La obra escrita del gran místico Ibn Arabí es tan inmensamente profunda y variada, que aún resulta imposible conocer la dimensión riquísima y poliédrica que encierra en sus vastos océanos.
Cada tratado u opúsculo nacido de su cálamo es una perla de sabiduría, de tal modo que todos ellos unidos, cada uno de los quinientos cincuenta contabilizados por el Dr. Osman Yahyá, configuran también un collar de preciosa espiritualidad, que cual plumas de un águila, permiten, una vez interiorizadas, alzar el vuelo hacia los más remotos confines del universo y su reflejo: ese microcosmos que es el hombre.
Al fin y al cabo, éste reconoció en su célebre ensayo "Arquetipos e inconsciente colectivo" (editorial Paidós) que para él, el... arquetipo "era sinónimo de Idea en el sentido platónico", y de hecho, en cierto sentido volvió a reformular a Platón.
Y desde esta perspectiva, también es lógico que no lo hiciésemos en España, su patria de origen y la de otros muchos sabios que en su época despuntaron en los más variados campos del Saber, pues tradicionalmente - y para nuestra desgracia- tampoco los hemos incorporado a nuestro acervo cultural, perteneciéndonos, y ni siquiera apenas se nombra en nuestras universidades. Por ignorar, hasta ignoramos que en el mundo islámico se consideró y sigue considerando a la España andalusí como una segunda Grecia. Creo que no existe país en el mundo que haya gozado de semejante privilegio como fue el esplendor cultural andalusí - un Renacimiento precedente, de hecho, del Renacimiento italiano-, y que luego lo haya menospreciado con tanta soberbia como ignorancia y fanatismo. Una muestra más de la España negra que no transmuta sus sombras.
De la alquimia como transmutación interior
Afirma Carl G. Jung en el epílogo de su tratado Paracélsica (editorial Nilo-Mex, p. 139): "Desde hace mucho he comprendido que la alquimia es no sólo la madre de la química, sino el estado previo de la actual psicología del inconsciente. De este modo, vemos a Paracelso como un precursor de la medicina química, y además de la psicología empírica y de la terapéutica psicológica".
Y a lo largo de sus páginas va desgranando las aproximaciones que este médico alquimista suizo realizó en torno a ciertos conceptos susceptibles de ser interpretados como precursores del inconsciente, de modo que concluye que el de "aquaster" es el que más se le aproxima, dado que "el 'Mare nostrum´ de los alquimistas es la propia oscuridad, lo inconsciente (...) Para los Padres de la Iglesia no puede ser de otro modo, ya que este fondo oscuro es el mismo mal, y si un rey está metido allí es porque ha caído a causa de su propia inclinación al pecado. Pero los alquimistas se adhieren a una concepción más optimista: el fondo oscuro del alma no contiene el mal, sino a un rey capaz de redención, y necesitado de salvación" (op. cit. p. 85).
En seguida comentaremos estos párrafos, detengámonos antes en esta última conclusión junguiana: "Si el 'opus alchimicum´ pretendió una igualdad de derechos con el 'opus divinum´ de la misa, no fue por causa de una desmesura grotesca, sino por el hecho de que una naturaleza cósmica y desconocida que reclama su admisión, no era tenida en cuenta por la verdad eclesiástica. Paracelso supo, anticipándose a la época moderna, que esta naturaleza no era sólo químico-física sino también psíquica" (p. 103).
Pero muchos siglos antes que Paracelso, ya lo supieron todos los filósofos herméticos griegos que bebieron de la sabiduría egipcia, pues no en vano, el propio Ibn Arabí calificó a ese primer Hermes de la Tradición que fue Idris (el patriarca Enoc para los cristianos y judíos) como el "profeta de los filósofos". Ya en mi ensayo "Origen alquímico de la homeopatía y terapia floral: de Egipto a Platón, de al-Ándalus a Edward Bach" analizo cómo los grandes filósofos griegos - Pitágoras, Demócrito, Empédocles, Platón, Aristóteles, así como buena parte de los neoplatónicos y neopitagóricos...- fueron eslabones de la "áurea cadena" de la alquimia, y que formularon sus respectivas filosofías desde el riquísimo matriz del hermetismo, cosa que también sucedió con buena parte de los sabios islámicos, desde Ibn Sina o Al-Farabí a Ibn Rushd, por ejemplo (y disculpe el lector que mencione mi ensayo, pero no hay otro donde se demuestre este hecho con tal abundancia de argumentos demostrables).
De modo que Paracelso representó, qué duda cabe, una cumbre de la alquimia europea de su tiempo. Pero tampoco él - como su paisano Jung, aunque en menor medida- mencionó que había bebido de las fuentes andalusíes, donde la alquimia refulgió como nunca gracias a la poderosa llama del sufismo. Ya llegaremos a este punto crucial. De momento, vemos cómo Carl G. Jung se percata de algo que la alquimia había ido experimentando y comprobando desde sus inicios en la nebulosa de los tiempos: que las transmutaciones de la materia se operan primero dentro del alma, y que dicha transmutación no es posible sin un profundo conocimiento de uno mismo, ese mandato hermético que Sócrates convirtió en máxima de su filosofía.
Y he aquí que el primero que define al hombre como microcosmos es Demócrito, mas en los textos sagrados de la Biblia ya se afirma que el hombre había sido creado a imagen y semejanza de Dios, quien al inicio de los tiempos, cuando Su espíritu flotaba sobre las aguas, separó la luz de las tinieblas: he ahí el aquaster. Y he ahí la genial intuición del psiquiatra suizo de identificarlo como precursor del inconsciente, o la Sombra, como él mismo lo definió. Pero no fue Jung el creador de este concepto - sombra- a nivel filosófico, pues de hecho, ya lo hallamos en el mito de la caverna de Platón, y muchos siglos después, en otro filósofo muy distinto que introdujo en Occidente el concepto hindú de karma: Shopennhauer. Y antes que en éste, y desde otro prisma distinto y directamente conectado con el hermetismo, vemos la sombra como concepto filosófico en Ibn Arabí.
Por su parte, Jung definió a la Sombra en la reedición tercera de su ensayo Las relaciones entre el Ego y el inconsciente, ya en 1938, como "ese aspecto negativo de la personalidad, la suma de todas esas cualidades 'displacenteras o incómodas´ que nos gusta esconder, junto con las funciones subdesarrolladas y los contenidos del inconsciente personal". También identificará al Mal como la sombra arquetipal. Su famoso método de individuación consistirá en que el Yo, nuestra conciencia, vaya aumentando cada vez más su conocimiento integrando todos los arquetipos que, como ladrillos, han ido construyendo nuestra personalidad desde sus cimientos, hasta llegar a ese centro superior de la psique que denomina el Sí-Mismo. Es decir, propone con otras palabras lo mismo que había formulado la filosofía hermética desde su nacimiento, y que en Ibn Arabí adquirió unas proporciones mayúsculas, en tanto que cumbre del sufismo de su tiempo.
De hecho, esa necesidad de conocerse a uno mismo para poder operar las transmutaciones internas necesarias constituye la medular del hermetismo y del gnosticismo, que al irrigar tanto a la filosofía griega como al cristianismo primitivo, permitió que aquella minoría que quisiera entrar por la puerta angosta del conocimiento, penetrara en su recinto dorado sin salir de sus respectivos ropajes externos. Pues durante toda su historia, y hasta Ibn Rushd - quien separó la hikma de la falsafa, es decir, lo iniciático y mistérico de la raíz de la filosofía, como bien indicó el Prof. Lomba Fuentes-, la alquimia fue al enseñanza más secreta y oculta de dicha Filosofía, y ésta trató siempre de explicar al hombre las grandes preguntas de la existencia y los caminos de su elevación. (Hoy en día, la filosofía del relativismo que impide formular juicios sobre la realidad ha conducido a la filosofía occidental al nihilismo del callejón sin salida. En ese entonces, por el contrario, se trataba de acercarse a la Realidad).
De ahí que, una vez que el cristianismo se erige en la religión triunfante de aquellos primeros siglos confusos de nuestra Era, algunos filósofos neoplatónicos no dudaran en convertirse a él, como el Pseudo-Dionisio o Sinesio de Cirene, quien llegaría a ser obispo de Ptolemaida - y egregio alquimista, por cierto-, pues ambos comprendieron que el mensaje profundo de transmutación del alma que preside el mensaje de Jesucristo no era incompatible con Él, aunque sí cada vez más con sus representantes eclesiásticos en este mundo de la generación y la corrupción.
Por eso los alquimistas que no quisieron permanecer en la corteza de la enseñanza religiosa cristiana, fueron conscientes de que su alma podía transmutarse - si conocía sus sombras y las transmutaba en luz-, y erigirse en rey siguiendo ese mandato bíblico que reza que el hombre está llamado a ser dueño, rey y señor de la Naturaleza. Y creemos que la incomprensión del mundo europeo en general - salvo excepciones- hacia el mundo islámico procede precisamente de no reconocer que también en el seno del Islam se produjo este mismo fenómeno, y que tanto los sufíes como los shiíes no sólo heredaron el conocimiento gnóstico-hermético, sino que lo elevaron a unas cotas de esplendor nunca antes conocidas: precisamente, al-Ándalus fue esa última llamarada de luz antes de que el fuego secreto de la alquimia quedara diluido al arribar a Europa. Y aquí es donde jugó un papel de primer orden nuestro sabio Ibn Arabí, quien ha sido estudiado y reconocido desde varios ángulos y en todas las culturas del mundo, pero aún no lo suficiente desde la perspectiva de la alquimia. Quiera Dios que este artículo - necesariamente conciso, repito- sirva para abrir puertas en ese sentido. In sha Allah.
Del matrimonio místico con los astros y las letras
Cuenta el místico murciano en sus Futuhat (I, 8), que al entrar en Bugía en pleno Ramadán del año 597 H., tuvo un precioso sueño que quiso someter a la opinión de un sabio oneirocrítico, quien al oír cómo el desconocido le revelaba que esa misma noche se había desposado con los astros del cielo y todas las letras del alifato proclamó: "¡Esto es un océano cuya profundidad no es posible alcanzarla! Al que ha tenido esta visión le será revelada una tal cantidad de conocimientos altísimos, de las ciencias esotéricas y de las virtudes ocultas de las estrellas, como a ningún otro de su tiempo se le han revelado"!
Y en efecto, creemos que Ibn Arabí ejemplificó en vida lo mismo que predicó en sus obras: el Hombre Perfecto, el Insan Kamil, ese anthropos teleios que la filosofía hermética había erigido en cumbre de su ideal desde mucho antes de la llegada del cristianismo.
Por eso, y desde nuestro máximo respecto y admiración por la obra del maestro Asín Palacios - con quien el arabismo español estará siempre en deuda- no podemos estar de acuerdo con él cuando propone en su El Islam cristianizado (un estudio sobre el sufismo de Ibn Arabí), que la doctrina de éste sobre el Hombre Perfecto no es sino un eco cristiano del dogma teándrico (editorial Hiperión, p.115).
Comentario: El sufismo es un movimiento esotérico existente dentro de marco del Islam. Es probable que partes de la tradición sufí precedan a la aparición de Mahoma y compartan fuentes con otras enseñanzas esotéricas que encontramos en las religiones orientales, las escuelas de misterios de la antigua Grecia y la cristiandad.
Las relaciones entre el sufismo y el islam mayoritario no han estado exentas de problemática durante épocas y muchos de los sufis han sufrido pena de muerte por heréticos. Podemos decir que el sufismo es la corriente esotérica que toma el Islam como su plataforma y sustrato.
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