El año pasado Bill Gates y Carlos Slim "donaron" $ 20 millones a legisladores de México para que permitieran a Monsanto introducir semillas transgénicas a México. Sin embargo una universidad de Mèxico había desarrollado una mejor forma de alimentar al mundo con las semillas del viejo mundo, maíz que produciría hasta 13 espigas por tallo (13 mazorcas, lo normal es solo de 2 orejas). Están utilizando la tecnología de frecuencia para energizar el agua.
Después de "donar" el dinero, los legisladores aprobaron la ley para permitir que los transgénicos entraran al país, pero el juez Zaleta a bloqueo la ley por razones constitucionales. Monsanto ahora tiene que llevar a cabo pruebas para demostrar que las OGM son seguras para el medio ambiente.
Este artículo es una exclusiva de wolfstreet.
El gigante de la agroindustria estadounidense Monsanto ha estado muy acostumbrado a conseguir lo que se propone. A través de una combinación de negociaciones en secreto, financiaciones políticas opacas y la política de puerta giratoria, las multinacionales de la agroquímica y biotecnología han subvertido, corrompido e infiltrado los gobiernos electos de países de todo el mundo, desde los más pequeños y más pobres a los más grandes y más ricos.
Sin embargo, si los últimos acontecimientos en Europa y América Latina son una indicación, la tendencia puede muy bien estar sutilmente volviéndose contra los intereses de Monsanto y sus socios de los oligopolios de los OGM y en favor de los productores de alimentos independientes y de los consumidores. A pesar de sus incansables esfuerzos de cabildeo en Bruselas, los "Big Six" (Monsanto, Du Pont Pioneer, Syngenta, Vilmorin, Winfield y KWS) continúan encontrándose con una muralla de resistencia en muchos de los mercados más grandes de Europa, entre ellos Alemania y Francia. Como informé en abril de este año, la resistencia popular va en aumento en toda América Latina en donde las comunidades indígenas y campesinas se están levantando contra las legislaciones de los gobiernos que aplicarían brutalmente, rígidas leyes de derechos de propiedad intelectual a las semillas de cultivos que ellos producen.
Al defender su decisión, Zaleta citó los riesgos potenciales para el medio ambiente derivados del maíz transgénico. Si la industria de la biotecnología se sale con la suya, según él, más de 7000 años de cultivo del maíz indígena en México estarían en peligro, con 60 variedades de maíz del país directamente amenazadas por la polinización cruzada de filamentos transgénicos. La respuesta de Monsanto fue tan rápida como brutal: no sólo apeló el fallo de Zaleta -sus lacayos en el gobierno mexicano también lo hicieron-, sino que también exigió su remoción del caso con el argumento de que ya había manifestado su opinión sobre el litigio antes de la sentencia.
Sin embargo, las tácticas intimidatorias de Monsanto no lograron impresionar a los jueces mexicanos. El 15 de agosto de 2014, el tribunal se reunió para revisar la supuesta parcialidad del fallo de Zaleta en contra de la demanda legal de la corporación estadounidense. También los tribunales mexicanos desestimaron al tercer mayor fabricante del mundo de semillas OGM, Syngenta, cuya nueva aplicación para una licencia para ejecutar ensayos de prueba de sus cultivos de maíz fue rechazada esta semana por el Tribunal Federal.
La Resistencia aumenta
La resistencia a los OGM se ha estado gestando en México desde hace varios años. La cosecha de maíz del país es mucho más que un mero elemento básico; durante miles de años ha desempeñado un papel vital en la cultura y la economía del país, y una amplia coalición de científicos y organizaciones civiles está determinada a salvaguardar su diversidad y la propiedad común.
Las dolorosas lecciones del pasado sirven como una severa advertencia de lo que podría suceder si los gigantes del agronegocio se salen con la suya. En 1994, la firma del TLC con los EE.UU y Canadá expuso a los agricultores minifundistas del país a la competencia de los gigantes estadounidenses como Cargill y Corn Products International -todos bajo los auspicios, por supuesto, del “libre comercio”. En poco tiempo millones de campesinos fueron obligados a dejar sus tierras y empujados a una existencia precaria en los márgenes de las ciudades en México y los EE.UU.
En caso de que los gigantes de la biotecnología como Monsanto y Syngenta ganen la actual batalla contra el Poder Judicial de México, las consecuencias serían aún más devastadoras, como advirtió el galardonado profesor de Neurobiología Celular David R. Schubert en una carta en el 2013 al presidente de México, Enrique Peña Nieto:
La introducción de maíz transgénico en México significaría un gran riesgo ambiental ya que la planta es originaria del país. Las variedades transgénicas disminuirían drásticamente la diversidad de los cultivos de México y del mundo en general.
El maíz genéticamente modificado haría mucho más caro el proceso de producción de cultivos. La compra de las mismas semillas de cultivos año tras año -como ya sucede en los EE.UU y en muchos sectores agrícolas en los países del sur global (Brasil, Argentina, Uruguay y la India)- aumentaría los costos en toda la cadena alimenticia mexicana, llevando a la quiebra a millones de pequeños agricultores.
El maíz transgénico también aumentará la dependencia social y política de México en los oligopolios. Una vez que las corporaciones transnacionales dominan el mercado de las semillas de un cultivo en particular (como ha ocurrido con la soja y está sucediendo rápidamente con el maíz), continuarán introduciendo las semillas transgénicas para otros cultivos y aumentando su poder sobre el sector agrícola de México. Como advirtió Schubert, esto ya ha ocurrido en los Estados Unidos, “donde las compañías de semillas son una de las principales fuentes de captación de recursos para los dos principales partidos políticos y han puesto a su propia gente en altos cargos de poder para dictar la política agrícola nacional e internacional”.
El maíz transgénico Bt que produce una proteína de origen bacteriano y es resistente a los herbicidas, y los productos químicos requeridos para su cultivo, representan un peligro grave para la salud de quienes lo consumen -sobre todo en la escala a la que se consume en México.
Lo más importante, una vez que se plantan las semillas transgénicas, ya no hay vuelta atrás. Las variedades nativas del país, que son el resultado de miles de años de cuidadosa selección y mejora genética, serán irreversiblemente contaminadas -incluso si las semillas transgénicas son introducidas en una modesta escala.
Una guerra por la supervivencia
Gracias a la rara intervención de un juez valiente, el movimiento civil para proteger la diversidad de cultivos y la propiedad común de semillas de México ha asestado un golpe significativo a los intereses de algunas de las empresas transnacionales más grandes y poderosas del mundo. Pero si la historia nos ha enseñado algo, es que es improbable que compañías de la calaña de Monsanto, Dupont y Syngenta se queden de brazos cruzados y dejen que unos fastidiosos jueces mexicanos frustren sus planes para la dominación de espectro completo de la oferta mundial de alimentos.
Como advierte Silvia Ribeiro, investigadora del Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (Grupo ETC), nunca antes en la larga historia de la agricultura y la alimentación humana hemos enfrentado tan apremiante concentración del poder y la propiedad de la industria global de semillas, el eslabón primario de la cadena alimentaria global. En el año 2014, sólo seis compañías de EE.UU y Europa -Monsanto, Dupont, Syngenta, Dow, Bayer y Basf- controlan el 100 por ciento de las semillas transgénicas plantadas en el mundo. Todas ellas eran originalmente fabricantes de productos químicos.
No siempre fue así. De hecho, tal concentración de la industria de las semillas es un fenómeno completamente nuevo. Hace treinta y cinco años, había miles de productores de semillas y ni uno solo de ellos tenían el control de más del uno por ciento del mercado global. Quince años más tarde, las diez principales compañías habían capturado el 30 por ciento del mercado, sin embargo, Monsanto no estaba entre ellas.
Hoy en día solamente Monsanto, después de haber adquirido una enorme cartera de compañías de semillas como Agroceres, Asgrow, Cristiani Burkard, Dekalb, Delta & Pine y la división de semillas de Cargill North America, controla el 26 por ciento de todo el mercado mundial de todas las semillas, no sólo OMG. Monsanto, el segundo clasificado, Dupont, y el tercer clasificado, Syngenta tienen el control combinado del 53 por ciento del mercado.
Tal concentración de la propiedad le ha concedido a un puñado de corporaciones occidentales y a los gobiernos con las que están inseparablemente entrelazadas gran control sobre uno de los recursos primarios del mundo, los alimentos. Y aunque estas empresas controlan casi todas las semillas comerciales, ya sea genéticamente modificadas o no, prefieren vender los OGM a pesar de que 16 años de estadísticas oficiales de Estados Unidos han demostrado que son menos productivos, mucho más caros y no son resistentes a todas las plagas o enfermedades (como afirman los gigantes de los OGM). Las dos razones principales de su preferencia por los transgénicos son: a) que utilizan muchos más agroquímicos, una industria en la que las mismas empresas tienen una participación que les da control; y b) al patentar las semillas transgénicas, las compañías pueden garantizar que los agricultores tendrán que volver por más, año tras año, década tras década.
En pocas palabras, es una dependencia impuesta a una escala nunca antes imaginada. Como habría dicho el señor de las tinieblas de la geopolítica de Estados Unidos, Henry Kissinger, “controla el petróleo y controlarás a las naciones; controla los alimentos y controlarás a la gente”. Afortunadamente, en países como México, Colombia, Chile, Francia, Alemania, el Reino Unido y la India, la resistencia va en aumento y difundiéndose. Si va a ser suficiente para atajar una de las mayores amenazas a la libertad humana, la salud y el medio ambiente, sólo el tiempo lo dirá.
Don Quijones es un escritor independiente, traductor en Barcelona, España, comenta la actualidad en México. Raging Bull-Shit es su modesto intento de desafiar las ilusiones y quitar frotando las espumas de jabón suave que promueven los líderes políticos y empresariales y sus principales y leales medios de comunicación. Este artículo es una exclusiva de wolfstreet.
Fuente: wolfstreet.com
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Extranotix.
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