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domingo, 7 de diciembre de 2014

El TTIP, la "Santa Alianza" de las multinacionales de USA y EUROPA contra la clase trabajadora



“De todos los derechos, el primero es el de existir. Por lo tanto, la primera ley social es aquella que garantiza a todos los miembros de la sociedad los medios para existir; todas las demás están subordinadas esta”
(Robespierre)[1]
El abismo entre ricos y pobres se ha ampliado de tal manera que los 85 capitalistas más ricos del mundo, acumulan tanta riqueza como los 3.570 millones de personas más pobres del planeta. La concentración de capital, sigue un ritmo tal, que ha llevado a que hoy el 1% de la población, detente en sus manos el 50% del total de la riqueza[2]. La realidad de nuestras vidas ha dejado en evidencia algunas de las grandes mentiras en las que se fundamenta el sistema económico en el que vivimos: ni todos somos iguales, ni la crisis nos afecta por igual, ni hacemos los mismos sacrificios.
La crisis del sistema económico, entre todos sus horrores, ha tenido la virtud de poner al descubierto, por exacerbación, la injusticia estructural en que está fundamentado. La concentración de la riqueza en pocas manos (en un polo, mientras en el otro se acumulan millones de seres humanos viviendo en la miseria) no es una maldición de...
los dioses ni un terrible accidente natural. Es la evolución lógica, buscada y planeada del sistema económico que domina el planeta, el capitalismo.
Por si no fuera ya estremecedora la deriva, una nueva amenaza se cierne sobre nosotros en forma del tratado, que la Unión Europea y EEUU están articulando para garantizar este proceso de enriquecimiento. El TTIP, la santa alianza de las multinacionales de ambos lados del Atlántico, se alza como un nuevo ariete contra la clase trabajadora y la naturaleza de ambos continentes y en nuestro país recibe el respaldo, como no podría ser otra forma, del gobierno del PP y también de los dirigentes del PSOE.
Las negociaciones se han caracterizado por la opacidad más absoluta. No deja de ser algo que tiene todo el sentido del mundo. Las élites tienen muy claro que si los detalles salieran a la luz, se produciría una auténtica rebelión que impediría su formalización. Por eso se fragua en la oscuridad y bajo la forma de “Tratado”, de un tratado, como siempre “beneficioso para ambas partes”, ya que se basa en estimular el “libre comercio” y, claro, lo “libre” debe ser bueno…
El objetivo declarado es “aumentar el comercio y la inversión entre la UE y EEUU haciendo realidad que exista un área única para las empresas a ambos lados del Atlántico”. Los obstáculos para esta meta ya no son los aranceles, es decir, los impuestos que los estados ponen a los productos importados para defender la industria y los servicios nacionales. Esas barreras ya son pasado. Para las grandes corporaciones, el enemigo a batir son determinadas regulaciones y normativas. En definitiva, hay que socavar las leyes que supongan un obstáculo al comercio y la inversión. Pero el “libre mercado” aparentemente perseguido es, hace tiempo, una entelequia. En realidad lo que se busca es un “mercado regulado a favor de las grandes empresas”, y para eso exigen la creación de Tribunales Abitrales Internacionales (ISDS) que apliquen las normas más ventajosas para las empresas, por encima de los derechos laborales o económicos que establezcan las leyes de los países donde operen estas empresas, en lugar de acudir a los tribunales de justicia. Y no hablamos de política ficción; este tipo de demandas ya se interponen, por empresas de EEUU, Suiza, Francia… contra países donde se producen cambios en las políticas económicas que puedan suponer mermas de los beneficios de las empresas, como en Egipto, Honduras, Argentina…
En pocas ocasiones como al contemplar este tratado, queda tan claro que “la política es economía concentrada”, es decir que las decisiones políticas de los gobiernos se toman para favorecer los intereses económicos de las clases dominantes de sus respectivos países. En este caso, especialmente, de las grandes multinacionales que son las que más réditos económicos obtienen de la ruptura de cualquier norma legal que ponga obstáculos a sus tasas de explotación de la clase obrera y en consonancia a sus tasas de beneficio. Esto abarca todos los aspectos de la vida económica, desde los derechos laborales, a las transacciones financieras, pasando por las normas medioambientales o de alimentación. En el terreno del derecho existe una vieja doctrina, la de la aplicación de la norma más favorable; pero claro, este principio se aplica para favorecer al débil frente al fuerte. Pues bien, el TTIP es, en resumen, la aplicación al revés de esta idea: se aplicará la norma más favorable a las multinacionales y si se produce un cambio legislativo que la empresa considere que daña a sus intereses (pensemos en una reducción de jornada, anticipación de la jubilación, aumento del salario mínimo…) esa normativa no será de aplicación para dichas empresas.
Las consecuencias serían nefastas, no porque esto sea algo nuevo, sino porque supondría un avance cualitativo en una espiral perversa. Un ejemplo claro es el del tratamiento de la alimentación que bajaría sus normas de calidad (en EEUU, por ejemplo se tratan los pollos con cloro, o se extienden los transgénicos) sin que se pudiese reclamar contra ello. Y en cuanto a la destrucción de la naturaleza, podemos fijarnos en la práctica, ya extendida en los EEUU de la “fractura hidráulica” para la extracción de gas y petróleo. El precio más barato del gas americano llevaría, con la exportación a Europa, a una multiplicación de esta agresiva y contaminante técnica en los EEUU y también en Europa. Nunca se ha podido decir más claramente, que la filosofía de los capitalistas está presidida por la divisa “Après moi le déluge!” [“¡Después de mí, el diluvio!”][3].
Esto son sólo algunos de los aspectos del TTIP, no es algo nuevo, pero si lo es el intento de los sectores más poderosos de la clase dominante de imponer las condiciones y blindarlas frente a los futuros cambios políticos y económicos que puedan producirse. No se trata pues de “América contra Europa”, ni siquiera de “ataques a la soberanía nacional”, se trata de un capítulo agudo de la lucha de clases, de un nuevo intento, muy serio, de los capitalistas por garantizar su enriquecimiento, de utilizar todos los mecanismos posibles, de poner a todos los gobiernos a su servicio, para garantizar la perpetuación de su sistema.
Y, ¿por qué quieren avanzar por esta vía? Realmente es muy sencillo de comprender. Es imprescindible insuflar recursos que alimenten a la decreciente rentabilidad de las grandes empresas transnacionales y para ello hay que seguir exprimiendo a las clases populares. Por eso hay que “regular a la baja” y eso perjudicará a los más débiles y expoliados de todos los países. Pero cometeríamos un grave error si pensáramos que otorgar concesiones en esta etapa solucionará los problemas del capitalismo. Sus contradicciones le obligan indefectiblemente a explotar a las clases trabajadoras, aunque eso suponga limitar su capacidad para demandar los productos y servicios más eficientemente confeccionados. El TTIP no sería más que un eslabón adicional que no haría otra cosa que reproducir el círculo vicioso del que el sistema es incapaz de salir.
Según estudios independientes recientemente publicados[4], el Tratado de Libre Comercio entre Europa y Estados Unidos destruiría 600.000 puestos de trabajo y daría lugar a una pérdida de ingresos de hasta 5.000 euros por persona al año. Los ingresos tributarios y el producto interno bruto se reducirían considerablemente en todos los países, especialmente en los europeos. No se trata solo de que el TTIP constituye un ataque a las normas sociales, derechos laborales, protección del medio ambiente, a la agricultura sostenible y la democracia, sino también al empleo y el crecimiento.
La ley suprema, que mueve todos los hilos de la economía y, por tanto, de la política, es el beneficio privado, y en torno a su consecución se articulan todas las medidas que toman las clases dominantes de todo el planeta. El saqueo sólo tiene un límite: la resistencia que seamos capaces de ofrecer y, en el mejor de los casos, la alternativa que seamos capaces de construir. Es de vital importancia oponerse a este tratado, pero es aún más importante oponerse a las políticas que en él se desarrollan y que intentarán imponer incluso aún cuando éste no llegue a rubricarse finalmente.
La advertencia es clara: Si la izquierda llega al gobierno en el Estado español, o en cualquier otro país, no podrá jugar al ratón y al gato con las grandes multinacionales. Sólo tendrá una opción: “romper la baraja” y establecer nuevas normas del juego, llamando a los demás pueblos a seguir su ejemplo. Pues la base material necesaria, para llevar la libertad humana y la democracia a un desarrollo pleno, sólo la puede dar otro sistema económico que ponga la riqueza y los recursos al servicio de la mayoría, y no de una minoría voraz como ahora.


Marina Albiol GuzmánPortavoz Izquierda Plural en el Parlamento Europeo.

Carlos Sánchez MatoEconomista y Presidente de ATTAC Madrid.
Alberto Arregui ÁlavaMiembro de la Presidencia Federal de IU.


___________________________
[1] M. Robespierre, en un discurso en el que abordaba los problemas del abastecimiento de trigo, citado por Albert Soboul, “La Revolución Francesa”, pg 81
[2] Informe de Oxfam Intermón
[3] Citado por Marx en El Capital, en referencia a la expresión atribuida a Luis XV o Madame de Pompadour.
[4] Jeronim Capaldo. Impacto del TTIP elaborado por Universidad de Massachusetts, Estados Unidos

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