El momento del tránsito
Por Mª Antonia Fernandez
Lucy se ha levantado muy temprano esta mañana. Se siente en paz y muy serena. Se sienta en su escritorio frente a la ventana abierta del jardín. La luz del amanecer se eleva por la línea del horizonte y perfila, con matices de fuego, las casas de sus vecinos. El lejano sonido de perros y gallos le llega amplificado como preludio de esperanza. Los pajarillos desde sus nidos pian inquietos demandando alimento. La vida se abre paso entre las trazas de oscuridad que se van desplazando remolonas, pero inexorables. Todo un espectáculo de luz y sonido, de brisa perfumada con olor de jazmín.
Da gracias a la vida por todos esos maravillosos regalos que le ofrece, cada día, cuando abre los ojos y deja atrás el letargo del sueño.
Tantas otras veces, en momentos de zozobra emocional y cansancio físico ha contemplado la posibilidad de terminar con todo, anhelando con nostalgia el retorno a Casa.
Lucy es muy sensible y perceptiva. Le llega, profundamente, el dolor ajeno, el sufrimiento humano, encadenado y esclavo de su propio destino. Sabe que soplan vientos de cambio. Siente que todo se está agitando y sacudiéndose el aletargamiento de siglos. Se están rasgando todos los velos para que entre la luz del amanecer e ilumine todos los rincones oscuros del ser humano. Sin duda se acerca el momento del parto, el alumbramiento es inminente. Sabe que, aunque todo esté revuelto y convulsionado, el principal cambio está operándose dentro de lo más profundo de cada ser humano, de cada semejante. Ya no siente a los demás como otros, ajenos a ella. Cuando camina entre la gente siente una vibración que la hermana con cada persona que se cruza, como si una misma energía, una misma fuente, una misma esencia uniera, con lazos invisibles, todos los corazones.
En momentos así, Lucy se siente plena y dichosa y olvida el oscuro peso siniestro de tanta noticia opresora como recibe el mundo a través de los medios de comunicación de masas.
Esa mañana se dirige al hospital. Su madre ha sido la transmisora de esa vida que agradece y está acabando sus días. Se acerca el momento de su marcha.
Al llegar a su habitación, releva a su hermana Catia y se sienta junto al lecho de su madre. Le toma la mano y, mentalmente, le transmite esa paz y serenidad que ha recibido hoy como regalos especiales y la alienta a dejar atrás la carcasa del cuerpo que tanto sufrimiento le está causando y le pide que avance, sin miedo, hacia una nueva vida en la Luz.
Entonces, siente que su madre le aprieta la mano y de su pecho brota un sonido grave y profundo, como un último aliento. Sobre ella se ha hecho visible a sus ojos una burbuja brillante y azul, cálida y acogedora como un portal de luz y, entonces, ve con los ojos de su corazón, cómo una figura liviana y etérea abandona el cuerpo de su madre y se dirige hacia esa burbuja de luz azul.
Se detiene un momento para mirarla y con un mensaje de amor dibujado en su mirada inmaterial ya, se despide de ella con un “hasta pronto” y se marcha por ese portal que se vuelve a cerrar ante sus ojos.
Lucy no tiene miedo. Su corazón, henchido de gratitud y amor verdaderos, no siente ni dolor ni tristeza. Sabe que no es el fin, sino el comienzo y sabe que su madre ha realizado el tránsito con suavidad y dulzura hacia una existencia más intensa y dichosa.
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