Esta es la historia de Joe, en la que Milton Erickson comprendió que había otros caminos para lograr la curación de las personas y que en última instancia todo depende de uno mismo:
Había una vez un niño, llamado Joe, que a los doce años fue expulsado de la escuela por su vandalismo, su comportamiento incorregible y la brutalidad hacia otros niños. Joe también había intentado quemar la casa y el granero de su padre y había ahorcado a todos los animales de su granja.
Sus padres le llevaron al Tribunal de Menores y fue encerrado en un reformatorio. A los quince años, Joe fue puesto en libertad condicional, y en su viaje de regreso a casa, cometió algunos latrocinios y regresó al reformatorio, donde permaneció hasta que cumplió veintiún años. Los informes oficiales afirmaban que era extremamente violento y que la mayor parte del tiempo permanecía en celdas de castigo.
A los veintiún años, fue liberado con un traje y diez dólares, y se encaminó a Milwaukee. Pronto fue detenido por robo y enviado al Reformatorio de jóvenes de Green Bay. De nuevo, los informes oficiales muestran que era agresivo y violento y que era mantenido en solitario.
Los vigilantes le tenían tanto miedo que cuando se le permitía ir al campo de ejercicios, le acompañaban dos guardias.
Una vez liberado, fue a la ciudad de Green Bay y cometió más robos. La policía le detuvo y fue condenado a varios años que debía cumplir en una prisión del Estado.
Los informes oficiales de la cárcel muestran que Joe pegaba a los otros presos y que pasaba la mayor parte del tiempo en una celda de castigo. La celda de castigo tenía dos metros por dos, estaba insonorizada y carecía de luz. La gruesa y pesada puerta de madera tenía una pequeña ranura en la parte de abajo, a través de la cual, una vez al día, normalmente a la una o a las dos del mediodía, se deslizaba una bandeja con comida. Completó todos los días de su sentencia, fue liberado, llegó a la ciudad y cometió más robos. Fue nuevamente detenido y sentenciado a una segunda condena en la prisión del Estado. Pasó cada día de su condena, o bien en solitario, o en la oscuridad y el silencio de la celda de castigo.
Tras su liberación volvió a un pueblo, en Wisconsin. Milton Erickson vivía en los alrededores y tenía por aquel entonces diez años. Joe había estado en los alrededores durante cuatro días, Milton fue enviado a la ciudad para un recado.
Encontró a algunos de sus compañeros de clase, que le dijeron “¡Joe ha vuelto!” Erickson toma la historia a partir de ahí. Afirma que tenía la sospecha de que Joe ya había robado algunos bienes. Continúa:
Dio la casualidad de que había un granjero a unas tres millas del pueblo. Era un granjero que tenía una empresa agrícola de ciento veinte hectáreas. Era un hombre muy rico, poseía hermosos edificios, y para lograr trabajar ciento veinte hectáreas era necesario la ayuda de un empleado…y de su hija Susie, puesto que medía casi un metro ochenta, y era capaz de trabajar como cualquier hombre de la comunidad. Podía amontonar el heno, arar los campos, ayudar con la matanza…podía hacer cualquier tarea. Toda la...
comunidad se sentía mal con Susie, puesto que aunque era una chica bien parecida, de la que todos sabían de su manera hacendosa de llevar la casa, de su habilidad para hacer ropa y de su buena cocina, Susie era una “vieja solterona” de veintitrés años. Esto no podía ser. Todo el mundo pensaba que Susie era demasiado difícil de contentar.
Aquel día concreto en que fui al pueblo a por un recado, el ayudante del padre de Susie había abandonado la granja a causa de la muerte de un familiar y había informado de que ya no volvería. El padre de Susie la envió al pueblo a hacer un encargo. Susie llegó, ató su caballo con la calesa y empezó a caminar calle abajo. Joe se puso delante bloqueando su camino y empezó a mirarla de arriba a abajo descaradamente, en silencio… y Susie con igual aplomo le miraba de arriba a abajo con igual descaro. Finalmente, Joe dijo: “¿Puedo llevarte a bailar el viernes?”
En aquella época, los viernes por la noche siempre había un baile de fin de semana en el pueblo para todos los jóvenes. Susie tenía muchas peticiones para esos bailes, así que cada fin de semana entraba y participaba en el baile. Cuando Joe le preguntó: “¿Puedo llevarte a bailar el viernes?”, Susie respondió fríamente: “Puedes, si eres un caballero.” Joe se apartó de su camino.
Ella hizo su encargo y regresó a su casa. A la mañana siguiente, los comerciantes encontraron encantados cajas de mercancía robada al frente de sus puertas… y se vio a Joe caminando por la autopista hacia la granja del padre de Susie. Pronto corrió la voz de que le había pedido el trabajo de empleado y de que había sido contratado.
También de que ganaba un magnífico salario de quince dólares al mes. Se le permitía comer en la cocina con la familia. El padre de Susie dijo: “Bueno, arreglaré una habitación para ti en el granero”.
En Wisconsin, cuando las temperaturas alcanzan los treinta y cinco grados bajo cero, realmente se necesita una habitación bien aislada en el granero. Joe llegó a ser el mejor empleado a sueldo que la comunidad hubiera visto jamás. Trabajaba desde el amanecer hasta pasada la puesta de sol, siete días por semana. Joe medía un metro noventa, tenía un buen cuerpo, y por supuesto siempre iba al pueblo los viernes por la noche para asistir al baile. Susie entró para asistir al baile y, ante la ira de todos los demás jóvenes, bailó con Joe durante toda la velada. La estatura de Joe les impedía reprocharle su acaparamiento de Susie. En un año la comunidad chismorreaba porque se veía a Susie y a Joe salir los sábados por la tarde a dar una vuelta, o “calentarse”, tal como se decía. Y al día siguiente, el domingo, aumentaban los chismes cuando acudían juntos a la iglesia. Durante los meses sucesivos, Joe y Susie fueron a dar una vuelta cada sábado por la tarde y a la iglesia cada domingo. Poco después, se casaron. Joe se trasladó entonces a vivir a la casa, dejando el granero. Continuaba siendo el mejor empleado imaginable, así que Joe y su suegro, con algo de ayuda de Susie, llevaban la granja.
Joe era tan buen trabajador que cuando un vecino se ponía enfermo, era el primero en aparecer para realizar sus labores. Pronto se olvidó su pasado de ex recluso…
Más adelante, los padres de Susie murieron y Susie heredó la granja. Joe y Susie no tenían hijos, pero Joe no tuvo problemas en contratar empleados. Fue al reformatorio del Estado a buscar jóvenes y preguntó por algún joven prometedor que ya hubiera cumplido su condena. El reformatorio era para delincuentes que habían delinquido por primera vez. Algunos duraron un día; otros, una semana o un mes; y algunos llegaron a estar varios meses.
Pero, mientras que trabajasen, Joe los conservaba y les trataba bien. Así, ayudó a rehabilitar a bastantes antiguos reclusos. Cuando obtuve mi puesto de psicólogo en el Estado de Wisconsin para examinar a todos los condenados de las instituciones penitenciarias, Joe se alegró mucho por mí.
Joe dijo al doctor Erickson que comprobase sus informes para que viese la increíble transformación que había tenido lugar en su vida. Erickson comprobó los informes de Joe y se encontró con el perfil de un aparente e incorregible criminal crónico habitual. ¿Qué había sucedido para que cambiase?
Erickson comenta:
Toda la ayuda psicoterapéutica que Joe recibió fue: “Puedes, si eres un caballero”. No necesitó hacer psicoanálisis durante varios años. No necesitó la psicoterapia indirecta de Carl Rogers, no necesitó cinco años de terapia Gestalt, todo lo que necesitó fue una simple afirmación… “puedes, si eres un caballero”.La psicoterapia tiene que suceder dentro del paciente, todo tiene que ser hecho por el paciente, y éste ha de tener una motivación. Y así, cuando me interesé por la psiquiatría, la historia de Joe tuvo una poderosa influencia sobre mí.
La historia de Joe me habla del misterio del amor. Nuestro amor por otra persona puede sanar nuestras vidas rotas. El amor de Joe lo hizo. Y nadie sabe exactamente cómo o por qué.
Pascal decía: “El corazón tiene razones que la razón no comprende”. Cuando amamos verdaderamente, estamos deseosos de cambiar y a menudo cambiamos. Perdemos peso, empezamos a hacer ejercicio, perdonamos a nuestros enemigos, aceptamos a los demás, nos amamos a nosotros mismos, nos sentimos vivos, creemos que la vida merece la pena ser vivida. Eric Berne, el fundador de la vía terapéutica llamada Análisis Transaccional, denominó al amor “la psicoterapia de la naturaleza”. Creo que el amor puede sanar de manera espectacular nuestras heridas y cambiar radicalmente nuestras vidas.
Quiero recordarle que si se siente atascado por mis giros mentales, o si sucumbo a mi propensión a moralizar, recuerde simplemente la historia de Joe. Puede estar a punto de sucederle algo semejante y muy simple. Si espera algo demasiado complicado, tal vez pierda su oportunidad.
Sobre Milton Erickson
El Sr. Erickson fue uno de los hombres más extraordinarios del siglo XX. En 1919, a la edad de diecisiete años, sufrió un ataque de poliomielitis que cambió su vida, ya que quedó completamente paralizado, incapacitado para hacer cualquier cosa excepto mover los ojos. Nadie suponía que pudiera sobrevivir.
Gracias a su tenaz voluntad para vivir, Milton desarrolló un sistema de concentración mental en pequeños detalles que construía cada secuencia de movimientos. Mentalmente practicó estos movimientos una y otra vez. Lentamente empezó a recuperar su fuerza. Utilizó cada oportunidad para ejercitar sus músculos, y en un corto período de tiempo pudo caminar con muletas y aprender a guardar el equilibrio por sí mismo y montar en bicicleta.
Antes de entrar en la Universidad y estudiar en la Facultad de Medicina, hizo un viaje en canoa, completamente solo, empezando por un lago cercano a la Universidad de Wisconsin, siguiendo el curso del agua hasta el río Missisipi, continuando al sur más allá de la ciudad de San Luis y regresando después río arriba por la misma ruta.
A lo largo de su vida, sufría ataques recurrentes de dolor en los músculos y articulaciones, desencadenados normalmente por alguna tensión física. En la primavera de 1948, cayó tan enfermo que fue hospitalizado y se le aconsejó que se fuera a vivir a un clima cálido y seco, así que se trasladó a Phoenix, Arizona, en donde trabajó con toda clase de enfermos mentales, incluyendo “dementes criminales.”
Después de cada uno de los episodios de su propia enfermedad física, Milton proseguía su trabajo, viajaba mucho, investigaba y escribía artículos. Su especialidad fue la utilización de la hipnosis en psicoterapia.
Entre los años 1970 y 1980, año en que murió, Erickson fue perdiendo poco a poco fuerza muscular, incluyendo el control de la lengua y de la barbilla. No podía hablar claramente y tuvo que suspender su práctica privada.
Pero, para entonces, su fama como terapeuta se había extendido por todas partes.
Muchos le consideraban el mayor artista del cambio terapéutico que jamás hubiera existido. Hasta su muerte, profesionales clínicos acudían de todo el mundo para participar en seminarios de enseñanza que él llevaba a cabo en su casa.
Erickson rompió con todos los modelos conocidos de psicoterapia. No tenía ninguna teoría de la naturaleza humana o de la psicoterapia. Creía que cada ser humano es esencialmente único en la manera de construir su interacción con el mundo. Pensaba que la tarea de cualquiera que quisiera ayudar a los demás era aprender su mapa del mundo, entrar en él y ayudarle a ampliarlo. Ningún terapeuta había demostrado nunca una gama tan amplia de imaginación realista.
Milton Erickson fue un hombre de un amor profundo y lleno de alma, y una de las historias terapéuticas que empleaba es también un relato de amor. Leí por primera vez la historia de Joe en un libro llamado Phoenix, de David Jordan y Maribeth Meyers-Anderson.
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