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jueves, 21 de noviembre de 2013

AGARTHA ¿es la sede de un gobierno sinárquico que ejerce el poder real en la Tierra?

Articulo original de Manuel Sancho Pomés
La orden de los Iluminados fue una sociedad secreta fundada en 1776 por Adam Weishaupt, en Baviera. Nueve años después detuvo su actividad al prohibírsele actuar en esta región. Afirmaba que su meta era hacer superfluo el dominio de unos humanos sobre otros mediante la Ilustración y el perfeccionamiento moral. Pero numerosos mitos y teorías conspirativas se centran en sus supuestas actividades, entre las que se cuentan la Revolución francesa, la lucha contra la Iglesia católica y sus intenciones de dominio mundialLos iniciados de la redes de sociedades secretas siempre han utilizado un lenguaje secreto o  clave de comunicación, mediante la utilización de determinadas frases,  
palabras, gestos o símbolos. Tienen una verdadera obsesión por sus rituales y símbolos, que a su vez son un medio por el que pueden ser identificados. Uno de sus  símbolos más empleados son las antorchas encendidas, que son un símbolo del conocimiento y del Sol. Cuando un iniciado llega a cierto nivel en la pirámide se dice que es un “iluminado“. Sellos parecidos al Gran Sello de los Estados Unidos pueden encontrarse, incluso retrocediendo en el tiempo hasta los 4.000 a.C., en Egipto, Babilonia, Asiria e India. El primer sello real inglés fue el de Eduardo el Confesor, que reinó entre los años 1042 y 1066. Se convirtió en un modelo para todos los futuros sellos británicos y estadounidenses. Las frases latinas, situadas encima y debajo de la pirámide truncada en el Gran Sello y en los billetes de un dólar,  anuncian la llegada de un Nuevo Orden Mundial.  La fecha escrita en números romanos en la parte inferior de la pirámide, 1776, se cree que  se relaciona con la Declaración de la Independencia estadounidense que se produjo  este año. Pero ocurrieron otros acontecimientos importantes este mismo año que podrían sugerir otras razones para escribir esta fecha: el primero de mayo de este mismo año de 1776 se fundó la orden de los Iluminati bávaros, por Adam Weishaupt. También se fundó la Casa Rothschild y el economista Adam Smith, que parece estaba relacionado con sociedades secretas, publicó su famosa obra “La Riqueza de las Naciones”.  Tal vez solo fuesen casualidades.
El Nuevo Orden Mundial implica la existencia de un plan diseñado con el fin de imponer un gobierno único – colectivista, burocrático y controlado por sectores elitistas y plutocráticos, etc, – a nivel mundial. Esta teoría alega que tanto los sucesos que son percibidos como significantes, como los grupos que los causan, estarían bajo el control de un grupo central todopoderoso, formando un contubernio,  grupo pequeño, secreto y de gran poder, con objetivos malevolentes para la gran mayoría de la población.  En la actualidad, esta teoría de conspiración del Nuevo Orden Mundial tiene mayor expresión en...
los EEUU.  Los illuminati, fundados en 1776 como sociedad secreta con el fin de promover ideas de la Ilustración, estuvieron aparentemente envueltos en una conspiración que buscaba reemplazar las monarquías absolutas y la preponderancia de la iglesia por un  ”gobierno de la razón“, que era el objetivo general de la ideología liberal, revolucionaria e igualitaria dominante entre la intelectualidad de la época. Después de que el complot fuera descubierto, el grupo fue prohibido por el gobierno bávaro (1784) y aparentemente se disolvió en 1785. Sin embargo, los documentos relacionados con la conspiración fueron publicados, alertando así a la nobleza y al clero de Europa, y dando a la conspiración una gran publicidad, lo que llevó a algunos pensadores a sugerir que todavía existía, con el fin de derrocar a los gobiernos europeos. Por ejemplo Edmund Burke (1790) le da alguna credibilidad, aunque sin mencionar específicamente cual sería el grupo responsable, y Seth Payson alega -en 1802- que los illuminati todavía existen.  Consecuentemente algunos autores -tales como Augustin Barruel y John Robison, llegaron incluso a sugerir que los Illuminati estaban detrás de la Revolución Francesa, sugerencia que Jean-Joseph Mounier rechaza en su libro de 1801 “On the Influence Attributed to Philosophers, Free-Masons, and to the Illuminati on the Revolution of France”. Posteriormente (1903) el servicio secreto ruso de la época publicó el famoso panfleto “Los protocolos de los sabios de Sion” como una obra de propaganda antirrevolucionaria, obra que incorporó casi textualmente argumentos encontrados en el Dialogo en el infierno entre Maquiavelo y & Montesquieu, un ataque -en 1864- del legitimista militante Maurice Joly contra Napoleón III.
La tesis central de “Los Protocolos” es que si se remueven las capas sucesivas que cubren u ocultan las causas de los diversos problemas que afectan el mundo se encuentra un grupo central que los promueve y organiza con el fin, primero, de destruir los gobiernos y ordenes sociales establecidos, y con el fin último de lograr el dominio. Según esta interpretación, ese contubernio central está formado por un grupo de judíos, que -se alega- controla tanto los sectores financieros como diferentes fuerzas sociales que, a su vez, son los que -desde este punto de vista- provocan desorden y conflicto social: los masones, los comunistas, los anarquistas, etc. Nora Levin indica que los Protocolos gozaron de gran popularidad y grandes ventas en los años veinte y treinta. Se tradujeron a todos los idiomas de Europa y se vendían ampliamente en los países árabes, Estados Unidos e Inglaterra. Pero fue en Alemania, después de la Primera Guerra Mundial, donde tuvieron su mayor éxito. Allí, los nazis los utilizaron para explicar todos los desastres que ocurrieron en el país: el armisticio en la guerra, el hambre, la inflación, etc.  A partir de agosto de 1921, Hitler comenzó a incorporarlos en sus discursos, y se convirtieron en lectura obligatoria en las aulas alemanas después de que los nacionalsocialistas llegaran al poder. En el apogeo de la Segunda Guerra Mundial, Joseph Goebbels (ministro de propaganda nazi) proclamó: «Los protocolos de los sionistas son tan actuales hoy como lo fueron el día en que fueron publicados por primera vez».En palabras de Norman Cohn, esto sirvió a los nazis como «autorización del genocidio». Posteriormente, y en EEUU, durante el periodo del Peligro Rojo, teóricos estadounidenses de la conspiración -tanto fundamentalistas cristianos como seculares anti-gobierno central – crecientemente abrazaron y promovieron una percepción de la masonería, el liberalismo y la “conspiración judeo-marxista” (frase muy utilizada por el dictador Franco en España)  como la fuerza directriz de la ideología del “ateísmo estatal“, “colectivismo burocrático” y “comunismo internacional“. En EEUU esos términos generalmente se emplean por esos sectores para referirse a, respectivamente, la Separación Iglesia-Estado; acción gubernamental en asuntos de seguridad social y organismos internacionales, tales como las Naciones Unidas.  Así, por ejemplo, empezando en los 1960, grupos como la John Birch Society y el Liberty Lobby dedicaron muchos de sus ataques a las Naciones Unidas como vehículo para crear “Un Gobierno Mundial“, promoviendo una posición de desconfianza y aislacionismo en relación a ese organismo. Adicionalmente, Mary M. Davison, en su The Profound Revolution (1966) trazó el origen de la alegada conspiración del Nuevo Orden Mundial a la creación del Sistema de Reserva Federal en EEUU por un “grupo de banqueros internacionales” que posteriormente habrían creado el Consejo de Relaciones Exteriores (CFR) en ese país como “gobierno en la sombra“. Cabe considerar que en aquellas fechas la frase “grupo de banqueros internacionales” se entendía como referencia a personas tales como David Rockefeller o a la familia Rothschild.
Posteriormente, y a partir de los 1970, Gary Allen alega que el término “Nuevo Orden Mundial” es utilizado por una élite internacional secreta dedicada a la destrucción de todos los gobiernos independientes. Para este autor el mayor peligro deja de ser la conspiración cripto-comunista y se transforma en la élite globalista que algunos identifican con el atlantismo del Grupo Bilderberg. Muchos de los mismos personajes -como Rockefeller- todavía ocupan un papel central pero no ya como cripto-comunista sino como parte de un grupo plutocrático y elitista, grupo que controlaría tanto los gobiernos y sus instituciones -especialmente las policías secretas- como organismos internacionales. Un papel importante en la generalización de esa percepción fue desempeñado por la trilogía satírica “The Illuminatus“, de Robert Anton Wilson que, a pesar de ser una parodia de la paranoia de sectores norteamericanos acerca de las conspiraciones secretas y de que el propio autor ha dicho en más de una ocasión que no pretende que sea tomada en serio, llegó a tener influencia, probablemente debido a que Wilson busca crear en el lector una fuerte duda acerca de lo que es real y lo que no lo es, elaborando curiosas teorías a partir de una mezcla de hechos históricos con hechos fantásticos, citando autores imaginarios, pero creíbles, con autores reales ya tanto obscuros como conocidos, pero a veces sutilmente fuera de contexto. Por ejemplo, citas de Isaac Newton acerca de la alquimia y la orden de la Rosacruz que necesitan cuidadoso análisis para determinar si son correctas y relevantes.
Esta popularidad de la teoría se acrecentó cuando -en 1990, poco después de la caída del Telón de Acero – el entonces presidente de los EEUU, George H. W. Bush (padre), hizo varias referencias al Nuevo Orden Mundial (NOM). A pesar de que esas referencias fueron percibidas a nivel internacional como estableciendo, en el contexto político de la fecha, los objetivos de la diplomacia de EEUU (la llamada propuesta de la Pax Americana) en lo que muchos entendieron como una validación de la teoría de la conspiración del NOM. Para muchos, los conspiradores son simplemente “los otros”, un grupo amorfo que incluye todo y cualquier individuo u organismo percibido como poderoso. Así, los participantes en la conspiración incluirían o podrían incluir (aparte de los ya mencionados comunistas, anarquistas, judíos, illuminati o plutócratas)  a  grupos tales como los masones, la iglesia católica (o grupos dentro de la iglesia), los políticos, los gobiernos (algunos o todos), etc, extendiendose  incluso a los medios de comunicación, los ecologistas, las Naciones Unidas e incluso los extraterrestres. Adicionalmente se alega que muchas familias prominentes tales como, por ejemplo, los Rothschilds, Rockefellers, Morgans, Kissingers, y los DuPonts, así como también monarcas europeos, podrían ser importantes miembros, ya que mantienen relaciones tanto como entre si como con figuras de alto poder. Organizaciones internacionales tales como los bancos centrales, el Banco Mundial, FMI, Unión Europea y la OTAN son mencionadas como componentes esenciales del Nuevo Orden Mundial. Posiblemente a muchos les parecerá absurdo remontarnos a épocas remotas y a civilizaciones que aparentemente solo han existido en la imaginación de algunos iluminados, para ver que hay un trasfondo oculto  en la idea de un Nuevo Orden Mundial.
 
Sinarquía (del griego σύν, syn, «con», y ἀρχεία, arkheía, «gobierno») es el sistema político en el que el poder es ejercido por una corporación. La sinarquía tiene otra definición más histórica y con sustento filosófico. El arché significa el «orden del Cosmos», la armonía. Los filósofos presocráticos veían la armonía en el universo como un Ideal a recuperar después de la destrucción cíclica del Cosmos. O las injusticias provocadas por los extremos. A diferencia de otros términos similares, como monarquía u oligarquía, que provienen de la antigüedad, la noción de sinarquía es conocida desde hace pocos siglos. El primer uso registrado aparece en la obra del clérigo británico Thomas Stackhouse “New History of the Holy Bible from the Beginning of the World to the Establishment of Christianity” (“Nueva Historia de la Sagrada Biblia desde la Creación del Mundo hasta la Creación de la Cristiandad“), en que se emplea para designar el gobierno conjunto de varios individuos. Sin embargo, no sería hasta su aparición en la obra del ocultista francés Alexandre Saint-Yves d’Alveydre en que el término cobraría popularidad. En su tratado L’ArchéomètreEl Arqueómetro»), Saint-Yves utilizó la noción de sinarquía para describir el gobierno por parte de los miembros de una sociedad secreta (Agharta). Esto lo dio a conocer en su libro “La misión de la India en Europa”, donde explica como un grupo conocido como Agharta maneja un sistema de gobierno sinárquico, que ejerce el poder real tras la apariencia de un gobierno de otro tipo. Este artículo se ha basado, en gran parte, en esta obra de Alexandre Saint-Yves d’Alveydre.

Alejandro Saint-Yves d’Alveydre (París, 26 de marzo de 1842 – Pau 5 de febrero de 1909), esoterista francés y autor de “El Arqueómetro“, “La Teogonía de los Patriarcas” y una colección de textos titulados “Las Misiones” (de los judíos, de los franceses, de la India, etc). En ellas cubre grandes periodos históricos y trata temas con una profundidad inusitada. Hay quién lo considera miembro de la Agartha Shanga de la época. Aunque su lenguaje es claro, el uso de neologismos y la referencia a conceptos de la Teogonía y Cosmogonía, dificultan la comprensión de los contenidos. Fue guía de distinguidos discípulos tales como Gerard Encausse (Papus), fundador de la Orden Martinista y Ch. Gougy, el arquitecto realizador de los planos arqueométricos. Ambos fueron miembros de la Sociedad Civil “Los Amigos de Saint Yves“. La clave del “El Arqueómetro” es retomado por otros autores tales como el Dr. Serge Raynaud de la Ferriere, fundador de la GFU, quién la aplica en los libros “Yug, Yoga, Yoghismo” y “Los Grandes Mensajes“. Este antiguo marqués de origen francés cita en un libro llamado Misión de la India en Europa, que en el año 1885 recibió la visita del príncipe afgano Hardij Schripf, acompañado de dos misteriosos personajes, «enviados —decían— por el Gobierno Universal Oculto de la presente Humanidad, los cuales le revelaron la existencia del Agartha y su organización espiritual y política…». Éste mandó imprimir doscientos ejemplares de su libro para ser publicados. Pero ante amenazas provenientes de la India, el autor decidió destruir cualquier rastro del manuscrito.
Un único ejemplar sobrevivió y fue conservado por el hijo de Saint-Yves, que más tarde regaló al místico Papus. Según se pudo saber, los textos que contenía el libro citaba alguno de los siguientes párrafos: «…Varios millones de dwijas (dos veces nacidos) y de yoguns (unidos en Dios) forman el círculo grande o, mejor dicho, el hemiciclo. Por encima de ellos, caminando hacia el Centro, se encuentran cinco mil punditis-pandavas, algunos de los cuales se ocupan de la enseñanza propiamente dicha, y los demás, de la Policía interior o de las Cien Puertas… Su número de cinco mil corresponde al de las raíces de la lengua védica. Después de los pundits, vienen distribuidos en grupos más o menos numerosos, las circunscripciones solares de los trescientos sesenta bagawandas o cardenales. El círculo más elevado y más cercano al misterioso Centro se compone de doce miembros que representan la iniciación suprema. Por encima de ellos no hay más que el triángulo formado por el Soberano Pontífice, el Brahmatma, soporte de las almas en el “Espíritu de Dios”, y sus dos asesores: el Mahatma, representando el Alma Universal, y el Mahanga, símbolo de toda la organización material del Cosmos…». Saint-Yves dijo además que Agharta, que en idioma sánscrito significa Comunidad Suprema, se encontraba ubicada en el desierto de Gobi, o sea en pleno corazón del Asia. «…En la superficie de la Tierra y en sus entrañas, la existencia real de Agartha se sustrae a la vigilancia y al apremio de la violencia de la profanación. Sin hablar del continente americano, cuyos subsuelos ignotos le pertenecieron en tiempos de una muy lejana antigüedad, en Asia, sólo, cerca de mil millones de hombres conocen más o menos de su existencia y su grandeza».
Se afirma que la sinarquía implica un terreno de conciliación y de salvación social para cada una y todas las naciones.  Ésta es una razón suficiente para que haya sido objeto de ataques violentos. Sin embargo hay varias afirmaciones que se han revelado verdaderas, tales como el origen celta de las Aryas (Arios) y el ciclo de Ram, la ciencia real que se encuentra en los templos antiguos y el esoterismo  de los textos sagrados de todos los pueblos.  En efecto, el ciclo de Ram y su origen occidental son una realidad histórica, de la que la India, e incluso Asia Central, son testigos y garantes. Fabre d’Olivet también habla de ciclo céltico de Ram, que él mismo encontró en los indianistas de la escuela de Calcuta.  Según Alejandro Saint-Yves d’Alveydre,  la ley sinárquica es teocrática y democrática. En cuanto a la antigüedad, esta ley se encontrará no sólo en todos los textos sagrados dorios, sino también en la constitución social y la organización del Gobierno general del ciclo de Ram (o ramídeo).  Los dorios (griego: Δωριεις, Dōrieis, singular Δωριευς, Dōrieus) fueron una de las principales tribus griegas antiguas, siendo las otras tres: los aqueos, los jonios, y los eolios. Los dorios fueron el último pueblo indoeuropeo en emigrar a la Antigua Grecia (Sobre el 1200 a.C). Según esa idea, éstos se establecieron primeramente en el norte, más adelante en la Dorida y desde el siglo XII en adelante se extendieron por el centro de Grecia y Tesalia (Peloponeso). Se distinguían por su idioma, sociedad y tradición histórica. Los relatos tradicionales colocan su lugar de origen en las regiones del norte de Grecia antigua, desde donde algunas circunstancias desconocidas los condujeron hacia el sur, dentro del Peloponeso, a ciertas islas de la parte sur del Mar Egeo, y a la costa sur de Asia Menor. Durante cierto tiempo se consideró su irrupción como una invasión que desestabilizó los estados micénicos destruyendo sus formas culturales, sustituyéndolas por la de los invasores. Esta teoría está hoy día siendo revisada al no encontrarse pruebas de la mencionada invasión y sí pruebas de una cohabitación más prolongada. Su área de dominio histórico los sitúa en el Peloponeso y en época clásica con el desarrollo de la cultura espartana, ejemplo eminente de la sociedad doria. La mitología atribuyó este nombre al fundador epónimo, Doro, hijo de Helén, patriarca mitológico de los helenos. Heródoto mismo era de Halicarnaso, una colonia doria en la costa suroeste de la actual Turquía, que continuó con la tradición literaria de su tiempo, y escribió en griego jónico, siendo uno de los últimos autores que lo hizo así. Describió las Guerras Médicas, dando cuenta de manera breve de la historia de los protagonistas, griegos y persas. Heródoto menciona que la «gente ahora llamada dorios» eran vecinos de los pelasgos de Tesalia. Las mujeres tenían un vestido característico, decía, una túnica (un vestido plano) que no necesitaba sujetarse con broches. Fueron inmigrantes en el Peloponeso. Entre ellos estaba la gente, más tarde conocidos como los lacedemonios, uno de cuyos reyes se llamaba Dorieo.
La Tradición antigua ha sido conservada intacta durante ciclos de siglos por millones de iniciados.  Hay un velo que  está formado por montañas inmensas, fortalezas, selvas vírgenes, desiertos, ciudades, templos, criptas y ciudades subterráneas de una extensión sobrecogedora.  Y el secreto que cubre está guardado por millones de hombres de ciencia y de consciencia por medio de los mismos juramentos que en tiempos de Moisés, de Jethro, de Orfeo, de Zoroastro o de Fo-Hi.  Desde el pico de Ram hasta Pekín, desde el mar de las Indias hasta el Himalaya, de Afganistán a las mesetas de la Alta Tartaria, de Bukharia a Tiflis, el alboroto de las almas fluirá de nuevo de Jerusalem al Cairo y a la Meca, del Gaon a los Imanes, y del Jefe de los Drusos del Líbano al Rich-Ammo de los Subbas de Bagdad, antiguos discípulos esenios de San Juan Bautista. En sus libros sobre las Misiones, Alejandro Saint-Yves d’Alveydre  tiene como principio el amor divino a la Humanidad y como fin la Sinarquía universal. Tan solo Dios, a través de los cielos y las profundidades de la historia de la Humanidad, es el Viviente del que Saint-Yves d’Alveydre  dice que ha recibido la Ley Sinárquica de Moisés, de los Abramidas, así como de esa Sociedad  anterior a Ram,  que San Pablo llama la Sociedad de los Primitivos, y a la que Saint-Yves d’Alveydre  se refiere  con su nombre antiguo:  Paradesa.  Según Saint-Yves d’Alveydre,  la Paradesa ramidea, su templo universitario, sus tradiciones, la cuádruple jerarquía de sus enseñanzas, existen aún inalteradas en la actualidad, con su Soberano Pontífice portador de la tiara de las siete coronas, el Brahman actual de la antigua Paradesa metropolitana del ciclo del cordero y del carnero. 
La Paradesa fue conocida como Âgarttha, la ‘Isla Blanca’, la Ciudad, el Centro Planetario Mayor durante el ciclo de Ram, que era la sede del Santuario Central y que era habitado por el Brâhatmah. En los Purânas se puede apreciar la antigua tradición que sitúa a Puskara, ‘la tierra de los Dioses’ al Norte del monte Meru: “Los dos países Norte y Sur del Meru, tienen la forma de arco… la mitad de la superficie de la Tierra está al Sur del Meru y la otra mitad al Norte del mismo, más allá del cual está la mitad de Puskara. [Wilson; Vishnu Purâna] “. No solamente las tradiciones antiguas hablan de la Paradesha, también podemos escuchar la siguiente explicación de los teósofos, encabezados por Madame Blavatsky: “ Los ” Hijos de la Sabiduría “, eran los primeros Hijos nacidos de la Mente de la Tercera Raza. Sin embargo, no era la única cuna, ni la cuna primitiva de la humanidad, aunque, verdaderamente, era la copia de la cuna del primer Hombre pensador divino. Era el Paradesha, la tierra montañosa de la primera gente que habló el sánscrito, el Hedone, el país de las delicias de los griegos, pero no era la “Glorieta de la voluptuosidad” de los caldeos, pues esta última sólo fue su reminiscencia; ni fue allí donde ocurrió la “Caída del Hombre” después de la “separación”. El Edén de los judíos fue copiado de la copia caldea. Que la Caída del Hombre en la generación ocurrió durante el primer período de lo que la Ciencia llama los tiempos mesozoicos, o la época de los reptiles, está evidenciado por la fraseología de la Biblia acerca de la serpiente, la naturaleza de la cual se halla explicada en el Zohar. [ H. P. Blavatsky, La Doctrina Secreta] “.
Según dice Saint-Yves d’Alveydre:   “… desde el fondo de este Occidente que fue la cuna de Ram. y os veo en este mismo momento, en vuestra delgadez ascética, como una verdadera estatua de bronce obscuro, con los brazos cruzados, sobre la tumba de vuestro predecesor, en la cripta sagrada impenetrable incluso para los iniciados de grado alto.  Tranquilizaos,  Anciano de los días de aquí abajo: os visita un alma religiosa, y que venera en vos el Espíritu de todos los tiempos antiguos y la formidable Sapiencia a la que, de escalón en escalón; os ha conducido la espantosa ascensión de las pruebas y los conocimientos humanos, cosmogónicos y divinos.  Fue en efecto de vuestro Templo viviente de donde vinieron los Reyes Magos a adorar en su cuna al Cristo doloroso, divina encarnación del Cristo eternamente glorioso.  Y, católico sinarquista, me pongo bajo la invocación de estos mismos Magos, para llegar hasta vos a través de la distancia, trayendo, lleno de Fe, de amor y de esperanza, la Promesa de este Cristo, con lo que yo creo firmemente ser la ley de su realización social para toda la Humanidad”.
La Autoridad garante de la más antigua Tradición, y del ciclo del Cordero y del Carnero, reside en la más antigua Universidad de la Tierra.  En la fecha (1886) en que Saint-Yves d’Alveydre escribió su obra “Misión de la India”, todos los cuerpos de enseñanza del mundo firman su edad actual del modo siguiente: Los de Mahoma (Musulmanes): 1264;  los de Jesucristo (Cristianos) : 1886; los de Moisés (Judíos): 5647; Los de Manou: 55647. A todas estas fechas se  hubieran podido añadir las eras de Çackya Mouni, de Zoroastro, de Fo-Hi, de Cristna, y por fin la del Ciclo ramideo, si no estuvieran ya incluidas en el período integral de Manou.  La inmensidad de la fecha manávica extiende  profundamente en el pasado la grandeza del Espíritu Humano, inseparable de la majestad de las tradiciones divinas. Pese a los descubrimientos de los arqueólogos desde finales del siglo XVIII, pese a la introducción en Europa, desde entonces, de numerosos fragmentos literarios de los que los Brahamanes han creído oportuno dar a la luz pública sin traicionar su juramento, el Ciclo de Ram, que tan sólo se remonta a nueve mil años, es aún en Europa objeto de incredulidad.  Sin embargo, en el mismo París, los catálogos de los manuscritos sánscritos de la Biblioteca oriental, sin hablar de los trabajos anteriores de d’Herbelot, indicaban, desde principios de siglo, numerosas obras sobre Ram y sobre los héroes, que después le fueron asimilados: VeyasaRamayana, Vasista-Ramayana, Adhyatma-Ramayana, HanoumadRamayana, Sata-kanta-Ramayana, Sahasra-Kanta-Ramayana, DjimouneRamayana, Valmike-Ramayana, etc.
Este último, el más notable de todos fue compuesto por Valmiki hacia el final del Trata-youga, bajo el reinado de Ram (o Rama).  Este magnífico poema no es en realidad más que un abreviado del Veyasa-Ramaya, diario de las acciones de Rama, en diez trillones de Versos, desde hace mucho tiempo reservado, en la India, al estudio esotérico de la Historia. Los autores que han tenido en cuenta las tradiciones del Oriente brahmánico, como parte integrante de la Historia Universal, tenían perfecta razón  al restituir al Ciclo de Ram la importancia que le concede aún hoy una inmensa parte del género humano. Saint-Yves d’Alveydre, en su obra “la Historia positiva de la Sinarquía y de la Anarquía en el Gobierno General del Mundo”, se ha  remontado a un período de no más de noventa siglos (9000 años).  Y ello no se debe a que falten documentos que permitan remontarnos más lejos en la profundidad de los tiempos.  Los acontecimientos de la Humanidad, que desde hace quinientos cincuenta y seis siglos (55600 años) han pasado en esta tierra, se guardan religiosamente en lugares inaccesibles. Según Saint-Yves d’Alveydre, a los europeos hay que recordarles sus propios anales sinárquicos.  Se remontan a la época en que su raza, empezando a dominar a las demás, se elevó, en la persona del más grande de sus héroes célticos, hasta la tiara de las siete coronas de los sanctuarios de Manou y hasta la Mano imperial de la Justicia del antiguo Reino de Dios.
No fueron, desde luego, los iniciados de la Paradesa los que se burlaron del Ciclo de Ram, de su fecha, de su Sinarquía, que realizaba de nuevo este Reino divino durante tres mil años, de su civilización colosal, de sus cuatro jerarquías de las ciencias que van desde las profundidades secretas de la Naturaleza física hasta la inefable Esencia de las Potencias cosmogónicas, de sus artes  y de todos los misterios maravillosos, celebrados en sus metrópolis, que son a la vez centros religiosos y universitarios.  Tampoco son ellos quienes han puesto en duda la revolución del tercer Orden que, partiendo del emperador sinárquico Ougra, se produjo por obra de Irshou, ni de los asaltos consecutivos de que fue objeto la Sinarquía ramidea del Cordero y del Carnero por parte de la creciente anarquía de los Turanios, los Yonijas, los Hiksos, y los Fenicios, que llevaban como signo unificador de su naturalismo el estandarte ensangrentado del Toro (Tauro).  Las crónicas esotéricas hablan del Cisma de Irshou como uno de los hechos más relevantes, tanto para el mundo intraterreno como para el mundo de superficie.  Irshou fue un harappa (del Valle del Indo) que se había enfrentado a las pruebas de aceptación como yoghi y había fracasado, comenzando en el Âgarttha una cruzada por la liberación del pueblo Harappa, que terminó con la deportación de cientos de miles de hombres desde el mundo intraterreno al mundo de superficie.  Estos cientos de miles de Arianni, expulsados del Agartha hacia el año 2.500 a.C., se unieron de forma violenta mediante invasiones a los distintos pueblos de su entorno, tanto Ramídeos como Turanios y hasta Semitas, aportando su cultura superior y su lenguaje; el Sánscrito. A este pueblo de “origen desconocido”, según la ciencia arqueológica actual, es al que ésta última denomina Arios o  Arianni.
Realmente existe un punto de inflexión importante en la historia de todas las culturas antiguas centro asiáticas de esa época. Hacia 1.700 a.C., las magníficas y bien guarnecidas ciudades ramídeas de Mohenjo, Daro, Chanju Daro y Harapa, fueron destruidas sin piedad por un pueblo guerrero procedente de las llanuras de Asia Central que es definido como: ‘hombres aguerridos, de piel clara y nariz prominente, e incluso de rasgos blancos y rubios’, y que fue conocido como los Purandara (los destructores de ciudades). La antigua capital meridional del río Indo, conocida hoy como Mohen-jo Daro (ciudad de los muertos), debe su nombre actual a las terribles matanzas propiciadas durante su destrucción a manos de los Arios o descendientes de los Arianni.  Estos invasores lejos de ser bárbaros comparados con los magníficos constructores de las ciudades conquistadas, que promovieron la gran cultura de la Civilización del Valle del Indo, poseían una cultura y unas técnicas superiores, aportando además del Sánscrito, padre de todos los lenguajes escritos, un bagaje cultural y religioso que se consolidó en el período Védico (1500-600 a.C.) y el Brahmánico (600-300 a.C.) como el período cultural de mayor importancia en la historia de la humanidad moderna.
Los Vedas, están compuestos por tres grandes colecciones que se conocen actualmente como el Rig-veda, el Sama-veda y Yajur-veda y más tardíamente el Atharva-veda. Para darnos una idea aproximada de la importancia de estos conocimientos vertidos en textos sánscritos conocidos “oficialmente” ya desde el 800 a.C., podemos imaginar someramente la extensión y profundidad de esta magna obra conociendo que solamente el Rig-veda, o Veda de las Alabanzas, reúne 1.017 himnos agrupados en diez ciclos o mandalas y que, de estilo ecléctico y equilibrado, desarrolla himnos, oraciones, exorcismos y fórmulas mágicas que preconizan la unión con lo divino a través de los dioses o devas, siendo el libro que más claramente descubre las claves profundas del esoterismo Ario.  En el gran crisol de razas que fue la baja Mesopotamia, descubrimos a los sumerios luchando desesperadamente contra invasores asiáticos para defender sus ciudades de Ur, Uruck y Adab; luchas recogidas en la ‘Estela de los Buitres’ hacia el 2400 a.C.  Posteriormente el rey Sargón o Sharru Kin (rey legítimo) funda una nueva dinastía instaurando a su vez el imperio Acadio (2300 a.C.), al derrotar al rey de Uruck, Lugalzagesi, que había logrado conquistar anteriormente todo Sumer. Sargón continuó su campaña de expansión hacia Occidente conquistando las importantes ciudades de Mari y Ebla, llegando al Amanus y al Tauro, así como al Mar Mediterráneo. A continuación, y coincidiendo con la invasión en la India (1700 a.C.), se producen en Mesopotamia las mismas invasiones arias que alteraron todo el equilibrio Asirio-Babilónico, al crear los invasores el poderoso estado hurrita de Mitanni, cuya área de influencia llegaba desde el Mediterráneo a los montes Zagros.
También se tienen referencias por aquella época de la invasión de Palestina y el poderoso Egipto por los hicsos, también un pueblo indo-europeo venido de oriente, que ocuparon Egipto hacia el año 1580 a.C. No obstante, la dominación hicsa no fue entendida en Egipto como una opresión sino como una “ocupación pacífica” por un pueblo de “superior cultura”. Esta sorprendente expresión la extraemos de los escritos de Manetón, sacerdote tolemaico del siglo III a.C.: “Por motivos que desconocemos, la cólera de Dios descargó sobre nosotros, pues sorprendentemente unos extranjeros de procedencia oriental, invadieron nuestro país y lo conquistaron sin tomarse la molestia de desenvainar la espada”.  Vemos entonces como muchas culturas y civilizaciones avanzadas de la era del bronce se tambalean y caen bajo la enorme presión de una nueva raza, que avanza impetuosa, desde algún lugar indefinido en las estepas asiáticas hacia los núcleos culturales más importantes de la época, como ocurrió también en las grandes culturas asentadas en Afganistán y las riberas del Oxus.  En cuanto a la figura personal de Irshou, éste desaparece repudiado después del inmenso desastre de la deportación de todo su pueblo, pero no así su figura política de ‘caudillo’ o ‘cabeza de horda’. Recordemos la significación sánscrita de la palabra ‘Irshou’ como ‘la cabeza de la serpiente humana’ o ‘el que va a la cabeza de una fila’. Vemos así al espíritu de Irshou en la tenaz y fratricida búsqueda del retorno al Âgarttha, aún por la fuerza, que marcó poderosamente las vidas de hombres terribles que en la superficie del planeta derribaron imperios y diezmaron generaciones enteras ahogando en sangre a millones de seres. No son tampoco los iniciados de la Paradesa los que han tachado de inexactitud toda la Historia del Gobierno General del Mundo, a partir del momento en que se entronizó, bajo el impulso de una fuerza multitudinaria, el régimen del arbitrario rey,  que con el nombre de Nemrod, fue condenado por Moisés.  Ellos tampoco han negado el papel constantemente luminoso, infatigablemente liberador de los Santuarios, que han intentado remediar en cualquier lugar la apoteosis de esta Fuerza triunfante, y preparar en todas partes el retorno de las condiciones de la antigua Alianza universal.  Y, por fin, no son desde luego ellos quienes han podido negar el Hermetismo científico de las lenguas dorias, espejo exacto del Verbo eterno, ni del Esoterismo espléndido que encierran los auténticos textos sagrados, no sólo los Vedas, no sólo los libros del primer Zoroastro y de Hermes, sino también el hebreo hierático de los cincuenta Capítulos de Moisés y del testamento de Jesucristo.
Desde los tiempos más remotos, mujeres visionarias celtas profetizaban bajo los árboles. Cada tribu tenía su gran profetisa, como la Voluspa de los Escandinavos con su colegio de druidesas. Pero estas mujeres, al principio noblemente inspiradas, habían llegado a ser ambiciosas y crueles. Las buenas profetisas se convirtieron en malas magas. Ellas instituyeron los sacrificios humanos, y la sangre de las victimas corría sin cesar sobre los dólmenes, al son siniestro de los cánticos de los sacerdotes, ante las aclamaciones de los Escitas feroces. Entre esos sacerdotes se encontraba un joven en la flor de la edad, llamado Ram (Rama), que se destinaba al sacerdocio, pero cuya alma recogida y espíritu profundo se revelaban contra ese culto sanguinario. El joven druida era dulce y grave. Había mostrado desde edad temprana una aptitud singular en el conocimiento de las plantas, de sus virtudes maravillosas, de sus jugos destilados y preparados, no menos que para el estudio de los astros y de sus influencias. Parecía adivinar, ver las cosas lejanas. De ahí su autoridad precoz sobre los viejos druidas. Una grandeza benévola emanaba de sus palabras, de su ser. Su sabiduría contrastaba con la locura de las druidesas, las inspiradoras de maldiciones, que proferían sus oráculos nefastos en las convulsiones del delirio. Los druidas le habían llamado “el que sabe”; el pueblo le nombraba “el inspirador de la paz”.
Ram, que aspiraba a la ciencia divina, había viajado por toda la Escitia y por los países del Sur. Seducidos por su sabiduría personal y su modestia, los sacerdotes de los Negros le habían hecho copartícipe de sus conocimientos secretos. Vuelto al país del Norte, Ram se aterrorizó al ver los sacrificios humanos cada vez más frecuentes entre los suyos. Él vio en esto la pérdida de su raza. Pero ¿Cómo combatir esa costumbre propagada por el orgullo de las druidesas, por la ambición de los druidas y la superstición del pueblo? Entonces otra plaga cayó sobre los Blancos, y Ram creyó ver en ella un castigo celeste del culto sacrílego. De sus incursiones a los países del Sur y de su contacto con los Negros, los Blancos habían contraído una horrible enfermedad, una especie de peste, que corrompía al hombre por la sangre, por las fuentes de la vida. El cuerpo entero se cubría de manchas negras, el aliento se volvía fétido, los miembros hinchados y corroídos por úlceras se deformaban, y el enfermo expiraba entre horribles sufrimientos. El aliento de los vivos y el hedor de los muertos propagaban el azote. Los Blancos consternados caían y agonizaban por millares en sus selvas, abandonados hasta por las aves de rapiña. Ram, afligido, buscaba en vano un medio de salvación. Tenía él la costumbre de meditar bajo una encina en un claro del bosque. Una noche que había meditado largo tiempo sobre los males de su raza, se durmió al pie del árbol. En su sueño le pareció que una voz fuerte pronunciaba su nombre y creyó despertar. Entonces, vio ante él un hombre de majestuosa estatura, vestido como él mismo lo estaba, con el ropaje blanco de los druidas. Llevaba una varita alrededor de la cual se enroscaba una serpiente.
Ram, admirado, iba a preguntar al desconocido lo que aquello quería decir. Pero éste cogiéndole de la mano le hizo levantar y le mostró sobre el árbol mismo, al pie del que estaba acostado, una hermosa rama de muérdago. — “¡Oh Ram!, le dijo, el remedio que tú buscas, aquí lo tienes”. Y sacando de su seno un podón de oro, cortó con él la rama y se la dio. Después murmuró algunas palabras acerca del modo de preparar el muérdago y desapareció. Entonces Ram se despertó por completo y se sintió muy confortado. Una voz interna le decía que había encontrado la salvación. No dejó de preparar el muérdago según los consejos de su divino amigo el de la hoz de oro. Hizo beber el brebaje a un enfermo en un licor fermentado, y el enfermo curó. Las curas maravillosas que operó así, hicieron a Ram célebre en toda la Escitia. De todas partes se le llamaba para curar. Consultado por los druidas de su tribu, les dio cuenta de su descubrimiento, agregando que éste debía ser un secreto de la casta sacerdotal para afirmar su autoridad. Los discípulos de Ram, viajando por toda la Escitia con ramas de muérdago, fueron considerados como mensajeros divinos y su maestro como un semidiós. Ese acontecimiento fue el origen de un culto nuevo. Desde entonces el muérdago se consideró como una planta sagrada. Ram consagró su memoria, instituyendo la fiesta de Navidad o de la nueva salvación, que colocó al comienzo del año y que llamó la Noche-Madre (del nuevo Sol), o la grande renovación. En cuanto al Ser misterioso que Ram había visto en sueños y que había mostrado el muérdago, se le llamó en la tradición esotérica de los Blancos europeos, Aesc-hely-hopa, lo que significa: “la esperanza de la salvación está en el bosque”. Los Griegos hicieron de él su Esculapio, el genio de la medicina, que tiene la varita mágica bajo forma de caduceo. Pero Rama, el “inspirado de la paz”, tenía más vastas miras.
Quería curar a su pueblo de una plaga moral, más nefasta que la peste. Elegido jefe de los sacerdotes de su pueblo, dio la orden a todos los druidas varones y hembras de dar fin a los sacrificios humanos. Esta noticia corrió hasta el Océano, saludada como un fuego regocijante por unos, como un sacrilegio atentatorio por otros. Las druidesas, amenazadas con su poder, lanzaron sus maldiciones contra el audaz, fulminaron contra él sentencias de muerte. Muchos druidas, que veían en los sacrificios humanos el solo medio de reinar, se pusieron de su parte. Ram, exaltado por un gran partido, fue execrado por el otro. Pero lejos de retroceder ante la lucha, la acentuó enarbolando un nuevo símbolo. Cada pueblo blanco tenía entonces su signo de reconocimiento y unión bajo la forma de un animal que simbolizaba sus cualidades preferidas. Entre los jefes, los unos clavaban grullas, águilas o buitres, otros cabezas de jabalí o de búfalo, sobre la cima de sus palacios de madera; origen primero del blasón. Pero el estandarte preferido por los Escitas era el Toro, que llamaban Thor, el signo de la fuerza brutal y de la violencia. Al Toro, Ram opuso el Carnero, el jefe valiente y pacífico del rebaño, e hizo de él signo de unión de todos sus partidarios. Este estandarte, enarbolado en el centro de la Escitia, fue como el principio de un tumulto general y de una verdadera revolución en los espíritus.
Los pueblos blancos se dividieron en dos campos. El alma misma de la raza blanca se separaba en dos para desagregarse de la animalidad rugiente y subir el escalón primero del santuario invisible, que conduce a la humanidad divina. “¡Muera el Carnero!”, gritaban los partidarios de Thor. “¡Guerra al Toro!”, gritaban los amigos de Ram. Una guerra formidable era inminente. Ante tal eventualidad, Ram vaciló. Desencadenar esta guerra, ¿No sería empeorar el mal y obligar a su raza a destruirse por sí misma? Entonces tuvo un nuevo sueño. El cielo tempestuoso estaba cargado de nubes sombrías que cabalgaban sobre las montañas y rebasaban en su vuelo las cimas agitadas de las selvas. En pie, sobre una roca, una mujer con el pelo en desorden se preparaba a herir a un soberbio guerrero, atado ante ella. “¡En nombre de los antepasados detén tu brazo!”, gritó Ram lanzándose sobre la mujer. La druidesa, amenazando al adversario, le lanzó una mirada aguda como la hoja de un puñal. Pero el trueno retumbó en los espesos nubarrones, y en un relámpago, una figura radiante apareció. La selva se iluminó, la druidesa cayó como herida por el rayo, y habiéndose roto los lazos del cautivo, éste miró al gigante luminoso con un gesto de desafío. Ram no temblaba, pues en los rasgos de la aparición reconoció al ser divino, que ya le había hablado bajo la encina. Esta vez le pareció más hermoso, pues todo su cuerpo resplandecía de luz. Y Ram vio que se encontraba ante un templo abierto, de ancha columnata.

En el lugar de la piedra del sacrificio se elevaba un altar. Al lado estaba el guerrero cuyos ojos continuaban desafiando a la muerte. La mujer echada sobre el pavimento parecía muerta. El Genio celeste llevaba en su diestra una antorcha, en su izquierda una copa; sonrió con benevolencia y dijo: — “Ram, estoy contento de ti. ¿Ves esta antorcha? Es el fuego sagrado del Espíritu divino. ¿Ves esta copa?. Es la copa de la Vida y del Amor. Da la antorcha al hombre y la copa a la mujer”. Ram hizo lo que le ordenaba su Genio. Apenas la antorcha estuvo en manos del hombre y la copa en las de la mujer, un fuego se encendió, espontáneamente sobre el altar, y ambos irradiaron transfigurados a su luz, como Esposo y Esposa divinos. Al mismo tiempo el templo se ensanchó; sus columnas subieron hasta el cielo; su bóveda se convirtió en el firmamento. Entonces, Ram, llevado por su sueño, se vio transportado al vértice de una montaña bajo el cielo estrellado. En pie, cerca de él, su Genio le explicaba el sentido de las constelaciones y le hacía leer en los signos llameantes del Zodíaco los destinos de la humanidad. — “Espíritu maravilloso, ¿quién eres tú?”, dijo Ram a su Genio. Y el Genio respondió: — “Me llaman Deva Nahousha, la Inteligencia divina. Tú difundirás mi radiación sobre la tierra y yo acudiré siempre que me llames. Ahora, sigue tu camino, ¡ve!”. Y, con su mano, el Genio mostró el Oriente.
En este sueño, como bajo una luz fulgurante, Ram vio su misión y el inmenso destino de su raza. Desde entonces ya no dudó. En lugar de encender la guerra entre las tribus de Europa, decidió llevarse la flor de su pueblo al corazón del Asia. Anunció a los suyos que instituiría el culto del fuego sagrado, que haría la felicidad de los hombres; que los sacrificios humanos serían para siempre abolidos; que los antepasados serían invocados, no ya por sacerdotisas sanguinarias sobre rocas salvajes impregnadas de sangre humana, sino en cada hogar, por el esposo y la esposa unidos en una misma oración, en un himno de adoración, al lado del fuego que purifica. Sí; el fuego visible del altar, símbolo y conducto del fuego celestial invisible, uniría a la familia, al clan, a la tribu y a todos los pueblos, cual centro del Dios viviente sobre la tierra. Pero para recoger esa cosecha, era preciso separar el grano bueno del malo; preciso era que todos los audaces se preparasen a dejar la tierra de Europa para conquistar una tierra nueva, una tierra virgen. Allá, él daría su ley; allá, fundaría el culto del fuego renovador. Esta proposición fue acogida con gran entusiasmo por un pueblo joven y ávido de aventuras. Hogueras encendidas durante varios meses en las montañas fueron la señal de la emigración en masa para todos aquellos que querían seguir a la insignia adoptada: el Carnero. La formidable emigración, dirigida por ese gran pastor de pueblos, se movió lentamente hacia el centro de Asia.
A lo largo del Cáucaso, tuvo que tomar varias fortalezas ciclópeas de los Negros. En recuerdo de esas victorias, las colonias blancas esculpieron más tarde gigantescas cabezas de carnero en las rocas del Cáucaso. Ram se mostró digno de su alta misión. El allanaba las dificultades, penetraba los pensamientos, preveía el porvenir, curaba las enfermedades, apaciguaba a los rebeldes, inflamaba el valor. Así, las potencias celestes, que llamamos la Providencia, querían la dominación de la raza boreal sobre la tierra y lanzaban, por medio del genio de Ram, rayos luminosos en su camino. Esa raza había ya tenido sus inspirados de segundo orden para arrancarla del estado salvaje. Pero Ram, que, él primero, concibió la ley social como una expresión de la ley divina, fue un inspirado directo y de primer orden. Ram hizo amistad con los Turianos, viejas tribus escitas cruzadas con sangre amarilla, que ocupaban la alta Asia, y los arrastró a la conquista del Irán, de donde rechazó por completo a los Negros, logrando que un pueblo de raza blanca ocupase el centro del Asia y viniese a ser para todos los otros el foco luminoso. Fundó allí la ciudad de Ver, ciudad admirable, dice Zoroastro. Enseñó a trabajar y sembrar la tierra, y fue el padre del cultivo del trigo y de la vid. Creó las castas, según las ocupaciones, y dividió al pueblo en sacerdotes, guerreros, trabajadores y artesanos. En el origen esas castas no fueron rivales; el privilegio hereditario, manantial de odio y de celos, se introdujo más tarde.
Ram prohibió la esclavitud, así como el homicidio, afirmando que la dominación del hombre por el hombre era la fuente de todos los males. En cuanto al clan, esa agrupación primitiva de la raza blanca, lo conservó tal como era y le permitió elegir sus jefes y sus jueces. La obra maestra de Ram, el instrumento civilizador por excelencia, creado por él, fue el nuevo papel que dio a la mujer. Hasta entonces, el hombre no había conocido a la mujer más que bajo una doble forma: o esclava miserable de su choza, que él oprimía y maltrataba brutalmente, o turbadora sacerdotisa de la encina y de la roca cuyos favores buscaba, y que le dominaba a su pesar; maga fascinadora y terrible cuyos oráculos temía, y ante quien temblaba su alma supersticiosa. El sacrificio humano era un desquite de la mujer contra el hombre, cuando ella hundía el cuchillo en el corazón de un tirano feroz. Proscribiendo ese culto horrible y elevando a la mujer ante el hombre en sus funciones divinas de esposa y de madre, Ram la convirtió en sacerdotisa del hogar, guardiana del fuego sagrado, igual al esposo, invocando con él el alma de los antepasados. Como todos los grandes legisladores, Ram no hizo más que desarrollar, organizándolos, los instintos superiores de su raza. A fin de adornar y embellecer la vida, Ram ordenó cuatro grandes fiestas en el año. La primera fue de la primavera o de las generaciones. Estaba consagrada al amor del esposo y la esposa. La fiesta del verano o de las cosechas pertenecía a los niños y niñas, que ofrendaban las gavillas del trabajo a los padres. La fiesta del otoño la celebraban los padres y las madres; éstos daban entonces frutas a los niños en signo de regocijo. La más santa y más misteriosa de las fiestas era la de Navidad o de las grandes sementeras. Ram la consagró a la vez a los niños recién nacidos, a los frutos del amor concebido en la primavera y a las almas de los muertos, a los antepasados.
Punto de conjunción entre lo visible y lo invisible, esta solemnidad religiosa era a la vez el adiós a las almas ausentes y el saludo místico a las que vuelven a encarnar en las madres y renacer en los niños. En esa noche santa, los antiguos Arios se reunían en los santuarios del Ailyana-Vaeia, como antes lo habían hecho en sus bosques. Con hogueras y cánticos celebraban el nuevo principio del año terrestre y solar, la germinación de la Naturaleza en el corazón del invierno, la palpitación de la vida en el fondo de la muerte. Cantaban el universal beso del cielo a la tierra y el acto de engendrarse el nuevo sol en la gran Noche-Madre. Ram ligaba de este modo la vida humana al ciclo de las estaciones, a las revoluciones astronómicas. Al mismo tiempo hacía resaltar su sentido divino. Por haber fundado tan fecundas instituciones, Zoroastro le llama “el jefe de los pueblos, el muy afortunado monarca”. Por la misma razón el poeta indio Valmiki, que transporta el antiguo héroe a una época mucho más reciente y como hijo de una civilización más avanzada, le conserva sin embargo los rasgos de tan alto ideal”. “Rama, el de los ojos de loto azul — dice Valmiki —, era el señor del mundo, el dueño de su alma y del amor de los hombres, el padre y la madre de sus súbditos. Él supo dar a todos los seres la cadena del amor”.
Establecida en el Irán, a las puertas del Himalaya, la raza blanca no era aún dueña del mundo. Era preciso que su vanguardia se infiltrase en la India, centro capital de los Negros, los antiguos vencedores de la raza roja y de la raza amarilla. El Zend-avestahabla de esta marcha de Rama sobre la India. Es muy digno de notarse que el Zend-avesta, el libro sagrado de los parsis, aunque considerando a Zoroastro como el inspirado de Ormuzd, el profeta de la ley de Dios, lo presenta como continuador de un profeta mucho más antiguo. Bajo el simbolismo de los antiguos templos, se encuentra aquí el hilo de la gran revelación de la humanidad, que liga entre sí a los verdaderos iniciados. He aquí este pasaje importante: ” Zarathustra (Zoroastro) preguntó a Ahura-Mazda (Ormuzd, el Dios de la luz): Ahura-Mazda, tú, santo y muy sagrado creador de todos los seres corporales y muy puros. ¿Quién es el primer hombre con quien primero has hablado, tú que eres Ahura-Mazda?. Entonces Ahura-Mazda respondió: “Es el hermoso Yima, el que estaba a la cabeza de una agrupación digna de elogios, ¡Oh, puro Zarathustra!”. Y yo le dije: “Vela sobre los mundos que son míos vuélvelos fértiles en su cualidad de protector”. Y yo le traje las armas de la victoria, yo que soy Ahura-Mazda. Una lanza de oro y una espada de oro. Entonces Yima (el Noé persa) se elevó hasta las estrellas hacia el Mediodía, sobre el camino que sigue el Sol. Él marchó sobre esta tierra que había vuelto fértil. Ella fue de un tercio más considerable que antes. Y el brillante y bello Yima reunió la asamblea de los hombres más virtuosos en el célebre Airyana-Vacia”.
La epopeya india la convierte en uno de sus temas favoritos. Rama fue el conquistador de la tierra que cierra el Himavat, la tierra de los elefantes, los tigres y las gacelas. Himavates el monte sagrado de los ascetas y lugar donde viven todos los seres mitológicos. Se cree que se encuentra en el Himalaya. Él ordenó el primer choque y condujo el primer empuje de esta lucha gigantesca en que dos razas se disputaban inconscientemente el cetro del mundo. La tradición poética de la India, reforzada por las tradiciones ocultas de los templos, ha simbolizado en ello la lucha de la magia blanca y la magia negra. En su guerra contra los pueblos y los reyes del país de los Djambous, como se le llamaba entonces, Ram o Rama, como le llamaron los orientales, desplegó medios milagrosos en apariencia, porque estaban por encima de las facultades ordinarias de la humanidad, y que los grandes iniciados deben al conocimiento y manejo de las fuerzas ocultas de la Naturaleza. Aquí la tradición le representa como haciendo brotar manantiales de un desierto, allá encontrando recursos inesperados en una especie de maná cuyo uso enseñó; por otra parte, haciendo cesar una epidemia con la planta llamada hom, el amomosde los Griegos, la perseade los Egipcios, de la que sacó un jugo salutífero. Esta planta llegó a ser sagrada entre sus partidarios y reemplazó al muérdago de la encina, conservado por los celtas de Europa.
Rama usaba contra sus enemigos de toda clase de prodigios. Los sacerdotes de los Negros no reinaban ya más que por medio de un bajo culto. Tenían ellos la costumbre de alimentar en sus templos enormes serpientes y pterodáctilos, raros supervivientes de animales antediluvianos, que hacían adorar como a dioses y que aterrorizaban a la multitud. A esas serpientes daban de comer la carne de los cautivos (de ahí vienen las tradiciones sobre dragones). A veces Rama aparecía de improviso en esos templos, con antorchas, arrojando, aterrorizando, domando y sojuzgando a serpientes y sacerdotes. A veces se mostraba en el campo enemigo, exponiéndose sin defensa a aquellos que buscaban su muerte, y volvía a partir sin que ninguna persona hubiese osado tocarle. Cuando se interrogaba a los que le habían dejado huir, respondían que habiendo encontrado su mirada, se habían sentido petrificados; o bien, mientras que hablaba, una montaña de bronce se había interpuesto entre ellos y él, y habían cesado de verle. En fin, como coronamiento de su obra, la tradición épica de la India, atribuye a Rama la conquista de Ceilán, último refugio del mago negro Rávana, sobre quien el mago blanco hace llover una lluvia de fuego, después de haber echado un puente sobre un brazo de mar con un ejército de monos, el cual se puede reducir a alguna tribu primitiva de bimanos salvajes, inducida y entusiasmada por este gran encantador de las naciones.
Por su fuerza, por su genio, por su bondad, dicen los libros sagrados del Oriente, Rama había llegado a ser el dueño de la India y el rey espiritual de la Tierra. Los sacerdotes, los reyes y los pueblos se inclinaban ante él como ante un bienhechor celeste.  Bajo el signo del carnero, sus emisarios divulgaron a lo lejos la luz aria que proclamaba la igualdad de vencedores y vencidos, la abolición de los sacrificios humanos y de la esclavitud, el respeto de la mujer en el hogar, el culto de los antepasados y la institución del fuego sagrado, símbolo visible del Dios innominado. Rama se había vuelto viejo y su barba ya era blanca. Pero el vigor no había abandonado su cuerpo, y la majestad de los pontífices de la verdad reposaba sobre su frente. Los reyes y los enviados de los pueblos le ofrecieron el poder supremo. Él pidió un año para reflexionar y de nuevo tuvo un sueño; el Genio que le inspiraba le habló mientras dormía. Le vio de nuevo en las selvas de su juventud. De nuevo era joven y llevaba el vestido de lino de los druidas. Era noche de luna. Era la noche santa, la Noche-Madre en que los pueblos esperan el renacimiento del sol y del año. Rama marchaba bajo las encinas, prestando atención como antes a las voces evocadoras del bosque. Una mujer bella se le acercó; llevaba una magnífica corona, la cabellera tenía el color del oro, su piel la blancura de la nieve y sus ojos el brillo profundo del azul del cielo después de la tempestad. Era Sita, que le dijo: “Yo era la druidesa salvaje; por ti he llegado a ser la Esposa radiante. Y ahora me llamo Sita. Soy la mujer glorificada por ti, soy la raza blanca, soy tu esposa: ¡Oh mi dueño y mi rey!: ¿no es por mí por quien tú has franqueado los ríos, encantado a los pueblos y dominado a los reyes?. He aquí la recompensa. Toma esta corona de mi mano, colócala sobre tu cabeza y reina conmigo sobre el mundo”.
Se había arrodillado en una actitud humilde y sumisa, ofreciendo la corona de la Tierra. Sus piedras preciosas lanzaban mil fuegos; la embriaguez del amor sonreía en los ojos de la mujer. Y el alma del gran Rama, del pastor de pueblos, se emocionó. Pero sobre lo alto de las selvas, Deva Nahousha, su Genio, se le apareció y le dijo: “Si pones esa corona sobre tu cabeza, la inteligencia divina te dejará y no me verás ya. Si abrazas a esa mujer, morirá de tu felicidad. Si renuncias a poseerla, ella vivirá dichosa y libre sobre la Tierra y tu espíritu invisible reinará sobre ella. Elige: escúchala o sígueme”. En Grecia, el antiguo héroe semidiós era honrado bajo el nombre de Dionysos, que viene del sánscrito Deva Nahousha, el divino renovador. Sita, aún de rodillas, miraba a su dueño con ojos llenos de amor, y suplicante esperaba la respuesta. Rama guardó silencio un instante. Su mirada, sumergida en los ojos de Sita, medía el abismo que separa la posesión completa del eterno adiós. Pero sintiendo que el amor supremo es una renuncia, la bendijo y la dijo: “Adiós. Sé libre y no me olvides”. En seguida la mujer desapareció como un fantasma lunar. La joven Aurora levantó su varita mágica sobre la vieja selva. El rey de nuevo era viejo. Un rocío de lágrimas bañaba su barba blanca y desde el fondo de los bosques una voz triste llamaba: “Ráma! ¡Rama!”. Pero Deva Nahousha, el Genio resplandeciente de luz, exclamó: — “¡A mí!” — y el espíritu divino llevó a Rama sobre una montaña, al norte del Himavat. Después de este sueño que le indicaba el cumplimiento de su misión, Rama reunió a los reyes y a los enviados de los pueblos y les dijo: “No quiero el poder supremo que me ofrecéis. Guardad vuestras coronas y observad mi Ley. Mi labor ha terminado. Me retiro para siempre con mis hermanos iniciados a una montaña del Airyana-Vaeia. Desde allí velaré sobre vosotros. Guardad el fuego divino. Si llegara a apagarse, volvería a aparecer como juez y como vengador temible”.
Después se retiró con los suyos al monte Albori, entre Balk y Bamyán, en un sitió conocido solamente por los iniciados. Allí enseñaba a sus discípulos lo que sabía de los secretos de la Tierra y del gran Ser. Aquéllos fueron a llevar a lo lejos, al Egipto y hasta Occidente, el fuego sagrado, símbolo de la unidad divina de las cosas, y los cuernos de carnero, emblema de la religión aria. Esos cuernos llegaron a ser las insignias de la iniciación y por consiguiente del poder sacerdotal y real. Los cuernos de carnero se vuelven a encontrar sobre la cabeza de una multitud de personajes en los monumentos egipcios. Ese tocado de los reyes y de los grandes sacerdotes es el signo de la iniciación sacerdotal y real. Los dos cuernos de la tiara papal tienen ese origen. Desde lejos Rama continuaba velando sobre sus pueblos y sobre su querida raza blanca. Los últimos años de su vida los empleó en fijar el calendario de los arios. A él debemos los signos del Zodíaco. Aquél fue el testamento del patriarca de los iniciados. Extraño libro, escrito con estrellas, en jeroglíficos celestes, en el firmamento sin fondo y sin límites por el Anciano de los días de la raza aria. Al fijar los doce signos del Zodíaco, Rama les atribuyó un triple sentido. El primero se relacionaba con las influencias del sol y en los doce meses del año; el segundo relataba en cierto modo su propia historia; el tercero indicaba los medios ocultos de que se había valido para alcanzar su objeto. He aquí por qué estos signos leídos en el orden inverso llegaron a ser más tarde los emblemas secretos de la iniciación.
Los signos del Zodíaco representan la historia de Rama, según Fabre d’Olivet, pensador que supo interpretar los símbolos del pasado según la tradición esotérica: 1. El Carnero que huye con la cabeza vuelta atrás, indica la situación de Rama abandonando su patria, con los ojos fijos sobre el país que deja. — 2. El toro furioso se opone a su marcha, pero la mitad de su cuerpo hundido en el fango le priva de ejecutar su designio; cae sobre sus rodillas. Son los Celtas designados por su propio símbolo, que, a pesar de sus esfuerzos, acaban por someterse. 3. Géminis expresa la alianza de Rama con los Turanios. — 4. Cáncer, sus meditaciones y reflexiones sobre lo hecho. 5. Leo, los combates contra sus enemigos. — 6. La Virgen alada, la victoria. — 7. Libra, la igualdad entre los vencedores y los vencidos. — 8. Escorpio, la revolución y la traición. 9. Sagitario, la venganza que emplea. —10. Capricornio. — 11. Acuario. — 12. Piscis, se relacionan con la parte moral de su historia. — Se puede encontrar esa explicación del Zodíaco tan atrevida como rara. Sin embargo, jamás astrónomo alguno ni ningún mitólogo ha explicado, ni de un modo lejano, el origen y el sentido de esos signos misteriosos de la carta celeste, adoptados y venerados por los pueblos desde el origen de nuestro ciclo ario. La hipótesis de Fabre d’Olivet tienen por lo menos el mérito de abrir al espíritu nuevas y vastas perspectivas.
Estos signos leídos en el orden inverso marcaron más tarde, en Oriente y en Grecia, los diversos grados que era preciso subir para llegar a la iniciación suprema. Recordemos solamente los más célebres de esos emblemas: la Virgen alada significa la castidad que da la victoria; el León, la fuerza moral; los Gemelos, la unión de un hombre y de un espíritu divino, que forman juntos dos luchadores invencibles; el Toro domado, el dominio sobre la Naturaleza; Aries, el esoterismo del Fuego o del Espíritu universal que confiere la iniciación suprema por el conocimiento de la Verdad. Ordenó a los suyos que ocultaran su muerte y continuaran su obra perpetuando su fraternidad. Durante siglos, los pueblos creyeron que Rama llevando la tiara de cuernos de carnero y vivía siempre en su montaña santa. En los tiempos védicos el Gran antepasado se convirtió en Yama, el juez de los muertos, el Hermes de los Indos. Por su genio organizador, el gran iniciador de los Arios había creado en el centro del Asia, en el Irán, un pueblo, una sociedad, un torbellino de vida que debía irradiar en todos sentidos. Las colonias de los Arios primitivos se repartieron por el Asia y por Europa, llevando consigo sus costumbres, sus cultos y sus dioses. De todas esas colonias, la rama de los Arios de la India es la que más se aproxima a los Arios primitivos.
Los libros sagrados de los Hindúes, los Vedas, tienen un triple valor. En primer término nos conducen al foco de la antigua y pura religión aria, cuyos himnos védicos son sus rayos brillantes. Ellos nos dan en seguida la clave de la India. En fin, nos muestran una primera cristalización de las ideas madres de la doctrina esotérica y de todas las religiones arias. Aquí nos limitaremos a un breve resumen de la parte externa y del núcleo de la religión védica. Los brahmanes consideran a los Vedas como sus libros sagrados por excelencia. Ven en ellos la ciencia de las ciencias. La palabra Veda significa saber. Los sabios de Europa han sido justamente atraídos hacia esos textos por una especie de fascinación. Al principio no han visto en ellos más que una poesía patriarcal; luego han descubierto allí no solamente el origen de los grandes mitos indo-europeos y de nuestros dioses clásicos, sino también un culto sabiamente organizado, un profundo sistema religioso y metafísico. El porvenir les reserva quizá una última sorpresa, que será la de encontrar en los Vedas la definición de las fuerzas ocultas de la Naturaleza, que la ciencia moderna está próxima a descubrir. Nada más sencillo y más grande que aquella religión, en la que un profundo naturalismo se mezcla con un espiritualismo trascendente. Antes del nacimiento del día, un hombre, un jefe de familia se halla en pie ante un altar de tierra, donde arde el fuego encendido con dos trozos de madera. En sus funciones, este jefe es a la vez padre, sacerdote y rey del sacrificio. Mientras la aurora se descubre, dice un poeta védico, “como una mujer que sale del baño y ha tejido la más hermosa de las telas”, el jefe pronuncia una oración, una invocación a Ousha (la Aurora), a Savitri (el Sol), a los Asuras (espíritus de vida). La madre y los hijos vierten licor fermentado de la asclepia, el soma, en Agni, el fuego. Y la llama que sube, lleva a los dioses invisibles la oración purificada que sale de los labios del patriarca y del corazón de la familia.
El estado de alma del poeta védico está igualmente alejado del sensualismo helénico, según los cultos populares de Grecia, no de la doctrina de los iniciados griegos, que representa a los dioses cósmicos con hermosos cuerpos humanos, y del monoteísmo judaico, que adora al Eterno sin forma, como presente en todas partes. Para el poeta védico, la Naturaleza semeja a un velo transparente, detrás del cual se mueven fuerzas imponderables y divinas. A estas fuerzas es a las que invoca, a las que adora, a las que personifica; pero sin engañarse sobre el significado de sus metáforas. Para él, Savitri significa menos el Sol que Vivasvat, la potencia creadora de vida que le anima y que pone en movimiento al sistema solar. Indra, el guerrero divino que sobre su carro dorado recorre el cielo, lanza el rayo y disuelve las nubes, personifica la potencia de ese mismo sol en la vida atmosférica, en “el gran transparente de los aires”. Cuando ellos invocan a Varuna (el Urano de los griegos), el Dios del cielo inmenso, luminoso, que abarca todas las cosas, los poetas védicos se remontan más aun. “Si Indra representa la vida activa y militante del cielo, Varuna representa su inmutable majestad. Nada iguala a la magnificencia de las descripciones que de Él hacen los Himnos. El sol es su ojo, el cielo su vestido, el huracán su soplo. Él es quien ha establecido sobre cimientos inconmovibles el cielo y la tierra y quien los mantiene separados. Él ha hecho todo y conserva todo. Nada podría alterar las obras de Varuna. Nadie le penetra, pero sabe todo y ve todo lo que es y lo que será. Desde las cumbres del cielo, donde reside en un palacio de mil puertas, Él distingue la huella de los pájaros en el aire y la de los navíos sobre las olas. Desde allí, desde lo alto de su trono de oro con cimientos de bronce, contempla y juzga las obras de los hombres. Él es quien mantiene el orden en el Universo y en la sociedad; Él castiga al culpable; Él es misericordioso con el hombre que se arrepiente. Por eso hacia Él se eleva el grito de angustia del remordimiento; ante su casa el pecador va a descargarse del peso de su falta. Por otra parte, la religión védica es ritualista, a veces altamente especulativa. Con Varuna, desciende a las profundidades de la conciencia y realiza la noción de la santidad”.
Agreguemos que esta religión se eleva a la pura noción de un Dios único que penetra y domina al gran Todo. Sin embargo, las imágenes grandiosas que los himnos arrojan en anchas ondas como ríos generosos, no nos presentan más que la envoltura externa de los Vedas. Con la noción de Agni, del fuego divino, tocamos el nudo de la doctrina, a su fondo esotérico y trascendente. En efecto, Agni es el agente cósmico, el principio universal por excelencia. Según A. Barth, en su obra “Les religions de l’Inde:No es solamente el fuego terrestre del relámpago y del sol. Su verdadera patria es el cielo invisible, místico, estancia de su eterna luz y de los primeros principios de todas las cosas. Sus nacimientos son infinitos: bien que brote del trozo de madera en el que duerme como el embrión en la matriz, bien que, “Hijo de las Ondas”, se lance, con el ruido del trueno, desde los ríos celestiales donde los Acvinos (los jinetes celestes) le han engendrado. Él es el hermano mayor de los dioses,pontífice en el cielo como en la tierra, y él ofició en la morada de Vivasvat (el cielo o el sol) mucho antes que Matharicva (el relámpago) lo hubiese traído a los mortales y que Atharván y los Angiras, los antiguos sacrificadores, le hubiesen instituido aquí como protector, huésped y amigo de los hombres. Amo y generador del sacrificio, Agni viene a ser el portador de todas las especulaciones místicas cuyo objeto es el sacrificio. Él engendra a los dioses, organiza al mundo, produce y conserva la vida universal; en una palabra, es la potencia cosmogónica. Soma es el compañero de Agni. En realidad es el brebaje de una planta fermentada vertido en libación a los dioses en el sacrificio. Pero, al igual que Agni, tiene una existencia mística. Su residencia suprema está en las profundidades del tercer cielo, donde Surya, la hija del sol, le ha infiltrado, donde la ha encontrado Pushán, el Dios alimentador. De allí es de donde el Halcón, un símbolo del rayo, o Agni mismo han ido a arrebatárselo al Arquero celeste, al Gandharva su guardián, y le han traído a los hombres. Los dioses le han bebido y han llegado a ser inmortales; los hombres lo serán a su vez cuando lo beban en la mansión de Yama, en la estancia de los bienaventurados. Mientras eso no llegue, él les da aquí abajo el vigor y la plenitud de sus días; él es la ambrosía y el agua de juventud. Él nutre, penetra a las plantas, vivifica la semilla de los animales, inspira al poeta y da su vuelo a la oración. Alma del cielo y de la tierra, de Indra y de Vishnú, él forma con Agni un par inseparable; esa pareja ha encendido el sol y las estrellas”.
La noción de Agni y de Soma contiene los dos principios esenciales del universo, según la doctrina esotérica y según toda filosofía viva. Agni es el Eterno masculino, el Intelecto creador, el Espíritu puro; Soma es el Eterno femenino, el Alma del mundo o substancia etérea, matriz de todos los mundos visibles e invisibles a nuestros ojos, la Naturaleza, en fin, o la materia sutil en sus infinitas transformaciones. Lo que prueba indudablemente que Soma representaba el principio femenino absoluto, es que los brahmanes lo identificaron más tarde con la luna. La luna simboliza el principio femenino en todas las religiones antiguas, así como el sol simboliza el principio masculino. La unión perfecta de esos dos seres constituye el Ser supremo, la esencia de Dios. De esas dos ideas capitales brota una tercera no menos fecunda. Los Vedas hacen del acto cosmogónico un sacrificio perpetuo. Para producir todo lo existente, el Ser supremo se inmola a sí mismo; se divide para salir de su unidad. Ese sacrificio es, pues, considerado como el punto vital de todas las fusiones de la Naturaleza. Esta idea sorprende al principio; mas es muy profunda cuando se reflexiona sobre ella y contiene en germen toda la doctrina teosófica de la evolución de Dios en el mundo, la síntesis esotérica del politeísmo y del monoteísmo. Ella dará vida a la doctrina dionisíaca de la caída y de la redención de las almas, que florecerá en Hermes y en Orfeo. De ahí brotará la doctrina del Verbo divino proclamada por Krishna y predicada por Jesús Cristo.
El sacrificio del fuego con sus ceremonias y sus plegarias, centro inmutable del culto védico, se convierte así en la imagen del gran acto cosmogónico. Los Vedas dan una importancia capital a la oración, a la fórmula de invocación que acompaña al sacrificio. Por esta razón, consideran a la plegaria como una diosa: Brahmanaspati. La fe en el poder evocador y creador de la palabra humana, acompañada del movimiento poderoso del alma, o de una intensa proyección de la voluntad, es la fuente de todos los cultos y la razón de la doctrina egipcia y caldea de la magia. Para el sacerdote védico y brahmánico, los Asuras, los señores invisibles, y los Pitris o almas de los antepasados, se sientan sobre el césped durante el sacrificio, atraídos por el fuego, los cánticos y la oración. La ciencia que se relaciona con esta parte del culto es la de la jerarquía de los espíritus de todo orden. En cuanto a la inmortalidad del alma, los Vedas la afirman tan alta y claramente cómo es posible hacerlo. “Es una parte inmortal del hombre; ella es, ¡Oh, Agni!, la que es preciso calientes con tus rayos, inflames con tus fuegos. ¡Oh Jatavedas!, transpórtala al mundo de los piadosos, en el cuerpo glorioso formado por ti”. Los poetas védicos no indican solamente el destino del alma, sino que también se inquietan sobre su origen. ¿De dónde ha nacido el alma? “Las hay que vienen hacia nosotros y se vuelven a ir, que se van y vuelven a venir”. He ahí en dos palabras la doctrina de la reencarnación que jugará un papel capital en el brahmanismo y el buddhismo, entre los Egipcios y los Órficos, en la filosofía de Pitágoras y de Platón, el misterio de los misterios, el arcano de los arcanos. ¿Cómo no reconocer, después de esto, en los Vedas las grandes líneas de un sistema religioso orgánico, de una concepción filosófica del universo?
No hay allí solamente la intuición profunda de las verdades intelectuales anteriores y superiores a la observación; hay, además, unidad y amplitud de miras en la comprensión de la Naturaleza, en la coordinación de sus fenómenos. Como un hermoso cristal de roca, la conciencia del poeta védico refleja el sol de la eterna verdad, y en ese prisma brillante se juntan ya todos los rayos de la teosofía universal. Los principios de la doctrina permanente son todavía más visibles aquí que en los otros libros sagrados de la India, y en las otras religiones semíticas o arias, a causa de la singular franqueza de los poetas védicos y de la transparencia de esa religión primitiva, tan alta y tan pura. En aquella época, la distinción entre los misterios y el culto popular no existía. Pero leyendo atentamente los Vedas, detrás del padre de familia o el poeta oficiante de los himnos, se ve ya otro personaje más importante: el Rishi, el sabio, el iniciado, de quien ha recibido la verdad. Se ve también que esa verdad se ha transmitido por una tradición ininterrumpida que se remonta a los orígenes de la raza aria. He ahí, pues, al pueblo ario lanzado en la carrera de conquista y civilización, a lo largo del Indus y del Ganges. El genio invisible de Rama, la inteligencia de las cosas divinas, Deva Nahousha, reina sobre él. Agni, el fuego sagrado, circula por sus venas. Una aurora rosada envuelve a esta edad de juventud, de fuerza, de virilidad. La familia está constituida, la mujer respetada. Sacerdotisa en el hogar, a veces compone y canta ella misma los himnos. “Que el marido de esta esposa viva cien otoños”, dice un poeta.
Se ama a la vida; pero se cree también en su más allá. El rey habita en un castillo sobre la colina que domina al pueblo. En la guerra va montado en un carro brillante, vestido con armas relucientes, coronado con una tiara, y resplandece como el dios Indra. Más tarde, cuando los brahmanes hayan establecido su autoridad, se verá elevarse cerca del palacio espléndido del Maharaja, o gran rey, la pagoda de piedra de donde saldrán las artes, la poesía y el drama de los dioses, gesticulado y cantado por las bailarinas sagradas. Por el momento las castas existen, pero sin rigor, sin barrera absoluta. El guerrero es sacerdote y el sacerdote guerrero, más frecuentemente servidor oficiante del jefe o del rey. Más he aquí un personaje de aspecto pobre y de gran porvenir. Cabellos y barba creciendo sin límite, medio desnudo, cubierto de harapos rojos. Ese muní, ese solitario habita cerca de los lagos sagrados, en las soledades salvajes, donde se dedica a la meditación y a la vida ascética. De cuando en cuando viene para amonestar al jefe o al rey. Frecuentemente le rechazan, le desobedecen; pero le respetan y le temen. Ejerce ya un poder temible. Entre aquel rey, sobre su carro dorado, rodeado por sus guerreros, y este muní casi desnudo, sin otras armas que su pensamiento, su palabra y su mirada, habrá una lucha, y el vencedor formidable no será el rey; será el solitario, el mendigo descarnado, porque tendrá la ciencia y la voluntad. La historia de esa lucha es la del brahmanismo, como más tarde será la del buddhismo, y en ella se resume casi toda la historia de la India.
Y en efecto, todas estas cosas y muchas más se enseñan en  una tradición ininterrumpida, en lo más profundo de los Santuarios del Cordero; y de estos últimos no son otra cosa que la cripta cerrada de los Misterios del movimiento giratorio de los Abramidas de Moisés y, finalmente, de la Promesa universal hecha a la Humanidad por el divino Maestro. Y si se pregunta porque los Pontífices de la Paradesa, sin piedad por los esfuerzos de una gran parte de nuestra raza, han ocultado a las miradas de la Humanidad su Universidad religiosa, Saint-Yves d’Alveydre dice:  “Tenían sus motivos para ello, porque sus formidables ciencias, hubieran podido al igual que las nuestras, armar contra la Humanidad al Mal, al Anti-Dios, al Anti-Cristo, y el Gobierno general de la Anarquía”. Las condiciones de la Sinarquía no estaban aún lo suficientemente renovadas en toda la faz de la Tierra.  Los  Evangelios, en su texto hebreo, relatan el nombre místico del templo de la Paradesa y  las significativas palabras de Jesucristo: “Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá, buscad y encontraréis”.  Saint-Yves d’Alveydre afirma que los colegios de enseñanza esotérica,  en que han participado los Profetas, Moisés, Jéthro y los distintos patriarcas, no han hablado en vano. Todos sabían en qué Tabernáculo viviente la Providencia protegía las antiguas simientes de las civilizaciones futuras.  La Paradesa debía no imponer sino padecer,  hasta nuestros días, la ley de los Misterios dictada por Dios mismo, a partir del momento en que la Anarquía gubernamental de los Nemrod aplastó la vida de relación de las Sociedades humanas.
Según los textos antiguos y las leyendas, el fundador de Babilonia fue Nimrod (o Nemrod),  que reinaba con su esposa, la Reina Semíramis. Nimrod parece que era un tirano muy poderoso y uno de los gigantes que se relatan en las tradiciones. Se cree  que después del Diluvio fue Nimrod el que reconstruyó la impresionante y gigantesca estructura en Baalbek, Líbano,  con sus enormes bloques de piedra de 800 toneladas. Parece que su reino llegaba hasta la región que es ahora Líbano y, según el Génesis, los primeros centros del reino de Nimrod eran Babilonia, Acadia y otros en la región de Shinar (Sumer). Después se expandió hacia Asiria construyendo ciudades como Nínive,  donde fueron encontradas la mayoría de las Tablillas Sumerias, en las que encontramos gran parte de la información de aquella época. Los reyes Nimrod y Semíramis parece que eran de linaje annunaki y formaban parte de la conocida como raza de Titanes. Esta raza de gigantes se decía que eran descendientes de Noé, descrito en el Libro de Enoc como fruto de las relaciones entre un “dios” y un  humano y con piel sumamente blanca. El padre de Nimrod en el texto del Génesis era Cush, también conocido como Bel o Hermes, que significa Hijo de Ham, y que era nieto de Noé e hijo de Ham o Khem, que significa “el quemado” y que podría haber estado relacionado con la adoración del Sol. En Babilonia surgió una gran red de “dioses”, que también tenían conexiones con Egipto. Nimrod y Semíramis han tenido el gran honor de ser reconocidos como los “dioses” más importantes  de la Hermandad de Babilonia y han sido venerados hasta la actualidad bajo muchos diferentes nombres y símbolos.
Nimrod fue simbolizado como un pez (ver artículo sobre dioses pez) y la Reina Semíramis como un pez y una paloma. Semíramis es probable que sea el nombre simbólico de la “diosa” sumeria Ninkharsag, que, según se dice, fue la creadora del Homo Sapiens, junto con Enki.  Nimrod era el dios-pez Dagon, que fue retratado como mitad hombre y mitad pez.  Pero hay cierta evidencias de que esta imagen en realidad representa a un ser mitad reptil y mitad humano. La Reina Semíramis también era simbolizada como un pez porque los babilonios creían que el pez era un afrodisíaco y se volvió el símbolo para la diosa del amor.  Probablemente aquí tiene sus orígenes el uso del pez en el simbolismo y la arquitectura cristianos.  Y según sigue diciendo Saint-Yves d’Alveydre,  la  ley de los misterios sólo será derogada a medida que se  vayan cumpliendo las promesas de Moisés y de Jesucristo, a medida que la anarquía del Gobierno general de la Humanidad ceda  el puesto a la Sinarquía, y el yugo mortal del Anticristo lo ceda a la Libertad, a la Igualdad y a la Fraternidad de las naciones en el Reino de Dios.  Pero Saint-Yves d’Alveydre debe callar aquello que pudiese significar un perjuicio real para el templo de la Paradesa,  de los veintidós Arcanos.  De ello podrían dar fe los rajahs independientes, que  en Asia forman aún parte del Consejo de los Dioses, los Pundits y los Gurús, los Bagwandas y los Archis que, con el Bnihatmah y sus dos asesores, constituyen el Consejo manávico de Dios.  El nombre místico actual del  templo le fue otorgado a partir del cisma de Irshou, hace casi cincuenta y un siglos (5100 años).  Este nombre, el Agarttha (o Agartha), significa inalcanzable a la violencia, inaccesible a la Anarquía. Podría dar la clave de la respuesta de la Sinarquía trinitaria del Cordero y del  Carnero al triunfo del Gobierno general de la fuerza bruta, ya se llame conquista militar, tiranía política, intolerancia sectaria o rapacidad colonial.
Agartha (también denominada Agarthi, Agharta o Agarttha) es, según la tradición oriental, una ciudad o un reino constituido por numerosas galerías subterráneas extendidas por toda Asia y el resto del mundo. La capital de este nuevo mundo subterráneo, denominada Shambala, se encontraría bajo el desierto de Gobi, y allí reinaría aún el Rey del nuevo mundo. Agartha está relacionada también con la teoría intraterrestre y es un tema popular en esoterismo. El mito de este mundo subterráneo y secreto nos conduce hasta a la religión brahamánica. En su libro El rey del mundo (1927), el esoterista francés René Guénon enumera una gran cantidad de tradiciones antiguas de una tierra santa por excelencia. Localizada en el curso de los milenios en muchos lugares verdaderos o legendarios, tales como Atlántida, el reino del sacerdote Gianni, el reino del Preste Juan, el castillo de Camelot, la isla de Ávalon, el Montsalvat de los mitos del rey Arturo; la isla de Ogigia, la mítica isla de Thule; el Monte Meru, el Monte Olimpo o el Monte Qaf. La denominación de Agartha y la descripción orgánica de su estructura ha comenzado a difundirse en Occidente a partir del siglo XIX, gracias a los trabajos de Louis Jacolliot, que habló por primera vez en Les fils de Dieu, Alexandre Saint-Yves d’Alveydre, que privilegia la dicción india Agartha a la mongola Agarthi, Ferdinand Ossendowski y René Guénon. Ossendowski cita las palabras de un mongol según el cual el Paradesha (o Paradesa) fue fundado por el primer gurú, intermediario del deseo divino, alrededor del año 380.000 a. C., volviéndose totalmente subterráneo hace unos 6.000 años.
Para la ocultista Helena Blavatsky, Agartha, a la que ella denomina «logia blanca», se levantaba sobre una isla del antiguo mar de Gobi (actualmente un desierto) donde, en tiempos remotos, aterrizaron los «Señores de la Llama», semidioses provenientes de Venus. Las doctrinas esotéricas mas fantasiosas datan su fundación a hace unos quince millones de años. La idea de mundos subterráneos se pudo haber inspirado en creencias religiosas antiguas como el Hades, el Sheol y el Infierno. En cambio, según la teoría de la escritora Earlyne Chaney, hace muchas eras unas almas muy avanzadas vinieron a la Tierra desde otros planetas. Ella las llama anunnaki y su descendencia en la Tierra son los annu. Estos seres fueron quienes trajeron el «arca de la alianza» que fue usado como arma y como un mecanismo para el control de la gravedad. Los anunnaki y los annu ayudaron a construir las grandes civilizaciones de la Atlántida y Lemuria. Finalmente los anunnaki se marcharon dejando a la Tierra en manos de los annu, que se habían emparejado con seres humanos de la Tierra. Cuando el tiempo pasó, la Atlántida empezó a ser tomada por los Hijos de Belial, o la Hermandad Oscura. Los Annu, al darse cuenta que la destrucción de la Atlántida se acercaba, huyeron a otros países, especialmente a Egipto. Ayudaron a construir las pirámides con su tecnología, que también usaron para perforar bajo tierra, construyendo túneles y ciudades subterráneas. Cuando el diluvio y el cambio de polos estaban a punto de demoler Atlántida y Lemuria, los annu entraron en sus ciudades del interior de la Tierra a través de la Gran Pirámide. Después sellaron la pirámide impidiendo a los demás habitantes de la Tierra descubrir sus pasajes subterráneos y manteniéndose aislados de la inundación.
Según Ferdinand Ossendowski: “El reino misterioso de Agharti tiene accesos distribuidos en el mundo entero (incluyendo en esto al continente americano). En ese reino interior no existen el mal ni el crimen. Existen una serie de poblaciones o ciudades en el Agharti que rodean al lugar central. Allí mora el Rey del Mundo o Brahmatma, asistido por el Mahatma y el Mahanga, que predicen los acontecimientos mundiales y dirigen la marcha de tales acontecimientos, respectivamente”. Agartha estaría formada por varios continentes, océanos, montañas y ríos. Shamballa es su capital. Habría unas cien colonias subterráneas debajo de la Tierra, todas menos una bastante cerca de la superficie. Estas ciudades subterráneas han sido conocidas como la «Red de Agartha». Sus costumbres varían, pero siguen una estructura de vida común orientada espiritualmente en las enseñanzas de Melquisedec. La media de la población de estas ciudades sería de quinientos mil, pero Telos, una de las ciudades de Agartha, bajo el Monte Shasta tendría 1,5 millón de habitantes. Al parecer existen diversas razas en Agartha, y los seres que la habitan pueden variar mucho en el aspecto. Según Helena Blavatsky, los habitantes de Agartha vendrían del continente de Gondwana, ahora desaparecido. Gracias a las mediciones de las mareas realizadas por medio del Candelabro de los Andes, éstos comprendieron que una catástrofe iba a azotar su tierra y se refugiaron en inmensas galerías subterráneas, iluminadas por una particular luz que haría brotar las semillas, llevando consigo el bagaje de sus antiguos conocimientos. En cambio, en los textos citados en “La Tierra hueca, mito o realidad”, escrito por Brad Steiger, se habla de «los Ancianos de los tiempos», una antigua raza que pobló la tierra millones de años atrás y luego migró al interior de la Tierra. Steiger escribe: «Los Ancianos de los tiempos, una raza inmensamente inteligente y científicamente avanzada, ha elegido estructurar su propio ambiente bajo la superficie del planeta y fabricar allí todas sus necesidades». «Estos Ancianos son homínidos, extremadamente longevos y antecesores del homo sapiens por más de un millón de años. Permanecen generalmente alejados del mundo de la superficie, pero de vez en cuando se han ofrecido para aportar su ayuda».
Por último, en una parte del libro “El dios humeante”, escrito por Willis George Emerson, coincide con la longevidad de estos habitantes, ya que relata cómo la gente vivía entre cuatrocientos y ochocientos años. A diferencia de los homínidos, éstos tendrían una altura de 12 pies de alto (unos 3,65 metros) o más. Todas las teorías coinciden en que su tecnología es muy avanzada y que pueden transmitir sus pensamientos telepáticamente. Las entradas hacia las galerías que llevan a Agartha estarían ocultas y se encontrarían en lugares estratégicos y aislados para impedir el acceso a los curiosos o visitantes externos. Muchas se encontrarían escondidas bajo las aguas de los océanos, lagos, o en las altas montañas. Habría algunas también en el Brasil, en la vastísima selva del Amazonas,  vigiladas por indios nada amistosos, en Siberia o en el Desierto de Gobi. De hecho, se encontraría una entrada a pocos metros de profundidad bajo la Esfinge de Guiza, en Egipto y una entrada en Ecuador, en la cueva de los Tayos. En 1938–1939 fue enviada una expedición nazi al Tíbet al mando de Ernst Schäfer, acompañado por cinco sabios alemanes y veinte miembros del la SS. Hilscher, jefe del departamento de esoterismo de la Ahnenerbe, era el promotor. La misión consistía en entablar lazos con los misteriosos habitantes de las cavernas, pertenecientes al pueblo de Agartha. Un pensamiento que alentó este viaje fue el recuperar la vieja tradición espiritual emparentada con el paganismo y la práctica del ocultismo templario, que se decía aún pervivía en aquellas regiones del Asia septentrional. Quizás esta afirmación explicaría por qué los nazis recibieron un documento del Consejo de Regencia que en ese entonces gobernaba Tíbet, ya que aún no se había elegido el nuevo Dalái Lama viviente, aceptando a Hitler como jefe de todos los arios. Asimismo, algunas castas altas de la India saludaron al Tercer Reich e inclinaron sus cabezas ante la presencia de la esvástica. Pero no como muestra de respeto al nazismo, sino por ser la esvástica un símbolo sagrado habitual en la India. Lo cierto es que, como resultado de este viaje, en Berlín se instaló una comuna de monjes tibetanos. Además de Alexandre Saint-Yves d’Alveydre, hay  diversos personajes  que afirman haber estado o haber tenido experiencias en Agartha.
En 1947 Richard Evelyn Byrd,  que llegó a ser almirante de la Marina de los Estados Unidos, voló al Polo Norte y en lugar de volar sobre el Polo realmente habría entrado en el interior de la Tierra. En su diario habla de su entrada en el interior de la Tierra y de viajar mil setecientas millas sobre montañas, lagos, ríos, vegetación verde y vida animal. Dice haber visto monstruosos animales parecidos a los mamuts de la antigüedad moviéndose entre la maleza. Finalmente encontró ciudades y una próspera civilización. Al final su avión fue saludado por máquinas voladoras de un tipo que nunca había visto antes. Le acompañaron a un lugar de aterrizaje seguro y fue recibido  amablemente por emisarios de Agartha. Después de descansar, él y su tripulación fueron llevados a conocer al Rey y la Reina de Agartha. Le dijeron que le habían permitido entrar en Agartha por su alta moral y carácter ético. Continuaron diciendo que desde que los Estados Unidos habían arrojado las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, habían estado muy preocupados por su propia seguridad y supervivencia. Habían decidido que era el momento de hacer un mayor contacto con el mundo exterior para asegurarse que la humanidad no destruiría ese planeta y su civilización. A Byrd se le había permitido entrar para poder contactar con alguien en quien confiaran. Cuando su visita terminó, el almirante Byrd y su tripulación fueron guiados en su avión de vuelta al mundo exterior, habiendo cambiado sus vidas para siempre. En enero de 1929, el Almirante Byrd dirigió una expedición al Polo Sur. Según su relato, en esa expedición él y su tripulación penetraron dos mil trescientas millas en el centro de la Tierra. El Almirante Byrd declara que los Polos Norte y Sur son sólo dos de las muchas aberturas al centro de la Tierra. El Almirante también declara que la Tierra interna tiene su propio sol. La teoría de Byrd es que los polos de la Tierra son cóncavos, en vez de convexos, y los barcos y aviones pueden en efecto navegar o volar hacia dentro.  
Olaf Jansen, pescador escandinavo, que navegaba junto a su hijo en su pequeño bote de pesca, estaban intentando encontrar la tierra más allá del Viento del Norte, de la que habían oído hablar. Al parecer una tormenta de viento les llevó a través de una supuesta apertura polar  hasta el interior hueco de la Tierra. Allí pasaron dos años y al regresar a través de la apertura del Polo Sur, el padre perdió su vida cuando un iceberg se rompió en dos y destruyó el bote. El hijo fue rescatado, pero cuando contó su increíble historia, lo metieron en un manicomio, porque nadie le creyó. Después de ser liberado y de pasar 26 años como pescador,  se mudó a los Estados Unidos. A sus noventa años hizo amistad con el escritor Willis George Emerson y le contó su historia. En su lecho de muerte dio también a Emerson unos extraños mapas que había hecho en el interior de la Tierra junto con un manuscrito relatando sus experiencias. Habló de lo longeva de su población, de su tecnología avanzada, de que podían trasmitirse sus pensamientos mediante telepatía, etc. También afirmaba que fabricaban «platillos volantes» que funcionaban mediante  electromagnetismo. El entonces anciano decía que la Tierra es cóncava y que una humanidad vive en el interior del globo. Robert Stacy Judd,   arqueólogo californiano, habla de haber estado en el estado de Yucatán y haber entrado en la ‘Cueva de Loltun’ con un grupo de seis investigadores. Descendieron muy adentro en las profundidades de la Tierra y entonces se dieron cuenta que estaban perdidos. De pronto, desde lo más profundo,  llegó a ellos una luz. La luz se convirtió en una antorcha llevada por un viejo ermitaño ciego que les dijo que les había visto mediante su clarividencia y sabía que estaban perdidos. Incluso, aún ciego, procedió a llevarles de vuelta a la superficie de la Tierra. Los hombres estuvieron muy agradecidos y preguntaron al eremita por donde vivía. El eremita les dijo que la cueva era su hogar y que salía a la superficie esporádicamente. Cuando le preguntaron cómo lograba sobrevivir y como encontraba comida y agua para beber, dijo que le cuidaban los amigos que vivían en una hermosa ciudad interior, en las profundidades de la Tierra. Se detuvo el tiempo suficiente para hacerle una foto y entonces desapareció de vuelta a la cueva.
En 1871, se publicó una extraña novela titulada “The Coming Race“. En ella el narrador es conducido por un ingeniero de minas a un mundo subterráneo poblado por una raza extraña. Ese pueblo posee un poder misterioso que le ha permitido vivir sin maquinas y sin todos los aspectos de la civilización moderna. Ese poder es el llamado Vril. Edward George Earle Lytton Bulwer-Lytton, Barón de Lytton, nació en Londres el 25 de mayo de 1803. Su extraña colección de nombres y apellidos fue adquirida con el tiempo. De darse a conocer como Edward Bulwer pasó a Lytton Bulwer y, ya nombrado caballero en 1837, en 1844, después de la muerte de su madre, se convirtió en Lytton Bulwer-Lytton.  Además de tener muchos nombres, Lytton participó activamente en política y fue un escritor famoso en su tiempo. Sus obras eran un éxito de venta. Sin embargo, luego de su muerte, en 1873, la mayoría de sus libros quedaron en el olvido. Al parecer, Lord Lytton fue miembro de la Sociedad Rosacruz Inglesa, una sociedad secreta fundada en 1867 por Robert Wentworth Little. El dato tendría solo valor anecdótico si no fuera que varios de sus libros, por ejemplo “Zanoni” (1842), parecen haberse escrito bajo la influencia de las ideas que Lytton ya tenía por su anterior participación en otras sociedades rosacruces. Es de interés hacer notar que un grupo de miembros de la Sociedad Rosacruz Inglesa creó, en 1887, la Hermetic Order of the Golden Dawn in the Outer (Orden Hermética del Dorado Amanecer en el Exterior), sociedad de la que fueron miembros Arthur Machen y Bram Stoker, el autor de Drácula. De todas maneras, los intereses literarios de Lytton no se agotaron en el ocultismo. Escribió novelas históricas, románticas, de misterio y fue, probablemente sin proponérselo, uno de los pioneros de la ciencia ficción.
En 1871, Lytton publicó “The Coming Race“. En español fue editada con distintos títulos, como “La Raza Venidera”, “La Raza Futura”.  “La Raza que nos suplantará” o “Vril, el Poder de la Raza Venidera”.  En “The Coming Race“, el narrador, un joven estadounidense es conducido por un ingeniero de minas a un mundo subterráneo poblado por una raza extraña. Ese pueblo, llamado Vril-Ya, posee un poder misterioso llamado Vril. ¿De qué cosas se entera el protagonista acerca de los Vril-ya y el Vril?  Veamos algunas de las cosas que nos dice: “Según las primitivas tradiciones, los progenitores más remotos de la raza habitaron en un mundo en la superficie de la tierra, sobre el mismo lugar que sus descendientes entonces habitaban … la porción de la superficie habitada por los antepasados de esta raza sufrió inundaciones, no repentinas, sino graduales e incontrolables, en las que fueron sumergidos y perecieron todos, salvo un pequeño número … Un grupo de la desdichada raza, invadida por las aguas del Diluvio, huyendo de ellas se refugió en cavernas entre las más altas rocas y vagando por hondonadas cada vez más profundas perdieron de vista para siempre el mundo de la superficie… La palabra A-Vril era sinónimo de civilización y Vril-ya significaba “Las Naciones Civilizadas”, nombre común por el cual las comunidades que utilizaban tal agente se distinguían de las que estaban todavía en estado de barbarie… El Vril es la enorme energía de la cual sólo utilizamos una ínfima parte en la vida ordinaria, el nervio de nuestra divinidad posible. El que llega a ser dueño de un vril se convierte en dueño de sí mismo, de los demás y del mundo. Aparte de esto, no hay nada deseable. Todos nuestros esfuerzos deben tender a ello. Todo lo demás pertenece a la psicología oficial, a la moral, a las religiones, al viento. El mundo va a cambiar. Los Señores saldrán de debajo de la Tierra. Si no hemos celebrado una alianza con ellos, si no somos también señores, nos veremos entre los esclavos, entre el estiércol que servirá de abono a las nuevas ciudades… Los Vril-ya, al surgir de la tierra, inducidos por el encanto de un cielo alumbrado por el sol, se inclinarían a establecerse sobre la tierra, iniciarían de inmediato la obra de destrucción, se apoderarían de los territorios ya cultivados, sin escrúpulo de ninguna clase, y aniquilarían a todos los habitantes que resistieran tal invasión”.
¿Dónde está el Agarttha? ¿En qué lugar preciso se encuentra? ¿Por qué caminos hay que andar, y qué pueblos hay que atravesar para llegar hasta allí?  A esta pregunta, según Saint-Yves d’Alveydre,  no conviene contestar en tanto no se realice, o por lo menos se firme, el entendimiento sinárquico. En Asia algunas potencias rozan, sin darse cuenta, este territorio sagrado. En la superficie y en las entrañas de la tierra la extensión real del Agarttha desafía la opresión y la coacción de la profanación y de la violencia. Sin hablar de América, cuyo subsuelo ignorado le ha pertenecido desde la más alta antigüedad. Tan sólo en Asia, cerca de quinientos millones de hombres conocían, hasta el siglo XIX, su existencia y su extensión.  Pero no se encontrará a nadie que  indique la situación precisa en que se encuentran su Consejo de los Dioseso su cabeza pontificial.  Si pese a todo fuese invadida, cualquier ejército invasor, aunque estuviese compuesto por un millón de hombres, vería renovarse la atronadora respuesta del templo de Delfos a las incontables hordas de los sátrapas persas.  Pidiendo ayuda a las Potencias cósmicas de la Tierra y del Cielo, incluso vencidos, se dice que los Templarios y los confederados del Agarttha, podrían, si fuese necesario, hacer estallar parte del Planeta y triturar con un cataclismo a los profanadores y sus países de origen. Por estas causas esta tierra santa nunca ha sido profanada,  pese al flujo y reflujo, a los choques y engullimientos mutuos de los imperios militares, desde Babilonia hasta el reino turanio de la Alta Tartaria, desde Susa hasta Pella, desde Alejandría hasta Roma. 
La Columna de las Serpientes (en turco: Yilanli Sütun), también conocida como la Columna Serpentina, el Trípode de Delfos y el Trípode de Platea, es una antigua columna de bronce situada en el Hipódromo de Constantinopla, conocido como «plaza de los caballos» – Atmeydanı – durante el período otomano. Actualmente el lugar es conocido como la «Plaza Sultán Ahmet» de Estambul, Turquía. La columna, que forma parte de un trípode de sacrificios de la Antigua Grecia, originariamente se encontraba en Delfos y fue trasladada a Constantinopla por Constantino I el Grande en el año 324. La columna, de ocho metros de alto, contaba con tres cabezas de serpientes que permanecieron intactas hasta fines del siglo XVII. Una de ellas se exhibe actualmente en las cercanías, en el Museo arqueológico de Estambul. La Columna de las Serpientes es uno de los objetos pertenecientes a la Grecia y Roma antiguas, cuyo origen se remonta a hace unos 2480 años, que se mencionan más extensamente en la literatura y que aún perduran en la actualidad. Junto con el trípode y el cuenco de oro originales, ambos desaparecidos hace tiempo, formaba parte de un trofeo u ofrenda dedicada al dios Apolo, en Delfos. Dicha ofrenda se realizó en la primavera del año 478 a. C., varios meses después de la derrota del ejército persa aqueménida en la batalla de Platea (agosto de 479 a. C.) a manos de las ciudades estado griegas, que se habían aliado para repeler la invasión persa a la Grecia continental. Entre los escritores antiguos que hacen alusión a la Columna se puede encontrar a Heródoto, Tucídides, el pseudo-Demóstenes, Diodoro Sículo, Pausanias, Cornelio Nepote y Plutarco. Ya en la modernidad, Edward Gibbon describió el traslado de la Columna por parte del Emperador Constantino a su nueva capital, Constantinopla. Para este relato, Gibbon cita el testimonio de los historiadores bizantinos Zósimo, Eusebio, Sócrates y Sozomeno.
La invasión persa a Grecia comenzó en el año 480 a. C., bajo el mando de Jerjes I. La expedición, que combinaba unidades terrestres y marítimas, era para Jerjes un asunto pendiente tras la derrota del ejército que había enviado su padre, Darío I, en la batalla de Maratón (490 a. C.) ante los atenienses. La nueva expedición tenía dos objetivos: forzar el sometimiento de las ciudades estado de la Grecia continental que se negasen a entregar un tributo simbólico de «la tierra y el agua» al emperador persa, y castigar a quienes habían apoyado a los griegos jonios en la revuelta contra los persas, liderada por Aristágoras de Mileto. Esto ponía en el punto de mira principalmente a las ciudades de Atenas y Eretria.Luego del triunfo sobre los griegos en las Termópilas y la retirada por parte de los mismos en Artemisio (agosto de 480 a. C.), la estrategia de los aliados griegos se encontraba en ruinas. Nada podía evitar que los persas avanzaran, tomaran y saquearan Atenas. Sólo el strategos (general) ateniense Temístocles, con su brillante planificación para evacuar a los habitantes de Atenas a la isla de Salamina, además de sus estratagemas para convencer a las ciudades peloponesias para que se enfrentaran a sus enemigos en una batalla naval en el estrecho de Salamina,  en vez de retroceder al Istmo, y su astucia para lograr que Jerjes atacara a la flota griega en el estrecho (septiembre de 480 a. C.) proporcionaron a los aliados el respiro que necesitaban. Después de Salamina, Jerjes se retiró a Sardes, pero dejó una fuerza terrestre en Tracia a cargo del experimentado general Mardonio.
Mardonio volvió a capturar Atenas en la primavera de 479 a. C. y, ante el fracaso de las negociaciones de Alejandro I de Macedonia, en nombre de los persas, para lograr la paz con Atenas, la guerra continuó. Al enterarse de que un ejército espartano se aproximaba desde el Peloponeso, el general persa incendió Atenas y retiró sus fuerzas a una posición estratégica en Beocia, al norte del río Asopo. Los griegos, bajo el mando de Pausanias, regente de Esparta, tomaron los terrenos elevados al sur del río Asopo y sobre la planicie de Platea, adoptando una posición defensiva. Después de varios días de escaramuzas y cambios en la posición de los griegos, Mardonio lanzó un ataque total. El resultado de la batalla fue una victoria decisiva de las fuerzas espartanas. Mardonio fue abatido durante el combate y los persas huyeron liderados por Artabazo I, el segundo al mando de su ejército. Pese a no poner fin a la guerra, las victorias griegas en Platea y Mícala lograron que el Imperio Persa no volviera a intentar una invasión a la Grecia continental. En consecuencia, Persia ejerció su política a través de la diplomacia, los sobornos y los engaños, haciendo que las ciudades estado se enfrentaran entre sí. Sin embargo, gracias a dichos triunfos, y por medio de la Confederación de Delos, Atenas pudo consolidar su poder en una floreciente democracia bajo el liderazgo de Pericles, hijo de Jantipo.
Tras la batalla de Platea, el último combate correspondiente a las Guerras Médicas, los griegos construyeron una columna de bronce con tres serpientes entrelazadas, cuyos cuerpos formaban la columna, para conmemorar la participación de las 31 ciudades estado griegas en la batalla. Según Heródoto, la columna de bronce se construyó utilizando armas persas fundidas. Dichas armas también se emplearon para construir un trípode de oro. El monumento se dedicó en su totalidad a Apolo y se situó junto al altar del dios en Delfos, sobre una base de piedra, un capitel bizantino invertido. Tras describir la victoria griega en 479 a. C. en Platea, Heródoto hace un recuento del botín conseguido, que efectuaron los hilotas (siervos espartanos), quienes habían tomado parte en la batalla. Y posteriormente registra la decisión griega de dedicarle una ofrenda a Apolo, en Delfos: “Una vez reunido el botín, una décima parte fue apartada para el dios de Delfos y, para acoger la ofrenda, se fabricó el trípode dorado que se alza sobre la serpiente de tres cabezas más cercana al altar”. En el mismo capítulo, Heródoto cuenta que se efectuaron otras ofrendas a Zeus en Olimpia y a Poseidón en el istmo de Corinto. Resulta significativo que se diera preferencia a Apolo, en Delfos, a pesar de la ambigüedad de las respuestas del oráculo sobre el resultado de la guerra.
Antes de la expedición de Ram y el dominio de la Raza blanca en Asia, la Metrópolis manávica tenía por centro Ayodhya, la antigua ciudad solar de la India.  Decidiendo con buena vista el verdadero límite de Europa con Asia, el gran antepasado céltico situó, en los lugares más espléndidos de la Tierra, el Sagrado Colegio a cuya cabeza lo había llevado su iniciación.  Las bibliotecas anteriores permanecieron intactas, pese a todas las reformas intelectuales y sociales que su luminosa iniciativa llevó a cabo. Más de tres mil años después de Ram, y a partir del cisma de Irshou, el centro universitario de la Sinarquía del Cordero y del Camero sufrió un primer traslado. Finalmente, casi catorce siglos después de Irshou y poco tiempo después de Çakya Mouni, se decidió otro cambio de lugar. A este respecto hay que decir que en algunas regiones del Himalaya, entre veintidós templos que representan los veintidós Arcanos de Hermes y las veintidós letras de ciertos alfabetos sagrados, el Agarttha forma el Zero místico, el que no puede ser encontrado. El Zero, es decir Todo o Nada. Todo mediante la Unidad armónica, nada sin ella; todo mediante la Sinarquía, nada mediante la Anarquía.  El territorio sagrado del Agarttha es independiente, organizado sinárquicamente y compuesto por una población que se eleva a una cifra de casi veinte millones de almas. La constitución de la familia, con la igualdad de sexos en el hogar, la organización de la Comuna, y de las circunscripciones que van desde la Provincia al Gobierno central, conservan aún la huella del genio celta de Ram injertado en la divina sabiduría de las instituciones de Manou (Manu).
Según explica Saint-Yves d’Alveydre, en el Agarttha no existen prisiones y la pena de muerte no se aplica. El tratamiento de los delitos se encomienda a los iniciados, a los pundits de servicio. Su arbitraje de paz, espontáneamente solicitado por las mismas partes en litigio, evita en casi la totalidad de los casos recurrir a las diferentes cortes de Justicia, pues la reparación voluntaria sigue inmediatamente a todo perjuicio. Las lacras sociales de las civilizaciones no sinárquicas, como la miseria de las masas o el individualismo de las clases altas, son desconocidas en esta antigua Sinarquía.  Los rajahs independientes, encargados de las diferentes circunscripciones del suelo sagrado, son iniciados de alto grado.  Estos reyes presiden la Corte suprema de Justicia, y su arbitraje situado por encima de las repúblicas cantonales, conserva su  carácter magistral. En torno al territorio sagrado y su población ya tan considerable, se extiende una confederación sinárquica de pueblos, cuyo total se eleva a más de cuarenta millones de almas. Los conquistadores europeos que reclamaran por la fuerza lo que sólo una leal alianza podría otorgarles, se enfrentarían en un primer lugar con este escudo.  Y si consiguieran romper esta muralla viva, se hallarían frente a frente, con trágicas sorpresas, mucho más colosales que las del Templo de Delfos, y con soldados que reviven una y otra vez, ligados entre ellos como los de las Termópilas, seguros como ellos de volver desde el seno mismo de lo Invisible, después de morir, a combatir de nuevo a los profanadores.   Las castas, tal y como las critican justamente los europeos, son desconocidas en el Agarttha.  El hijo del último de los parias hindúes puede ser admitido en la Universidad sagrada, y, según sus méritos salir de ella o permanecer en cualquier grado de la jerarquía.
En el momento del nacimiento, la madre promete por voto a su hijo: es el Nazareno de todos los templos del Ciclo del Cordero. En diferentes épocas sucesivas, se consulta directamente a la Providencia en los Templos, y cuando suena la edad de admisión, el chico o chica, teniendo el rajah iniciado de la providencia como padrino, entra en la Universidad sagrada. El resto depende de sus propios méritos. Veamos ahora la organización central del Agarttha, empezando por abajo y terminando por arriba, o yendo de la circunferencia al centro.  Millones de Dwijas,  nacidos dos veces,  de Yoghis,  unidos en Dios,  forman el gran círculo. Ocupan para vivir ciudades enteras: son los suburbios del Agarttha, divididos simétricamente y repartidos en construcciones casi siempre subterráneas. Encima de ellos y hacia el centro, tenemos a cinco mil pundíts. Uunos sirven en la enseñanza propiamente  dicha,  los  demás como policía interna. Su número, cinco mil, corresponde al de las raíces herméticas de la lengua védica. Cada raíz a su vez es el hierograma mágico, ligado a una Potencia celeste, con la sanción (aprobación) de una Potencia infernal. El Agarttha entero es una imagen fiel del Verbo eterno a través de toda la Creación. Después de los pundits, vienen, repartidos en hemiciclos cada vez más pequeños, las  circunscripciones solares de las trescientas sesenta y cinco Bagwandas. El círculo más elevado y más cercano al centro misterioso se compone de doce miembros. Estos últimos representan la Iniciación suprema, y corresponden, entre otras cosas, a la Zona Zodiacal.
En la celebración de sus Misterios mágicos, llevan los jeroglíficos de los signos del Zodíaco, al igual que ciertas letras hieráticas, que aparecen en toda la ornamentación de los templos y de los objetos sagrados. Cada uno de estos bagwandas o gurús supremos llevan siete nombres, hierograma o mentrams de los siete Poderes celestes, terrestres e infernales. Las bibliotecas que encierran el verdadero cuerpo de todas las artes y de todas las ciencias antiguas desde hace quinientos cincuenta y seis siglos, son inaccesibles a toda mirada profana y se encuentran en las entrañas de la tierra.  Las que se refieren al ciclo de Ram, ocupan parte del subsuelo del antiguo Imperio del Carnero y sus colonias. Las bibliotecas de los ciclos anteriores se encuentran bajo los mares que han recubierto el antiguo Continente austral y en las construcciones subterráneas de la antigua América antediluviana. Todo esto parece un cuento de  las mil y una noches,  pero según Saint-Yves d’Alveydre, es algo real. Los verdaderos archivos universitarios de la Paradesa ocupan miles de kilómetros. Tan sólo algunos de los iniciados de alto grado saben el auténtico objetivo de ciertos trabajos, y están obligados a pasar tres años grabando en tablillas de piedra, con caracteres desconocidos, todos los hechos que interesan a las cuatro jerarquías de las ciencias que constituyen el cuerpo total del Conocimiento.  Cada uno de estos sabios realiza su trabajo en la soledad, lejos de toda luz invisible, bajo las ciudades, bajo los desiertos, bajo las llanuras y las montañas. Podemos imaginar un colosal tablero de ajedrez extendiéndose bajo tierra en casi todas las regiones del Planeta. En cada una de las casillas se encuentran los acontecimientos importantes de la Humanidad.
Según nos dice Saint-Yves d’Alveydre, el día en que Europa sustituya la anarquía de su Gobierno general por la Sinarquía trinitaria, todas estas maravillas y muchas más serán accesibles de modo espontáneo. Pero hasta ese momento, nos advierte, ¡pobres de los curiosos y de los imprudentes que intenten buscar bajo tierra!  Sólo encontrarían una decepción segura y una muerte inevitable. Tan sólo el Soberano Pontífice del Agarttha, con sus principales asesores, tiene acceso en su total conocimiento al catálogo sagrado de esta biblioteca planetaria.  Tan sólo él posee en su integridad la llave cíclica indispensable no sólo para abrir cada una de las secciones, sino también para saber con exactitud lo que cada una contiene, pasar de una a otra, y salir de ellas.  ¡De qué serviría al profanador haber conseguido forzar una de las casillas subterráneas de esta memoria integral de la Humanidad! Con su enorme peso, la puerta de piedra sin cerraduras, que cierra cada una de las casillas, caería sobre él para no abrirse nunca más. En vano, antes de conocer su terrible destino, se encontraría ante las páginas que componen el libro cósmico, pero no podría deletrear una sola palabra, ni descifrar el más mínimo arcano, antes de darse cuenta de que estaba encerrado para siempre en una tumba de la que sus gritos no podrían ser escuchados por ningún ser visible. Cada bagwanda posee el secreto de siete regiones celestes, terrestres e infernales, y tiene el poder de entrar y salir a través de las siete circunscripciones de este extraordinario memorial del Espíritu humano. Y nos dice Saint-Yves d’Alveydre ¡Ah! ¡Qué colosal renacimiento experimentarían nuestras Religiones y nuestras Universidades, si la Anarquía no presidiera las relaciones de los pueblos sobre la tierra!
La Antigüedad se reconstruiría en Egipto, en Etiopía, en Caldea, en Siría, en Armenia, en Persia, en la Tracia, en el Cáucaso y hasta en las mesetas de la Alta Tartaria, allí precisamente, donde Emanuel Swedenborg (1688 – 1772),  científico, teólogo y filósofo sueco,  vio,  a través del suelo,  los libros perdidos de las guerras de Jehovah y de las generaciones de Adam.  Si, presidiendo de nuevo las relaciones entre los pueblos, realizara por fin lo que los profetas de todas las Religiones le han profetizado, veríamos entonces renacer el Egipto antiguo, con sus Misterios purificados, Grecia en el esplendor transfigurado de sus tiempos órficos, la nueva Judea, más bella aún que la de David y Salomón, así como la Caldea de antes de Nemrod.  Entonces, todo, de la cumbre a la base de la organización humana, se renovaría; todo se iluminaría y se conocería, desde el fondo de los Cielos hasta el horno inmenso del centro de la Tierra. Y la Humanidad entera realizaría la palabra del Profeta deslumbrado por los Misterios de la otra Vida: ¡Oh muerte!, ¿dónde está tu aguijón?”. Según Saint-Yves d’Alveydre, avanzamos hacia esos tiempos sinárquicos a través de las últimas agonías sangrientas de la Anarquía del Gobierno general inaugurado en Babilonia. Siguiendo con la antigua Paradesa, después de los círculos de los trescientos sesenta y cinco Bagwandas, están los de los veintiún Archis negros y blancos.  Su diferencia con los iniciados de más alta graduación es puramente oficial y ceremonial. Los Bagwandas pueden, a su antojo, residir o no en el Agarttha, pero los Archis permanecen allí para siempre, como parte integrante de sus cimas jerárquicas.
Sus funciones son muy extensas, y reciben los nombres cabalísticos de Chrinarshis, Swadharshis, Dwijarshi, Yogarshi, Maharshi, Rajarshi, Dhamarshi, yPraharshi.  Estos nombres indican todas sus atribuciones, ya sean administrativas o espirituales, en la Universidad sagrada y en cualquier lugar donde ejerzan su influencia. En lo referente a las ciencias y las artes, forman, con los doce Bagwandas zodiacales, el punto culminante de la gran Alianza en Dios con todas las Potencias cósmicas.  Por encima de ellos sólo encontramos el triángulo formado por el Soberano Pontífice, el Brahatmah, apoyo de las almas en el Espíritu de Dios, y sus dos asesores, el Mahatma,  representante del Alma universal,  y el Mahanga,  símbolo de toda la organización material del Cosmos. En la cripta subterránea donde se encuentra el cuerpo del último Pontífice, que espera durante toda la vida de su sucesor su incineración sagrada, se encuentra el Archis que forma el número cero de los Arcanos representados por los veintiún colegios. Su nombre, Marshi, significa  “El Príncipe de la Muerte,  y expresa que no pertenece al mundo de los vivos. Todos estos diferentes círculos de grados corresponden a otras tantas centrales de la Ciudad santa, y son invisibles para los que están en la superficie de la Tierra.  Millones de estudiantes no han penetrado nunca más allá de los círculos exteriores. Pocos logran pasar los grados de la formidable escalera de Jacob, que a través de pruebas y exámenes iniciáticos, conducen a la cúpula central.
La escalera de Jacob es una escalera mencionada en la Biblia (Génesis), por la que los ángeles, sorprendentemente, ascendían y descendían del cielo. Fue vista por el patriarca Jacob durante un sueño, tras su huida por su enfrentamiento con su hermano Esaú: “Llegando a cierto lugar, se dispuso a hacer noche allí, porque ya se había puesto el sol. Tomó una de las piedras del lugar, se la puso por cabezal, y acostóse en aquel lugar. Y tuvo un sueño; soñó con una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella. Y vio que Yahveh estaba sobre ella, y que le dijo: «Yo soy Yahveh, el Dios de tu padre Abraham y el Dios de Isaac. La tierra en que estás acostado te la doy para ti y tu descendencia. Tu descendencia será como el polvo de la tierra y te extenderás al poniente y al oriente, al norte y al mediodía; y por ti se bendencirán todos los linajes de la tierra; y por tu descendencia.  Mira que yo estoy contigo; te guardaré por doquiera que vayas y te devolveré a este solar. No, no te abandonaré hasta haber cumplido lo que te he dicho».  Despertó Jacob de su sueño y dijo: «¡Así pues, está Yahveh en este lugar y yo no lo sabía!».  Y asustado dijo: «¡Qué temible es este lugar! ¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo!».  Levantóse Jacob de madrugada, y tomando la piedra que se había puesto por cabezal, la erigió como estela y derramó aceite sobre ella.  Y llamó a aquel lugar Betel, aunque el nombre primitivo de la ciudad era Luz”.
El nombre de Bethel (literalmente, “Casa del Señor“), al igual que expresiones como “puerta del Cielo“, aluden al Templo que habría de construirse en este lugar años más tarde. Los comentaristas clásicos del judaísmo ofrecen diferentes interpretaciones para el episodio de la Escalera de Jacob, entre las que figuran posibles contactos con seres extraterrestres. Pero de acuerdo con la tradición del Midrásh, la escalera simboliza los exilios que el pueblo judío sufriría antes de la llegada del Mesías. Un primer ángel representa los 70 años de exilio en Babilonia; el siguiente representa el exilio en Persia, y otro más, el exilio en Grecia. El último ángel, que representa el exilio final en Roma o Edom (identificado con el propio Esaú), asciende y asciende hacia el cielo. Pese al miedo de Jacob a no poder librarse nunca de la dominación de Esaú, Dios le garantiza que algún día también él caerá. Otra interpretación de la escalera acentúa el hecho de que los ángeles primero ascienden y luego descienden. Así el Midrásh explica que Jacob, como hombre santo, estaba siempre acompañado de ángeles. Al alcanzar la frontera de Canaán (la futura tierra de Israel), los ángeles asignados a defenderla volvieron al Cielo, mientras que los de otras tierras descendieron de él para conocerlo. Cuando Jacob volvió a Canaán, fue saludado por los ángeles asignados a Tierra Santa. El lugar en el que Jacob se detuvo a descansar se cree que coincide con el Monte Moria, donde se construyó el Templo de Jerusalén. Así pues, la Escalera simbolizaría el “puente” entre el Cielo y la Tierra, establecido a través del pacto entre Dios y el pueblo judío, y fortificado por las oraciones y sacrificios realizados en el Templo. Además, la escalera representaría a la Torá, como un nuevo vínculo entre cielo y tierra. El término hebreo para “escalera“, sulamסלם – y el de la montaña en que se dictó la Torá (el Monte Sinaí) – סיני – tiene la misma gematría (valor numérico de las letras que las componen). La interpretación cristiana de la Escalera de Jacob se basa en el evangelio de Juan: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre»”.
La  magnífica arquitectura de Agarttha recibe la luz gracias a unos registros catóptricos (que muestra los objetos por medio de la luz refleja),  que sólo permiten el paso de la luz a través de toda la gama de los colores, de los que el espectro solar de nuestros tratados de física, constituye sólo la escala diatónica.  Es aquí donde la jerarquía central de los Bagwandas (Cardenales) y de los Archis, colocada en hemiciclo ante el Soberano Pontífice, aparece irisada, como una imagen de otro Mundo, conjugando las formas y las apariencias corpóreas de los dos Mundos, y ahogando bajo sus rayos celestes cualquier distinción, en un solo cromatismo de luz ,y sonido, que se distancia singularmente de las nociones usuales de perspectiva y acústica.  Y en las horas solemnes de la oración, durante la celebración de los Misterios cósmicos, pese a que los hierogramas sagrados son murmurados con voz tenue bajo la inmensa cúpula subterránea, acontece en la superficie de la Tierra y en los cielos un extraño fenómeno acústico. Los viajeros y las caravanas que vagan a lo lejos, bajo la luz del solo la claridad de las estrellas, se detienen, y hombres y animales escuchan con ansiedad.  Tienen la sensación de que la propia Tierra abre los labios para cantar, y una inmensa armonía, sin causa visible, flota efectivamente en el Espacio.  Se expande en espirales crecientes, conmueve suavemente con sus ondas la atmósfera, y sube para desaparecer en los Cielos, como si fuera en pos de lo Inefable. En la noche sólo se distingue, a lo lejos, el titilar de la Luna y las Estrellas que velan el sueño de valles y montañas. Y durante el día el resplandor del Sol sobre los más bellos parajes de la Tierra. Árabes o Parsis, Budistas o Brahmanistas, Judíos Karai’tas o Subbas, Afganos, Tártaros o Chinos, todos los viajeros se ensimisman con respeto, escuchan en silencio, y murmuran sus oraciones unidos en el Alma universal.
Ésta es, desde su base a su cima, la forma jerárquica de la Paradesa, verdadera pirámide de luz, recubierta por el lazo de un impenetrable secreto y con los símbolos de la Sinarquía en el triángulo sagrado formado por el Brahatmah y sus dos asesores, el Mahatma y el Mahanga. Es la confirmación de que la Ley trinitaria de la Historia se encuentra en la cabeza misma del organismo ramideo y manávico. La instrucción que recibe el adepto es, aún hoy, la misma que la impartida en los tiempos de Ram y de Menés. Ya sea Moisés u Orfeo, Solon o Pitágoras, Fo-hi o Zoroastro, Chrishna o Daniel, todo estudiante ha tenido que empezar por el último escalón, para elevarse finalmente hasta el primero. Toda la Ciencia reside en efecto en el Verbo sagrado, desde la más ínfima del Orden físico a la más sublime del Orden divino. Todo lleva su propio nombre escrito visiblemente en su forma, símbolo de su naturaleza, desde un insecto hasta el Sol, desde el fuego subterráneo que sustrae la materia, hasta el Fuego celeste que reabsorbe en él toda esencia. Existe una Lengua universal que es el Verbo de los ciclos primitivos de que habla San Juan: “En el Principio era la Palabra (La Potencia de la Manifestación creadora); y la Palabra era en Él los Dioses; y Él los Dioses era la Palabra”. Pero actualmente estamos lejos de esta sabia lengua, tan sencilla en sus principios y tan segura en sus infinitas aplicaciones.  En las lenguas antiguas los objetos eran descritos conforme a su naturaleza, mediante símbolos verbales absolutos que evocaban el carácter real de los seres, de las cosas, de su formación y de su descomposición.
En sus células subterráneas, el pueblo de los Dwijas se dedica al estudio de todas las lenguas sagradas, y corona los trabajos de la filosofía más sorprendente con los maravillosos descubrimientos de la Lengua universal, llamada Vattan. Los misteriosos caracteres han sido grabados en la piedra en grutas subterráneas desde la más remota antigüedad. Para ello han sido  alumbrados mediante gas oxídrico, que purifica el aire. Millones de Sabios han salido de estas tumbas de granito.  Desde los hijos de los Pontífices o de los reyes, hasta los hijos de los humildes parias. En esta soledad el alumno se siente invadido por lo invisible. Poco a poco, visiones santas iluminan su sueño y sus ojos abiertos, recompensan sus esfuerzos en pos de la Ciencia y de la Virtud, o flagelan la indolencia de su espíritu y de su corazón. Un catre parecido al de los marinos sirve de lecho a los Dwija.  Una mesa y una silla constituyen todo el mobiliario y en las paredes tan sólo hay unas misteriosas sentencias. Todo está calculado para que ninguna distracción exterior venga a distraer la concentración interior del alma.  Cuando el estudio de las lenguas sagradas les ha revelado la constitución íntima del Espíritu divino en el Alma universal, empieza su verificación a través de las cuatro jerarquías de las ciencias. Una vez superados con éxito los exámenes, el Dwija entra paulatinamente en los círculos que los transformarán en un Yoghi. Primero se abren ante él todos los grados de las ciencias naturales, tal y como eran enseñadas en las ciudades subterráneas de Egipto antes de la invasión de los Hiksos. La Constitución fisiológica del Planeta y del cosmos se conoce hasta en sus más mínimos detalles, ya sean materiales o esenciales, visibles o invisibles.
Todo ha sido estudiado a fondo sobre las entrañas ígneas del Globo, los cursos subterráneos de gas y de agua dulce, las salinas, e incluso los seres que pueblan esas llamas, esos gases o esas aguas. Todo ha sido estudiado a fondo en la superficie y las profundidades del mar, incluso el papel de las corrientes magnéticas que se interferencian de un polo al otro, en longitud, y de un trópico al otro, en latitud.  Todo ha sido estudiado a fondo en el aire, todo, las esencias invisibles que lo habitan, e incluso la electricidad que en él se desarrolla, en forma de eco, después de haberse formado en las entrañas de la tierra para luego volver a ella. Flotillas aéreas han llevado las observaciones hasta un grado aún inalcanzable para nuestros métodos actuales. Todo ha sido revelado, las armonías universales que producen las estaciones terrestres, las migraciones ascendentes de las almas a través del Polo norte, este oculto Monte Méru y ese indescifrable Alborj de los persas, como puede verses en los libros védicos.  Caminos eléctricos de cristal templado y maleable han surcado el antiguo Imperio del Carnero, sin cometer la imprudencia de empobrecer las reservas del Planeta. Estas ciencias, estas artes, y muchas más, siguen siendo enseñadas y practicadas en los talleres, en los laboratorios y en los observatorios del Agarttha. Pero, además de todo esto, las Potencias del Cielo han sido observadas. No hay un solo insecto, planta, mineral, o incluso gota de rocío, cuyas propiedades dinámicas no hayan sido catalogadas, u objeto de un sinfín increíble de observaciones o experimentos. Y las obras gigantescas en el mundo de lo infinitamente grande, no sólo en la física del Cielo, sino también en la fisiología y la sociología del Universo entero.  
Los Magos del Agarttha no pueden abordar ciertos temas de estudio de una parte de sus Misterios científicos sin elevarse de tierra, tal y como lo presenció Apolonio de Thyana. De modo que en el Universo, no sólo entra en juego la fuerza de gravedad que encadena los cuerpos al centro de la Tierra.  Y no sólo se han hecho multitud de experimentos sobre los vivos.  A los muertos se les han inyectado substancias que ejercen una acción de interferencia, de lazo de unión entre ellos y la Esencia cósmica de su alma ascendida ya a los Cielos. La atracción de estas almas ha hecho elevarse a los cadáveres, ante los ojos de los Sabios, a alturas vertiginosas durante la noche, dejándolos bajar sólo durante el día. Y, según  Saint-Yves d’Alveydre, lo que ha sido hecho volverá a repetirse ante nuestros sabios y ante nuestros sacerdotes, cuando se cumpla el entendimiento sinárquico. ¿Por qué no antes?   Porque el Agarttha no abrirá sus puertas sin garantías, y porque en Europa, para que una Universidad sagrada de este género pueda ser fundada y llevar a cabo sus experimentos sin control ni intromisiones, se necesita estar preparados.  Todos los Yoghis y todos los Mounis saben, en efecto, que se juegan la vida cuando abordan estas ciencias y estas artes. No obstante, el empirismo científico actual roza ya las fronteras de la verdadera Magia y está ya casi en la intersección de los hechos que interesan a la vez a las ciencias naturales y a las ciencias humanas, y de los que pertenecen a los conocimientos cósmicos y divinos.  Pero los sabios de Agarttha considerarían que los nuestros hacen magia negra.
Las entrañas de la Tierra habían sido visitadas, y han podido ser observados, allí mismo, los trabajos infernales de sus habitantes. Los iniciados cuentan que «Cada año, en una época cósmica determinada, bajo la dirección del Maharshi, del gran Príncipe del  Sagrado Colegio Mágico, los laureados de las altas secciones, bajan aún para visitar una de las metrópolis de Plutón. Primero deben introducirse a través del suelo por una cavidad que apenas permite el paso del cuerpo.El Yoghi detiene su respiración, y con las manos sobre su cabeza, se deja caer, y tiene la sensación de que transcurre un siglo.Caen por fin, uno tras otro en una interminable galería cuesta abajo, en la que empieza su auténtico viaje.A medida que se va descendiendo, el aire ,se hace más y más irrespirable, y bajo la tenue luz de allí abajo, se ve cómo la fuerza de los iniciados se va graduando a lo largo de las inmensas bóvedas inclinadas, en cuyo fondo, pronto van a observar los infiernos.La mayoría de ellos, se ven obligados a detenerse en el camino, sofocados y agotados pese a las provisiones de aire respirable, alimentos y substancias caloríficas que llevan consigo.Sólo continúan aquellos a quienes la práctica de las artes y de las ciencias secretas han permitido respirar lo mínimo posible con los pulmones, y sacar del aire, en cualquier sitio, y con otros órganos, los elementos divinos y vitales que, tiene en todas partes.Por fin, después de un viaje muy largo, los que han perseverado, ven arder a lo lejos algo, semejante a un inmenso incendio sub-planetario.El Príncipe iniciático, se vuelve hacia ellos y, levantando la mano con el índice y el pulgar unidos, sólo habla mediante signos, en la Lengua universal»
Y continúa el extraño relato: «¡Silencio!: ¡hemos llegado! Que ninguno de vosotros hable, que ninguno de vosotros toque el agua o los frutos subterráneos del pueblo que vais a ver; y cuando yo cruce el Océano de fuego, colocad vuestros pies exactamente sobre mis huellas.En la misma lengua, el Príncipe iniciático se dirige, haciéndoles frente, a unos seres que aún no se distinguen.Gracias a estos hierogramas sagrados, símbolos de la Unión de los pueblos celestes con nuestra terrestre Humanidad, símbolos del derecho de mando que el Espíritu divino que anima a esta última tiene sobre todo lo que está aquí abajo en nombre de lo que está arriba, el Príncipe de los Magos ordena, y los jefes del pueblo infernal obedecen. La Metrópolis ciclópea se abre, iluminada desde abajo por un Océano fluídico, rojo, lejano reflejo del Fuego central, retraído en sí mismo, durante esta época del año.Se desarrollan hasta el infinito los más extraños órdenes de arquitectura, donde todos los minerales entremezclados realizan lo que la fantasía y la quimera de los artistas góticos, corintios, jonios y dorios, nunca habrían osado soñar. Y por todas partes, furioso de ser penetrado por los hombres, un pueblo con forma humana, de cuerpo ígneo, se retira ante los iniciados que se acercan, y se echa a volar en todos los sentidos, para agarrarse por fin con sus uñas en las murallas plutonianas de su ciudad.Con el Maharshi a la cabeza, la teoría sagrada sigue un estrecho camino de basalto y de lava solidificada.A lo lejos se oye un ruido sordo que parece llegar hasta el infinito, parecido al estruendo de las olas de una marea equinoccial.Mientras tanto, a la vez que andan, los Yoghis observan y estudian estos extraños pueblos, sus costumbres, su espantosa actividad, su utilidad para nosotros.Mediante los trabajos que ellos realizan, por orden de las Potencias cósmicas, el subsuelo nos ofrece ríos subterráneos de metaloides y de metales, los volcanes protegen nuestro planeta de las explosiones y cataclismos, y se regula el régimen de nuestros ríos en valles y montañas».
Y finaliza el relato con estas afirmaciones: «Son también ellos quienes preparan los rayos de las tormentas, encauzan y regulan bajo tierra las corrientes cíclicas de los fluidos interpolares e intertropicales, al igual que sus derivaciones interferenciales en las diferentes zonas de latitud y longitud de la Tierra.Son ellos también quienes devoran todo germen vivo mientras se pudre para dar luego  fruto.Estos pueblos son los Autóctonos del Fuego central; son los mismos que visitó Jesucristo  antes de subir al Sol, para que la Redención lo purificase todo, incluso los instintos ígneos de los que se eleva aquí abajo la jerarquía visible de los seres y de las cosas.Pues todo es vida y todo es Armonía en el Espíritu de Dios, desde la cima de los Cielos hasta el centro mismo de la Tierra». Según explica  Saint-Yves d’Alveydre, lo que se se le ha permitido conocer le impide dudar de la realidad de los Misterios infernales, ni de la veracidad de los auténticos iniciados. Por lo demás, el Agarttha no es en modo alguno el único Templo que se haya comunicado con las entrañas de la Tierra.  Los sacerdotes y sacerdotisas de toda la Céltica hacían lo mismo, lo que valió a la Europa druídica el nombre de imperio de Plutón, o de reino de Amenti. Según la tradición esotérica conservada en todos los Templos y todas las Religiones, no hay ningún elemento, es decir, ningún estado elemental, que no esté en acto, bajo el influjo de las Esencias espirituales.  La doctrina esotérica de los Vedas afirma la existencia de ocho Elementos físicos, cósmicos y divinos, y por consiguiente, ocho órdenes de Espíritus presiden la constitución orgánica de estos elementos: Bvoumir, Apo, Analo,  Vayous, Hham, Mano, Bouddir y Ahankara.  La misma doctrina les añade cuatro Potencias cosmogónicas: Agnael, Yamael, Varael y Ouvael.  En  el texto de la Cosmogonía egipcia y agartthiana de Moisés, se designa a las mismas Potencias, bajo otros nombres.
Trabajando en sus propios territorios independientes, los sabios del ciclo del Carnero se han atrevido a profundizar en todos los terrenos, ya se trate del misterio de las especies, o de los límites inferiores o superiores de la organización fisiológica de la Humanidad. Una de sus antiguas ubicaciones era un grupo de siete islas, hoy desaparecidas, y que se encontraban en lo que se conoce como la gran corriente en las costas de Malabar, una región del sur de la India, situada entre los Ghats occidentales y el mar de Arabia. Se cree que el nombre deriva de la palabra malayalam Mala (Colina) y de la persa Bar (Reino) o de Bar (puerto) de la lengua árabe. Esta parte de la India pertenecía al Estado de Madrás controlado por la Compañía Británica de las Indias Orientales, cuando fue designada como Distrito Malabar. Incluía la mitad norte del estado de Kerala y alguna región costera de la actual Karnataka. El área es predominantemente hindú pero la mayoría de la población musulmana de Kerala, conocida como Mappila, también vive en esta área, así como, desde antiguo, una considerable población cristiana llamada Syrian Malabar Nasrani. A veces este nombre incluye toda la costa del suroeste de la península, llamada la Costa Malabar. El término Malabar también es empleado por los ecologistas para referirse a la selva umbrófila del suroeste de la India (actual Kerala).
Un antiguo viajero que vivió siete años entre los habitantes de estas siete islas, dice lo siguiente: «Los insulares son hombres muy diferentes de todos los demás, tanto en sus costumbres como en su organización. Miden todos más de diez pies de alto, y tienen todos la misma estatura. Sus huesos son elásticos, se doblan y vuelven a su forma anterior como si fueran tendones. Y aunque puedan parecer débiles, su sistema muscular es infinitamente más fuerte que el nuestro.Es imposible quitarles algo que tengan agarrado entre los dedos. Tienen rostros muy bellos y admirables proporciones.Más abiertas que las nuestras, sus orejas tienen una doble cavidad separada por una lengüeta mediana. Su lengua presenta este aspecto extraño, y en parte artificial, gracias a una operación quirúrgica, es bífida desde la punta de la raíz.Esta conformación les permite, no sólo articular todos los sonidos de todas las lenguas del mundo, sino también imitar el canto y los gritos de todos los animales. Y  lo más maravilloso de todo: un hombre, gracias a estas dos lenguas, conversa con dos personas a la vez, respondiéndoles a cada una de ellas sobre asuntos diferentes, sin confundir las dos conversaciones.Tienen unas maravillosas fuentes de agua caliente para los baños de placer o de higiene.No existe ciencia u arte que desconozcan; pero entre todas sienten predilección por el estudio de la astronomía sagrada.En su escritura utilizan siete caracteres; pero cada uno de ellos tiene cuatro posiciones diferentes, lo que hace que el número de sus letras se eleve a veintiocho. No escriben de izquierda a derecha como nosotros, sino en sentido vertical. Viven muchos años y durante esta larga existencia, pocas veces enferman.Cuando han alcanzado este término de longevidad, pasan voluntariamente de la vida al tránsito, tumbándose sobre un colchón hecho de ciertas hierbas particulares, que poco a poco les provocan un sueño delicioso, del que ya nunca despiertan».
Los sabios del Agarttha son capaces de volver a realizar todas estas maravillas en la actualidad.   Pero la selección no se limitaba sólo al hombre, como lo demuestran las líneas que siguen:  «Poseen una especie de animales bastante pequeños, pero con una forma y unas cualidades físicas extraordinarias. Su espalda, parecida a la de las tortugas, tiene una cruz amarilla, en forma de una X, de la que cada extremidad posee un ojo y una boca.El animal posee pues cuatro ojos, que terminan en un solo cerebro, y cuatro bocas que alimentan un solo estómago.Las entrañas y demás partes internas también son únicas.Estos animales son polipodios, y su aparato locomotor, dotado de pies que se articulan alrededor de su cuerpo, les permite moverse en todas las direcciones que desee su voluntad. Su sangre tiene la propiedad plasmática de juntar y cicatrizar inmediatamente las partes seccionadas de un cuerpo vivo, como la mano o el pie, cuando la herida es reciente. He visto también gran cantidad de animales, cuyas formas nos son desnacidas, y que nuestra imaginación nunca hubiera osado soñar.Estas islas están repletas de serpientes gigantescas pero absolutamente inofensivas, cuya carne es suculenta.Aunque el régimen alimentario de estas tribus, esté sabiamente regulado, todos no comen lo mismo: pues según los días que les son asignados, unos deben comer pescado, otros ave, otros aceitunas y demás vegetales, y otros por fin, fruta cruda».  
Su relato demuestra que, incluso fuera de los templos, la antigua Ciencia de los Agartthianos no era desconocida.  Todos los caracteres distintivos de los que habla, no ofrecen ninguna duda sobre su origen.  Por lo demás, incluso hasta el siglo XIX, se seguían las mismas prácticas en ciertos desiertos de la India. En cuanto a la ciencia y el arte de la selección, se conservan admirablemente en las bibliotecas de piedra, y son objeto de estudio constante, al igual que las cuatro jerarquías del Conocimiento. En este recinto sagrado, ninguna tradición, ninguna verdad, que no haya sido antes comprobada por vía de experimentación, se expone de un modo dogmático a los Dwijas. Experiencias de todo tipo enseñan al alma a conocerse a sí misma mediante la Ciencia que lleva a la Sabiduría que abre las puertas sucesivas de los Cielos y de sus Misterios. El elemento sagrado se llama Éter en todas nuestras lenguas, y Akasa en sánscrito. El Éter es un elemento vivo, capaz de emborrachar, pero de un modo indescriptible. Provoca una santa y espiritual embriaguez, que la inteligencia puede controlar lo suficiente para conservar la razón y la consciencia individual, y mantener el cuerpo, esfuerzo que resulta muy difícil estando  despierto. Es entonces cuando lo Invisible se hace visible para los ojos. El ascetismo puede conducir a esta Verdad. Sin embargo, en el Agarttha no se practica el ascetismo, que por lo demás, nunca podría constituir una regla social. Es algo que pertenece a la libertad individual, se reserva para cuando el Yoghi desea retirarse del mundo, y, en las grutas de la espesura del bosque, entregarse absolutamente a Dios convirtiéndose en un solitario o Mouni.
Ya sean los piadosos ermitaños del pasado, o los de cualquier otra confesión religiosa, los esenios o los terapeutas, los solitarios de la Thébalde o los de los desiertos del Himalaya, todos pueden unirse en la sinarquía. Y a aquellos iniciados que no quieren seguir la vía libre del monacato, en el sentido etimológico de esta palabra  (en sánscrito,  mouni),  el Agarttha les da, no obstante, la posibilidad y la práctica de la Unión divina, con un régimen dietético apropiado. Por ello, desde el Dwija hasta el Bnlhtmah, desde el primero hasta el último de los iniciados, los pueblos de este ciclo se abstienen de la carne y de cualquier licor fermentado. Estas condiciones, unidas a las que ordenan la Santidad y la ciencia, hacen que el cuerpo esté poco a poco en condiciones de permitir al Alma alcanzar su libertad celeste. La alta Iniciación abre para sus adeptos la totalidad del Cielo, no sólo durante la vigilia o el éxtasis absoluto, sino también durante el sueño de cada noche.   Pues el Epopte, no duerme ya tan sólo el simple sueño animal que comparten todos los seres físicos de la Tierra.  Los grandes Epoptes (‘epoptai’), son los videntes de los misterios mayores, cuyo nombre significa: ‘Los que ven la realidad sin velo alguno’. En los misterios griegos enseñados por Orfeo, y practicados durante siglos en el Telesterion de Eleusis, los epoptai eran los grandes iniciados, aquellos que habían pasado la Katharsis o prueba de purificación de los misterios mayores, aquellos que componen los secretos del Zodiaco y de los diez orificios humanos, siendo la Epopteia la revelación final.
En realidad, antes de los Misterios de Eleusis, los primeros Misterios que recuerda la historia occidental son los de Samotracia (Samothraki, isla griega, en el mar Egeo, al noroeste de la isla de Limnos). Debido a que según cuenta el poema épico de Homero, la Iliada, Poseidón contempló las batallas que tuvieron lugar en Troya, desde el monte Fengári, el promontorio más alto de la isla. Antes de la llegada de los griegos, Samotracia fue centro de culto religioso de Cabiri, también llamado Kabiri en otras partes del mundo antiguo, este culto es el más ancestral que se conoce en los hombres actuales postdiluvianos, los hijos de Na Noah y de los siete Kabirim. El Epopte era aquel iniciado que habiendo conseguido en sí mismo la distribución del fuego puro, empezaba una nueva vida. Era el nuevo nacimiento del iniciado, mediante el cual se convertía en un “dos veces nacido“.  Escuchando de viva voz el relato de Platón podremos darnos cuenta de la significación de semejante acto en la vida de un ser humano:  “Iniciado en el que con justicia puede llamarse el más bendito misterio… Una vez iniciados en estos misterios, que verdaderamente pueden llamarse los más santos de todos, quedábamos libres de las excitaciones de los demonios que nos asaltaban periódicamente. También a causa de esta divina iniciación nos convertíamos en espectadores de sencillas, inmóviles y benditas visiones, que aparecían en una pura luz… Éramos puros e inmaculados, libres de esta circundante vestimenta a que llamamos cuerpo, y al que estamos apegados como la ostra a su concha”.
En este misterio del sueño que, entre nosotros, tan sólo un médico conocido como Boerhaave ha presentido levemente, el instinto vital llega a colmar el alma con ese éter de abajo que llamamos Magnetismo terrestre. Los nombres de estos fluidos, bien conocidos por las antiguas iniciaciones órficas, se citan a lo largo de toda la Cosmogonía egipcia de Moisés. El régimen alimenticio basado en la carne y las bebidas espirituosas, al acercar al hombre a las especies inferiores, sumerge aún más el alma durante el sueño. Si en estas condiciones, la fuerza psíquica logra liberarse, es porque se alimenta de otros elementos menos burdos, bajo el influjo, durante la vigilia. de los diferentes tipos de sentimientos y el idealismo que corresponden a Esferas más o menos elevadas de los Espacios celestes.  De ahí, los sueños más o menos luminosos de los jóvenes, de las mujeres, de los ancianos y de los hombres, dependiendo además del grado de autonomía ideo-psíquica y de la espiritualización alcanzada por cada cual. La inteligencia es una apertura celeste por la que el Espíritu universal penetra, y es asimilado por nuestras almas, como la substancia terrestre lo es por nuestros cuerpos. Cuanto mayor es esta asimilación, más se espiritualiza el alma, eliminando el instinto ígneo que ha recibido de la Tierra, y que la ata a la existencia física.  Pero este Espíritu universal, este Espíritu Santo de la fe cristiana, no es sólo una abstracción mental.   A través de la apertura que nuestra inteligencia le concede, no sólo va labrando nuestras facultades intelectuales, sino también todos los registros armónicos de nuestros sentimientos, donde el Amor es el Principio central.  Después de los largos entrenamientos que ha tenido que realizar, el Epopte recibe el secreto que le permite despertar mientras que su cuerpo duerme.
Envuelto en un sudario que le cubre la cabeza y le tapa herméticamente las orejas, los ojos y la nariz, dejando vacía sólo la boca, los brazos cruzados sobre el pecho, se ofrece vivo al Ángel de la Muerte, y se abandona totalmente a Dios, con toda la fuerza de abnegación de su voluntad. Después de unos rezos pronunciados en un Verbo misterioso, asida por el Ángel de la Muerte, el alma es llevada ante Dios a través la Jerarquía de los Ángeles, mientras que su cuerpo descansa como el de cualquier hombre que duerme. Entonces ve una luz deslumbrante, y los Ángeles la llevan a cualquier lugar en el que su piedad y su deseo de saber coincidan con la Voluntad del Eterno. Por ello, los bardos, personas encargadas de transmitir las historias, las leyendas y poemas de forma oral además de cantar la historia de sus pueblos en largos poemas recitativos, en todos los templos, han podido decir con razón: “El Sol no se pone nunca para aquel que mediante la iniciación ha entrado en el Reino de Dios”. Pero cada noche, al abandonarse el Ángel de la Muerte, ningún iniciado está seguro de su despertar físico y de volver por la mañana a su existencia terrestre. Ésta es la razón por la cual, al margen del recinto moral judeocristiana y de esta primitiva Iglesia llamada el Agarttha, por doquier donde ha pasado el cisma de Irshou, ya se trate de Asiria, de Siria, del Egipto de los Hyksos y de toda la Jonia europea, la idolatría de las Potencias cósmicas mal comprendidas, unida al conocimiento alterado de los Misterios, ha paseado la antorcha de los Aquelarres orgiáticos, desde el Ganges hasta el Nilo, desde el Éufrates hasta el Eurotas, desde el Citheron hasta las siete colinas de Roma. Y ésta es también la razón por la cual estas tremendas profanaciones han recibido castigos tremendos.
Ninguna confesión, ningún Cuerpo de enseñanza, y el Agarttha menos que nadie, puede ya escabullirse impunemente de esta inmensa y santa labor de solidaridad. Por desgracia, oy, como en los tiempos de Astarté y de Afrodita, de Ceres Eleusina, de Isis y del falso Bacco de la decadencia, en algunas pagodas de la India suceden cosas infames en determinadas épocas del año. Pero volvamos al Agarttha. La absoluta pureza de su tradición, de sus enseñanzas, de su disciplina y de sus costumbres ha sido vagamente presentida desde siempre. Ya en 1784, el propio Johann Gottfried von Herder, sin tan siquiera sospechar su existencia actual, afirmaba que sólo la más sabia y la más santa de las Escuelas podía haber formado en la remota antigüedad a un pueblo como el Hindú, que salvo en algunas zonas del Indostán, donde los Misterios han sufrido desviaciones y donde la ley de Manou ya no se entiende por falta de estudio, presenta generalmente una suma inmensa de virtudes divinas y humanas. Por ello hay que contabilizar el elevado número de sectas que las distintas provincias de la India ofrecen a la observación del viajero. Tan sólo una cosa puede resultar sorprendente, y es que después de una existencia que se contabiliza en ciclos, y a pesar de todos los males desencadenados por el cisma de Irshou, la India exista aún y pueda contener la suma inmensa de virtudes que sin cesar se cultivan allí, así como los conocimientos que se encuentran en el Agarttha.  Pero los bárbaros de todas nuestras grandes ciudades no habrían perpetrado menos atrocidades que ciertas ramas del sivaísmo, que los Thugs o los adoradores de Kali. ¿Podemos reprochar a las blancas y puras cumbres del Himalaya, a sus glaciares vírgenes, a sus nieves eternas, a sus fuentes sin contaminar, a sus torrentes orgullosos y cristalinos, el fango y los cadáveres que arrastran hacia el mar las aguas turbias del Indus y del Ganges?  Lo mismo sucede con el Agarttha, que siempre ha expulsado de su seno toda impureza intelectual o moral, toda intolerancia, toda política, toda arbitrariedad del pensamiento o de la voluntad, toda superstición, toda idolatría, y toda magia negra.
Este es el motivo de que algunas servidumbres domésticas del Agarttha sean realizadas, desde hace muchos siglos, por brigadas semanales de alumnos, bajo el control de los Templarios que hacen el servicio de policía. Esto no ocurría así antes de los tiempos de Çakya Mouni, ya que en aquel entonces pueblos enteros de subalternos se ocupaban del servicio de las celdas de los Dwijas, de las casas de los Pundits, de los laboratorios y los observatorios de la Universidad. Tal es el origen de este cambio del que proceden gran minero de sectas, unas más o menos inocentes, otras más o menos feroces. Cuando el cisma budista estalló en el exterior, se produjo entre los servidores de la Metrópolis universitaria una especie de revolución política. Embravecidos por su elevado número, quisieron derrocar la Jerarquía del magisterio y del poder, para entronizar en su lugar una hermosa y pequeña anarquía, empezando a predicar en contra de los Misterios y sobre todo en contra de las condiciones de la Iniciación. Inevitablemente cayeron en la magia negra, y, ayudándose de ciertas fórmulas trastocadas, recibieron de abajo algunas respuestas que pretendían imponer desde arriba.   Fue entonces cuando se produjo la primera expulsión en masa, que dio origen a las diferentes tribus, unas sedentarias y otras errantes.
Entre las primeras, hay una que ha ensangrentado más la India de lo que jamás logró Moloch ensangrentar sus altares. Esta secta, monstruoso amalgama de ignorancia y de superstición, que confunde en un mismo odio a los brahmanistas y a los budistas, esculpió en algunos desfiladeros del Himalaya, una enorme estatua de piedra. La mandíbula inferior era móvil y al abrirse mostraba una boca de varios metros de circunferencia sobre una cloaca interior, que iba a parar a profundos abismos llenos de agua. Un mecanismo hidráulico hacía moverse la mandíbula de este abismo, del que los constructores fueron los más atroces oficiantes. Estos sivaístas (adoradores de Shiva), renovando las más negras infamias políticas de los tiempos druídicos, fueron acostumbrando a las gentes a los sacrificios, haciendo que su infernal divinidad devorara manadas enteras de bueyes vivos. De lejos se podía escuchar una especie de trueno subterráneo, una tormenta de bramidos que se confundían en las entrañas de este monstruo con espantosos gorgoteos de agua, y ruidos de cadenas y el estruendo incesante de la infernal mandíbula. Y los feroces individuos que servían el vientre de esta Bestia, mitad montaña, mitad máquina, declaraban que su dios estaba satisfecho hasta el día siguiente. Desgraciadamente! pronto les tocó el turno a los hombres, sobre todo a los más sabios. ¡Y esto duró siglos enteros!   Hoy, hace siglos que esta mandíbula ya no funciona, y que la máquina hidráulica que la movía, está fuera de uso. Pero la secta sigue existiendo, y sigue manejando el puñal, aunque debilitada y atravesada en todos los sentidos por la acción del Agarttha.
Shiva, el Destructor, es el custodio de la humanidad decadente representada fielmente por el collar de cráneos humanos que ostenta en su cuello el terrible dios: Shiva, ‘El de los Tres Ojos’, cuya bandera tiene un toro por emblema. Shiva pone de manifiesto la noción metafísica del Dios dual, el ser de dos caras que representa el bien y el mal cósmico, aunque Él también es inmanente en cada partícula, en cada unidad de tiempo, en cada rincón y esquina… Dios está representado en ambos lados de la realidad al mismo tiempo, Él es blanco y negro. Dios es ambos aspectos mezclados en una Presencia trascendente que aflora en cada experiencia. Él es quién yuxtapone, mezcla o reúne los contrarios. Dios no ‘Es’, sino que ‘Está-siendo’ en cada percepción, en cada pensamiento humano. El mundo de Mâyâ no es más que un campo de batalla en el que probamos nuestro entendimiento de la realidad. Tal y como se muestra en el Mahabharata, el mundo fenoménico es un campo de batalla donde las fuerzas chocan entre sí con inusitada violencia, porque el Universo no se presenta como un todo uniforme, sino como una mezcla de elementos contrarios. Los hindúes, enumerando los nacimientos de Vâmadeva en el Linga Purâna hablan de los repetidos nacimientos de Shiva, se dice en aquella escritura, que en un Kalpa él era blanco,en otro negroy en otro de color rojo,después de lo cual el Kumâra se convierte en ‘cuatro jóvenes de tez amarilla…’. Shiva es también llamado Shvetalohita, el Kumâra Raíz, de color de la Luna, que se trasforma sucesivamente en blanco, rojo, amarillo y negro realizando la trasformación y evolución de la forma humana, destruyendo para mejorar las viejas formas en los nuevos arquetipos.
Shiva es el Mangala indio, idéntico a Karttikeya, el Dios de la Guerra, que es a su vez Gharma-ja, nacido del propio sudor de Shiva, el de los Tres Ojos. Él es Marte, Amón Ra, , la antigua deidad egipcia, y su mujer Mut (la madre), que a su vez son el Jah-Heva, el Jehovah, el Dios Terrible; aquél que desata un fervor religioso comparable tan solo con el terror que produce su contemplación. Un aspecto muy intrigante del Dios dual es aquél que se presenta en los múltiples himnos y alabanzas que suscita entre sus fieles. Maravilloso es ese Dios que muestra ambos lados de su ignota naturaleza, el bueno y el malo, el derecho y el torcido, el positivo y el negativo. Así lo expresa el Rey David, el rey profeta que transmite en sus Salmos el éxtasis y el temor que produce la contemplación del “Dios Terrible”. Pero esa misma veneración es expresada de forma magistral en los Vedas, en un cántico muy revelador, El Rudra-Adhyaya, también conocido como el Satarudriya, que se encuentra contenido en el Yajur-Veda y qu es un himno de alabanza ofrecido al Omnipotente Rudra-Shiva. El propósito de este himno magnífico, Satarudriya, es poner de manifiesto al Ser que está presente en todas las formas evolucionarias, en las benignas y también en las que se nos presentan como las formas terribles que Él asume en el momento de la disolución y la destrucción del cosmos al final de los tiempos. Así debemos contemplar este canto de alabanzas, con el fervor religioso del que conoce el misterioso hecho de la presencia del Padre creador del Universo en todas las formas que adopta la Creación.
Aquél que es inmanente en cada partícula creada, en cada mancha del espacio y en cada unidad de tiempo: “ ¡Om saludo al Dios Shiva el Destructor!Me inclino ante el Señor Rudra; y hago la postración ante la ira de sus flechas que destruyen el mal; la postración ante el Gran Arquero; la postración ante sus brazos poderosos. Con esta oración, la flecha de Tu Justicia se vuelve pacífica ante el devoto; Tu arco se convierte en una fuente de bendiciones, y ante Ti, Tus devotos tiemblan de beatitud; con ellos, ¡Oh Valiente Rudra!, haznos feliz. ¡Oh Rudra! ¡Bendícenos para que la forma benigna de Tu Justicia borre el rastro de todos nuestros pecados; santifícanos para que seamos dignos de contemplar el rostro tranquilo de Tu ser, revélate a nosotros como la poderosa fuente de paz desde la Montaña de Kailasa!  ¡Oh Bienhechor de la Montaña de Kailasa! ¡Esa poderosa flecha que Tú esgrimes contra Tus enemigos, hágase benigna mediante nuestra plegaria; para que no dañe a los seres humanos y a los otros seres de la creación. Protector del inviolable misterio en la sagrada Montaña!  Postración ante el Jinete encima del Toro, el Paladín de la fuerza contraria, el Señor del Alimento o Gobernante sobre Mâyâ (la materia). Postración ante el Uno de cabellos azules, cuya cabeza no conoce el gris, el Benefactor del sagrado hilo de las bendiciones, Maestro de aquéllos que están ungidos con las cualidades de perfección. Postración al Servidor de Samsara, al Soberano encima de toda la Creación”. [Yajur-Veda; Rudra-Adhyaya, Satarudriya].
Entre las tribus menos culpables que fueron expulsadas de la gran Universidad de Agartth junto a las anteriores, existe una errante, que pasea por Europa sus prácticas singulares.  Éste es el origen de los Bohemios (Bohami,  “apártate de mí”), también llamados gitanos.  Estas gentes llevan consigo algunos vagos recuerdos, y algunas fórmulas perdidas entre un montón de supersticiones más o menos toscas.  Según Saint-Yves d’Alveydre, tarde o temprano volverán a su patria de origen, cuando el viento de la Sinarquía restituya a la India el antiguo Espíritu de su organización primera, verdadera, justa y buena. No se puede hablar de los expulsados del Agarttha sin mencionar a sus más humildes servidores, unos hombres que dedican su vida a recorrer la India entera encantándola con prodigios sorprendentes y maravillosas poesías llenas de misterio. Todo el mundo ha leído las cosas extraordinarias que hacen los Fakires.   No hay ningún viajero, que no se haya referido a ellos, a veces con entusiasta admiración, y siempre con profunda sorpresa. Los Fakires son en su mayoría antiguos alumnos del Agarttha, que se han detenido en la entrada de las altas gradaciones, y se han consagrado a una vida religiosa, parecida a la de los monjes mendicante s de nuestra Edad Media. Sus ciencias, o mejor dicho, sus artes, son tan sólo las migajas de la mesa sagrada de la enseñanza esotérica.   Los secretos que les han transmitido los gurús de la Universidad son muy reales; y su humilde misión tiene como objetivo.llevar hasta la última de las aldeas algunos rayos fenoménicos, que demuestren a los Hindúes que la antigua Ciencia conserva aún en algún lugar su luminoso hogar.
La mayoría de estos fenómenos tienen como causa principal la Fuerza celeste que denominamos Éter.  Antes de emprender su gira, el fakir es cargado, en los templos, como si de una pila eléctrica humana se tratara. Esto se realiza de un modo tan metódico como nuestras experiencias de física o de química, aunque este tipo de fenómenos estén a medio camino entre las ciencias físicas y las ciencias humanas, e incluso en cierto modo también participan de las del Cosmos entero. Entre los agentes químicos que permiten que los fakires sean, durante un cierto lapso de tiempo, unos condensadores saturados de Éter y de magnetismo terrestre, existe uno que es perfectamente conocido en nuestros laboratorios, pero del que nadie sospecha las propiedades ocultas y fisiológico-dinámicas.Mientras está en éxtasis, se cubren todas las extremidades del cuerpo del fakir con esta substancia, entonces se convierte en una auténtica antorcha viviente, que arde con dos tipos de fuegos, etéreo arriba, magnético en la base.  Es necesaria una fe, una voluntad y una abnegación tremenda para que esta pobre gente solicite y acepte con alegría semejante combustión vital. Casi todos mueren jóvenes, pero tienen el consuelo de haber cumplido su misión para con los más desheredados de sus compatriotas, y de gozar a su vez inmensamente de las visiones indescriptibles, de cuyo seno sacan las fuerzas que ponen de manifiesto. Agarttha, conmovida desde hace mucho tiempo por la decadencia de ciertas ramas del sacerdocio oficial y hereditario y por la corrupción de las costumbres y los abusos que reinan en las pagodas de las distintas sectas, se empeña en restituir en todas partes el estudio científico de los textos sagrados: Vedas, Zem Avesta, y del texto hebreo de Moisés y del Nuevo Testamento.  Un gran número de iniciados ha abrazado la causa de una reforma activa y el Bnihatmah espera en silencio el resultado de sus esfuerzos.  Su función pontificial, como jefe de una Universidad sagrada no le permite hacer más, y le prohíbe imponer a nadie conocimientos y virtudes que la iniciación otorga a quienes saben pedirlos. La santa causa de esta reforma, que no es más que un retorno a la verdadera tradición sagrada de los Vedas. Y cuenta ya, no sólo con apóstoles, sino también con mártires. Los Agartthianos no los lloran, pues saben que están vivos y los envidian.  En sus enseñanzas, la inmortalidad del alma no es sólo una fe de sentimiento, es sobre todo una certeza absoluta del Conocimiento.  Desde la antigüedad, todo iniciado, una vez muerto,  es interrogado en el plazo señalado por los sabios sacerdotes. Las puertas están cerradas, el cadáver yace sobre las losas, y el alma que ha emprendido el vuelo, es llamada para que hable con ayuda de los medios indicados en nuestros santos Testamentos y desarrollados a lo largo del verdadero texto de los Vedas.  
En la Lengua universal, el alma cuenta todas sus impresiones a partir del momento en que ha sido arrebatada por el Ángel de la Muerte, todas las sensaciones que ha experimentado en el Océano fluídico en el que se ha hundido, y sobre el que el Sol, durante el día, y la Luna, durante la noche, ejercen, concurriendo con las Estrellas, su misteriosa influencia. Habla de las regiones atractivas, para las que, según sus méritos, la preparan sus jefes espirituales, ya sea arriba, ya sea abajo, para cuando suene en el reloj sideral de los Mundos, la hora de las grandes migraciones de las Esencias humanas. Habla de los viajes de las almas, de los peregrinajes incontables hacia el Polo norte, de los raptos y de los vuelos infinitos, que suben por millones con ciertas corrientes fluídicas hacia un Astro cercano. Luego bendice a los que se quedan, y emprende el vuelo, pero sin abandonados no obstante. Gracias a las substancias de las que hemos hablado, se ha podido seguir, durante largo trecho a las Almas, recorriendo todos los grados ascendentes de los Mundos, hasta los límites más extremos que constituyen los confines de nuestro Sistema Solar y abren el Gan-bi-Héden de la Cosmogonía egipcia de Moisés, la morada del Adam-Eva, sobre la cual se extienden los Tabernáculos de YHVH [IEVÉ], de quien Cristo es el Espejo solar. Los familiares del muerto pueden venir así a recabar en los Santuarios un consuelo inefable; saben dónde están sus seres queridos, lo que les puede agradar o ser útil; y en determinadas épocas cósmicas del año, los ven e incluso hablan con ellos.Éste es uno de los secretos del antiguo Culto de los Antepasados, como se relata en el Libro de los Muertos en el antiguo Egipto.
Como en los mejores tiempos de Egipto y de la antigua Sinarquía del Carnero y del Cordero, la mujer de cualquier iniciado puede convertirse en su igual en los divinos Misterios, e incluso sobrepasarlo, pues sus derechos universitarios y sociales son idénticos. Y con toda justicia, fiel a la Tradición esotérica de Moisés, de los Abramidas y de los Ramidas, el Cristianismo ha concedido a la divina Madre de Cristo todas las prerrogativas de la Isis de los nuevos tiempos.  Era en efecto una Epopte, quien en el propio Templo de Jerusalem, tenía en calidad de «Alma» todos los secretos de la Ciencia esotérica, todas las virtudes que la llevaron a recibir de la Divinidad y de sus Ángeles el Alma resplandeciente del Redentor. Cuando el iniciado alcanza un determinado grado, que liga su alma a la Unión divina, a la celeste Yogina, es conducido a un panteón donde se le muestra una estatua, de la que él ha sido el molde sin que lo haya sabido, y que ha sido fundida en una substancia mineral artificial, como la de los obeliscos de Egipto, que con el paso del tiempo va adquiriendo una dureza inalterable. Y entonces, a través de los miles de ramificaciones que sustentan las bóvedas radiantes, puede ver extenderse hasta el infinito una multitud de estatuas.  Su guía, tocado según la época en que estén, con una u otra insignia zodiacal, le va murmurando en voz baja los nombres de cada una de ellas. Todos los Epoptes de la humanidad están aquí, todos sus bienhechores, todos sus reveladores, sin ninguna distinción de Culto o de Raza. Aquí y allá, muy rara vez, se yergue, sobre una peana mutilada, una forma quebrada, cuyos miembros o cabeza cubren el suelo con sus restos.   Es un Epopte caído, que ha hecho daño a sus semejantes. Ningún iniciado puede sacar del Agarttha los textos originales de sus libros de estudio: están gravados en piedra en caracteres indescifrables para el vulgo. Sólo la memoria debe conservar su imagen. Esto es lo que hizo pronunciar a Platón esta afirmación paradójica: La Ciencia se perdió el día en que se publicó un libro.
En muchos casos, ni siquiera se llevan sus propios manuscritos. Esto explica porqué Çakya-Mouni al volver de una excursión al exterior, en el siglo sexto de nuestra era, dio un grito terrible, al no encontrar a su regreso los cuadernos de estudio que había dejado en su celda. Se sintió momentáneamente perdido pues contaba con este tesoro para realizar el movimiento revolucionario que había preparado en silencio. En vano corrió al Templo central donde reside el Brâhatmah: las puertas permanecieron despiadadamente cerradas.En vano puso en marcha, durante una noche entera, toda la Magia que la Ciencia le había enseñado. La Adivinación del Santuario supremo lo había previsto todo, lo sabía todo. Y, después de su fuga, el fundador del Budismo sólo pudo dictar a sus primeros discípulos, apresuradamente, lo que su memoria había sido capaz de retener. Estas palabras serán oídas por los Budistas, y a través de ellos llegarán a la cima de su jerarquía, hasta el Pontífice de Sumangala.  Los Budistas son unos divulgadores con muchos meritos y virtudes, y los Brahmas del Agarttha siguen siendo sus auténticos Hierofantes. Antes de su última fuga, el venerable Çakya-Mouni no pudo abrir las puertas del Santuario central donde reside el Brâharmah. El recinto es efectivamente infranqueable sin voluntad. El sótano está construido de un modo mágico, con distintos medios en los que el Verbo divino juega su papel, como en todos los templos antiguos. Salvo el Hombre y las Potencias inteligentes y atractivas de los Cielos, ningún ser terrestre puede vivir allí, ningún germen vegetal ni animal puede conservarse allí. Si penetramos en este Tabernáculo; vamos a ver al Brâhatmah, prototipo de los Abramidas de Caldea, de los Melchisédec de Salem y de los Hierofantes de Tebas y de Menfis, de Sai’s y de Amón. Excepto los más altos iniciados, nadie a visto jamás cara a cara al Soberano Pontífice del Agarttha.   Sin embargo, en ciertas ceremonias muy conocidas, como el día secular del Jaggrenat por ejemplo, se muestra ante los ojos de todos, con unas magníficas ropas. El Brâhatmah se presenta al pueblo en la célebre procesión del mismo nombre. Él realiza un circuito ritual alrededor de la ciudad sagrada, la Paradesa, partiendo y terminando en el Santuario Central en conmemoración de la Unión Cósmica.  Montado en un elefante blanco, irradia, desde su tiara hasta sus pies, una luz deslumbrante que ciega la vista, con los destellos que desprende. Pero es imposible distinguir sus rasgos entre los dé los demás pontífices, pues una franja de diamantes que refleja toda la luz del sol vela su rostro con un resplandor.  Estas sabias medidas de precaución datan de la época de la ruptura de la antigua Sinarquía, y se han endurecido después de Çakya-Mouni.
El traje ceremonial del Brahatmah resume todos los símbolos de la organización agartthiana y la Síntesis mágica, fundada en el Verbo eterno, del que es la viva imagen. Y así sus sucesivos ropajes, hasta la cintura, llevan los grupos de todas las letras mágicas que son los elementos de la gran ciencia del Aum. Sobre su pecho brillan todos los fuegos de las piedras simbólicas, consagradas a las celestes Inteligencias zodiacales, y el Pontífice puede renovar a voluntad el prodigio de encender espontáneamente la llama sagrada del altar, como Aaron y sus sucesores. Su tiara de las siete coronas, rematada por los santos jeroglíficos, expresa los siete grados del descenso. y de la reascensión de las almas a través de estos esplendores divinos que los Kabalistas llaman los Séfirots. Pero este alto Sacerdote parece aún más grande cuando, despojado de sus insignias, entra solo en la cripta sagrada donde yace su predecesor y lejos de la pompa ceremonial, de todo adorno, de todo metal, de toda joya, se ofrece al Ángel de la Muerte con la más absoluta humildad. ¡Terrible y extraño Misterio teúrgico! Allí, sobre la tumba del Brahatmah anterior, hay un catafalco cuyas franjas indican el número de siglos y de Pontífices que se han sucedido.   A este ara fúnebre, sobre el que reposan ciertos aparatos de la Magia sagrada, sube lentamente el Bnlhatmah con los rezos y gestos de su antiguo ritual. Es un anciano, descendiente de la bellísima raza etíope, de tipo caucásico, Raza que después de la Roja, y antes de la Blanca, sostuvo antaño el cetro del Gobierno general de la Tierra, y labró en todas las montañas ciudades con prodigiosos edificios que encontramos en todas partes, desde Egipto y la India hasta el Cáucaso.  En esta cripta fúnebre en la que nadie más que él penetra, está el Brahatmah, completamente afeitado, desnudo desde la cabeza hasta la cintura; y esta humilde desnudez es el símbolo mágico de la Muerte. Aunque ascético, su cuerpo es elegante y con una musculatura fuerte. En el extremo superior de su brazo llaman la atención tres delgadas cintas simbólicas.
Por encima del rosario y del chal blanco, que resalta sobre el negro de su piel y cae desde sus hombros hasta sus rodillas, se yergue una cabeza de una notable dignidad. Sus rasgos son muy finos. La boca, pese a los dientes apretados por el hábito de la concentración intelectual, y de la voluntad, muestra unos labios bondadosos, en los que flota la luz interior de una inalterable caridad. La barbilla es pequeña, pero lo bastante sobresaliente para indicar una gran energía, que confirma la nariz aquilina.   Las gafas dejan entrever unos ojos bien dibujados, fijos y tan profundos como bondadosos. Estas últimas, que suelen endurecer, por lo general, cualquier fisonomía, dejan intactas en ese rostro una gran dulzura unida a un auténtica fuerza.  La frente es enorme, y el cráneo desgarnecido en parte.   En conjunto, este Mago-Pontífice, representa una tipología absolutamente fuera de lo común. Es ciertamente el vivo emblema de la cima de una jerarquía a la vez sacerdotal y universitaria, que une en ella de modo indivisible la Ciencia y la Religión.  Cuando, concentrado en la santidad de su acto interior y de su voluntad, el Pontífice une sus manos, notables por su pequeñez, en la base del catafalco, el ataúd de su predecesor se ha corrido hacia una ranura, y ha salido por sí sólo. A medida que el Brahatmah prosigue sus oraciones mágicas, el alma que invoca actúa desde lo alto de los Cielos a través de siete láminas, o mejor siete conductos metálicos que, partiendo del cadáver embalsamado, se reúnen ante el Pontífice de los Magos en dos tubos verticales. Uno es de oro, el otro de plata, y corresponden, el primero al Sol, a Cristo y al Arcángel Mikael, y el segundo a la Luna, a Mahoma y al Ángel Gabriel.
Ante el Soberano Pontífice, pero a cierta distancia, están colocadas sus varas mágicas y dos objetos simbólicos. El uno es una granada de oro, emblema del Judeo-Cristianismo, el otro, una luna creciente de plata, símbolo del Islamismo. Pues la plegaria, en el Agarttha, reúne en un mismo amor y en una misma sabiduría a todas las Religiones que preparan en la Humanidad las condiciones del retorno cíclico a la Ley divina de su organización.  Cuando el Brahatmah reza por la Unión, coloca la Granada sobre el Creciente, e invocan juntos al Ángel solar, Mikael, y al Ángel lunar, Gabriel.   A medida que prosigue la invocación misteriosa del Brahaimah, las Potencias van apareciendo antes sus ojos. Siente y escucha el alma a la que llama, que es atraída espiritualmente por sus invocaciones y mágicamente por el cuerpo que ha abandonado y por su armadura metálica que corresponde a la escala diatónica, de los siete Cielos. Entonces, en la Lengua universal, se establece un diálogo teúrgico entre el Soberano Pontífice evocador y los Ángeles que traen hasta él, desde lo alto de los Cielos, las respuestas que se dan a sus preguntas. Los signos sagrados dibujan en el aire las letras absolutas del Verbo. Mientras que se desarrollan estos Misterios, mientras se escucha la Música de las Esferas celestes, un fenómeno sorprendente, aunque de tipo semifísico sucede en la tumba. Del cuerpo embalsamado sube lentamente, hacia el Brahatmah que está orando, una especie de lava perfumada, en la que se pueden ver numerosos filamentos y arborescencias extrañas, semi-fluídicas y semi-tangibles. Es la señal que indica que, desde el lejano astro que habita, el alma del. Pontífice anterior lanza, a través de la jerarquía de los Cielos y de sus Potencias celestes, los rayos concentrados de todos sus recuerdos, sobre la cripta sagrada donde reposa su cuerpo. Así se verifica, aún hoy, todo lo que Ram predijo sobre la animación sucesiva, que recibirían de él, aquellos de sus sucesores que conservaran santa y sabiamente la Tradición del Ciclo del Cordero y de la Sinarquía del Carnero. Así es en el Agarttha, así fue en las pirámides de Egipto, en Creta, en la Tracia y hasta en el Templo druídico de Isis en el propio París, donde ahora se eleva Notre-Dame, el Misterio supremo del Culto de los Antepasados. Ésta es también la razón por la cual todos los iniciadores esotéricos han procurado proteger sus sepulturas de las profanaciones.
Incluso entre los altos iniciados hay muy pocos que sepan sobre el Misterio de la Cripta fúnebre que sólo conoce el Archis de ultratumba que lleva el nombre de Marshis, Príncipe de la Muerte. El Brahatmah está casado y tiene una numerosa descendencia; pero la herencia no tiene nada que ver en la verdadera organización ramidea de la antigüedad.   Los hijos o las hijas del propio Soberano Pontífice sólo pueden tomar parte en la jerarquía agartthiana. Lo que los escépticos han tomado en todas partes por la Teocracia, no era más que la decadencia de las clericaturas locales bajo la presión de los Poderes políticos que emergieron del cisma de Irshou. En Europa, desde hace un siglo, el desbloqueo de las ciencias físicas ha ahogado momentáneamente en un diluvio de hechos valiosos, pero cuyas nomenclaturas son incorrectas, tanto las más altas facultades del Espíritu humano, y su sentido sintético o religioso, como sus recuerdos más remotos. Desde entonces, el hilo que unía el Agarttha a Occidente ha sido momentáneamente cortado. Según dice Alexandre Saint-Yves d’Alveydre, si no conseguimos la Sinarquía, en el plazo de un siglo (desde finales del siglo XIX), la civilización judeo-cristianaserá eclipsada para siempre, y su supremacía será doblegada por el increíble renacimiento de toda Asia, resucitada, en pie, creyente, sabia, armada de pies a cabeza, y realizando sin Occidente, incluso en contra suyo, las Promesas sociales de los Abramidas, de Moisés, de Jesucristo y de todos los Kabalistas judeocristianos. No satisfecho con enviar por todas partes, desde la época de los Abramidas, sus Portadores de la llama, sus Epoptes y sus Profetas, que en todos los sentidos, han combatido mediante sus buenas obras las plagas que la anarquía de los políticos han desencadenado sobre la tierra, el Agarttha ha creado, a través de todos los pueblos, inmensos canales humanos semejantes a sus bibliotecas subterráneas. Y de igual modo que inició a los Abramidas, ha renovado en todas partes, en el inicio de los tiempos modernos, y a través de los Kabbalistas judeocristianos, las mil y una asociaciones desarrolladas hoy bajo el nombre de Franc-Masonería.  La solución no es militar, pues con este tipo de juego lo único que se conseguiría sería instruir militarmente a casi mil millones de Asiáticos, que tarde o temprano demostrarán su fuerza. La solución es la Sinarquía, la Ley histórica de la Humanidad.
Todos los cuerpos cultos de la antigüedad, salidos del Agarttha, todos los Epoptes, todos los Reformadores sociales, incluidos Moisés, Orfeo y Numa, han vuelto a instaurar la Ley sinárquica, o por lo menos han intentado establecer las condiciones para su realización. Asia se está reconstituyendo en su Sinarquía primitiva. Y  la federación de países asiáticos, incluidos los Árabes, se irá uniendo en torno al Agarttha. Desde los tiempos de Ram es la Raza blanca la que en la propia Asia ciñe la tiara de las siete coronas y empuña el cetro que lleva una cabeza de carnero, sin excluir por ello a las demás razas. Y como prueba de ello baste el ejemplo que constituye el actual Brâhatmah, llegado hasta ese puesto por mérito propio.  Con el Agarttha,  el supremo Consejo sinárquico realizará de nuevo la Alianza universal y cíclica de todos los pueblos y de todas las razas de la Tierra, y llevará a cabo todas las promesas de los Profetas judeo-cristianos.   Pero, indica Saint-Yves d’Alveydre, sin la Sinarquía, no thay ninguna Ley orgánica, europea, que permita realizar esta Magna Obra. El actual Brâhatmah subió al trono pontificial en 1848, en circunstancias difíciles, que supo dominar con perspectiva y sabiduría. Sabiendo que Dios, en sus designios permite tanto que el Gobierno general de la Anarquía subsista, como que un mal sea expulsado por otro, el Brâhatmah planeó la ocupación temporal de las provincias del sur de la India por Inglaterra como expresión de una prueba querida desde arriba.   Sabe que ésta tendrá fin cuando su razón de ser haya dado sus frutos; él sabe la hora precisa de la Alianza o de la liberación.  Por ello su Autoridad moderadora ha calmado siempre cualquier impaciencia imprudente, y condenado la violencia.
Desde cualquier punto del Planeta, de día como de noche, todo iniciado del Agarttha ve un inmenso Triángulo de Luz, o si se quiere, como una Pirámide de fuego que se yergue en el Espacio etéreo.  Está formada desde su base hasta la cima por la llama espiritual de las almas de los Pundits, de los Bagwandas, de los Archis, del Mahatma del Mahanga, y, por fin, del Brâhatmah. Esta visión está ante los ojos de todo iniciado, porque esta asociación sinárquica de tres ángulos es la imagen, en el propio Éter, de la Creación espiritual y del Orden trinitario. El Signo de la Alianza dado por la divinidad al Cuerpo sinárquico espiritual, formado de nuevo por Ram, hace nueve mil años, y visible hoy para todos sus iniciados, es un inmenso Anillo de Luz cósmica de colores cromáticos, que envuelve con su arco fluídico cerrado la base del tercio superior del Triángulo.  Ésta es la dimensión que alcanzan los Misterios de las santas asociaciones humanas y de la consagración de  la Divinidad. Desde Irshou, desde Çakya-Mouni, para los altos iniciados agartthianos, el Anillo de Luz cósmica que envuelve el Símbolo piramidal de su Asociación, al estar cerrado sobre sí mismo, significaba que, contra la Anarquía del Gobierno general de la Tierra, la divina Providencia oponía la Ley de los Misterios, la prohibición de entregar al exterior unos tesoros de la Ciencia que tan sólo hubieran servido para otorgar al mal una fuerza incalculable. En 1877, el Brahatmah vio con sus propios ojos lo que sigue, y después de él, un grado tras otro, todos los altos iniciados contemplaron el mismo Signo.     El Anillo cósmico se separó lentamente, como si el anillo del Planeta Saturno se entreabriera ante los telescopios de nuestros astrónomos. Se fue fraccionando sucesivamente ante los ojos del Soberano Pontífice, después ante los de sus asesores, y por fin ante los ojos de su Supremo Consejo mágico.
Estos fraccionamientos se detuvieron en el número doce, después de haber pasado por las progresiones aritmológicas y morfológicas que son los símbolos absolutos de la Generación de los Principios primeros, y de la Formación de toda Harmonía. Después de consultar con las Inteligencias celestes sobre el sentido que se había de conceder a estos signos, el supremo Colegio del Agarttha, guiado por su venerable Jefe, vio en ellos una orden directa de Dios anunciando la Abrogación progresiva de la Ley de los Misterios y el retorno de la Humanidad a la Ley trinitaria de su organización. El Zodíaco viviente formado por las doce Tribus de Israel, imagen del antiguo Iswara-El, era para Moisés el Símbolo de la Harmonía de todos los pueblos en la Ley trinitaria de su Alianza Universal. En sánscrito, Iswara-El significaba y expresa aún la idea del Gobierno general de Dios, Gobierno intelectual de la Ciencia, de la Justicia, y de la Economía. En cuanto a la sorpresa que provocará en todo espíritu europeo el Misterio del Símbolo que los Agartthianos contemplan ante sí, cederá el lugar a la reflexión si vuelven a leer con atención sus santos Testamentos. Del mismo modo, los Israelistas del Desierto veían el Sinaí en llamas, y, desde cualquier punto de su campamento, la Columna de Nube durante el día, y la Columna de Fuego durante la noche.  Del mismo modo lo veían los primeros iniciados de Cristo. También, bajo Constantino, las legiones cristianas, siervas inconscientes de una causa política, pese a todo, aún veían en su fe pura, cómo el divino Labarum iluminaba los Cielos. Del mismo modo, reunidos por la Ley sinárquica, las diversas Comuniones humanas verían, de pie sobre las nubes, rodeado por los Ángeles, los Espíritus y las Almas de los Santos, el Cuerpo Glorioso de Cristo, y detrás de la aureola solar de su cabeza, el Triángulo de fuego que lleva el Nombre sagrado de YHVE (IÊVÊ).
El hombre es una caña, la más débil de toda la naturaleza, pero es una caña que piensa, decía Pascal.  El hombre es un espíritu cosmogónico, el más poderoso del Universo; es el reflejo viviente de la Divinidad. Visible e invisible a la vez, los pies posados sobre el imperio de los demonios, y la cabeza, Cristo, por encima de todos los ángeles. Es el Verbo eterno hecho carne. Todos los grandes historiadores verifican  a posteriori  lo que la visión directa de los videntes discierne en el porvenir, y todos los sociólogos y todos los economistas completamente informados sólo repiten de distinto modo lo que la Ciencia antigua ha gritado a los cuatro vientos a través de todas sus santas voces y todos sus colegas proféticos o sibilinos, desde Zoroastro hasta David, desde Isaías hasta la Volusta.  Según afirma Saint-Yves d’Alveydre, los gobernantes o gobernados de Europa, conquistadores o conquistados de Asia, todos estáis interesados en el retorno de la Humanidad a esta ley social del Reino de Dios. Francia se dio cuenta de esto en 1789; los pensadores más generosos lo comprendieron; pero los políticos sectarios y violentos han llevado a la bancarrota esta buena voluntad, que estaba iluminada precisamente por el sentimiento de la Universalidad.  Libertad, Igualdad, Fraternidad: esta gran fórmula ramidea, abramidea, cristiana, expresada en el Telémaco  de Fenelon, era tan sabia y religiosa como social, si tan sólo se hubieran preocupado por entenderla y desarrollarla, en lugar de falsearla explotándola políticamente.   La libertad sólo puede existir en el Espacio ilimitado, y el Espacio sin límites del Espíritu humano no es otra cosa que el Espíritu de Dios. Según afirma Saint-Yves d’Alveydre,  la igualdad sólo puede existir en una misma ley de armonía, y esta ley de armonía abarca la entera constitución del cuerpo social.   La fraternidad sólo es posible en la libertad y en la igualdad comprendidas ambas de este modo. Pero todo esto es justo lo contrario de la Anarquía de los gobiernos políticos y de la egoísta brutalidad que presiden. ¡Acaso no es una locura y una pesadilla infernal este renovado sistema de violencia semejante al de los Nemrod de Babilonia, esta Anarquía armada del Gobierno general de Europa, este ruidoso estar en pie de guerra, el sufrimiento y la inestabilidad de todas las naciones, la impotencia de los cultos judeo-cristianos, siervos de esta política, y, finalmente, el sordo fragor y el tronar ensordecedor de las revoluciones que todas estas causas siembran por todas partes!  
El Agarttha forma lo que Moisés llamaba el Consejo de los Ciclos anteriores, lo que San Pablo llama la Iglesia de los Protogonos, y esto basta para que sea digna de respeto. El propio Moisés exhortaba a sus iniciados a escuchar las enseñanzas de este Consejo, y Jethro era uno de los Pontífices que permaneció fiel a su Tradición científica.  Por fin, incluso en el texto hebreo del Nuevo Testamento, encontramos el nombre de Agarttha encabezando cada una de las epístolas, sin hablar de muchos otros pasajes, ni levantar más de lo necesario el velo de la alianza de la Antigua Iswara-El con el Israel moiseaqueo, o el de la primera iniciación cristiana con el templo universitario de la Paradesa. Estos sabios agartthianos no sólo han acumulado los innumerables tesoros de sus observaciones y de sus experiencias en los dos órdenes de conocimientos divinos y cosmogónicos; también lo han hecho en los dos órdenes de las ciencias humanas y naturales. En el siglo XIX, estos sabios, con la Tradición sagrada en la mano, han realizado los trabajos geológicos más considerables de esta época, para verificar en el Planeta los límites del último diluvio y el posible punto de partida para su renovación dentro de unos trece o catorce siglos. Algún día se escribirá la Historia de estas sorprendentes exploraciones, de estos formidables trabajos de ingeniería, que desviando océanos de arena los han vertido en las entrañas de la tierra, y han buscado durante años enteros la verificación de las tradiciones sagradas. El descubrimiento de una raza humana en regresión, alada, con garras, el descubrimiento no menos extraordinario de una especie de dragón volador con rostro semi-humano, semi-simio: tal es una parte de los hechos positivos que han logrado estas expediciones colosales.
¿Por qué se esconden estos sabios, por qué no comunican a los cultos y a las universidades moiseaqueas y cristianas los innumerables e inapreciables tesoros de sus conocimientos divinos y cósmicos, humanos y naturales? Nos dice Saint-Yves d’Alveydre que la razón es que, desde hace más de cinco mil años, la experiencia les ha enseñado a cerrar sus puertas al Gobierno general de la Anarquía armada y a proteger la independencia de su territorio y la constitución sinárquica de su sociedad de todas las consecuencias sectarias de esta anarquía. Pero estas consecuencias tocan a su término final, a la vez que el movimiento redentor de los Abramidas, de Moisés y de Jesús, avanza hacia su síntesis social y cíclica. Esta santa autoridad sinárquica, con una antigüedad de cincuenta y cinco mil años, que une en sí la Ciencia y la Fe, que bendice todos los Cultos, todas las Universidades, todas las Naciones, que abraza a la Humanidad y al Cielo entero en una misma inteligencia y en un mismo amor. El Agarttha es el centro estático del que irradió la antigua Sinarquía universal del Cordero y del Camero, del que partió la Renovación de esta Ley del Reino de Dios a través de los Abramidas.

1 comentario:

  1. Artículo tremendo, ha valido la pena leerlo entero para complementar mis conocimientos superficiales acerca de Agartha y parte de la historia de la humanidad

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