observaciones o experimentos. Y las
obras gigantescas en el mundo de lo infinitamente grande, no sólo en la
física del Cielo, sino también en la fisiología y la sociología del
Universo entero.
Los Magos del Agarttha no pueden abordar ciertos temas de estudio de
una parte de sus Misterios científicos sin elevarse de tierra, tal y
como lo presenció Apolonio de Thyana. De modo que en el Universo, no
sólo entra en juego la fuerza de gravedad que encadena los cuerpos al
centro de la Tierra. Y no sólo se han hecho multitud de experimentos
sobre los vivos. A los muertos se les han inyectado substancias que
ejercen una acción de interferencia, de lazo de unión entre ellos y la
Esencia cósmica de su alma ascendida ya a los Cielos. La atracción de
estas almas ha hecho elevarse a los cadáveres, ante los ojos de los
Sabios, a alturas vertiginosas durante la noche, dejándolos bajar sólo
durante el día. Y, según Saint-Yves d’Alveydre, lo que ha sido hecho
volverá a repetirse ante nuestros sabios y ante nuestros sacerdotes,
cuando se cumpla el entendimiento sinárquico. ¿Por qué no antes?
Porque el Agarttha no abrirá sus puertas sin garantías, y porque en
Europa, para que una Universidad sagrada de este género pueda ser
fundada y llevar a cabo sus experimentos sin control ni intromisiones,
se necesita estar preparados. Todos los Yoghis y todos los Mounis
saben, en efecto, que se juegan la vida cuando abordan estas ciencias y
estas artes. No obstante, el empirismo científico actual roza ya las
fronteras de la verdadera Magia y está ya casi en la intersección de los
hechos que interesan a la vez a las ciencias naturales y a las ciencias
humanas, y de los que pertenecen a los conocimientos cósmicos y
divinos. Pero los sabios de Agarttha considerarían que los nuestros
hacen magia negra.
Las entrañas de la Tierra habían sido visitadas, y han podido ser
observados, allí mismo, los trabajos infernales de sus habitantes. Los
iniciados cuentan que «Cada año, en una época cósmica determinada, bajo la dirección del Maharshi, del gran Príncipe del Sagrado Colegio Mágico, los laureados de las altas secciones, bajan aún para visitar una de las metrópolis de Plutón. Primero deben introducirse a través del suelo por una cavidad que apenas permite el paso del cuerpo.El Yoghi detiene su respiración, y con las manos sobre su cabeza, se deja caer, y tiene la sensación de que transcurre un siglo.Caen por fin, uno tras otro en una interminable galería cuesta abajo, en la que empieza su auténtico viaje.A
medida que se va descendiendo, el aire ,se hace más y más irrespirable,
y bajo la tenue luz de allí abajo, se ve cómo la fuerza de los
iniciados se va graduando a lo largo de las inmensas bóvedas inclinadas,
en cuyo fondo, pronto van a observar los infiernos.La mayoría
de ellos, se ven obligados a detenerse en el camino, sofocados y
agotados pese a las provisiones de aire respirable, alimentos y
substancias caloríficas que llevan consigo.Sólo continúan
aquellos a quienes la práctica de las artes y de las ciencias secretas
han permitido respirar lo mínimo posible con los pulmones, y sacar del
aire, en cualquier sitio, y con otros órganos, los elementos divinos y
vitales que, tiene en todas partes.Por fin, después de un viaje muy
largo, los que han perseverado, ven arder a lo lejos algo, semejante a
un inmenso incendio sub-planetario.El Príncipe iniciático, se
vuelve hacia ellos y, levantando la mano con el índice y el pulgar
unidos, sólo habla mediante signos, en la Lengua universal»
Y continúa el extraño relato: «¡Silencio!: ¡hemos llegado! Que
ninguno de vosotros hable, que ninguno de vosotros toque el agua o los
frutos subterráneos del pueblo que vais a ver; y cuando yo cruce el
Océano de fuego, colocad vuestros pies exactamente sobre mis huellas.En la misma lengua, el Príncipe iniciático se dirige, haciéndoles frente, a unos seres que aún no se distinguen.Gracias
a estos hierogramas sagrados, símbolos de la Unión de los pueblos
celestes con nuestra terrestre Humanidad, símbolos del derecho de mando
que el Espíritu divino que anima a esta última tiene sobre todo lo que
está aquí abajo en nombre de lo que está arriba, el Príncipe de los
Magos ordena, y los jefes del pueblo infernal obedecen. La
Metrópolis ciclópea se abre, iluminada desde abajo por un Océano
fluídico, rojo, lejano reflejo del Fuego central, retraído en sí mismo,
durante esta época del año.Se desarrollan hasta el infinito los más
extraños órdenes de arquitectura, donde todos los minerales
entremezclados realizan lo que la fantasía y la quimera de los artistas
góticos, corintios, jonios y dorios, nunca habrían osado soñar. Y
por todas partes, furioso de ser penetrado por los hombres, un pueblo
con forma humana, de cuerpo ígneo, se retira ante los iniciados que se
acercan, y se echa a volar en todos los sentidos, para agarrarse por fin
con sus uñas en las murallas plutonianas de su ciudad.Con el Maharshi a la cabeza, la teoría sagrada sigue un estrecho camino de basalto y de lava solidificada.A
lo lejos se oye un ruido sordo que parece llegar hasta el infinito,
parecido al estruendo de las olas de una marea equinoccial.Mientras
tanto, a la vez que andan, los Yoghis observan y estudian estos
extraños pueblos, sus costumbres, su espantosa actividad, su utilidad
para nosotros.Mediante los trabajos que ellos realizan, por
orden de las Potencias cósmicas, el subsuelo nos ofrece ríos
subterráneos de metaloides y de metales, los volcanes protegen nuestro
planeta de las explosiones y cataclismos, y se regula el régimen de
nuestros ríos en valles y montañas».
Y finaliza el relato con estas afirmaciones: «Son también ellos
quienes preparan los rayos de las tormentas, encauzan y regulan bajo
tierra las corrientes cíclicas de los fluidos interpolares e
intertropicales, al igual que sus derivaciones interferenciales en las
diferentes zonas de latitud y longitud de la Tierra.Son ellos
también quienes devoran todo germen vivo mientras se pudre para dar
luego fruto.Estos pueblos son los Autóctonos del Fuego central; son los
mismos que visitó Jesucristo antes de subir al Sol,
para que la Redención lo purificase todo, incluso los instintos ígneos
de los que se eleva aquí abajo la jerarquía visible de los seres y de
las cosas.Pues todo es vida y todo es Armonía en el Espíritu de Dios,
desde la cima de los Cielos hasta el centro mismo de la Tierra». Según explica Saint-Yves d’Alveydre, lo
que se se le ha permitido conocer le impide dudar de la realidad de los
Misterios infernales, ni de la veracidad de los auténticos iniciados.
Por lo demás, el Agarttha no es en modo alguno el único Templo que se
haya comunicado con las entrañas de la Tierra. Los sacerdotes y
sacerdotisas de toda la Céltica hacían lo mismo, lo que valió a la
Europa druídica el nombre de imperio de Plutón, o de reino de Amenti.
Según la tradición esotérica conservada en todos los Templos y todas las
Religiones, no hay ningún elemento, es decir, ningún estado elemental,
que no esté en acto, bajo el influjo de las Esencias espirituales. La
doctrina esotérica de los Vedas afirma la existencia de ocho Elementos
físicos, cósmicos y divinos, y por consiguiente, ocho órdenes de
Espíritus presiden la constitución orgánica de estos elementos: Bvoumir, Apo, Analo, Vayous, Hham, Mano, Bouddir y Ahankara. La misma doctrina les añade cuatro Potencias cosmogónicas: Agnael, Yamael, Varael y Ouvael. En el texto de la Cosmogonía egipcia y agartthiana de Moisés, se designa a las mismas Potencias, bajo otros nombres.
Trabajando en sus propios territorios independientes, los sabios del ciclo del Carnero
se han atrevido a profundizar en todos los terrenos, ya se trate del
misterio de las especies, o de los límites inferiores o superiores de la
organización fisiológica de la Humanidad. Una de sus antiguas
ubicaciones era un grupo de siete islas, hoy desaparecidas, y que se
encontraban en lo que se conoce como la gran corriente en las costas de
Malabar, una región del sur de la India, situada entre los Ghats
occidentales y el mar de Arabia. Se cree que el nombre deriva de la
palabra malayalam Mala (Colina) y de la persa Bar (Reino) o de Bar (puerto)
de la lengua árabe. Esta parte de la India pertenecía al Estado de
Madrás controlado por la Compañía Británica de las Indias Orientales,
cuando fue designada como Distrito Malabar. Incluía la mitad norte del
estado de Kerala y alguna región costera de la actual Karnataka. El área
es predominantemente hindú pero la mayoría de la población musulmana de
Kerala, conocida como Mappila, también vive en esta área, así como,
desde antiguo, una considerable población cristiana llamada Syrian Malabar Nasrani.
A veces este nombre incluye toda la costa del suroeste de la península,
llamada la Costa Malabar. El término Malabar también es empleado por
los ecologistas para referirse a la selva umbrófila del suroeste de la
India (actual Kerala).
Un antiguo viajero que vivió siete años entre los habitantes de estas siete islas, dice lo siguiente: «Los insulares son hombres muy diferentes de todos los demás, tanto en sus costumbres como en su organización. Miden todos más de diez pies de alto, y tienen todos la misma estatura. Sus huesos son elásticos, se doblan y vuelven a su forma anterior como si fueran tendones. Y aunque puedan parecer débiles, su sistema muscular es infinitamente más fuerte que el nuestro.Es imposible quitarles algo que tengan agarrado entre los dedos. Tienen rostros muy bellos y admirables proporciones.Más
abiertas que las nuestras, sus orejas tienen una doble cavidad separada
por una lengüeta mediana. Su lengua presenta este aspecto extraño, y en
parte artificial, gracias a una operación quirúrgica, es bífida desde
la punta de la raíz.Esta conformación les permite, no sólo
articular todos los sonidos de todas las lenguas del mundo, sino también
imitar el canto y los gritos de todos los animales. Y lo
más maravilloso de todo: un hombre, gracias a estas dos lenguas,
conversa con dos personas a la vez, respondiéndoles a cada una de ellas
sobre asuntos diferentes, sin confundir las dos conversaciones.Tienen unas maravillosas fuentes de agua caliente para los baños de placer o de higiene.No existe ciencia u arte que desconozcan; pero entre todas sienten predilección por el estudio de la astronomía sagrada.En
su escritura utilizan siete caracteres; pero cada uno de ellos tiene
cuatro posiciones diferentes, lo que hace que el número de sus letras se
eleve a veintiocho. No escriben de izquierda a derecha como nosotros, sino en sentido vertical. Viven muchos años y durante esta larga existencia, pocas veces enferman.Cuando
han alcanzado este término de longevidad, pasan voluntariamente de la
vida al tránsito, tumbándose sobre un colchón hecho de ciertas hierbas
particulares, que poco a poco les provocan un sueño delicioso, del que
ya nunca despiertan».
Los sabios del Agarttha son capaces de volver a realizar todas estas
maravillas en la actualidad. Pero la selección no se limitaba sólo al
hombre, como lo demuestran las líneas que siguen: «Poseen una especie de animales bastante pequeños, pero con una forma y unas cualidades físicas extraordinarias. Su
espalda, parecida a la de las tortugas, tiene una cruz amarilla, en
forma de una X, de la que cada extremidad posee un ojo y una boca.El animal posee pues cuatro ojos, que terminan en un solo cerebro, y cuatro bocas que alimentan un solo estómago.Las entrañas y demás partes internas también son únicas.Estos
animales son polipodios, y su aparato locomotor, dotado de pies que se
articulan alrededor de su cuerpo, les permite moverse en todas las
direcciones que desee su voluntad. Su sangre tiene la
propiedad plasmática de juntar y cicatrizar inmediatamente las partes
seccionadas de un cuerpo vivo, como la mano o el pie, cuando la herida
es reciente. He visto también gran cantidad de animales, cuyas formas nos son desnacidas, y que nuestra imaginación nunca hubiera osado soñar.Estas islas están repletas de serpientes gigantescas pero absolutamente inofensivas, cuya carne es suculenta.Aunque
el régimen alimentario de estas tribus, esté sabiamente regulado, todos
no comen lo mismo: pues según los días que les son asignados, unos
deben comer pescado, otros ave, otros aceitunas y demás vegetales, y
otros por fin, fruta cruda».
Su relato demuestra que, incluso fuera de los templos, la antigua
Ciencia de los Agartthianos no era desconocida. Todos los caracteres
distintivos de los que habla, no ofrecen ninguna duda sobre su origen.
Por lo demás, incluso hasta el siglo XIX, se seguían las mismas
prácticas en ciertos desiertos de la India. En cuanto a la ciencia y el
arte de la selección, se conservan admirablemente en las bibliotecas de
piedra, y son objeto de estudio constante, al igual que las cuatro
jerarquías del Conocimiento. En este recinto sagrado, ninguna tradición,
ninguna verdad, que no haya sido antes comprobada por vía de
experimentación, se expone de un modo dogmático a los Dwijas.
Experiencias de todo tipo enseñan al alma a conocerse a sí misma
mediante la Ciencia que lleva a la Sabiduría que abre las puertas
sucesivas de los Cielos y de sus Misterios. El elemento sagrado se llama
Éter en todas nuestras lenguas, y Akasa en sánscrito. El Éter es un
elemento vivo, capaz de emborrachar, pero de un modo indescriptible.
Provoca una santa y espiritual embriaguez, que la inteligencia puede
controlar lo suficiente para conservar la razón y la consciencia
individual, y mantener el cuerpo, esfuerzo que resulta muy difícil
estando despierto. Es entonces cuando lo Invisible se hace visible para
los ojos. El ascetismo puede conducir a esta Verdad. Sin embargo, en el
Agarttha no se practica el ascetismo, que por lo demás, nunca podría
constituir una regla social. Es algo que pertenece a la libertad
individual, se reserva para cuando el Yoghi desea retirarse del mundo,
y, en las grutas de la espesura del bosque, entregarse absolutamente a
Dios convirtiéndose en un solitario o Mouni.
Ya sean los piadosos ermitaños del pasado, o los de cualquier otra
confesión religiosa, los esenios o los terapeutas, los solitarios de la
Thébalde o los de los desiertos del Himalaya, todos pueden unirse en la
sinarquía. Y a aquellos iniciados que no quieren seguir la vía libre del
monacato, en el sentido etimológico de esta palabra (en sánscrito, mouni),
el Agarttha les da, no obstante, la posibilidad y la práctica de la
Unión divina, con un régimen dietético apropiado. Por ello, desde el
Dwija hasta el Bnlhtmah, desde el primero hasta el último de los
iniciados, los pueblos de este ciclo se abstienen de la carne y de
cualquier licor fermentado. Estas condiciones, unidas a las que ordenan
la Santidad y la ciencia, hacen que el cuerpo esté poco a poco en
condiciones de permitir al Alma alcanzar su libertad celeste. La alta
Iniciación abre para sus adeptos la totalidad del Cielo, no sólo durante
la vigilia o el éxtasis absoluto, sino también durante el sueño de cada
noche. Pues el Epopte, no duerme ya tan sólo el simple sueño animal
que comparten todos los seres físicos de la Tierra. Los grandes Epoptes (‘epoptai’), son los videntes de los misterios mayores, cuyo nombre significa: ‘Los que ven la realidad sin velo alguno’. En los misterios griegos enseñados por Orfeo, y practicados durante siglos en el Telesterion de Eleusis, los epoptai eran
los grandes iniciados, aquellos que habían pasado la Katharsis o prueba
de purificación de los misterios mayores, aquellos que componen los
secretos del Zodiaco y de los diez orificios humanos, siendo la Epopteia
la revelación final.
En realidad, antes de los Misterios de Eleusis, los primeros
Misterios que recuerda la historia occidental son los de Samotracia
(Samothraki, isla griega, en el mar Egeo, al noroeste de la isla de
Limnos). Debido a que según cuenta el poema épico de Homero, la Iliada,
Poseidón contempló las batallas que tuvieron lugar en Troya, desde el
monte Fengári, el promontorio más alto de la isla. Antes de la llegada
de los griegos, Samotracia fue centro de culto religioso de Cabiri,
también llamado Kabiri en otras partes del mundo antiguo, este culto es
el más ancestral que se conoce en los hombres actuales postdiluvianos,
los hijos de Na Noah y de los siete Kabirim. El Epopte era aquel
iniciado que habiendo conseguido en sí mismo la distribución del fuego
puro, empezaba una nueva vida. Era el nuevo nacimiento del iniciado,
mediante el cual se convertía en un “dos veces nacido“.
Escuchando de viva voz el relato de Platón podremos darnos cuenta de la
significación de semejante acto en la vida de un ser humano: “Iniciado
en el que con justicia puede llamarse el más bendito misterio… Una vez
iniciados en estos misterios, que verdaderamente pueden llamarse los más
santos de todos, quedábamos libres de las excitaciones de los demonios
que nos asaltaban periódicamente. También a causa de esta divina
iniciación nos convertíamos en espectadores de sencillas, inmóviles y
benditas visiones, que aparecían en una pura luz… Éramos puros e
inmaculados, libres de esta circundante vestimenta a que llamamos
cuerpo, y al que estamos apegados como la ostra a su concha”.
En este misterio del sueño que, entre nosotros, tan sólo un médico conocido como Boerhaave ha
presentido levemente, el instinto vital llega a colmar el alma con ese
éter de abajo que llamamos Magnetismo terrestre. Los nombres de estos
fluidos, bien conocidos por las antiguas iniciaciones órficas, se citan a
lo largo de toda la Cosmogonía egipcia de Moisés. El régimen
alimenticio basado en la carne y las bebidas espirituosas, al acercar al
hombre a las especies inferiores, sumerge aún más el alma durante el
sueño. Si en estas condiciones, la fuerza psíquica logra liberarse, es
porque se alimenta de otros elementos menos burdos, bajo el influjo,
durante la vigilia. de los diferentes tipos de sentimientos y el
idealismo que corresponden a Esferas más o menos elevadas de los
Espacios celestes. De ahí, los sueños más o menos luminosos de los
jóvenes, de las mujeres, de los ancianos y de los hombres, dependiendo
además del grado de autonomía ideo-psíquica y de la espiritualización
alcanzada por cada cual. La inteligencia es una apertura celeste por la
que el Espíritu universal penetra, y es asimilado por nuestras almas,
como la substancia terrestre lo es por nuestros cuerpos. Cuanto mayor es
esta asimilación, más se espiritualiza el alma, eliminando el instinto
ígneo que ha recibido de la Tierra, y que la ata a la existencia
física. Pero este Espíritu universal, este Espíritu Santo de
la fe cristiana, no es sólo una abstracción mental. A través de la
apertura que nuestra inteligencia le concede, no sólo va labrando
nuestras facultades intelectuales, sino también todos los registros
armónicos de nuestros sentimientos, donde el Amor es el Principio
central. Después de los largos entrenamientos que ha tenido que
realizar, el Epopte recibe el secreto que le permite despertar mientras
que su cuerpo duerme.
Envuelto en un sudario que le cubre la cabeza y le tapa
herméticamente las orejas, los ojos y la nariz, dejando vacía sólo la
boca, los brazos cruzados sobre el pecho, se ofrece vivo al Ángel de la Muerte,
y se abandona totalmente a Dios, con toda la fuerza de abnegación de su
voluntad. Después de unos rezos pronunciados en un Verbo misterioso,
asida por el Ángel de la Muerte, el alma es llevada ante Dios a
través la Jerarquía de los Ángeles, mientras que su cuerpo descansa
como el de cualquier hombre que duerme. Entonces ve una luz
deslumbrante, y los Ángeles la llevan a cualquier lugar en el que su
piedad y su deseo de saber coincidan con la Voluntad del Eterno. Por
ello, los bardos, personas encargadas de transmitir las historias, las
leyendas y poemas de forma oral además de cantar la historia de sus
pueblos en largos poemas recitativos, en todos los templos, han podido
decir con razón: “El Sol no se pone nunca para aquel que mediante la iniciación ha entrado en el Reino de Dios”. Pero cada noche, al abandonarse el Ángel de la Muerte,
ningún iniciado está seguro de su despertar físico y de volver por la
mañana a su existencia terrestre. Ésta es la razón por la cual, al
margen del recinto moral judeocristiana y de esta primitiva Iglesia
llamada el Agarttha, por doquier donde ha pasado el cisma de Irshou, ya
se trate de Asiria, de Siria, del Egipto de los Hyksos y de toda la
Jonia europea, la idolatría de las Potencias cósmicas mal comprendidas,
unida al conocimiento alterado de los Misterios, ha paseado la antorcha
de los Aquelarres orgiáticos, desde el Ganges hasta el Nilo, desde el
Éufrates hasta el Eurotas, desde el Citheron hasta las siete colinas de
Roma. Y ésta es también la razón por la cual estas tremendas
profanaciones han recibido castigos tremendos.
Ninguna confesión, ningún Cuerpo de enseñanza, y el Agarttha menos
que nadie, puede ya escabullirse impunemente de esta inmensa y santa
labor de solidaridad. Por desgracia, oy, como en los tiempos de Astarté y
de Afrodita, de Ceres Eleusina, de Isis y del falso Bacco de la
decadencia, en algunas pagodas de la India suceden cosas infames en
determinadas épocas del año. Pero volvamos al Agarttha. La absoluta
pureza de su tradición, de sus enseñanzas, de su disciplina y de sus
costumbres ha sido vagamente presentida desde siempre. Ya en 1784, el
propio Johann Gottfried von Herder, sin tan siquiera sospechar
su existencia actual, afirmaba que sólo la más sabia y la más santa de
las Escuelas podía haber formado en la remota antigüedad a un pueblo
como el Hindú, que salvo en algunas zonas del Indostán, donde los
Misterios han sufrido desviaciones y donde la ley de Manou ya no se
entiende por falta de estudio, presenta generalmente una suma inmensa de
virtudes divinas y humanas. Por ello hay que contabilizar el elevado
número de sectas que las distintas provincias de la India ofrecen a la
observación del viajero. Tan sólo una cosa puede resultar sorprendente, y
es que después de una existencia que se contabiliza en ciclos, y a
pesar de todos los males desencadenados por el cisma de Irshou, la India
exista aún y pueda contener la suma inmensa de virtudes que sin cesar
se cultivan allí, así como los conocimientos que se encuentran en el
Agarttha. Pero los bárbaros de todas nuestras grandes ciudades no
habrían perpetrado menos atrocidades que ciertas ramas del sivaísmo, que
los Thugs o los adoradores de Kali. ¿Podemos reprochar a las blancas y
puras cumbres del Himalaya, a sus glaciares vírgenes, a sus nieves
eternas, a sus fuentes sin contaminar, a sus torrentes orgullosos y
cristalinos, el fango y los cadáveres que arrastran hacia el mar las
aguas turbias del Indus y del Ganges? Lo mismo sucede con el Agarttha,
que siempre ha expulsado de su seno toda impureza intelectual o moral,
toda intolerancia, toda política, toda arbitrariedad del pensamiento o
de la voluntad, toda superstición, toda idolatría, y toda magia negra.
Este es el motivo de que algunas servidumbres domésticas del Agarttha
sean realizadas, desde hace muchos siglos, por brigadas semanales de
alumnos, bajo el control de los Templarios que hacen el servicio de
policía. Esto no ocurría así antes de los tiempos de Çakya Mouni, ya que
en aquel entonces pueblos enteros de subalternos se ocupaban del
servicio de las celdas de los Dwijas, de las casas de los Pundits, de
los laboratorios y los observatorios de la Universidad. Tal es el origen
de este cambio del que proceden gran minero de sectas, unas más o menos
inocentes, otras más o menos feroces. Cuando el cisma budista estalló
en el exterior, se produjo entre los servidores de la Metrópolis
universitaria una especie de revolución política. Embravecidos por su
elevado número, quisieron derrocar la Jerarquía del magisterio y del
poder, para entronizar en su lugar una hermosa y pequeña anarquía,
empezando a predicar en contra de los Misterios y sobre todo en contra
de las condiciones de la Iniciación. Inevitablemente cayeron en la magia
negra, y, ayudándose de ciertas fórmulas trastocadas, recibieron de
abajo algunas respuestas que pretendían imponer desde arriba. Fue
entonces cuando se produjo la primera expulsión en masa, que dio origen a
las diferentes tribus, unas sedentarias y otras errantes.
Entre las primeras, hay una que ha ensangrentado más la India de lo
que jamás logró Moloch ensangrentar sus altares. Esta secta, monstruoso
amalgama de ignorancia y de superstición, que confunde en un mismo odio a
los brahmanistas y a los budistas, esculpió en algunos desfiladeros del
Himalaya, una enorme estatua de piedra. La mandíbula inferior era móvil
y al abrirse mostraba una boca de varios metros de circunferencia sobre
una cloaca interior, que iba a parar a profundos abismos llenos de
agua. Un mecanismo hidráulico hacía moverse la mandíbula de este abismo,
del que los constructores fueron los más atroces oficiantes. Estos
sivaístas (adoradores de Shiva), renovando las más negras infamias
políticas de los tiempos druídicos, fueron acostumbrando a las gentes a
los sacrificios, haciendo que su infernal divinidad devorara manadas
enteras de bueyes vivos. De lejos se podía escuchar una especie de
trueno subterráneo, una tormenta de bramidos que se confundían en las
entrañas de este monstruo con espantosos gorgoteos de agua, y ruidos de
cadenas y el estruendo incesante de la infernal mandíbula. Y los feroces
individuos que servían el vientre de esta Bestia, mitad montaña, mitad
máquina, declaraban que su dios estaba satisfecho hasta el día
siguiente. Desgraciadamente! pronto les tocó el turno a los hombres,
sobre todo a los más sabios. ¡Y esto duró siglos enteros! Hoy, hace
siglos que esta mandíbula ya no funciona, y que la máquina hidráulica
que la movía, está fuera de uso. Pero la secta sigue existiendo, y sigue
manejando el puñal, aunque debilitada y atravesada en todos los
sentidos por la acción del Agarttha.
Shiva, el Destructor, es el custodio de la humanidad decadente
representada fielmente por el collar de cráneos humanos que ostenta en
su cuello el terrible dios: Shiva, ‘El de los Tres Ojos’, cuya
bandera tiene un toro por emblema. Shiva pone de manifiesto la noción
metafísica del Dios dual, el ser de dos caras que representa el bien y
el mal cósmico, aunque Él también es inmanente en cada partícula, en
cada unidad de tiempo, en cada rincón y esquina… Dios está representado
en ambos lados de la realidad al mismo tiempo, Él es blanco y negro.
Dios es ambos aspectos mezclados en una Presencia trascendente que
aflora en cada experiencia. Él es quién yuxtapone, mezcla o reúne los
contrarios. Dios no ‘Es’, sino que ‘Está-siendo’ en
cada percepción, en cada pensamiento humano. El mundo de Mâyâ no es más
que un campo de batalla en el que probamos nuestro entendimiento de la
realidad. Tal y como se muestra en el Mahabharata, el mundo
fenoménico es un campo de batalla donde las fuerzas chocan entre sí con
inusitada violencia, porque el Universo no se presenta como un todo
uniforme, sino como una mezcla de elementos contrarios. Los hindúes,
enumerando los nacimientos de Vâmadeva en el Linga Purâna hablan
de los repetidos nacimientos de Shiva, se dice en aquella escritura,
que en un Kalpa él era blanco,en otro negroy en otro de color
rojo,después de lo cual el Kumâra se convierte en ‘cuatro jóvenes de tez amarilla…’. Shiva es también llamado Shvetalohita, el Kumâra Raíz,
de color de la Luna, que se trasforma sucesivamente en blanco, rojo,
amarillo y negro realizando la trasformación y evolución de la forma
humana, destruyendo para mejorar las viejas formas en los nuevos
arquetipos.
Shiva es el Mangala indio, idéntico a Karttikeya, el Dios de la Guerra, que es a su vez Gharma-ja, nacido del propio sudor de Shiva, el de los Tres Ojos. Él es Marte, Amón Ra, , la antigua deidad egipcia, y su mujer Mut (la madre), que a su vez son el Jah-Heva, el Jehovah, el Dios Terrible;
aquél que desata un fervor religioso comparable tan solo con el terror
que produce su contemplación. Un aspecto muy intrigante del Dios dual es
aquél que se presenta en los múltiples himnos y alabanzas que suscita
entre sus fieles. Maravilloso es ese Dios que muestra ambos lados de su
ignota naturaleza, el bueno y el malo, el derecho y el torcido, el
positivo y el negativo. Así lo expresa el Rey David, el rey profeta que
transmite en sus Salmos el éxtasis y el temor que produce la contemplación del “Dios Terrible”. Pero esa misma veneración es expresada de forma magistral en los Vedas, en un cántico muy revelador, El Rudra-Adhyaya, también conocido como el Satarudriya, que se encuentra contenido en el Yajur-Veda y qu es un himno de alabanza ofrecido al Omnipotente Rudra-Shiva. El propósito de este himno magnífico, Satarudriya,
es poner de manifiesto al Ser que está presente en todas las formas
evolucionarias, en las benignas y también en las que se nos presentan
como las formas terribles que Él asume en el momento de la disolución y
la destrucción del cosmos al final de los tiempos. Así debemos
contemplar este canto de alabanzas, con el fervor religioso del que
conoce el misterioso hecho de la presencia del Padre creador del
Universo en todas las formas que adopta la Creación.
Aquél que es inmanente en cada partícula creada, en cada mancha del espacio y en cada unidad de tiempo: “ ¡Om
saludo al Dios Shiva el Destructor!Me inclino ante el Señor Rudra; y
hago la postración ante la ira de sus flechas que destruyen el mal; la
postración ante el Gran Arquero; la postración ante sus brazos
poderosos. Con esta oración, la flecha de Tu Justicia se vuelve pacífica
ante el devoto; Tu arco se convierte en una fuente de bendiciones, y
ante Ti, Tus devotos tiemblan de beatitud; con ellos, ¡Oh Valiente
Rudra!, haznos feliz. ¡Oh Rudra! ¡Bendícenos para que la forma benigna
de Tu Justicia borre el rastro de todos nuestros pecados; santifícanos
para que seamos dignos de contemplar el rostro tranquilo de Tu ser,
revélate a nosotros como la poderosa fuente de paz desde la Montaña de
Kailasa! ¡Oh Bienhechor de la Montaña de Kailasa! ¡Esa poderosa flecha
que Tú esgrimes contra Tus enemigos, hágase benigna mediante nuestra
plegaria; para que no dañe a los seres humanos y a los otros seres de la
creación. Protector del inviolable misterio en la sagrada Montaña!
Postración ante el Jinete encima del Toro, el Paladín de la fuerza
contraria, el Señor del Alimento o Gobernante sobre Mâyâ (la materia).
Postración ante el Uno de cabellos azules, cuya cabeza no conoce el
gris, el Benefactor del sagrado hilo de las bendiciones, Maestro de
aquéllos que están ungidos con las cualidades de perfección. Postración
al Servidor de Samsara, al Soberano encima de toda la Creación”. [Yajur-Veda; Rudra-Adhyaya, Satarudriya].
Entre las tribus menos culpables que fueron expulsadas de la gran
Universidad de Agartth junto a las anteriores, existe una errante, que
pasea por Europa sus prácticas singulares. Éste es el origen de los
Bohemios (Bohami, “apártate de mí”), también llamados
gitanos. Estas gentes llevan consigo algunos vagos recuerdos, y algunas
fórmulas perdidas entre un montón de supersticiones más o menos toscas.
Según Saint-Yves d’Alveydre, tarde o temprano volverán a su patria de
origen, cuando el viento de la Sinarquía restituya a la India el antiguo
Espíritu de su organización primera, verdadera, justa y buena. No se
puede hablar de los expulsados del Agarttha sin mencionar a sus más
humildes servidores, unos hombres que dedican su vida a recorrer la
India entera encantándola con prodigios sorprendentes y maravillosas
poesías llenas de misterio. Todo el mundo ha leído las cosas
extraordinarias que hacen los Fakires. No hay ningún viajero, que no
se haya referido a ellos, a veces con entusiasta admiración, y siempre
con profunda sorpresa. Los Fakires son en su mayoría antiguos alumnos
del Agarttha, que se han detenido en la entrada de las altas
gradaciones, y se han consagrado a una vida religiosa, parecida a la de
los monjes mendicante s de nuestra Edad Media. Sus ciencias, o mejor
dicho, sus artes, son tan sólo las migajas de la mesa sagrada de la
enseñanza esotérica. Los secretos que les han transmitido los gurús de
la Universidad son muy reales; y su humilde misión tiene como
objetivo.llevar hasta la última de las aldeas algunos rayos fenoménicos,
que demuestren a los Hindúes que la antigua Ciencia conserva aún en
algún lugar su luminoso hogar.
La mayoría de estos fenómenos tienen como causa principal la Fuerza
celeste que denominamos Éter. Antes de emprender su gira, el fakir es
cargado, en los templos, como si de una pila eléctrica humana se
tratara. Esto se realiza de un modo tan metódico como nuestras
experiencias de física o de química, aunque este tipo de fenómenos estén
a medio camino entre las ciencias físicas y las ciencias humanas, e
incluso en cierto modo también participan de las del Cosmos entero.
Entre los agentes químicos que permiten que los fakires sean, durante un
cierto lapso de tiempo, unos condensadores saturados de Éter y de
magnetismo terrestre, existe uno que es perfectamente conocido en
nuestros laboratorios, pero del que nadie sospecha las propiedades
ocultas y fisiológico-dinámicas.Mientras está en éxtasis, se cubren
todas las extremidades del cuerpo del fakir con esta substancia,
entonces se convierte en una auténtica antorcha viviente, que arde con
dos tipos de fuegos, etéreo arriba, magnético en la base. Es necesaria
una fe, una voluntad y una abnegación tremenda para que esta pobre gente
solicite y acepte con alegría semejante combustión vital. Casi todos
mueren jóvenes, pero tienen el consuelo de haber cumplido su misión para
con los más desheredados de sus compatriotas, y de gozar a su vez
inmensamente de las visiones indescriptibles, de cuyo seno sacan las
fuerzas que ponen de manifiesto. Agarttha, conmovida desde hace mucho
tiempo por la decadencia de ciertas ramas del sacerdocio oficial y
hereditario y por la corrupción de las costumbres y los abusos que
reinan en las pagodas de las distintas sectas, se empeña en restituir en
todas partes el estudio científico de los textos sagrados: Vedas, Zem Avesta,
y del texto hebreo de Moisés y del Nuevo Testamento. Un gran número de
iniciados ha abrazado la causa de una reforma activa y el Bnihatmah
espera en silencio el resultado de sus esfuerzos. Su función
pontificial, como jefe de una Universidad sagrada no le permite hacer
más, y le prohíbe imponer a nadie conocimientos y virtudes que la
iniciación otorga a quienes saben pedirlos. La santa causa de esta
reforma, que no es más que un retorno a la verdadera tradición sagrada
de los Vedas. Y cuenta ya, no sólo con apóstoles, sino también con
mártires. Los Agartthianos no los lloran, pues saben que están vivos y
los envidian. En sus enseñanzas, la inmortalidad del alma no es sólo
una fe de sentimiento, es sobre todo una certeza absoluta del
Conocimiento. Desde la antigüedad, todo iniciado, una vez muerto, es
interrogado en el plazo señalado por los sabios sacerdotes. Las puertas
están cerradas, el cadáver yace sobre las losas, y el alma que ha
emprendido el vuelo, es llamada para que hable con ayuda de los medios
indicados en nuestros santos Testamentos y desarrollados a lo largo del verdadero texto de los Vedas.
En la Lengua universal, el alma cuenta todas sus impresiones a partir del momento en que ha sido arrebatada por el Ángel de la Muerte,
todas las sensaciones que ha experimentado en el Océano fluídico en el
que se ha hundido, y sobre el que el Sol, durante el día, y la Luna,
durante la noche, ejercen, concurriendo con las Estrellas, su misteriosa
influencia. Habla de las regiones atractivas, para las que, según sus
méritos, la preparan sus jefes espirituales, ya sea arriba, ya sea
abajo, para cuando suene en el reloj sideral de los Mundos, la hora de
las grandes migraciones de las Esencias humanas. Habla de los viajes de
las almas, de los peregrinajes incontables hacia el Polo norte, de los
raptos y de los vuelos infinitos, que suben por millones con ciertas
corrientes fluídicas hacia un Astro cercano. Luego bendice a los que se
quedan, y emprende el vuelo, pero sin abandonados no obstante. Gracias a
las substancias de las que hemos hablado, se ha podido seguir, durante
largo trecho a las Almas, recorriendo todos los grados ascendentes de
los Mundos, hasta los límites más extremos que constituyen los confines
de nuestro Sistema Solar y abren el Gan-bi-Héden de la Cosmogonía egipcia de Moisés, la morada del Adam-Eva, sobre la cual se extienden los Tabernáculos de YHVH [IEVÉ],
de quien Cristo es el Espejo solar. Los familiares del muerto pueden
venir así a recabar en los Santuarios un consuelo inefable; saben dónde
están sus seres queridos, lo que les puede agradar o ser útil; y en
determinadas épocas cósmicas del año, los ven e incluso hablan con
ellos.Éste es uno de los secretos del antiguo Culto de los Antepasados, como se relata en el Libro de los Muertos en el antiguo Egipto.
Como en los mejores tiempos de Egipto y de la antigua Sinarquía del Carnero y del Cordero,
la mujer de cualquier iniciado puede convertirse en su igual en los
divinos Misterios, e incluso sobrepasarlo, pues sus derechos
universitarios y sociales son idénticos. Y con toda justicia, fiel a la
Tradición esotérica de Moisés, de los Abramidas y de los Ramidas, el
Cristianismo ha concedido a la divina Madre de Cristo todas las
prerrogativas de la Isis de los nuevos tiempos. Era en efecto una Epopte, quien en el propio Templo de Jerusalem, tenía en calidad de «Alma»
todos los secretos de la Ciencia esotérica, todas las virtudes que la
llevaron a recibir de la Divinidad y de sus Ángeles el Alma
resplandeciente del Redentor. Cuando el iniciado alcanza un determinado
grado, que liga su alma a la Unión divina, a la celeste Yogina, es
conducido a un panteón donde se le muestra una estatua, de la que él ha
sido el molde sin que lo haya sabido, y que ha sido fundida en una
substancia mineral artificial, como la de los obeliscos de Egipto, que
con el paso del tiempo va adquiriendo una dureza inalterable. Y
entonces, a través de los miles de ramificaciones que sustentan las
bóvedas radiantes, puede ver extenderse hasta el infinito una multitud
de estatuas. Su guía, tocado según la época en que estén, con una u
otra insignia zodiacal, le va murmurando en voz baja los nombres de cada
una de ellas. Todos los Epoptes de la humanidad están aquí, todos sus
bienhechores, todos sus reveladores, sin ninguna distinción de Culto o
de Raza. Aquí y allá, muy rara vez, se yergue, sobre una peana mutilada,
una forma quebrada, cuyos miembros o cabeza cubren el suelo con sus
restos. Es un Epopte caído, que ha hecho daño a sus semejantes. Ningún
iniciado puede sacar del Agarttha los textos originales de sus libros
de estudio: están gravados en piedra en caracteres indescifrables para
el vulgo. Sólo la memoria debe conservar su imagen. Esto es lo que hizo
pronunciar a Platón esta afirmación paradójica: La Ciencia se perdió el día en que se publicó un libro.
En muchos casos, ni siquiera se llevan sus propios manuscritos. Esto
explica porqué Çakya-Mouni al volver de una excursión al exterior, en el
siglo sexto de nuestra era, dio un grito terrible, al no encontrar a su
regreso los cuadernos de estudio que había dejado en su celda. Se
sintió momentáneamente perdido pues contaba con este tesoro para
realizar el movimiento revolucionario que había preparado en silencio.
En vano corrió al Templo central donde reside el Brâhatmah: las puertas
permanecieron despiadadamente cerradas.En vano puso en marcha, durante
una noche entera, toda la Magia que la Ciencia le había enseñado. La
Adivinación del Santuario supremo lo había previsto todo, lo sabía todo.
Y, después de su fuga, el fundador del Budismo sólo pudo dictar a sus
primeros discípulos, apresuradamente, lo que su memoria había sido capaz
de retener. Estas palabras serán oídas por los Budistas, y a través de
ellos llegarán a la cima de su jerarquía, hasta el Pontífice de
Sumangala. Los Budistas son unos divulgadores con muchos meritos y
virtudes, y los Brahmas del Agarttha siguen siendo sus auténticos
Hierofantes. Antes de su última fuga, el venerable Çakya-Mouni no pudo
abrir las puertas del Santuario central donde reside el Brâharmah. El
recinto es efectivamente infranqueable sin voluntad. El sótano está
construido de un modo mágico, con distintos medios en los que el Verbo
divino juega su papel, como en todos los templos antiguos. Salvo el
Hombre y las Potencias inteligentes y atractivas de los Cielos, ningún
ser terrestre puede vivir allí, ningún germen vegetal ni animal puede
conservarse allí. Si penetramos en este Tabernáculo; vamos a ver al
Brâhatmah, prototipo de los Abramidas de Caldea, de los Melchisédec de
Salem y de los Hierofantes de Tebas y de Menfis, de Sai’s y de Amón.
Excepto los más altos iniciados, nadie a visto jamás cara a cara al Soberano Pontífice del Agarttha.
Sin embargo, en ciertas ceremonias muy conocidas, como el día secular
del Jaggrenat por ejemplo, se muestra ante los ojos de todos, con unas
magníficas ropas. El Brâhatmah se presenta al pueblo en la célebre
procesión del mismo nombre. Él realiza un circuito ritual alrededor de
la ciudad sagrada, la Paradesa, partiendo y terminando en el Santuario
Central en conmemoración de la Unión Cósmica. Montado en un elefante
blanco, irradia, desde su tiara hasta sus pies, una luz deslumbrante que
ciega la vista, con los destellos que desprende. Pero es imposible
distinguir sus rasgos entre los dé los demás pontífices, pues una franja
de diamantes que refleja toda la luz del sol vela su rostro con un
resplandor. Estas sabias medidas de precaución datan de la época de la
ruptura de la antigua Sinarquía, y se han endurecido después de
Çakya-Mouni.
El traje ceremonial del Brahatmah resume todos los símbolos de la
organización agartthiana y la Síntesis mágica, fundada en el Verbo
eterno, del que es la viva imagen. Y así sus sucesivos ropajes, hasta la
cintura, llevan los grupos de todas las letras mágicas que son los
elementos de la gran ciencia del Aum. Sobre su pecho brillan
todos los fuegos de las piedras simbólicas, consagradas a las celestes
Inteligencias zodiacales, y el Pontífice puede renovar a voluntad el
prodigio de encender espontáneamente la llama sagrada del altar, como
Aaron y sus sucesores. Su tiara de las siete coronas, rematada por los
santos jeroglíficos, expresa los siete grados del descenso. y de la
reascensión de las almas a través de estos esplendores divinos que los
Kabalistas llaman los Séfirots. Pero este alto Sacerdote parece aún más
grande cuando, despojado de sus insignias, entra solo en la cripta
sagrada donde yace su predecesor y lejos de la pompa ceremonial, de todo
adorno, de todo metal, de toda joya, se ofrece al Ángel de la Muerte con la más absoluta humildad. ¡Terrible y extraño Misterio teúrgico!
Allí, sobre la tumba del Brahatmah anterior, hay un catafalco cuyas
franjas indican el número de siglos y de Pontífices que se han
sucedido. A este ara fúnebre, sobre el que reposan ciertos aparatos de
la Magia sagrada, sube lentamente el Bnlhatmah con los rezos y gestos
de su antiguo ritual. Es un anciano, descendiente de la bellísima raza
etíope, de tipo caucásico, Raza que después de la Roja, y antes de la
Blanca, sostuvo antaño el cetro del Gobierno general de la Tierra, y
labró en todas las montañas ciudades con prodigiosos edificios que
encontramos en todas partes, desde Egipto y la India hasta el Cáucaso.
En esta cripta fúnebre en la que nadie más que él penetra, está el
Brahatmah, completamente afeitado, desnudo desde la cabeza hasta la
cintura; y esta humilde desnudez es el símbolo mágico de la Muerte.
Aunque ascético, su cuerpo es elegante y con una musculatura fuerte. En
el extremo superior de su brazo llaman la atención tres delgadas cintas
simbólicas.
Por encima del rosario y del chal blanco, que resalta sobre el negro
de su piel y cae desde sus hombros hasta sus rodillas, se yergue una
cabeza de una notable dignidad. Sus rasgos son muy finos. La boca, pese a
los dientes apretados por el hábito de la concentración intelectual, y
de la voluntad, muestra unos labios bondadosos, en los que flota la luz
interior de una inalterable caridad. La barbilla es pequeña, pero lo
bastante sobresaliente para indicar una gran energía, que confirma la
nariz aquilina. Las gafas dejan entrever unos ojos bien dibujados,
fijos y tan profundos como bondadosos. Estas últimas, que suelen
endurecer, por lo general, cualquier fisonomía, dejan intactas en ese
rostro una gran dulzura unida a un auténtica fuerza. La frente es
enorme, y el cráneo desgarnecido en parte. En conjunto, este
Mago-Pontífice, representa una tipología absolutamente fuera de lo
común. Es ciertamente el vivo emblema de la cima de una jerarquía a la
vez sacerdotal y universitaria, que une en ella de modo indivisible la
Ciencia y la Religión. Cuando, concentrado en la santidad de su acto
interior y de su voluntad, el Pontífice une sus manos, notables por su
pequeñez, en la base del catafalco, el ataúd de su predecesor se ha
corrido hacia una ranura, y ha salido por sí sólo. A medida que el
Brahatmah prosigue sus oraciones mágicas, el alma que invoca actúa desde
lo alto de los Cielos a través de siete láminas, o mejor siete
conductos metálicos que, partiendo del cadáver embalsamado, se reúnen
ante el Pontífice de los Magos en dos tubos verticales. Uno es de oro,
el otro de plata, y corresponden, el primero al Sol, a Cristo y al
Arcángel Mikael, y el segundo a la Luna, a Mahoma y al Ángel Gabriel.
Ante el Soberano Pontífice, pero a cierta distancia, están colocadas
sus varas mágicas y dos objetos simbólicos. El uno es una granada de
oro, emblema del Judeo-Cristianismo, el otro, una luna creciente de
plata, símbolo del Islamismo. Pues la plegaria, en el Agarttha, reúne en
un mismo amor y en una misma sabiduría a todas las Religiones que
preparan en la Humanidad las condiciones del retorno cíclico a la Ley
divina de su organización. Cuando el Brahatmah reza por la Unión,
coloca la Granada sobre el Creciente, e invocan juntos al Ángel solar,
Mikael, y al Ángel lunar, Gabriel. A medida que prosigue la invocación
misteriosa del Brahaimah, las Potencias van apareciendo antes sus ojos.
Siente y escucha el alma a la que llama, que es atraída espiritualmente
por sus invocaciones y mágicamente por el cuerpo que ha abandonado y
por su armadura metálica que corresponde a la escala diatónica, de los
siete Cielos. Entonces, en la Lengua universal, se establece un diálogo
teúrgico entre el Soberano Pontífice evocador y los Ángeles que
traen hasta él, desde lo alto de los Cielos, las respuestas que se dan a
sus preguntas. Los signos sagrados dibujan en el aire las letras
absolutas del Verbo. Mientras que se desarrollan estos Misterios,
mientras se escucha la Música de las Esferas celestes, un fenómeno
sorprendente, aunque de tipo semifísico sucede en la tumba. Del cuerpo
embalsamado sube lentamente, hacia el Brahatmah que está orando, una
especie de lava perfumada, en la que se pueden ver numerosos filamentos y
arborescencias extrañas, semi-fluídicas y semi-tangibles. Es la señal
que indica que, desde el lejano astro que habita, el alma del. Pontífice
anterior lanza, a través de la jerarquía de los Cielos y de sus
Potencias celestes, los rayos concentrados de todos sus recuerdos, sobre
la cripta sagrada donde reposa su cuerpo. Así se verifica, aún hoy,
todo lo que Ram predijo sobre la animación sucesiva, que recibirían de
él, aquellos de sus sucesores que conservaran santa y sabiamente la Tradición del Ciclo del Cordero y de la Sinarquía del Carnero.
Así es en el Agarttha, así fue en las pirámides de Egipto, en Creta, en
la Tracia y hasta en el Templo druídico de Isis en el propio París,
donde ahora se eleva Notre-Dame, el Misterio supremo del Culto
de los Antepasados. Ésta es también la razón por la cual todos los
iniciadores esotéricos han procurado proteger sus sepulturas de las
profanaciones.
Incluso entre los altos iniciados hay muy pocos que sepan sobre el
Misterio de la Cripta fúnebre que sólo conoce el Archis de ultratumba
que lleva el nombre de Marshis, Príncipe de la Muerte. El
Brahatmah está casado y tiene una numerosa descendencia; pero la
herencia no tiene nada que ver en la verdadera organización ramidea de
la antigüedad. Los hijos o las hijas del propio Soberano Pontífice
sólo pueden tomar parte en la jerarquía agartthiana. Lo que los
escépticos han tomado en todas partes por la Teocracia, no era más que
la decadencia de las clericaturas locales bajo la presión de los Poderes
políticos que emergieron del cisma de Irshou. En Europa, desde hace un
siglo, el desbloqueo de las ciencias físicas ha ahogado momentáneamente
en un diluvio de hechos valiosos, pero cuyas nomenclaturas son
incorrectas, tanto las más altas facultades del Espíritu humano, y su
sentido sintético o religioso, como sus recuerdos más remotos. Desde
entonces, el hilo que unía el Agarttha a Occidente ha sido
momentáneamente cortado. Según dice Alexandre Saint-Yves d’Alveydre, si no conseguimos la Sinarquía, en el plazo de un siglo (desde finales del siglo XIX), la civilización judeo-cristianaserá
eclipsada para siempre, y su supremacía será doblegada por el increíble
renacimiento de toda Asia, resucitada, en pie, creyente, sabia, armada
de pies a cabeza, y realizando sin Occidente, incluso en contra suyo,
las Promesas sociales de los Abramidas, de Moisés, de Jesucristo y de
todos los Kabalistas judeocristianos. No satisfecho con enviar por todas
partes, desde la época de los Abramidas, sus Portadores de la llama,
sus Epoptes y sus Profetas, que en todos los sentidos, han combatido
mediante sus buenas obras las plagas que la anarquía de los políticos
han desencadenado sobre la tierra, el Agarttha ha creado, a través de
todos los pueblos, inmensos canales humanos semejantes a sus bibliotecas
subterráneas. Y de igual modo que inició a los Abramidas, ha renovado
en todas partes, en el inicio de los tiempos modernos, y a través de los
Kabbalistas judeocristianos, las mil y una asociaciones desarrolladas
hoy bajo el nombre de Franc-Masonería. La solución no es militar, pues
con este tipo de juego lo único que se conseguiría sería instruir
militarmente a casi mil millones de Asiáticos, que tarde o temprano
demostrarán su fuerza. La solución es la Sinarquía, la Ley histórica de
la Humanidad.
Todos los cuerpos cultos de la antigüedad, salidos del Agarttha,
todos los Epoptes, todos los Reformadores sociales, incluidos Moisés,
Orfeo y Numa, han vuelto a instaurar la Ley sinárquica, o por lo menos
han intentado establecer las condiciones para su realización. Asia se
está reconstituyendo en su Sinarquía primitiva. Y la federación de
países asiáticos, incluidos los Árabes, se irá uniendo en torno al
Agarttha. Desde los tiempos de Ram es la Raza blanca la que en la propia
Asia ciñe la tiara de las siete coronas y empuña el cetro que lleva una
cabeza de carnero, sin excluir por ello a las demás razas. Y como
prueba de ello baste el ejemplo que constituye el actual Brâhatmah,
llegado hasta ese puesto por mérito propio. Con el Agarttha, el
supremo Consejo sinárquico realizará de nuevo la Alianza universal y
cíclica de todos los pueblos y de todas las razas de la Tierra, y
llevará a cabo todas las promesas de los Profetas judeo-cristianos.
Pero, indica Saint-Yves d’Alveydre, sin la Sinarquía, no thay ninguna
Ley orgánica, europea, que permita realizar esta Magna Obra. El actual
Brâhatmah subió al trono pontificial en 1848, en circunstancias
difíciles, que supo dominar con perspectiva y sabiduría. Sabiendo que
Dios, en sus designios permite tanto que el Gobierno general de la
Anarquía subsista, como que un mal sea expulsado por otro, el Brâhatmah
planeó la ocupación temporal de las provincias del sur de la India por
Inglaterra como expresión de una prueba querida desde arriba. Sabe que
ésta tendrá fin cuando su razón de ser haya dado sus frutos; él sabe la
hora precisa de la Alianza o de la liberación. Por ello su Autoridad
moderadora ha calmado siempre cualquier impaciencia imprudente, y
condenado la violencia.
Desde cualquier punto del Planeta, de día como de noche, todo
iniciado del Agarttha ve un inmenso Triángulo de Luz, o si se quiere,
como una Pirámide de fuego que se yergue en el Espacio etéreo. Está
formada desde su base hasta la cima por la llama espiritual de las almas
de los Pundits, de los Bagwandas, de los Archis, del Mahatma del
Mahanga, y, por fin, del Brâhatmah. Esta visión está ante los ojos de
todo iniciado, porque esta asociación sinárquica de tres ángulos es la
imagen, en el propio Éter, de la Creación espiritual y del Orden
trinitario. El Signo de la Alianza dado por la divinidad al
Cuerpo sinárquico espiritual, formado de nuevo por Ram, hace nueve mil
años, y visible hoy para todos sus iniciados, es un inmenso Anillo de
Luz cósmica de colores cromáticos, que envuelve con su arco fluídico
cerrado la base del tercio superior del Triángulo. Ésta es la dimensión
que alcanzan los Misterios de las santas asociaciones humanas y de la
consagración de la Divinidad. Desde Irshou, desde Çakya-Mouni, para los
altos iniciados agartthianos, el Anillo de Luz cósmica que envuelve el
Símbolo piramidal de su Asociación, al estar cerrado sobre sí mismo,
significaba que, contra la Anarquía del Gobierno general de la Tierra,
la divina Providencia oponía la Ley de los Misterios, la prohibición de
entregar al exterior unos tesoros de la Ciencia que tan sólo hubieran
servido para otorgar al mal una fuerza incalculable. En 1877, el
Brahatmah vio con sus propios ojos lo que sigue, y después de él, un
grado tras otro, todos los altos iniciados contemplaron el mismo
Signo. El Anillo cósmico se separó lentamente, como si el anillo del
Planeta Saturno se entreabriera ante los telescopios de nuestros
astrónomos. Se fue fraccionando sucesivamente ante los ojos del Soberano Pontífice, después ante los de sus asesores, y por fin ante los ojos de su Supremo Consejo mágico.
Estos fraccionamientos se detuvieron en el número doce, después de
haber pasado por las progresiones aritmológicas y morfológicas que son
los símbolos absolutos de la Generación de los Principios primeros, y de
la Formación de toda Harmonía. Después de consultar con las
Inteligencias celestes sobre el sentido que se había de conceder a estos
signos, el supremo Colegio del Agarttha, guiado por su venerable Jefe,
vio en ellos una orden directa de Dios anunciando la Abrogación
progresiva de la Ley de los Misterios y el retorno de la Humanidad a la
Ley trinitaria de su organización. El Zodíaco viviente formado por las
doce Tribus de Israel, imagen del antiguo Iswara-El, era para Moisés el Símbolo de la Harmonía de todos los pueblos en la Ley trinitaria de su Alianza Universal. En sánscrito, Iswara-El
significaba y expresa aún la idea del Gobierno general de Dios,
Gobierno intelectual de la Ciencia, de la Justicia, y de la Economía. En
cuanto a la sorpresa que provocará en todo espíritu europeo el Misterio
del Símbolo que los Agartthianos contemplan ante sí, cederá el lugar a
la reflexión si vuelven a leer con atención sus santos Testamentos. Del
mismo modo, los Israelistas del Desierto veían el Sinaí en llamas, y,
desde cualquier punto de su campamento, la Columna de Nube durante el día, y la Columna de Fuego
durante la noche. Del mismo modo lo veían los primeros iniciados de
Cristo. También, bajo Constantino, las legiones cristianas, siervas
inconscientes de una causa política, pese a todo, aún veían en su fe
pura, cómo el divino Labarum iluminaba los Cielos. Del mismo modo,
reunidos por la Ley sinárquica, las diversas Comuniones humanas verían,
de pie sobre las nubes, rodeado por los Ángeles, los Espíritus y las
Almas de los Santos, el Cuerpo Glorioso de Cristo, y detrás de la
aureola solar de su cabeza, el Triángulo de fuego que lleva el Nombre
sagrado de YHVE (IÊVÊ).
El hombre es una caña, la más débil de toda la naturaleza, pero es
una caña que piensa, decía Pascal. El hombre es un espíritu
cosmogónico, el más poderoso del Universo; es el reflejo viviente de la
Divinidad. Visible e invisible a la vez, los pies posados sobre el
imperio de los demonios, y la cabeza, Cristo, por encima de todos los
ángeles. Es el Verbo eterno hecho carne. Todos los grandes historiadores
verifican a posteriori lo que la visión directa de los videntes
discierne en el porvenir, y todos los sociólogos y todos los economistas
completamente informados sólo repiten de distinto modo lo que la
Ciencia antigua ha gritado a los cuatro vientos a través de todas sus
santas voces y todos sus colegas proféticos o sibilinos, desde Zoroastro
hasta David, desde Isaías hasta la Volusta. Según afirma Saint-Yves
d’Alveydre, los gobernantes o gobernados de Europa, conquistadores o
conquistados de Asia, todos estáis interesados en el retorno de la
Humanidad a esta ley social del Reino de Dios. Francia se dio
cuenta de esto en 1789; los pensadores más generosos lo comprendieron;
pero los políticos sectarios y violentos han llevado a la bancarrota
esta buena voluntad, que estaba iluminada precisamente por el
sentimiento de la Universalidad. Libertad, Igualdad, Fraternidad: esta
gran fórmula ramidea, abramidea, cristiana, expresada en el Telémaco de
Fenelon, era tan sabia y religiosa como social, si tan sólo se hubieran
preocupado por entenderla y desarrollarla, en lugar de falsearla
explotándola políticamente. La libertad sólo puede existir en el
Espacio ilimitado, y el Espacio sin límites del Espíritu humano no es
otra cosa que el Espíritu de Dios. Según afirma Saint-Yves d’Alveydre,
la igualdad sólo puede existir en una misma ley de armonía, y esta ley
de armonía abarca la entera constitución del cuerpo social. La
fraternidad sólo es posible en la libertad y en la igualdad comprendidas
ambas de este modo. Pero todo esto es justo lo contrario de la Anarquía
de los gobiernos políticos y de la egoísta brutalidad que presiden.
¡Acaso no es una locura y una pesadilla infernal este renovado sistema
de violencia semejante al de los Nemrod de Babilonia, esta Anarquía
armada del Gobierno general de Europa, este ruidoso estar en pie de
guerra, el sufrimiento y la inestabilidad de todas las naciones, la
impotencia de los cultos judeo-cristianos, siervos de esta política, y,
finalmente, el sordo fragor y el tronar ensordecedor de las revoluciones
que todas estas causas siembran por todas partes!
El Agarttha forma lo que Moisés llamaba el Consejo de los Ciclos
anteriores, lo que San Pablo llama la Iglesia de los Protogonos, y esto
basta para que sea digna de respeto. El propio Moisés exhortaba a sus
iniciados a escuchar las enseñanzas de este Consejo, y Jethro era uno de
los Pontífices que permaneció fiel a su Tradición científica. Por fin,
incluso en el texto hebreo del Nuevo Testamento, encontramos el nombre
de Agarttha encabezando cada una de las epístolas, sin hablar de muchos
otros pasajes, ni levantar más de lo necesario el velo de la alianza de
la Antigua Iswara-El con el Israel moiseaqueo, o el de la
primera iniciación cristiana con el templo universitario de la Paradesa.
Estos sabios agartthianos no sólo han acumulado los innumerables
tesoros de sus observaciones y de sus experiencias en los dos órdenes de
conocimientos divinos y cosmogónicos; también lo han hecho en los dos
órdenes de las ciencias humanas y naturales. En el siglo XIX, estos
sabios, con la Tradición sagrada en la mano, han realizado los trabajos
geológicos más considerables de esta época, para verificar en el Planeta
los límites del último diluvio y el posible punto de partida para su
renovación dentro de unos trece o catorce siglos. Algún día se escribirá
la Historia de estas sorprendentes exploraciones, de estos formidables
trabajos de ingeniería, que desviando océanos de arena los han vertido
en las entrañas de la tierra, y han buscado durante años enteros la
verificación de las tradiciones sagradas. El descubrimiento de una raza
humana en regresión, alada, con garras, el descubrimiento no menos
extraordinario de una especie de dragón volador con rostro semi-humano,
semi-simio: tal es una parte de los hechos positivos que han logrado
estas expediciones colosales.
¿Por qué se esconden estos sabios, por qué no comunican a los cultos y
a las universidades moiseaqueas y cristianas los innumerables e
inapreciables tesoros de sus conocimientos divinos y cósmicos, humanos y
naturales? Nos dice Saint-Yves d’Alveydre que la razón es que, desde
hace más de cinco mil años, la experiencia les ha enseñado a cerrar sus
puertas al Gobierno general de la Anarquía armada y a proteger la
independencia de su territorio y la constitución sinárquica de su
sociedad de todas las consecuencias sectarias de esta anarquía. Pero
estas consecuencias tocan a su término final, a la vez que el movimiento
redentor de los Abramidas, de Moisés y de Jesús, avanza hacia su
síntesis social y cíclica. Esta santa autoridad sinárquica, con una
antigüedad de cincuenta y cinco mil años, que une en sí la Ciencia y la
Fe, que bendice todos los Cultos, todas las Universidades, todas las
Naciones, que abraza a la Humanidad y al Cielo entero en una misma
inteligencia y en un mismo amor. El Agarttha es el centro estático del
que irradió la antigua Sinarquía universal del Cordero y del Camero, del que partió la Renovación de esta Ley del Reino de Dios a través de los Abramidas.
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Artículo tremendo, ha valido la pena leerlo entero para complementar mis conocimientos superficiales acerca de Agartha y parte de la historia de la humanidad
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