Ibn el-Arabi de
España instruía a sus discípulos empleando esta antiquísima máxima:
Hay tres formas de
conocimiento. La primera es el conocimiento
intelectual, el que, en verdad, es sólo información
y recopilación de hechos, y su utilización para acceder a otros conceptos intelectuales. Esto es intelectualismo.
La segunda es el
conocimiento de los estados, que incluyen tanto los emocionales como los extraños al ser, en los que el
hombre cree percibir un algo supremo
pero de lo que no puede servirse. Esto es emocionalismo.
La forma tercera es
el conocimiento genuino, esto es, el Conocimiento de la Realidad. Por medio de
esta forma
de conocimiento, el hombre puede percibir lo
correcto y verdadero, más allá de los límites
del pensamiento y de los sentidos.
Los académicos y científicos se concentran en la primera forma de conocimiento. Los
emocionalistas e investigadores utilizan la segunda. Otros emplean la combinación de ambas, o cualquiera de las dos alternadamente.
Pero quienes arriban a la verdad son los
que saben la manera de conectarse con la
realidad que yace más allá de las dos
primeras formas de conocimiento. Estos son
los verdaderos Sufis, los Derviches que han Logrado.
Ibn Arabi, el hijo del instante
أبو بكر محمد بن علي ابن عربي الحطمي
Hace
cerca de mil años, un poeta sufí decía de su doctrina que era un sabor,
porque su objeto y su fin podrían definirse como una sabiduría directa
de...
verdades trascendentes, más comparable con las experiencias de los
sentidos que con el conocimiento que procede de la mente.
¿Dónde está la sabiduría que perdimos con el conocimiento?
¡Oh boca sonriente, cuya humedad adoro!
¡Saliva cuya miel he probado!
¡Luna revelada, con las mejillas cubiertas
del rojo atardecer!
Aquí
vale una pequeña definición de algo que, como todo lo que atañe al
Islam, permanece ignorado por la inmensa mayoría, especialmente la
globalizada, sepultada bajo el oscuro manto de la desinformación, esa
desinformación que vuelve ominoso lo que solo es distinto y que molesta
como piedra en el zapato de una “conciencia” occidental hecha a la
medida de intereses que, esperamos llevada por la arrogancia
enmascarando la codicia, poco a poco se va haciendo evidente en la
adormecida conciencia colectiva
Más
que una doctrina, el sufismo es un puente (puente entre Oriente y
Occidente), un camino, una manera de buscar, un arte de llamar. "Buscad y
encontraréis, llamad y se os abrirá."
Al modo sufí, diríamos que la poesía es un sabor.
Antes de que el mundo existiera, viña, racimo o uva,
nuestra alma estaba embriagada de vino inmortal.
Ibn al Farid
El
sufismo y los debates averroístas fomentaron en Ibn Arabí niño un
espíritu tolerante como el que caracterizó a Al-Andalus hasta el siglo
XII y que se vio truncado durante la infancia del futuro "jeque de los
sufíes" por la invasión almohade y posterior ocupación de Murcia por las
huestes de este movimiento integrista religioso-militar procedentes del
Magreb. Los enemigos de la paz que asoman su fea cabeza cuando la luz del conocimiento florece…
Los
recuerdos de adolescencia de nuestro personaje parecen haber estado
especialmente marcados por dos amistades femeninas, una doble amistad
filial por dos venerables mujeres sufíes, dos maestras que le iniciarán
por el sendero de la intimidad con Allah: Yasmina de Marchena y Fátima
de Córdoba. El retrato que nos hace de ambas es una colorida estampa de
la época y nos permite conocer la riqueza y variedad intelectual de un
Al-Andalus inquieto y sin prejuicios.
Particularmente con esta última, sus relaciones se ven rodeadas de un aura extraordinaria. Esta venerable shaykha, a pesar de su avanzada edad, era todavía de una belleza y una gracia tal que se la habría tomado por una joven de catorce años y el joven Ibn Arabí no podía evitar enrojecer cuando miraba de frente su rostro.
Desnuda de sus velos,
sería tormento y por ello es esquiva.
ramo de duna en un jardín plantado
lo contemplo sin pausa, con temor reverente
Durante
su adolescencia, Ibn Arabí cae gravemente enfermo al punto de sumirse
en la inconciencia. Se teme por su vida, mientras él, en su universo
interior, se ve asediado por los íncubos amenazadores propios de la
fiebre que lo acosa, figuras de aspecto infernal danzando a su alrededor
(curiosa simetría con Borges). De lo más profundo del terror, surge un
ser de belleza maravillosa, suavemente perfumado, que repele con fuerza
invencible a las figuras demoníacas.
“¿Quién eres?”
le
pregunta Ibn’Arabî. “Soy la sura Yasîn.” Su desdichado padre,
angustiado junto a su lecho, recitaba en aquel momento esa sura (la 36
del Corán) que se salmodia especialmente para los agonizantes. Sería de
las primeras veces que Ibn’Arabî penetrara en el ‘âlam-al-mithâl, el
mundo de las imágenes reales y subsistentes, ese mundo en el que nos
sumergimos creyendo que esas figuras son subjetivamente reales, cuando
lo que queremos decir es que son imaginariamente reales.
El ansia de saber condujo a Ibn Arabi a una prolongada vida peregrina a lo largo y a lo ancho de
al-Andalus
primero y, aprovechando una holgada situación, tanto espiritual como
económica, recorrió el mundo mediterráneo siempre buscando la verdad.
¡Oh, Dios! Sea cual fuere la parte
de este mundo que me hayas asignado,
concédesela a tus enemigos; y sea
cual fuere la parte
del otro mundo que me hayas asignado,
concédesela a tus amigos. Tú ya eres
bastante para mí.
El
pensamiento filosófico de Ibn Arabi es una suma de corrientes
neoplatónicas y las tradiciones místicas andalusíes. La labor literaria
de Ibn Arabi es vastísima, comprendiendo más de 400 manuscritos. Su
Risalat al-Quds, "Tratado de la santidad", es una de las grandes
colecciones hagiográficas del mundo musulmán que encierra un valor
histórico excepcional para quien desee conocer la vida espiritual del
Islam en los tiempos del filósofo y místico murciano.
En
1.201, peregrina por primera vez a Meca. Tiene treinta y seis años. Su
primera estancia en la ciudad le va a comportar una experiencia tan
profunda que va a ser la base de toda su dialéctica del amor. Se enamora
de la hija de un reputado shayj
de Meca La muchacha conjugaba el doble don de extraordinaria belleza y
una sabiduría turbadora, y le inspiraría una de sus obras maestras,
“Turyumán al - Ashwaq”, “El intérprete de los Deseos”, que después él
mismo comentará en clave sufí.
Mi corazón se ha vuelto capaz de acoger todas las formas,
es pradera para las gacelas, monasterio para monjes.
Templo para ídolos y Kaaba del peregrino,
Tablas de la Toráh y Libro de El Corán.
La religión que profeso es la del Amor y sea cual sea el rumbo que tome,
su montura, el Amor es mi religión y mi fe.
Después
de haber permanecido durante dos años en La Meca, visitó Anatolia, a
Jerusalén y a El Cairo, otra vez La Meca, Anatolia, Bagdad, y retornando
a Anatolia. Luego se trasladó a Damasco, donde en 1229 compuso «Los
engarces de la sabiduría» (Fusús al-Híkam)
Creéis que sé lo que hago,
que por un segundo, o incluso medio segundo,
sé qué versos saldrán de mi boca?
No soy más que una pluma en manos de un escritor,
¡no más que una pelota lanzada por un mazo de polo!
El
contacto con la familia del shayj y de los círculos sufíes, procuran a
Ibn Arabí una paz íntima que será el resorte de una extraordinaria
productividad. Simultáneamente, su vida interior se intensifica: las
circumbalaciones alrededor de la Kaaba, interiorizada como centro
cósmico, lo transporta alimentado su esfuerzo y sus percepciones.
La
existencia para él es imaginación dentro de la imaginación. Así, es
posible afirmar que el único modo de comunicar lo inefable es,
precisamente, mediante el lenguaje poético
Si Satán hubiera contemplado en Adán
el fulgor de su rostro, no se hubiera rebelado
Si Hermes hubiera interpretado las lineas
que la belleza escribió en tu rostro
no hubiera escrito nada.
No pensaría en el suyo, ni en palacios.
No
se puede hablar de sufismo sin, al menos, mencionar a Ibn Rushd
(Averroes), el gran pensador de Córdoba. Precisamente es a la muerte de
este último cuando el pensamiento Islámico va a alcanzar altísimas cotas
en Ibn al-Arabí, que deja detrás una rica escuela que aún perdura.
"No hay más realidad que la realidad",
afirma este arte sagrado en su doctrina de geométrica simpleza. Todas
las cosas formadas por las fuerzas del universo tienen una forma y un
contenido divinos: perplejidad metafísica. Agotar la realidad, darle un
ritmo -aquí y ahora- a esta geometría divina, es la propuesta de estos
místicos heterodoxos (de raíces platónicas - neoplatónicas-, gnósticas y
zoroastrianas), de allí que se defina al sufí como el hijo del tiempo
presente o el hijo del instante.
Y aquí toca el turno a otros dos grandes poetas sufíes:
Evocando con vino al amado,Deja ya tu egoísmo; no temas la pobreza.
bebimos hasta embriagarnos, No persigas el oro. Y bebe, que una vida
cuando aún la viña estaba por crear tan llena de pesares, hay que pasarla todaIbn al Farid en un sueño profundo o embriagado de vino.
Omar Khayyam
La
metáfora de la embriaguez habla de ese viaje del alma desde la
dispersión y el pesar hasta el conocimiento real (divino), la promesa de
ebriedad más allá de la apariencia efímera.
Y
es solo cuando se sabe que el sufismo, como la poesía, trasciende las
cadenas de la religión hacia una esencial forma de contemplación
-mística salvaje- más allá de cualquier ideología. El asombro ante la
contemplación de la realidad lleva al poeta a divinizarla, a volverla
sagrada. El poeta sufí no pretende tan sólo utilizar el lenguaje sino
fundirse en comunión con él.
Transforma tu cuerpo entero
en visión, hazte mirada. Rûmi
El
sentido final del sufismo es la santidad, pero una santidad creada,
particular, individual, nunca externa, nunca autocomplaciente.
La doctrina de la nada
Citas
que sugieren otros soles, otros entornos, otras maneras de vivir,
ignorados por quienes las elaboraron, universales y vigentes por la
misma razón.
A
semejanza del taoísmo y del Zen, el pájaro sufí establece una relación
tácita entre revelación mística e inspiración poética y provee la
metafísica necesaria para su comprensión. El encanto de un HAIKU japonés universalizando el árido paisaje del desierto:
Quien no ve la mano que realiza la escritura,
supone que el resultado procede del movimiento de la pluma.
Rûmi
Particularmente representativa de esta tradición primordial es la frase del profeta: "El perfume y las mujeres se me han hecho queridos y el frescor ha venido a mis ojos en la oración". La mística erótica también tiene cabida en este arte hierático. Y el sufismo se humaniza: es música, es sonrisa, es alegría de vivir y, por sobre todo, tolerancia:
Su Torá es la tabla de sus piernas en su esplendor,
que yo sigo y estudio como si fuera Moisés.
Ibn al Farid
Como
para que no quepan dudas del gen semita que anima y comparten esas dos
naciones, unidas por el monoteísmo, separadas por brechas ominosas y
antojadizas ensanchándose inexorables bajo la malevolencia de un grupo
intransigente y manipulador.
No hay bondad en un amor si la razón lo gobierna.
La respuesta no está en los muros vergonzantes, los misiles inteligentes ni en las bombas de fósforo…
Adoración
del amor, instinto de posesión del cuerpo, anhelo de fusión del ser en
el otro. En la lectura erótica sufí hay que presuponer y diferenciar
tres clases de amor que, como tres modos de ser, se manifiestan en la
criatura:
La doctrina de Ibn Arabí abunda en el carácter absoluto de Dios como unidad suprema.
Nada existe sino Allâh. Nada hay fuera de él.
Nada existe sino su esencia y voluntad.
Pues cuanto hay en existencia es Allâh
y cuanto en apariencia, criatura.
Este
estado privilegiado sólo logra ser abarcado por el instante poético
“intuición del instante”, momento que se hace físico a través de la
danza en la Orden de los Derviches Giróvagos.
¡Camellero!, no tengas prisa en llevarla y espera,
ya estoy lastimado de seguir sus huellas.
Detén las monturas, sujeta sus riendas.
¡Por Allâh, por mi pasión y mi dolor!
¡Camellero!
Mi alma está dispuesta, pero mis pies no me llevan.
¡Quién me ofreciera piedad y ayuda!
Dejar
el corazón vacío, cortar los vínculos con el mundo, es el método de
ascesis de los sufíes, sean cuales sean sus grados o formas y está
resumido en la palabra árabe fanâ, que se puede traducir como "aniquilamiento". "Si quieres ser sincero, muere",
dice Ibn al Farid. Aniquilar el ego (el ídolo de todo hombre es su
ego). "Que tu aniquilamiento sea tal, que no tengas ya que negar ni
afirmar". La vía mística es el vacío, pero no el vacío absurdo, sino el
vacío pleno. Se vacía de sí mismo (kenosis) y se deja invadir por la
divinidad. Este ir más allá sobrepasa la razón hasta llegar a la
ebriedad. Es el vino del que hablara Omar Khayyam en sus Robaiyyat.
No hay lugar digno en el mundo para quien vive sobrio,
pues el saber se le escapa a quien ebrio no muere.
Ibn al Farid
Aquí pobreza, vacío, nada, locura, ebriedad no son más que el contenido del éxtasis.
A
pesar de sus esfuerzos por mantenerse dentro de la ortodoxia islámica,
admitió la equivalencia de todas las creencias religiosas, en cuya
variedad de rituales y leyes veía formalizaciones singulares destinadas a
verbalizar el fervor religioso que habita en los hombres.
Los deseos cumplidos en Miná...
En La'la' me enamoré...
Disparó contra Rama, retozó en Saba...
La
figura de Ibn Arabí supera las fronteras geográficas e históricas,
culturales o religiosas, y se extiende a todo aquel que quiera y pueda
comprender que "Dios no oculta nada al humano que comprenda que es Uno
con Dios".
Desde
Sevilla los viajes a Córdoba eran frecuentes y así relata Ibn Arabí su
fugaz pero trascendental encuentro con quien fuera uno de los mayores
filósofos del Medioevo junto a Santo Tomás de Aquino:
"Pasé una jornada en Córdoba, en casa de Abú al-Walid ibn Rushd (Averroes), quien anteriormente había expresado su deseo de conocerme personalmente. En
aquella época yo era todavía un joven imberbe. Al entrar en su casa, el
filósofo se levantó para acogerme con grandes signos de amistad y
afecto y me besó. Después me dijo: '¿Sí?', y yo le respondí: 'Sí'.
Mostró alegría al ver que le comprendí. Al observar el motivo de su
júbilo, le dije: 'No'. Entonces Ibn Rushd se sorprendió, palideció y
diríase que dudaba de sí mismo. Seguidamente me hizo la siguiente
pregunta: '¿Qué respuesta has encontrado a las cuestiones de la
Revelación y de la gracia divina?, ¿coincide tu respuesta con la que se
nos da en el pensamiento especulativo?'. Y yo le contesté: 'Sí-No', 'Y
entre el Sí y el No los espíritus vuelan más allá de la materia y las
cabezas se separan de los cuerpos'. Al escuchar esto, Ibn Rushd
palideció e incluso tembló y escuché sus labios murmurar:
Muchos
estudiosos de Ibn Arabí han considerado estas proclamas de admiración
por los adversarios ideológicos o religiosos como una prueba de que el
gran maestro del sufismo había superado los límites marcados por la
religión islámica. Nada más lejos de la realidad. De lo que no cabe duda
es que Ibn Arabí fue un musulmán piadoso, pero al mismo tiempo un
destacado exponente de la cultura andalusí, que como hemos dicho, se
caracterizó por la tolerancia, el respeto mutuo y las polémicas
amistosas entre distintas corrientes de pensamiento.
De
repente en mi hombro sentí un golpe dado por una mano más suave que la
seda, yo me volví y me encontré ante una doncella griega con el rostro
más bello, el hablar más dulce y cortés, de sentido más delicado, de
alusiones más finas, de conversación más elegante que yo jamás hubiera
visto. Sin duda alguna sobrepasaba a todas las gentes de su tiempo en
elegancia, belleza y conocimientos. Ella me preguntó: Señor, ¿cómo era
lo que dijiste? A lo que yo contesté:
Yo quisiera saber si comprenden
qué corazón han poseído.
Ibn
Arabí viajó hasta Konya, la actual capital del sufismo turco-iranio, y
que allí trabó contacto con los fundadores de las cofradías motoras del
monacato derviche, que guardaban bastante similitud con el sufismo
colectivo practicado en Al-Andalus por aquella época. Por todo esto, hay
biógrafos.
PROFECÍAS ACERTADAS
En
la primera década del siglo XIII Ibn Arabí ya había alcanzado la fama
de Qutb que sus maestros le habían pronosticado. En aquellos años viajó
mucho por el Magreb, Egipto, Arabia, Siria, Irak, Anatolia y Al-Andalus.
En Al-Andalus visitó con frecuencia Granada y Almería, donde se
practicaba el sufismo colectivo y la retirada física al desierto. Quizá
fue en uno de esos retiros en contacto con las escuelas-oasis
almerienses donde se inspiró el místico murciano para escribir Viaje al
Señor del Poder, su obra cumbre que puede considerarse también un manual
de canalización, en términos contemporáneos. En ella Ibn Arabí explica
cómo evitar visiones y alucinaciones, presencias de entidades no
deseadas y cómo alcanzar finalmente la Unidad.
Algunos
de sus biógrafos dicen que murió víctima de las torturas por oponerse a
los excesos de la alta sociedad de Damasco, una ciudad enriquecida por
el dinero fácil del negocio de las caravanas. Ibn Arabí subió al monte
Qasiyun, a las afueras de la capital Siria, y dirigiéndose a la multitud
les dijo: "¡Oh, hombres de Damasco! El dios que adoráis está bajo mis pies".
Entonces la gente se abalanzó sobre él. Le encarcelaron por blasfemo y
sólo la intervención de alfaquíes amigos suyos le salvó de la muerte,
pero no de un martirio prolongado que le llevó a la tumba poco después.
Fue enterrado en el monte Qasiyun de la discordia. La alta sociedad de
Damasco le odiaba tanto que destruyó su tumba.
Cuando el noveno sultán otomano, Selim II, conquistó Damasco en 1516 alguien le recordó esta profecía y la interpretó como que el día que Selim se encuentre con Damasco se encontrará la tumba del gran Ibn Arabí.
Y entonces el sultán turco organizó una expedición de arqueólogos y
teólogos que buscaron el enterramiento hasta que lo hallaron. Sin
embargo, siguieron excavando bajo los restos de Ibn Arabí y encontraron
un tesoro de monedas de oro que reveló lo que quiso decir en vida cuando
sentenció: "El dios que adoráis está bajo mis pies".
Selim
II destinó aquel tesoro a pagar la construcción de un santuario y una
mezquita en el lugar de la tumba, y ambas, todavía hoy día, pueden
visitarse en el enclave de Salihiyya, en la moderna Damasco.
Mi corazón abarca todas las formas,
contiene un prado para las gacelas
y un monasterio para los monjes cristianos.
Hay un templo para los idólatras
y un santuario para los peregrinos;
en él está la tabla de la Tora
y el Libro del Corán.
Yo sigo la religión del Amor
y voy por cualquier camino
por donde me lleve Su camello.
Ésta es la verdadera fe;
ésta es la verdadera religión.¿Creéis que sé lo que hago,
que por un segundo, o incluso medio segundo,
sé qué versos saldrán de mi boca?
No soy más que una pluma en manos de un escritor,
¡no más que una pelota lanzada por un mazo de polo!
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